Alicia en su mundo: La búsqueda de la palabra perdida
- Julieta Frontero
- 12 jun
- 6 Min. de lectura

“No se trata de temer o de esperar, sino de buscar nuevas armas”. En este ensayo se intenta promover un modo de obrar clínico: construyendo una clínica amistosa que resulte un motor, una dirección y un reposicionamiento en la trama terapéutica.
por Julieta Frontero*
Déjame ver, detrás de la puerta
déjame ver, qué hay al otro la’o
Susana Baca
–Pero es que yo no quiero andar entre locos– comentó Alicia
–Oh, eso no lo puedes evitar –dijo el gato–. Aquí todos estamos locos.
Yo estoy loco, tú estás loca (...) sino no habrías venido aquí.
Lewis Carroll, Alicia en el país…
En tiempos donde nadie escucha a nadie… “cada fragmento restaña sus heridas como puede… este es mi modo: iluminar los escombros. Encontrar los lugares de la pérdida y reivindicarla”, decía Lemebel. (Ed.Mansalva:2024). ¿Cuál de todas las pérdidas será digna de reivindicarse? Mejor dicho, ¿existen aún voluntades que puedan recuperar algo por estas épocas, incluyendo el valor de la ya tan denostada palabra?
Lejos de apelar a un tiempo que por pasado fue mejor, el intento de estas líneas es hacer preguntas, indagar, interpelar(nos) ante tanta falta de verdad, de palabra, de coherencia y otras yerbas, en un mundo caótico y desolado, donde la única esperanza es la que se construye y no la que se espera.
LA PIEZA, LA FALTA Y EL MONTÓN
Releyendo un clásico infantil (y no tanto) como Alicia en el país de las maravillas, simulé encontrar una clave de época para reflexionar. Recordemos brevemente: en el escenario del cuento Alicia no vive precisamente en un lugar rodeada de maravillas, sino que deberá adaptarse a los distintos rincones y personajes (en su mayoría inusuales animales) con los que resulta algún azaroso encuentro; detrás de una puerta chica o una grande, arriba de un árbol, sorteando su tiempo entre diálogos descabellados y lógicas retorcidas. A Alicia no le queda otra chance que comer de un hongo, causando un efecto de un lado y del otro su opuesto, hasta resultar adaptando inclusive su tamaño, en este país de locos donde ha ingresado.
Hasta ahora, su única certeza como mecanismo de supervivencia: la adaptación. Si bien, esto no resulta de manera sumisa ni pasiva, Alicia logra poner límites, realizar acciones heroicas, tomar decisiones y reivindicar sus actos –aunque gatos, cerdos y peces “imbéciles”, como decide llamarles, la mareen con sus diálogos en escenas surrealistas–. Es decir, ella continúa avanzando a sabiendas de que el diálogo más importante que debe tener es el propio.
En el libro se encuentran conversaciones plagadas de hostilidad, desde el sombrerero hasta la reina caprichosa que decide decapitar a todo aquel/aquello que la perturbe. Y es en este punto donde intenté reflexionar sobre el estatuto de aquella palabra (¿plena o vacía?) donde poco es lo que se dialectiza y mucho es lo que se esconde, en escenas bizarras, acertijos y desapariciones repentinas, sonrisas enigmáticas y escenarios montados de forma ridícula donde también habitan implícitos mensajes. Cualquier similitud con la realidad…
“Están pasando demasiadas cosas raras para que todo pueda seguir tan normal. Desconfío de tu cara de informado y de tu instinto de supervivencia…” decía el genio absoluto. La pérdida de un lenguaje compartido: el defecto. Lo que esta época parece no bancarse y esconder, de similar manera entre verdades falseadas, palabras silenciadas toscamente y maravillas que no resultan nada maravillosas.
Una ecuación que permita esbozar una analogía: la pieza (habitación+verdad), la falta (palabra), y el montón (Alicia y todos los personajes salvajes del país de locos). Alicia en el país de las maravillas es ese momento, pequeño e ínfimo, el que resulta al salir de todo el horror conocido de la realidad para ingresar en un país con otras verdades y (sur)realidades. Y es, a su vez, la habitación al otro lado de la puerta con un mundo onírico e ilógico donde la protagonista sigue buscando una palabra coherente, una verdad que le permita comprender, un tiempo lógico que se asemeje a aquel en el que aún se podía compartir una merienda en paz. ¿Es el país de Alicia o es el nuestro?
HENKO: La inflexión
Aquello que resulta sorprendente, por su tenacidad, es la capacidad de Alicia en intentar comprender. Su insistencia en dialogar con aquellos personajes que emiten sentencias, realizan reproches a sus ideas, cuestionan sus creencias y valores, mantiene un rumbo que brinda otra clave. Lo innegociable tal vez se encuentre en la palabra. Aunque los restos de una operación simbólica fallida de época (y sus locuras individuales asociadas) parezcan darla por perdida; la palabra ha sido y seguirá siendo, aquello que hace prevalecer nuestros valores compartidos, nuestro contrato social, las normas de una comunidad organizada.
Insisto, en el valor de la palabra en una época que hoy parece darla por destituida. Con esto también quiero decir que no siempre el silencio, es de los inocentes, sobre todo cuando encubre restos de cinismo, apatía y rasgos de perversión. A la vez que puede ser válido como respuesta, ante la arremetida de cuestionamientos sobre certezas y verdades que ya se encontraban establecidas como parte de un acuerdo comunitario. Digo entonces que el silencio también ha de ser una respuesta posible frente a un sujeto de poder que relativiza ciertas verdades mientras cuestiona lo incuestionable. Pero sigue siendo necesario construir un diálogo posible, donde vuelva a emerger la palabra, donde podamos pensar juntos un CÓMO. [Una breve digresión: decía un entrenador, que la diferencia entre el cuándo y el cómo, es lo que verdaderamente enseña, ya que el cuándo es solamente para los poderosos, mientras que el cómo es lo único que nos queda por construir a nosotros: quienes somos solo uno más entre el montón].
En una época donde las puertas a las que Alicia se enfrenta, ya no se abren, cada vez se cierran con más fuerza. Donde se instala con más refuerzos la evasión, la ambigüedad y la falta de compromiso. ¿Qué es lo que estoy queriendo decir, en definitiva, después de tantas vueltas? que si la palabra está perdida, entre tanto ruido, debemos volver a reivindicarla. En un país donde queda claro desde hace mínimo dos décadas, que la chance de esconder los defectos (los propios y los ajenos), de hacer silencio ante cada verdad falseada, de maravilla no tienen nada. Recuperar la palabra acto, la palabra que no falsea, mas bien aquella que se sostiene en cuerpo como aquello valorado. Recuperar la discusión honesta, la palabra en aquel estatuto inflexible, los restos quizás del registro simbólico salvado. Debemos llegar al punto Henko de lo innegociable, el cambio profundo y sin retorno del que hablan los japoneses, como piso mínimo y hasta que la sinceridad se nos vuelva costumbre.
Otra merienda de locos
La búsqueda de la palabra perdida también, en definitiva, es una búsqueda del tiempo (¿será del venidero?). Tendremos que esperar a la Merienda de locos –capítulo central del cuento de Alicia– entre juegos de palabras absurdos, definiciones cambiantes y una falta de escucha real por momentos, para hacer todas las preguntas posibles que permitan descubrirlo. Recordando la escena que allí se vivencia, ¿será forma de pasar el tiempo dando vueltas alrededor de una mesa oyendo comentarios sin sentido? ¿Estamos dispuestos a compartir un tiempo sin saber qué espacio nos tocará en la mesa? ¿Resultará fácil tomar posicionamiento entre argumentos que carecen de lógica y normas que esgrimen una antigua verdad? En esas bambalinas debe sobrevivir Alicia. Entenderse con el tiempo que ha enloquecido según dictamina la Liebre de marzo… entre mares de sobreinformación, canales de (in)comunicación y tanta abundancia de palabra vacía –a pesar de todas las peleas que hemos visto ya–: tal vez allí volvamos a recobrar una pizca de valor en la palabra.
¿Cuál será la llave correcta que permita abrir esa puerta? Una única certeza esbozada hasta aquí; recuperar la palabra perdida iluminando los escombros al modo de Lemebel. Recuperar la palabra: encontrar la actitud de Alicia, para alzar la voz ante las respuestas descabelladas, ante una reina que solo exige la decapitación, ante las estupideces que subsisten intentando imponerse como nuevas verdades, ante los mundos aparentes que se esconden detrás de cada puerta. Reivindicar la palabra, recuperar la actitud, hasta que la sinceridad se vuelva costumbre y nos permita, más que un triunfo algún que otro alivio: “Hay que dar vuelta el viento como la taba. El que no cambia todo, no cambia nada”.
*Licenciada en psicología, escritora y trabajadora estatal.
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