El siguiente texto, de carácter lúdico, intenta esbozar un entramado posible entre literatura y psicoanálisis, mostrando los modos en que las palabras, los textos y las letras hacen mella en los aparatos psíquicos y las subjetividades.
*por Paolo Bifulco
El anhelo dice que ojalá asome algún rayo de sol. El tono azabache que ofrece la ciudad, tras la ventana, ahoga toda posibilidad.
Una nube más oscura que el miedo, de dimensiones inconmensurables, avanza sobre la superficie. El anhelo se rinde, cede ante la realidad.
Al otro lado, una biblioteca derrama ejemplares de libros de todos los formatos, géneros y colores.
En el medio, una cama, un cuerpo y un teléfono que ofrece publicidades de acuerdo a las últimas palabras arrojadas en un chat. Miedo oscuro como la nube.
Eligiendo el otro lado, el del derrame, porciones de opalina brillante, mate o satinada, se dejan leer en vertical. Recorro con la mirada títulos, palabras, letras.
Entonces las letras. Nutrirse de letras. De palabras. Beber letras y palabras. Inhalar y exhalar textos.
Recordé el colegio secundario. Secundario técnico. Técnico gráfico.
Componer textos en tipografías, en tipos móviles. Armar párrafos letrita por letrita. Prensar e imprimir. Pensar e imprimir. Generar hojas impresas, conformar cuadernillos, coserlos. Armar libros. Amar libros. Encuadernar. Crear libros desde cero. Confeccionarlos.
Otro recuerdo. En un sueño se desarma y se deshoja un libro. Libro que tenía en la realidad diurna, y que estaba en la biblioteca del derrame, esperando...
Se deshojaba como un árbol tísico al inicio del otoño, lento, de a porciones. Primero de a cuadernillos y, tras ir descosiéndose, se despegaba del lomo. Luego de a páginas, hasta quedar desarmado por completo, como el mismo árbol hacia el fin del otoño, sin nada, sin siquiera una hoja.
La angustia entonces ingresa en el sueño, no podía reparar ni detener la catástrofe. A cada intento desesperado de tratar al libro con cuidado para evitar que continúe su deterioro me encontraba con el esfuerzo vano, se seguía desarmando. Era inútil. Todo recurso era inútil. Allí se iba, como arrasado por el invierno gélido.
Al despertar lo recordé vívido.
A veces, cuando despierto con el recuerdo fresco de un sueño que me zamarrea, intento rastrear restos diurnos.
Los encontré. Esa semana, en la sesión de análisis, reprochaba el precio de algunos libros. De lo inaccesible que me resultaban. Que su alto valor, que los importardos, que la escasa existencia de algunos, etcéteras…
Recordé el comentario de mi analista: "bueno, también hay pedeefes" Pedeefes dijo. Y allí, claro, caí en la cuenta…
La serie ordenada cronológicamente sería la siguiente: Protesta por el valor de libros, comentario (intervención a posteriori), sueño.
Retomemos: hice un secundario técnico, con especialidad en técnicas gráficas. En el primer año teníamos el taller de encuadernación. Cosíamos libros, hacíamos las tapas nuevas o las restaurábamos. Encolábamos el lomo, usábamos cinta capitel para la montura. Era todo un arte. También en primer año componíamos en tipografía, letra por letra, e imprimamos en sistemas ya obsoletos.
Fui construyendo una relación particular por y con los libros. No lo sabía.
En los años siguientes también imprimíamos en sistemas más actuales. Antes de que el papel ingrese en las máquinas revisábamos los pliegos, el gramaje, la fibra, la humedad, el ph, preparábamos las tintas y controlábamos su consistencia y densidad, su tac.
Me formé en la industria gráfica y trabajé en imprentas durante 10 años. El oficio que me introdujo en el mundo laboral adulto.
Al parecer tengo una historia personal con el papel y la tinta, con sus aromas y texturas. Cierta especie de lazo particular con los libros. Me detengo en sus modos de encuadernación, si cosidos, si pegados, si cosidos y pegados. Si de hojas sueltas o cuadernillos, papel obra o ahuesado. En la calidad de su materia prima, en las tapas, sus ediciones. Los valoro. Un vínculo afectivo con ese objeto. Libidinal si quieren. Casi fetiche.
Y ese objeto tiene un mundo enlazado a su alrededor: parte mi adolescencia, el secundario y mi juventud. Todo ese mundo inmenso.
De repente, con todo eso encima, con toda esa educación sentimental con ese objeto, y tras la queja por sus valores actuales, escuché de esa voz que viene de atrás: "bueno, también hay pedeefes".
¿Qué dice?
Formaciones del inconsciente mediante, hay sueños.
Por supuesto - por supuesto por lo menos para mí, claro - lo llevé al espacio de análisis a la sesión siguiente: "los analistas también nos equivocamos y decimos boludeces. No estamos exentos". Gracias.
Lo que creo que pasó a partir de allí, es quedar atento y dilucidar la ligazón con ese objeto, a la cual no le había prestado tanta atención; incluso el libro en mi historia familiar es un objeto no cotidiano. Crecí sin bibliotecas ni nada que se le parezca. También pasó en pensar ese objeto junto al proceso analítico.
Sospecho que análisis y libros quedaron ligados indefectiblemente. Lo sé, no es nuevo, es una metáfora posible, pero a mi me encontró ello allí.
Un análisis está hecho de palabras, de hojas, de historias. De intervenciones que deshojan el Yo, o lo encuadernan un poco, un rato. De letras y palabritas que asaltan y cosen y descosen el inconsciente o, fundamentalmente, lo leen.
Hace poco, ya como joven analista, en una primera consulta, una mujer adulta me dijo que tenía varios tomos en la biblioteca que quería empezar a desempolvar y revisar. Tomos de su historia. Y transcurrido ya un largo tiempo, la paciente cuenta que la casa donde vive hace años, antes era una biblioteca popular.
Esto es eso. Este texto es eso. Este texto y el encuentro con su lector. Un análisis, un libro, una conversación, el día a día, lo amoroso y lo hermoso junto a lo hostil y lo maldito. Todo esto conforma eso: fragmentos de un discurso.
Al elegir el otro lado, el del derrame, y recorrer con la mirada los títulos, me detengo en uno que fue el que me llevó al recuerdo, con el que soñé, y el que forjó entonces este escrito: Fragmentos de un discurso amoroso.
Me incorporo, lo abro en una página marcada y leo: “el horror a herir es todavía más fuerte que la angustia de perder” Roland Barthes
Un análisis también es eso.
Afuera aún sigue lloviendo.
* Lic. en Psicología UBA. Ayudante T.P. Salud Pública y Salud Mental, Cat. II Prof. Adj. Reg. D. Tajer, Facultad de Psicología UBA. Concurrente C.A.B.A Hospital infanto-juvenil Tobar García, rotante externo Centro de Salud Mental Nro. 3 “Dr. Arturo Ameghino”.
Leer este texto, romántico como el sueño pero también como ver caer una hoja en otoño, me recordó justamente un fragmento del libro de Barthes. Porque de sueños se alimenta el ser y porque, por qué no?
"(...) cuando se detiene, cada niño se precipita sobre una silla y se sienta, salvo el menos hábil, el menos brutal o el menos afortunado, que queda en pie, bobo, de más: el enamorado".