Del encuentro con un artículo de León Rozitchner, pasando por ubicar los efectos de lo hegemónico en el psicoanálisis, hacia un sueño despierto de un empezar a contar de nuevo del que el autor espera que haya psicoanálisis creativos y ligados a la historia que no queden fosilizados en la era anterior.
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El psicoanálisis, después de más de 120 años de historia, no es un campo unificado, tiene corrientes principales y otras marginales. Tiene corrientes muy minoritarias pero muy interesantes, otras muy mayoritarias aunque no sean tan interesantes y también pasa al revés.
Al igual que ocurre con la música popular, hay corrientes que se merecen la fama que tienen porque permiten pensar de modos diferentes y hay corrientes que tienen la fama que se merecen porque permiten mantenerse no pensantes, envueltos, calentitos. Si bien no abogo por que pasen King Crimson a las cinco de la mañana en un casamiento, no supongo que la efectividad indudable de La Nueva Luna vaya a ampliar la imaginación y el horizonte (sonoro) de nuestro tiempo, aunque no niego el placer de esa “hipnosis de masas”.
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Pensaba en por qué un artículo como “La subjetividad y los modelos históricos de sus ideales” de León Rozitchner no entra en el psicoanálisis. Porque cuando me encuentro queriendo escribir lo que ya está escrito, paro. Paro y me pregunto: ¿Por qué los “objetivos de investigación” de nuestras instituciones no están basados en artículos como este, que sí los hay?
No se los voy a contar, más bien les invito a leerlo, pero sí les digo que es un texto donde el psicoanálisis y el psiquismo no pueden pensarse operando al margen de los eventos más importantes de la historia, como -lamentablemente- ocurre en las principales corrientes psicoanalíticas. Esto puede verse de un modo bastante práctico a partir de su lectura, que trabaja los efectos sobre la conformación del psiquismo del paso de las religiones politeístas grecorromanas al monoteísmo judío, primero, y al monoteísmo cristiano, después, no pudiendo entonces sostenerse -sin demostración previa- un Edipo universal, es decir, presente en todo tiempo y lugar.
Es un texto donde la lógica del cristianismo y sus abstracciones idealizantes e imposibilitadoras de lo sensible (como la “madre virgen”), pero sí altamente posibilitadoras de la lógica de la acumulación por la acumulación, no quedan desconectadas de la colonización (empresa cristiana si las hay), de la racialización (base fundamental de la colonización) y del empuje fundamental que todo esto implicó para generar la etapa de patriarcado más feroz de la historia.
Es un texto, entonces, donde todo lo mencionado no puede, ni “logra” quedar por fuera de un psicoanálisis que sea merecedor de tal nombre.
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¿Por qué será que la tendencia mayoritaria del psicoanálisis hegemónico es operar al margen de la historia, como si ella no fuera más que las variaciones contingentes de una estructura única? “Porque hay lenguaje” -se suele enunciar- entonces tal cosa sucede, siendo “tal cosa” prácticamente cualquier fenómeno que incluya al “sujeto”.
Quizá, entre otras muchas cosas, no hayamos salido de los proto-orígenes del psicoanálisis: la hipnosis, que, más allá de la técnica del péndulo y para lo que acá interesa, nos remite a los efectos de dominio y obediencia institucionalizada que también pueden aplicarse a los ejércitos y a las religiones como fenómenos de masas, tal cual Freud mismo relacionó.
No hablo de que actualmente nos esforcemos en hipnotizar pacientes sin usar un péndulo (aunque estemos menos exentos de ese riesgo de lo que solemos creer), pero sí de que no reconocemos que caemos en agrupaciones hipnoides, auto-hipnotizantes, donde se sigue a un maestro-general-sacerdote.
Aún los que no pertenecemos -o ya no pertenecemos- a dichas instituciones, no podemos del todo entender y/o aceptar la lógica que rige en el psicoanálisis hegemónico, y tendemos a formar pequeños oasis en los que se puede pensar, que operan al margen, que nos mantienen vivos, pero que no suelen sobrevivir la prueba de agruparse en conformaciones mayores que puedan darse objetivos de disputa del poder “soberano” de ese psicoanálisis, como si esa batalla -y también el mundo- estuviese perdida, ¿tendrá que ver con que aún no hemos podido imaginar otros horizontes de liberación después de aquellos asesinados en los setenta?
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Sabemos que el triunfo de esta etapa del capitalismo avanzado no sólo se logró a sangre y fuego, apilando cadáveres y escondiéndolos, sino principalmente por el asesinato de modos colectivos de soñar, donde otros modos de la sexualidad o del sonido -¿hace cuántos años que no escuchamos un disco de rock que nos sorprenda?- eran posibles.
Este, el hegemónico, es un psicoanálisis melancolizado que se alimenta cual vampiro de nuestra necesidad de calor, de abrigo frente a lo que no comprendemos de nosotres y del mundo, que gana terreno en darnos la seguridad de la simpleza, empequeñeciendo el mundo, en lugar de las herramientas para poder estar un poco más a la intemperie. Más allá de nuestros pequeños grupos-oasis de pensamiento y de nuestros esfuerzos por hacer algo distinto, les analistas vivimos en ese psicoanálisis auto-hipnoide que viene ganando las manijas del campo psi argentino hace décadas.
Pero hay unas chicas y otres que están ayudando a soñar y vivir otros modos del cuerpo sexuado con el progresivo desmontaje de la fábrica del género, otros modos de lo que entendemos por pareja (trieja -o “pareja de a tres”- y diferentes modelos a experimentar), de lo que entendemos por familia, cada vez menos ligada a la sangre y la herencia y todavía no de lo que entendemos por trabajo -aunque sí se ha logrado un avance con respecto a lo que nunca fue reconocido como tal-, pero eso también es posible y está siendo soñado.
Claro, no es que estos proyectos con los que todes estamos entrando en contacto o rechazando, pero difícilmente quedando iguales -o más flexibles o más fachos, parecen ser las opciones- no tengan sus riesgos de rigidización, pero al menos tienen riesgos.
¿Cómo salir de un psicoanálisis melancolizado, auto-hipnoide hasta abolir su creatividad pensante? ¿Y si ubicamos artículos como el de León y les damos su lugar? ¿Y si les damos su lugar entre varies que no pensemos igual? El psicoanálisis hegemónico no es mayoría, simplemente están mejor unidos en producir la fragmentación de los demás psicoanálisis posibles. Nuestro desafío es con esa fragmentación.
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Tuve un sueño despierto el otro día: ¿Y si empezamos a contar de nuevo? ¿Y si aC/dC pasase a ser “antes del Coronavirus/después del Coronavirus” en lugar de “antes de Cristo/después de Cristo”? (sin sacarle su lugar a la mejor banda australiana de Hard Rock de la historia hasta acá, por supuesto) ¿Y si el año que viene fuese el año 1 dC (después del Corona) en lugar del año 2021?.
En psicoanálisis sabemos que la temporalidad no es lineal, no sólo porque desde el presente resignificamos el pasado, sino también porque desde nuevos reposicionamientos en el presente cambiamos el pasado en sus efectos sobre el presente, en el sentido de que un hecho se compone no sólo por lo objetivamente ocurrido sino también por cómo estamos posicionados en relación a él.
“No volver a la normalidad” como lema político de estos tiempos implica modificar tanto lo micro como lo macro, tanto las prácticas cotidianas de nuestra vida -sean las de alimentarnos, de entramar con arte, de vincularse- como en relación a los modos de producción (de alimentos a gran escala, por ejemplo), a generar diferencias en el Estado (como la separación de la iglesia de dicho Estado, la aplicación efectiva de la ley de identidad de género) y continúen ustedes la enumeración.
Para el intento de empezar a contar lo nuevo, ojalá no dejemos al psicoanálisis al margen de la historia.
* Trabajador de la salud y psicoanalista
Nota publicada originalmente en Notas Periodismo Popular.
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