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El inconsciente está estructurado ¿como qué lenguaje? A 40 años del fallecimiento de Jacques Lacan

Actualizado: 20 abr 2023

Psicoanálisis y lingüística, parte I.


Lacan es fundamental en nuestra formación. A cuarenta años de su fallecimiento nos interesa rescatar los gestos más originales y críticos de su obra y, así como él los aplicó al psicoanálisis hegemónico que encontró, aplicarlos nosotres al psicoanálisis hegemónico que encontramos actualmente. Para eso necesitaremos hacer uso de una lingüística que tome en cuenta las relaciones de dominación.


por Pablo Tajman*


Hoy, jueves 9 de septiembre de 2021, se cumplen cuarenta años del fallecimiento del maestro francés. Uno de sus más importantes legados, a mi juicio, ha sido el poner en conexión al psicoanálisis con nuevas disciplinas y usarlas no solo para producir nuevos conceptos sino para el ejercicio del pensamiento crítico hacia el psicoanálisis mismo. Se ocupó de que dichas disciplinas fueran actuales, según estaban ocurriendo en su época, incluyó aquellas que consideró que no era posible ignorar sin caerse del mapa intelectual, no necesariamente el de la moda, pero sí el de aquello que hace avanzar al conocimiento.


Ferdinand de Saussure, Roman Jakobson y Émile Benveniste son tres lingüistas cuyos trabajos resultan indispensables para leer la obra de Lacan. Trabajos sin los cuales pierde mucho de su espesor y gana bastante en misticismo. La lectura que Lacan produjo a partir de ellos y la medida en que el lacanismo se ocupó de continuar (o no continuar) con ese valioso ejercicio de juntar psicoanálisis y lingüística no será el objeto de esta nota. No será lo central aquí definir en qué sentidos resulta enriquecedor y en cuáles empobrecedor pensar al inconsciente estructurado como un lenguaje. Tampoco nos ocuparemos de la forma en que Lacan incorporó a Claude Lévi-Strauss y a su antropología estructural (que desarrolló en ese campo las ideas de Saussure), asentando el estructuralismo en el corazón del psicoanálisis que actualmente se practica en Argentina, ni del hecho de que no hay un solo estructuralismo (aunque sí hay uno hegemónico) y que el que solemos usar podría no ser el que más nos convenga.

Algo más de lo que no nos ocuparemos en esta primera entrega, pero que resulta importantísimo: el alcance de pensar al inconsciente como algo estructurado es limitado y por lo tanto diré que aquello del inconsciente que está estructurado no abarca la totalidad de lo que se intenta abarcar con ese concepto. Dicho esto, nos importa revisar qué lenguaje es -o convendría que sea- ese de "el inconsciente está estructurado como un lenguaje", para no dejar afuera fenómenos importantes que resultan determinantes de muchas de las situaciones clínicas de las que somos parte.


Por eso, además de hablar del lenguaje como algo que se encuentra en toda cultura y en todo tiempo histórico donde haya habido seres que corresponda llamar humanos, ¿no le convendría al psicoanálisis precisar su noción de “lenguaje” tomando en cuenta los fenómenos de dominación de la modernidad? Esto implicaría tomar en cuenta -además de las continuidades- las discontinuidades que pueden pensarse a partir de la modernidad como período histórico y ver cómo afectan al lenguaje de tal modo que ya no puede decirse que este sea exactamente lo mismo que fue antes.


Como Lacan hizo en su momento, empecemos planteando que hay estudios, disciplinas, que los psicoanálisis hegemónicos no han tomado en cuenta. En este caso se trata de estudios de género, decoloniales, sobre el capital, sobre el Estado y otros como los que ya merecen el nombre de foucaultianos[1] no han sido incluidos más que en los márgenes del lacanismo. Sí han sido bastante más tenidos en cuenta por otras corrientes que no han logrado disputarle el lugar -sería bueno que fuese para no ocuparlo del mismo modo- que aún hoy el lacanismo tiene de nombrarse como “el psicoanálisis”, borrando la diversidad de psicoanálisis que han existido, existen y podrían existir.


La operación de enunciación de nombrar la totalidad de lo que el psicoanálisis es apropiándose del nombre del psicoanálisis -por lo que “psicoanálisis freudiano”, “psicoanálisis lacaniano” y en nuestro país muchas veces hasta “psicólogo” o “psicóloga”, devienen sinónimos de “psicoanálisis” a secas- es una operación que produce una distribución desigual de poder y por ende es una operación de dominación ¿Qué formas adopta la dominación en la modernidad? Muchas, pero tomaremos una de las principales, aquella que tiende, con un crecimiento exponencial, a que toda sociedad quede subsumida dentro de un Estado-Nación sin los cuáles no habría modernidad tal cual la conocemos.


A tal punto esto es así, que les propongo un experimento mental: piensen si realmente pueden imaginar la vida en sociedad en la actualidad por fuera de lo estatal (y no como una tribu aislada en el Amazonas, de las cuales ya no existen sin contacto y modificación por las sociedades modernas); si pueden imaginar otros modos de sociedad que no requieran volver a un atrás ya imposible pero que, al mismo tiempo, no requieran del formato del Estado-Nación. A mí me resulta casi inimaginable, me hace doler una parte de la cabeza en la que no se me aparece ninguna imagen ni pensamiento.


Para ayudarnos en este ejercicio de pensamiento e imaginación, tomemos la juntura de psicoanálisis y lingüística que Lacan nos propuso, pero usando otra lingüística, a ver si va quedando otro psicoanálisis. Para esto puede asistirnos la lingüista “amerindia” Yásnaya Elena Aguilar Gil, cuyo artículo Lo lingüístico es político, recomendó la epistemóloga Denise Najmanovich.


Comienza su texto con aseveraciones con las que podría acordarse desde, supongo, todo psicoanálisis. Que no elegimos el lenguaje con el que nacemos y que el lenguaje, a diferencia de los sistemas de comunicación de otras especies, tiene la capacidad de referirse a sí mismo. Para explicar esto hace uso de Jakobson y hasta aquí, todos amigos.


Continúa entrando directamente a un dato escalofriante: en la actualidad se hablan en el mundo cerca de siete mil lenguas. De esas siete mil lenguas, aproximadamente el 0,2% de la población mundial habla casi la mitad de ellas. Es decir, que prácticamente no quedan hablantes para cerca de tres mil quinientas lenguas mientras que el grueso de la población mundial habla unas pocas, porque en ese 98,8% restante, las otras tres mil quinientas lenguas están repartidas en proporciones bien desiguales.


¿Cuál es la importancia de esto para lo que aquí nos convoca? Primero veamos cómo es posible explicar que esto sea así. Aguilar nos dice: “…Esta proporción se relaciona (…) con el hecho de que los pueblos en los que casi la mitad de la diversidad lingüística del mundo está depositada (…) quedaron encapsulados dentro de países, Estados-nación, que les niegan casi siempre la capacidad de autodeterminación. Las lenguas que hablan estos pueblos (…) se enfrentan a la ideología de Estados-nación únicos y homogéneos en los que la diversidad de lenguas ha sido tratada casi siempre como una amenaza. Un Estado, un país, una bandera, un himno, una sola lengua. Existen aproximadamente 200 países en el mundo y en la mayoría de ellos el Estado utiliza y valida, de alguna u otra manera, el uso de una sola lengua (…) el resto de los siete mil idiomas existentes no están respaldados por un ‘Estado y por un ejército propio’ (…) El resto de las lenguas existe contra el Estado y a pesar de él (…)” (dejamos la referencia no explicitada a la obra del antropólogo Pierre Clastres y su libro “La sociedad contra el Estado” para otra oportunidad).


Explica a continuación que toda aquella lengua que no sea una “lengua de Estado” es una lengua en riesgo de extinción (toda similitud con la progresiva y exponencial desaparición de especies vivas, lo que va achicando la biodiversidad existente y lo que aumenta, por ejemplo, el riesgo de nuevas pandemias, no es ninguna coincidencia).


Más adelante da un ejemplo que a les psicoanalistas francófilos nos puede especialmente interesar. Se trata del principal lugar de fabricación del Estado-nación: Francia, en cuyo territorio, además del francés, se hablan doce lenguas. Esto es algo que yo no sabía. Les pregunté a otras personas y tampoco lo sabían. Yásnaya explica esta “especie de negación velada pero persistente” con la respuesta que la Academia Francesa dio hace pocos años a la petición de que las lenguas regionales se incluyan en la Constitución: “nos negamos porque incluirlas atenta contra la identidad nacional”. Su argumentación continúa dándole lugar a la elocuencia de esta frase lapidaria que muestra que la diversidad de lenguas cuestiona por su misma existencia la equivalencia de un Estado = una Nación = una bandera = un himno = una lengua. Frase que condensa y tira por la borda años de luchas entre quienes quieren seguir existiendo en sus propios términos, tironeados entre darle continuidad a su historia y la homogeneización siempre creciente que requieren los Estados para retener el conocido pero no por eso menos exacto “monopolio de la violencia” (material y simbólica).


Es importante ver aquí excepciones parciales pero importantes como Bolivia y su logro de plurinacionalidad, cuestión que no tiene poco que ver con el último golpe de estado dado en ese país. Es decir que diversidad por un lado y políticas asesinas y reaccionarias por el otro no son cuestiones desvinculadas. Los estudios sobre los “huertos indígenas” (como los utilizados por James C. Scott en “Elogio del anarquismo”) han mostrado cómo nuestro pensamiento confunde orden visual con orden funcional. Voy a explicar esto último. Los cultivos modernos han devenido monocultivos geométricamente ordenados, esto es, grandes extensiones cultivadas con la misma especie, geométricamente ordenadas para poder cosechar con máquinas, llenos de pesticidas y modificaciones genéticas para evitar las plagas. Los cultivos en los huertos llamados indígenas no tienen un orden que “salte a la vista”, no están dispuestos geométricamente, siempre incluyen muchas especies ubicadas entre sí de modo de generar mutua protección entre ellas en relación a las plagas, al clima y la erosión del suelo.


Cuando no hay diversidad de especies, las plagas se transmiten con mucha mayor facilidad, porque la plaga que afecta a una especie no afecta necesariamente a otra (y justamente esa otra es la que se planta al lado en el “huerto indígena”). Por eso no se puede trabajar con grandes extensiones de la misma especie y que eso rinda (no solo económicamente sino también simplemente que se obtenga algo en la cosecha) sin pesticidas y modificaciones genéticas en las plantas. No comemos las especies más ricas ni las más nutritivas, comemos las versiones cyborg de las originales, aquellas que se ha logrado que sean más resistentes, tecno-ciencia mediante al servicio del capital.


Del ejemplo anterior es interesante ver cómo vemos: que algo funcione como ordenado visualmente queda asociado a que funcione. Y que funcione significa que rinda mucho dinero. La erosión del suelo, la pérdida de variedad de especies vegetales, el campo fértil a la transmisión de enfermedades, que lo obtenido sea mucho menos sabroso y nutritivo, no entra en el cálculo de costos. Si nuestra percepción está constituida por nuestro lenguaje (aunque no solo por él), podemos decir que miramos como hablamos, como producimos, como nos alimentamos, como hacemos sociedad, familia, pareja, etc. (si supiera cómo, ubicaría estos términos en una compleja red, más que en la simplificante linealidad de la frase). Quisiera retener de esto una idea-base: resistirse a la des-diversificación homogeneizante de lo estatal implica un menor acceso a oportunidades y a recursos, sean laborales, de estudio, de pertenencia, etc. Y esto aplica para las diversidades que implican otra forma de pensar al trabajo (como otro tipo de huertos), las sexualidades, las identidades de género, el uso de lenguas no oficiales, la existencia de “razas” no blancas, el culto de religiones distintas a la cristiana.


Volvamos entonces al lenguaje. El texto que estoy tomando como referencia, nos cuenta sobre la creación del Estado mexicano. En 1820, pasados ya tres siglos de colonia, el 70% de la población mexicana hablaba una lengua distinta del español. Dos siglos más tarde, es decir, en la actualidad, sólo lo hace un 6,5% de la población, por lo que la diversidad lingüística se redujo en un 90%. “¿Cómo pudo el Estado mexicano disminuir tanto la proporción de hablantes de estas lenguas?” se pregunta nuestra autora, y responde “(...) determinó que la existencia de la diversidad lingüística atentaba contra la recién creada “identidad nacional” y se dio a la tarea de castellanizar (…) Los castigos corporales, sicológicos y simbólicos acompañaron el proceso y tuvieron como resultado una disminución más que significativa de los hablantes de lenguas distintas a la lengua de Estado. No haré aquí una lista de esos castigos que, en varios casos, siguen aplicándose.”


Continúa: “(…) Hacer homogéneo lo diverso impacta los actos de habla de todos, de los niños que son alfabetizados y escolarizados en una lengua que nunca antes nadie les enseñó (…)”. Se entiende entonces por qué los padres y las madres van dejando de transmitir su lengua materna. Si lo más propio redunda en discriminaciones y falta de acceso a oportunidades, claramente no quieren que a sus hijes les suceda lo mismo, para lo cual tienen que extrañarlos de su lengua y con ella, de su historia, de su música, de sus costumbres (poco entramables con una lógica de la hiperproductividad).


El psicoanálisis suele partir -implícitamente, porque no se ocupa de formarse políticamente y entonces reproduce la política hegemónica- de que el proyecto de la Ilustración es un proyecto logrado: entonces todes seríamos sujetos de derecho, ciudadanos de un Estado con sus derechos cumplidos, excepto violaciones explícitas a estos últimos. Por eso, entre otras cosas, le cuesta tanto a ese psicoanálisis no ver como excepciones las violencias y discriminaciones, no pensar al incesto como un horror que viene a romper el orden dado, cuando el orden dado viene con el incesto y con violaciones intrafamiliares estructuralmente determinadas. Violencia estructural, que le dicen. Quienes trabajamos con estas situaciones hemos necesitado pasar de un pensamiento de la excepción a uno donde esto ocurre necesariamente bajo estos modelos de sociedad estatal moderna capitalista. De lo contrario no se explica la cantidad de situaciones, una tras otra, que nos llegan y nos resulta imposible pasar del caso por caso a, por ejemplo, intentar generar políticas públicas de salud, de las que sería bueno que los psicoanálisis no se abstengan.


“El Catálogo de Lenguas Amenazadas reporta que en promedio muere una lengua cada tres meses y la UNESCO calcula que, de seguir las tendencias actuales, la mitad de las lenguas del mundo habrá desaparecido en los próximos cien años. Tal vez, solo tal vez, esto no sería tan grave si detrás de esa desaparición no existieran violaciones a los derechos humanos de los hablantes y si la pérdida de una lengua no fuera un proceso violento. En un contexto así, todo acto lingüístico se convierte en un acto político (…) De esto podemos estar muy conscientes cuando interactuamos en lenguas que el Estado no ha elegido como legítimas (…) Las crónicas de padres que deciden hablar español a su hijo para evitar que adquiera una lengua discriminada se revelan más que elocuentes (…) aún no conozco a nadie que en la ciudad de México decida controlar el natural impulso de hablarle a su hijo en español (…)”.


Lo que Yásnaya explica, ironía mediante, nos permite decir que hablar una lengua subalternizada es un acto político del que es difícil no tener consciencia, o al menos, no sentir sus efectos, pero también nos permite afirmar que hablar una lengua oficial de Estado como lengua materna (o que al menos pase por tal), también es un acto con consecuencias políticas, aunque no tengamos consciencia de ello ni sintamos conscientemente los efectos de alivio del poder habitar una “normalidad” no discriminada y el acceso a oportunidades que ello implica. “Son pobres porque son vagos” se revela en toda su estupidez cuando pensamos en si las personas fueron subjetivadas en lenguas dominantes o lenguas dominadas.


“El español como lengua no es el problema y esto es evidente cuando nos enfrentamos a casos de hispanoparlantes en Estados Unidos que deciden no interactuar con sus hijos en su lengua materna para hacerlo en un inglés precario. Se evidencia así que la lengua del Estado allá no es el español y el español se erige entonces como una lengua a pesar del Estado. No hablar en tu lengua materna para evitar la discriminación puede privar de los detalles, los giros sutiles y las argumentaciones elaboradas; se erigen mares de silencios y se privilegian actos de lengua pragmáticos [es decir, a usar el lenguaje como acción más que como simbolización que es el eje del aprendizaje en nuestros sistemas educativos]. Las relaciones personales mediadas por el uso del lenguaje están entonces profundamente politizadas.”. Este párrafo es muy elocuente en cuanto a la accesibilidad a la educación y a poder producir una narrativa sobre uno mismo que el “simple” hecho de hablar la lengua dominante produce.


Yásnaya finaliza su escrito explicando que la progresiva extinción de la diversidad lingüística en curso a manos de los Estados-Nación va hacia una única historia en el mundo, un único camino gramatical con el cual narrarnos, una única poética posible.


Por eso, retomando la pregunta del título, el inconsciente está parcialmente estructurado, a partir de la modernidad capitalista y cada vez más, como un lenguaje de Estado (resulta importante pensar cómo sería un Estado trazado por otros parámetros). Estado que se encargó y se encarga de sedentarizar a las poblaciones, para poder censarlas, cobrarles impuestos, convertirlas en trabajadores imponiendo las condiciones de trabajo a las que tendrán que someterse si quieren sobrevivir (y de las que no se puede huir como ocurre cuando las poblaciones no son sedentarias). Estado que se encargó de imponer y “estabilizar” nombres e imponer apellidos en pueblos que no los usaban, donde cada persona tenía un nombre para cada etapa de la vida: infancia, adultez y vejez e incluso para después de la muerte sin usar apellido alguno o no uno que resultara heredable.


Entonces, se “clarificó” el orden de huertos y bosques, por primera vez hubo bosques enteros de un solo tipo de árbol, el que más madera “rendía”, con las mismas funestas consecuencias explicadas para los huertos; se ordenaron las tierras con registros catastrales y cercados donde antes había acuerdos de circulación por la tierra de les otres y también había tierras de uso común, produciendo una tendencia cada vez mayor a lo individual claro y distinto y, como decíamos, se impuso el uso de apellidos allí donde no los había para poder identificar a las personas durante toda su vida ¿Cómo se le cobra impuestos a alguien por una tierra que no es del todo suya si encima no tiene apellido y su nombre cambia durante su vida? El horror que produce en medios conservadores el cambio de nombre de las personas trans viene a la mente ¿Podremos tener todo esto en cuenta para repensar el “Nombre del Padre”?...


Mi hija a sus nueve meses tuvo su primera niñera. Nos parecía que estaba muy bien nuestra elección pero igual nos costaba dejarla con ella e irnos. Yo me pude ir tranquilo cuando Annika me preguntó en su excelente castellano con apenas algún acento: “¿Está bien si le hablo y le canto en alemán?” (es su lengua materna), “Me siento más conectada con Emi cuando lo hago”.


¿Hubiera sentido lo mismo si una potencial niñera descendiente de los legítimos habitantes de Abya Yala[2]/América -Yásnaya, por ejemplo- me hubiese pedido hablarle a Emi en lengua mixe[3]? Yo espero que sí, pero no es por casualidad que determinadas personas y no otras llegan a ciertos trabajos.


Citemos a Lacan en una entrevista de 1969 para tener presente su propuesta: “(…)Pero es extraordinariamente necesario subrayar que las estructuras fundamentales del lenguaje –las que se encuentran a nivel del análisis lingüístico más moderno, por ejemplo, las de la formalización lógica – vienen a ser coordenadas que permiten situar lo que sucede al nivel del inconsciente, es decir, permiten afirmar que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Y no se trata de una analogía, sino que quiero decir que su estructura es exactamente la misma del lenguaje.(…)”[4]. Tenemos en esta cita la presencia de la formalización de la lingüística estructural ocupando todo el espacio, sin ninguno para la “formalización” estatal.


Hace ya mucho tiempo que no existen pueblos que no se hayan visto sometidos por un Estado-Nación o, si lograron evitarlo, ha sido pagando altos precios: retirándose de sus territorios, reduciéndose los números de su población hasta en muchos casos desaparecer como pueblos. Todas esas lenguas, las que ya no existen y las que menguan, tienen como característica común esa opresión.


Digámoslo otra vez: el inconsciente está parcialmente estructurado como un lenguaje, lenguaje formateado por lo estatal (sea que quede más del lado de lo dominante o de lo dominado). Eso implica que los fenómenos de homogeneización des-diversificante le son consustanciales. Dentro de ese marco y contra ese marco, tenemos los fenómenos singularizantes que buscan no existir en dichos términos de homogeneidad, que intentan resistirse a ellos.


Se podría decir, de un modo sencillo, que la lingüística estructural, a partir de las abstracciones que buscan poder ubicar aquello que hace a la continuidad entre lenguas logra producir su objeto, el lenguaje, para entonces poder estudiarlo. Se podría decir también que esa es la dimensión que importa al psicoanálisis. Mi argumentación se basa en la idea de que esta es una dimensión fundamental para nuestra práctica -no hay escucha significante sin ella- pero que al mismo tiempo resulta extremadamente insuficiente. Si no tenemos también en cuenta a las relaciones de dominación que hacen que una serie de lenguas queden en un lugar muy desigual con respecto a otras, estaremos invisibilizando una dimensión que es fuertemente determinante del sujeto que ese lenguaje produce. Si se quiere, se trata de complejizar lo estructural haciéndolo operar en dos niveles que se co-determinan: las relaciones de los significantes de una “batería” entre sí y la relación de las “baterías” significantes entre sí (dimensión donde necesita estar presente la historia porque las lenguas no se relacionan entre sí independientemente de sus hablantes, necesarios para empuñar fusiles y recibir disparos)[5].


Es necesario pensar para qué nos sirven las abstracciones teóricas que utilizamos, qué producen como visible y qué como invisible. Justamente, porque la lógica estatal también es una abstracción, una que oculta sus mecanismos violentos, pero que impone una lengua para todes y todo. Por la acción de lo estatal, las diferentes lenguas -inclusive las estatales[6]- van hacia un único lenguaje de Estado. Un estructuralismo sin historia viene a redoblar la abstracción estatal sobre la que se asienta, porque la abstracción necesaria al estructuralismo llega y opera sobre esa otra abstracción que encuentra ya funcionando (la estatal), que la recibe contentísima y se la morfa entre dos pancitos, dejándola a su servicio[7].


Es una cuestión política reconocer que el Estado habla en nosotres, que nos subjetivamos según sus lineamientos, para entonces poder dirigir nuestro quehacer como analistas sin reproducir aquello que rechazamos como si fuera algo que no tiene que ver con el lenguaje, que no lo toca, que no lo modifica de raíz. Importa el lenguaje como herramienta de colonización, por lo tanto importan las relaciones entre las lenguas para entender cómo quedan ubicades sus hablantes con respecto a dichas relaciones de dominación. Si pensamos “lenguaje” sin considerar si dicho lenguaje es -en donde vivimos- un lenguaje dominado o dominante, si es el lenguaje de Estado o no lo es, entonces nos sumaremos acríticamente a la corriente que fuerza a que lo diverso entre en categorías de homogeneidad, deviniendo de una abstracción que tenía su utilidad, en otra cosa (y bastante complicada, por cierto).


Cuando se formaliza perdiendo de vista lo político, se adjudica a “la estructura” procesos que son histórico-sociales y que tienen que ver con el ejercicio de violencias[8]. El estructuralismo, con su tendencia a la universalización, universaliza más de lo conveniente si no se lo limita a aquello para lo que sirve ¿De qué universalidad del lenguaje hablamos cuando la mayoría de les hablantes fueron forzados a no hablar su lengua materna y esa herencia de violencia nos habita, de distintos modos, tanto a quienes son sus descendientes como a quienes tienen más acceso que elles a la tierra?


Finalizando este intento de “homenaje crítico” a Jacques Lacan, veo que tomó más espacio la crítica que el homenaje. Creo que esto responde, al menos en parte, a que para este aniversario de su fallecimiento seguramente abunden los homenajes y falten las críticas. Sin embargo, no podría haber escrito esto sin Lacan, sin mi relación con su obra, pero sobre todo, sin mi relación contra aquellas cuestiones donde siento que no me permite pensar, porque pone en la bolsa -ya demasiado llena- de la lingüística estructural lo que va en otras, como las de la política y la epistemología. Justicia redistributiva epistémica.


Por eso: basta de traficar violencias pasándole el trapito al significante.


* Pablo Tajman

Psicólogo, trabajador de la salud y psicoanalista interesado en los modelos integradores en psicoanálisis.

pablotajman@gmail.com


Esta nota también fue publicada en Notas Periodismo Popular.


[1] Ver “Edipo Gay. Heteronormatividad y psicoanálisis” de Jorge Reitter, Ed. Letra Viva.


[2]Abya Yala es el término con que los Indios Cuna (Panamá) denominan el continente americano en su totalidad (significa "tierra en plena madurez") y fue sugerido por el líder aymara Takir Mamani, quien propone que todos los indígenas lo utilicen en sus documentos y declaraciones orales, pues ‘llamar con un nombre extraño nuestras ciudades, pueblos y continentes equivale a someter nuestra identidad a la voluntad de nuestros invasores y a la de sus herederos’” (https://repositorio.flacsoandes.edu.ec/handle/10469/14969)

[3]Es importante notar que, para que se entienda, necesité escribir “lengua mixe” y “alemán”, en lugar de “mixe” a secas y “lengua alemana”. El pueblo mixe es uno de los pueblos “originarios” que habitan en México, se ubica al noreste del estado de Oaxaca.

[5] Me importa aclarar que esta complejización es fundamental y necesaria, pero no suficiente para nuestra práctica. Las diferencias oposicionales que trabaja el estructuralismo no cubren todo el campo de la clínica ni aun complejizándolo de esta manera. Si queremos poder trabajar con lo lúdico que Winnicott conceptualiza en sus trabajos sobre lo transicional, es necesario usar la lógica paradojal y las diferencias no-oposicionales (Derrida). Estas últimas no pueden ser aprehendidas por lo lógica de lo estructural y sin embargo son una parte importantísima de toda subjetividad. En la clínica esto resulta imprescindible especialmente cuando se trabaja con las llamadas situaciones fronterizas del psicoanálisis. Se trata de aquello a partir de lo cual se funda lo que la mayoría del lacanismo piensa como estructuras dadas.

[6] Ya prácticamente no hay trabajos, perdón, papers, en matemáticas, física, química, biología y tantas otras disciplinas que no se escriban y publiquen directamente en inglés, lengua particular que tiende a devenir lenguaje universal (habiendo sin embargo otras lenguas colonizadoras, pero no son las que ganaron las batallas del último siglo).

[7] También estoy diciendo que la historia de luchas entre pueblos dominados y el Estado genera estructuras que después se repiten por sí solas generando identidades estabilizadas y autoreproducidas (como “trabajador” en “el trabajo dignifica”). Uso adrede el término “estructuras” en lo anterior porque considero que las estructuras “psíquicas” y las “sociales” no son entidades claras, distintas y sin superposiciones. Justamente, las pienso como diferencias no oposicionales.

[8] Agradezco a Juan Pablo Pulleiro que me hizo notar esto.


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