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El pensamiento técnico: un modo de (re)politizar lo inconsciente

Actualizado: 20 abr 2023



La conexión en psicoanálisis entre técnica y política está borrada, quedando ubicado como abstinencia lo que es una política conservadora afín a la reproducción de nuestras democracias (violencias estructurales incluidas) y un quehacer clínico que no ve los límites de su campo de aplicación, por lo que herramientas útiles devienen adaptacionistas al salirse de él sin registrarlo, forzando lo que es capaz de contener.



por Pablo Tajman*


Qué difícil parece ser darle un lugar al psicoanálisis. Mi impresión es que la tendencia es a que ocupe todo, a que alcance para todo o, por el contrario, parezca que hay que descartarlo, que no hay que darle lugar alguno. Lo más arduo es que pueda tener un lugar desde el que hacer con y desde el que hacer entre. Quizá importe, aunque no alcance, pensar siempre al psicoanálisis como los psicoanálisis, lo que conlleva posibles vínculos entre los mismos.


Considero que el -cada- psicoanálisis no funciona cuando habla como si supiera acerca de situaciones sobre las que no se da un modo de intervención. Es importante que su decir sea siempre uno situado, para que se dé a sí mismo la práctica de ir definiendo desde dónde hace, desde dónde piensa y qué busca. Esto permite que quede claro que el psicoanálisis no alcanza ni siquiera para todas las situaciones en las que sí se propone un modo de intervenir.


Al mismo tiempo, necesita enterarse en qué mundo está. No poder hacer una adecuada descripción del mundo impide recibir, recepcionar, dar lugar a aquello que a las personas que nos consultan muchas veces les está costando hacerle lugar. Las violencias suelen ser un ejemplo central de ello. Tendemos a rechazarlas, a darlas por no ocurridas, principio del placer mediante -o mejor, principio del rechazo del displacer mediante- del que el psicoanálisis no está excluido por postularlo.


De ahí que sea imperioso para habilitar la efectividad subjetivante de nuestra práctica poder imaginar ese mundo, hacerlo pensable sin rechazar sus violencias, para no reduplicar en el espacio clínico (muchas veces de modos sutiles y teóricamente refinados) los rechazos, destratos continuos y violencias que muchxs de quienes nos consultan ya sufrieron. Violencias que le ocurren a quienes nos consultan (y también a nosotres) con más asiduidad y virulencia de lo que el psicoanálisis ha reconocido a lo largo de su historia. Ocurre que darle lugar a ese mundo es doloroso, atenta contra la ilusión como mecanismo psíquico necesario, nos bajonea. El desafío es encontrar sentido en un mundo así. Y no estoy hablando únicamente de las violencias más explícitas y de los silencios más pesados, sino también de sus consecuencias, por ejemplo, para personas con largas historias de violencias, el llegar mucho más tarde -estoy hablando de décadas- o no llegar nunca a poder hacer experiencias de amor.


El pensamiento técnico como modo de hacer situado.


¿Qué haría falta para darle ese un lugar al psicoanálisis? Que no ocupe todo el "espacio". A mí, para practicar eso me sirve una vía, la técnica, que, según la entiendo, es un tipo de pensar y hacer que se da cuando centramos nuestros esfuerzos en cómo hacer desde el psicoanálisis en lugar de estar centralmente ocupados en qué es psicoanálisis y qué no. Es decir, se trata de un quehacer que prioriza la praxis analítica por sobre la definición de nuestra identidad, cuestión que puede llevarse a cabo si se le da un lugar importante a nuestros procesos identitarios como psicoanalistas para que puedan pasar a un segundo plano en el momento de la clínica. Considero que hay un pensamiento técnico que transforma ideas teóricas demasiado “universales” (fácilmente traducidas como receta para todes y útiles para el cuidado de nuestras fronteras identitarias) en modos de hacer situacionalmente definidos. Esto tiene como requerimiento que esas ideas teórico-clínicas tengan un campo de aplicación que no sea universal. Por ejemplo, desde el pensamiento técnico, abstinencia no es nunca satisfacer la demanda, es no satisfacerla en la máxima medida en que la situación lo permita, para también dar lugar a que ciertas cosas puedan ocurrir quizá por primera vez y resulten fundantes (neogénesis, en la terminología de Silvia Bleichmar), pero que al mismo tiempo haya que buscar la satisfacción en la vida y no en el análisis.


Todo concepto pasado por este pensamiento técnico encuentra un hasta dónde al verse limitado por algún otro concepto. Abstinencia y neogénesis se limitan mutuamente, son operadores clínicos que se regulan entre sí por medio del preguntarnos en la situación en la que estamos participando cuándo se trata de la necesidad de que algo ocurra por vez primera (buscando que quede fundado como posibilidad) y cuándo hay una demanda dirigida hacia el análisis que no debe encontrar su lugar ahí, para hacerla pensable y que pueda encontrar otros cauces. No es lo mismo que algo esté inhibido, reprimido o inclusive rechazado, que el que no se haya dado nunca porque no se han logrado hasta el presente las condiciones subjetivas necesarias para su fundación. Es necesario insistir en que hay cosas que necesitan darse por primera vez en un análisis para después poder ir a buscarlas fuera del mismo. Abstenerse de eso no es abstinencia. Abstinencia es no dejar fijado en el análisis algo que podría darse en la vida (luego de entender qué dice al aparecer en el análisis), ni desconocer cuándo no ha sido fundado y entonces permitir que surja ahí pero para que vaya para otro lado, con otras personas.


Algo parecido podría decirse de la búsqueda de diferenciar en cada situación entre resistencia e imposibilidad, para que los ejercicios subjetivantes de un análisis no devengan exigencias superyoicas cumplibles solo por sobreadaptación, ni el espacio devenga un lugar cálido que no transforma nada. Ni pedir de más, ni juntarse a tomar el té con masitas. Y a no dudar de que desde la idea de responsabilidad subjetiva, decirle a alguien que no le está dando lugar a algo, que lo rechaza, es pedir algo, lo cual no es algo malo en sí. Pero cuando ese “algo” es del orden de la imposibilidad (situada en un ahora, en estas condiciones), muchas veces se requiere de un trabajo de reconocimiento “ambiental”, situacional, un registrar en qué “mundo” vive esa persona o personas y qué mecanismos de supervivencia se adoptaron, para desde allí permitir una búsqueda de otras condiciones concretas que permitan otras posibilidades. Mal dicho, sería entender que el trabajo es principalmente un reconocimiento de lo que ocurre en el “afuera”. Pensar esto en términos de responsabilidad subjetiva supone una resistencia por parte del analista, por entender que es su paciente quien debiera asumir su participación activa en el asunto. Esto coincide en muchas oportunidades con lo el paciente mismo supone que ocurre, que lo que no logra cambiar es porque se “autosabotea” y, justamente, lo que no está pudiendo es reconocer unas condiciones imposibilitantes, por lo que el movimiento de análisis requiere de ir para el lado contrario al de la responsabilidad subjetiva, reconociendo, por retomar nuestro ejemplo, situaciones de violencias sutiles (o no), crónicas y no identificadas. No es lo mismo necesitar asumir que por no poder reconocer algo doloroso se maltrata a alguien (aunque se lo justifique con argumentos muy “racionales”), que hacer lugar a que frente al dolor de ser maltratado se ha dejado de reconocer el maltrato que se recibe. Si bien puede entenderse que ambas situaciones pueden pensarse en el campo de la responsabilidad subjetiva, para ello el concepto debiera devenir bidireccional, es decir, no sería solamente ¿Qué parte tienes en aquello por lo que te quejas? sino también ¿Qué es lo que hace que no reconozcas los maltratos que sufres? (Siempre me resultó gracioso que este tipo de preguntas las escribamos con un grado de formalidad que, al menos yo, no uso con mis pacientes).


Esta lógica que vengo desarrollando modifica lo que se suele entender por sujeto. No trabajamos con la totalidad de la persona, ni de su inconsciente. Hay algo que nos reúne para un análisis, algo que tendremos que intentar ir entendiendo entre quienes participemos de ese espacio. Como el tiempo de vida es limitado, un análisis es una oportunidad a no desperdiciar. Por eso, para el pensamiento técnico, la asociación libre es segunda con respecto al sujeto que vayamos pudiendo construir. Otro modo de decirlo es que el sujeto tiene prioridad por sobre la asociación libre. Mi impresión es que nuestro “cuento” técnico está mal contado desde el principio. Esa historia sobre técnica se llama regla fundamental del psicoanálisis y hace falta “rectificarla”. La regla fundamental no es -o no debiese ser- diga lo que sea, sino diga lo que sea con respecto a lo que le trae por acá, incluso si no entiende bien qué es. Es decir lo que sea, pero no sobre cualquier cosa. Es Karl Abraham en el año 1919 quien por vez primera, hasta donde sé, indica que la asociación libre puede funcionar como resistencia[1], si bien su planteo no despeja con respecto a qué escuchar las asociaciones del paciente ni con respecto a qué evaluar desde dónde estamos escuchando. No es lo mismo escucharlas con respecto a lo que vayamos construyendo como razón de análisis según la propuesta de Silvia Bleichmar, que con respecto a lo que sea. Habrá que esperar a Lacan para tener una noción de sujeto que nos dé un desde dónde escuchar e intervenir. Y como toda escucha tiene un desde dónde, la noción de sujeto también habilita un desde dónde juzgar ese desde dónde que elegimos -o que se nos impone- para que la escucha sea posible.


Hay una razón de análisis que va más allá del motivo de consulta, buscando siempre su asunto en el recorrido clínico. Entonces sujeto y persona no se superponen plenamente. La razón de análisis nos da nuestro campo de intervención, no abarca a la persona en tu totalidad y al mismo tiempo la excede. Por eso, a veces un sujeto de análisis implica a más de unx consultante, por lo que la forma que vayamos a darle al dispositivo depende de la forma que vaya tomando el asunto en cuestión. De ahí que entender a los dispositivos como formatos fijos sea contradictorio con esta idea de sujeto. Es por eso que a veces elijo no nombrar a nadie como el, la, le paciente y propongo que el espacio sea para tratar la situación, por lo que quienes estarán involucrados en dicho tratamiento serán aquellos a quienes la situación implica.


Esta idea de sujeto, situado, supone un quehacer analítico particular y desde Winnicott podemos entender que el jugar que se hace necesario en dicha situación es más importante que de qué jugar se trate. Por eso hay situaciones clínicas donde es importante largar la asociación libre y encontrar otro jugar más apto para abordarlas. En consecuencia, a veces la palabra perderá su prioridad como medio de acceso, no así su importancia porque el pensamiento técnico ocurre haciendo uso de ella (y de imágenes, sensaciones, etc.) durante nuestro pensar y sentir en sesión. A veces hará falta que ciertas cosas ocurran para que eso que nombramos como decir tenga lugar. El jugar en la clínica de adultes es aquello mediante lo cual nos aseguramos de que el decir implique un hacer (Juan Carlos, está buenísimo todo lo que te dijo tu analista en estos años, pero igual seguís sin poder salir de tu casa, che…)


Este modo de trabajo supone la imposibilidad de ser un iano (“¡Yo no soy ningún ano!”, decía Ulloa): no se podrá ya ser lacaniano ni winnicottiano ni ningún otro iano, porque no se puede seguir creyendo que eso resulte suficiente, dado que desde un hacer que busque resultar psicoanalíticamente efectivo no nos sale seguir prestando creencia a que un único autor alcance, no se puede consentir a que ocupe todo el espacio de aquello que nos permite hacer lo necesario para que un análisis ocurra. Se trata de recuperar las mamushkas necesarias para pensar: no conviene que ni un autor ni un dispositivo único ocupen todo el espacio de los psicoanálisis, ni que los psicoanálisis ocupen todo el espacio del pensamiento crítico (y el lobo no quiere salir de ahí…)


Entonces, desde estas consideraciones, no será posible identificar de modo exclusivo al psicoanálisis ni con un único autor, ni con un único dispositivo, ni con ese decir tan particular que involucra a ese inconsciente de las formaciones del inconsciente (que no abarcan ni agotan todo su campo). Hará falta dar lugar a tantas otras cuestiones como, por ejemplo, cuando el único modo de recuerdo es un modo de hacer que no es pasaje al acto ni acting out, sino recuerdo en acto. Es lo vivido no experienciado en el intento de poder, ahora sí, ser subjetivado al mismo tiempo que se lo rechaza por el sufrimiento que produce. Aclaremos que lo rechazan les pacientes y lo rechazamos les analistas y de ahí la dificultad de nuestra práctica. Lo que vengo desarrollando no es una propuesta universal que reemplaza a otra, cada quien, en esa intersección de autorxs y modos de practicar que necesitamos armarnos, inevitablemente dará prioridad a ciertas cuestiones por sobre otras, pero resultará obvio por la necesidad de esos armados diversos que la visión de la monobiblioteca no alcanza.


Hacer un esfuerzo por no ser un analista de consultorio, aunque se trabaje allí, en el sentido de no creernos tan “independientes”. El psicoanálisis como institución nos determina, y no existiría bajo el modo en que existe si no hubiese entregado su potencia de denuncia de violencias sistémicas (Freud denunciando los abusos intrafamiliares en la década de 1890) a cambio de su validación y permiso de existencia institucional tal como la conocemos[2]. Esto implica que hemos “firmado” una cláusula implícita en nuestro “contrato” de origen, que funda nuestra identidad profesional a partir de la validación que recibimos de la sociedad que nos alberga, acuerdo que supone reproducir algunos de sus impensables (a cambio de lo cual nos permite hacer pensables algunos otros de ellos, pero no todos los que un pensamiento crítico necesita). Uno de esos impensables que reproducimos toma la forma de ceguera ante las violencias. Freud no viendo el abuso sobre Dora es un ejemplo que no por repetido logra el derecho de ciudadanía que merece.


El monodispositivo y la monobiblioteca, es decir, las lecturas de la obra de Freud-Lacan, algunas de sus referencias y poquito más, enraizadas en la idea de que psicoanálisis es igual a dispositivo “individual”, fuerzan a identificar al inconsciente (y a lo inconsciente) que puede actualizarse transferencialmente con aquello que se pone en juego cuando se consulta en nombre propio (que es lo que suele ocurrir en el dispositivo “individual”) y que, entonces, tiende a ocupar todo el lugar de lo que se entiende que puede darse en un análisis. Sin embargo, es bastante fácil comprobar que son otras cuestiones las que se ponen en juego, otras las cosas que ocurren en un análisis cuando se consulta como padre, madre, pareja, familia, grupo de trabajo, institución (o cuando en lugar de ir junto a les otres integrantes de un grupo de trabajo, una familia o una institución, se consulta “individualmente” pero como integrante de los mismos) e inclusive cuando no se consulta a unx profesional sino que ese sufrimiento se trata en un grupo de pares, usuarios, etc.



Vincular técnica y política.


Desde este modo de pensar y trabajar, es importante que quien conduzca un análisis pueda pensar en dispositivos situacionales que se van transformando con la situación. Dispositivos que, por ejemplo, podrán incluir a otres significativos en algún momento del recorrido cuando se requiera ese efecto sobre el decir que dichas presencias producen. Esto supone que clínicamente no conviene pensar que somos personas que cumplen distintos roles según el vínculo del que se trate, sino que “somos” situacionalmente, “somos” nuestros vínculos y por eso es importante ver qué motiva la consulta, qué red de relaciones toca ese asunto, porque no “somos” lxs mismxs como xadres que como trabajadorxs, por eso consultar desde uno u otro lugar cambia significativamente aquello sobre lo que se dice. Y hablar sobre eso incluyendo a un vínculo en vez de solo a mi analista, también lo cambia.

¿Será que no poder ir transformando los dispositivos situacionalmente va de la mano con no poder imaginar otros modos para los dispositivos de pareja, sexualidad, crianza, trabajo, estudio, no poder imaginar otros modos del habitar los barrios y las instituciones, distintos a los conocidos? ¿Será que lo que no puede transformarse del dispositivo analítico no puede transformar aquello por lo que se lo busca?


Considero que tanto algunos activismos como otros campos del saber pueden abrirnos los ojos en estas cuestiones. Pero antes de desarrollar eso, quisiera dar lugar a una pregunta: ¿Por qué lo que estoy diciendo sería una vía para politizar lo inconsciente? En realidad, es más bien una vía para no seguir “despolitizándolo”, porque lo inconsciente siempre fue político. Solo ahogándolo mucho es posible que parezca otra cosa y funcione al servicio de una política en particular. Hay que generar mucha fidelidad de pensamiento para resultar tan monógamos. La sexualidad polimorfa (perdamos el “perversa” por el camino sin olvidar cuánto sufrimiento produjimos) es profundamente transformadora. Solo con una versión policial del Edipo, que la dome, es posible ponerla en vereda. Se trata del esfuerzo de no despolitizar para que los psicoanálisis conservadores se muestren como tales y que los psicoanálisis que buscan transformaciones en tal o cual sentido puedan ir trabajando sus contradicciones y entrar en conflicto con aquellos.


Pero, ¿por qué esto que digo sería una vía para -entonces- no “despolitizar” lo inconsciente o mejor, para remover algo de la “despolitización” de lo inconsciente que deja a lo conservador en tanto universal “apolítico” como ideal para el psicoanálisis? Pienso que puede resultar así porque busca hacer lugar a que con el psicoanálisis no alcance, al mismo tiempo que busca devolverle un lugar a los psicoanálisis entre las teorías críticas. Busca que se nos hagan necesarias -que se nos vuelvan imprescindibles- otras formas de pensar y de hacer con lo inconsciente, formas de hacer y pensar que están más desarrolladas en otros campos, por ejemplo ciertas antropologías y ciertos activismos. Elijo estas dos porque son las que se me han vuelto imprescindibles porque esas antropologías muestran y hacen pensable que es posible vivir de otros modos y porque esos activismos generan formas colectivas de modificar los modos en que vivimos.


Es decir que, sin un diagnóstico adecuado del mundo que reproducimos en conjunto y sin ideas de que hay posibilidades de hacer otros mundos y de que hay modos de transformar el que hacemos, no hay decir psicoanalítico que no sea reproducción de lo existente (a veces logrando algún espacio un poco más creativo para quien consulta, pero solo a veces y tímidamente, porque se mueve dentro de las instituciones ampliadas tal cual las conocemos).


Lo desarrollado hasta acá busca empezar por no desentendernos de las recurrencias en las consultas, de tal modo que seguir atendiéndolas una por una, sin más, sin pensar qué intervenciones en otros niveles se hacen necesarias al armar la serie, se muestre como la complicidad que es (sea voluntaria o involuntaria). Un buen ejemplo son las violaciones intrafamiliares contra niñes, quizá ahora desde el psicoanálisis se las reconozca más como realmente ocurridas pero aun sin poner en relación a una con otra, lo que permitiría entender algo de la violencia estructural del patriarcado colonial capitalista en el que funcionan nuestras sociedades (y los psicoanálisis). ¿O realmente creemos que en sociedades así se le permitiría a una práctica existir como profesión si realmente las pusiera en cuestión? Poner en relación a las sucesivas consultas que tienen hechos de violencia gravísimos en su centro nos podría llevar a vernos obligadxs (¡por fin!) a revisar nuestras bases teóricas, como por ejemplo lo insostenible de la versión lavada de prohibición del incesto tal cual la solemos pensar, si es que le damos lugar a textos como Arqueología de la violencia de Pierre Clastres para mostrar las violencias que quedan invisibilizadas en la teoría levistraussiana del intercambio (de bienes, de palabras y de mujeres). Este es otro tema que merece un desarrollo aparte.


Trabajar con dispositivos situacionales para pasar de las diferencias oposicionales (propias del estructuralismo, diferencias que buscan garantizar ciertos modelos de identidad) entre, por ejemplo, militancias y saberes profesionales, a diferencias no-oposicionales que propongan modelos identitarios menos territoriales.


Estoy planteando una vía de politización posible y también uno de sus posibles modos de llevarse a cabo, con mucho interés en saber cuáles les están sirviendo a otres y cómo podemos potenciarnos mutuamente, de ahí que este artículo, junto con otros ocho, forme parte de un dossier en Revista Froi sobre el tema.


Si, como plantea Michael Mann en El lado oscuro de la democracia, hay una relación necesaria entre distintos grados de exclusiones del "otro" que "Nosotros, el pueblo" genera, en un gradiente que va desde estrategias de asimilación cultural e idiomática, pasando por emigraciones forzadas hasta llegar a los exterminios genocidas, entonces el Holocausto o el genocidio Armenio no son interrupciones forzadas de nuestras democracias sino las consecuencias más brutales de las modernizaciones que las fundan. Es importante tener en cuenta que las democracias formateadas según el modelo de un Estado-Nación industrial suponen un grado muy alto de homogeneidad “étnica” y, como eso no existe a esa escala, hay que “producirlo”, cuestión que se llevó y se lleva a cabo de los modos más violentos imaginables.


Por lo tanto, ¿cómo es que parecemos tan seguros cuando hablamos de “el inconsciente” como algo existente en todo tiempo y lugar? ¿Se puede hablar de “inconsciente” por fuera del inconsciente de las democracias occidentales modernas que son las que condicionan sus posibilidades de fundación? ¿No sería eso de una ingenuidad equivalente a suponer, como decíamos, que las violencias genocidas son solo perversiones de nuestras democracias, que las interrumpen, que son externas a ellas en lugar de uno de sus productos? ¿Cómo sería un psicoanálisis que no rechace esa violencia fundante y permanente en el “desarrollo” de nuestras sociedades? Esa escalada no ha terminado, siendo que en menos de tres siglos hemos logrado poner a nuestro ambiente en condiciones de colapso inminente, por lo que suponer una continuidad entre la modernidad y los tiempos anteriores es un error sociológico, antropológico e histórico. Jean Pierre Dupuy propone una reformulación de lo que entendemos por revolución a partir del pasaje de la alarma ambiental de los setenta del siglo pasado (cuando aún era posible evitar el colapso ambiental) a la necesidad de una reducción de daños de lo que ya está en marcha (que requiere empezar por aceptarlo, por hacerle lugar, duelo mediante): “…La acción política debe hoy pensarse en la perspectiva, no ya de la revolución por realizarse, sino de la catástrofe por evitar…”, (entendiendo que lo evitable es algún grado de ella y no ella como un todo).


La política, entre otras cosas, está constituida por las formas de transformar, conservar o restaurar los modos en que vivimos o hemos vivido. La técnica en psicoanálisis, también entre otras cosas, implica los modos de hacer que buscan transformar, conservar o restaurar lo que a quien (o quienes) consulta se le impone como asunto a trabajar. Su conexión no suele ser evidente. Sin embargo, desde una posición conservadora, por más abstinente que se intente ser, costará no rechazar, costará dar lugar a transformaciones como las que se vienen dando en las situaciones de pluriparentalidad y, por el contrario, desde una posición que entiende imprescindibles y urgentes las transformaciones en nuestros modos de vivir, habrá que hacer un fuerte trabajo de abstinencia con consultas que no salen de marcos de pensamiento muy adaptados socialmente. No hay escucha abstinente del deseo como punto de partida, solo la hay como horizonte de un camino que en su recorrerse toma en cuenta sus determinaciones para hacer el ejercicio de abstenerse -o no- de ellas. Así como el sujeto situacionalmente entendido le marca la cancha a la asociación libre, la posición política es determinante con respecto a qué abstinencia será necesaria ensayar en los dispositivos clínicos que llevamos a cabo. En nuestras intervenciones públicas (por más modestas que sean) en nombre de algún psicoanálisis, dicho ejercicio de abstinencia necesita ser practicado de otra manera que en la clínica, porque ya no se trata de una situación clínica sino de la recurrencia de nuestras experiencias clínicas y su teorización en el situar la relación de ese psicoanálisis con respecto a un modelo de sociedad en particular que se querrá o no se querrá conservar.

Dar lugar a las violencias que nos constituyen socio-políticamente requiere de más herramientas que las que los psicoanálisis pueden ofrecer, pero, pienso que es más lo que puede lograrse si se los incluye, justamente porque son un campo del saber sobre las modalidades del rechazo y sobre lo que tendemos a rechazar cuando más urgente nos resulta aceptarlo y modificarlo (esto vale para los psicoanálisis no conservadores). Y porque los psicoanálisis resultan más potentes cuando se saben no alcanzando, quedando entonces en condiciones de aliarse a otros saberes y prácticas, es que se hace necesaria la conexión entre técnica y política. Valga para esto el ejemplo dado sobre la abstinencia y su versión más difundida, esa que supone que abstinencia es decir que no, que viene de la mano con las políticas más conservadoras, que suponen que nuestras instituciones ampliadas están bien como estaban (rescate nostálgico del padre/pasado, mediante). Practicar y pensar a los psicoanálisis reconociendo el mundo violento en que vivimos -haciéndole lugar en nosotres, aunque duela- para que sea ineludible que se comprometan en su transformación y ya no en su defensa velada.

[1] Agradezco a Jorge Reitter por esta indicación y por la forma que tomaron algunas ideas del texto en conversaciones que tuvimos. [2] Esto requiere de un desarrollo aparte. Un punto de partida posible está en el texto “Abuso sexual contra menores: Violencia de la desmentida” escrito por Isabel Monzón en http://www.enigmapsi.com.ar/menoresabusados.html



*Trabajador de la salud y psicoanalista. pablotajman@gmail.com



El pensamiento técnico. un modo de (re)politizar lo inconsciente
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