A partir de su experiencia clínica y tomando un breve video como movilizador, Eduardo Smalinsky nos propone repensar una cuestión central para el psicoanálisis: la construcción del sí mismo.
*por Eduardo Smalinsky
Me ha impresionado un video que puede verse en youtube, se llama "The mirror", fue realizado por un sector de las naciones unidas que lucha contra el sida y sintetiza en poco más de dos minutos muchos de los problemas y las cuestiones que se plantean en el plano del reconocimiento, de la autopercepción y de la percepción. Aunque en lo manifiesto no parece aludir a un problema cercano al psicoanálisis, creo que ubica una cuestión central que los psicoanalistas tenemos dificultades para pensar.
El video parece transcurrir en la India, por algunos elementos culturales como la música, la vestimenta, y algunas marcas que se hacen en la piel.
En el comienzo, está la abuela con la madre que remonta en una terraza un barrilete con entusiasmo y le ofrece a su hijo participar en ese "remontar vuelo". Al hijo de unos 8 años no parece entusiasmarle esa propuesta, manifiesta un aspecto levemente triste y/o aburrido. La madre le propone que vaya a jugar y él se dirige a otro espacio de la casa retirado de sus mayores, pero también próximo a ellos.
Se lo ve frente a un espejo donde se mira, es un lugar que pertenece a su madre, sonríe, se pinta los labios, se coloca ese punto en la frente propio de la cultura femenina india, algunas pulseras y anillos coloridos y un amplio pañuelo que lo lleva a bailar de un modo muy alegre y espontáneo con una música muy vivaz de fondo. Se la ve feliz ahora, a una niña que un tanto a escondidas de sus mayores puede dar rienda suelta a su imaginación y a su capacidad de jugar que se despliega con mucho entusiasmo.
De repente aparece su madre y su abuela, se detiene la música y la escena se transforma, en vez de ver a una niña feliz jugando, se ve a un niño avergonzado y "descubierto" de un modo sorpresivo por su madre y por su abuela. La música, el jugar y la alegría se suspenden y se produce un cruce de miradas entre ese niñx y su madre y abuela que representan a una tradición. A la madre se la nota consternada, encontrándose con una sorpresa en cuanto a que ese niño triste podía manifestarse como una niña alegre y vivaz, y ante ese movimiento pasan unos segundos, eternos, en que los espectadores nos preguntamos qué sucederá.
La madre mira a la abuela, y responde haciendo lugar a esos gestos espontáneos con los que se encontró. Toma el pañuelo que se había caído y lo vuelve a colocar en la cabeza de ese hije, la música vuelve a sonar, la toma de las manos y continúa el jugar, la danza y la alegría.
La frase final es "Miremos a nuestros niños como ellos necesitan ser mirados".
Este final, con un enorme ahorro de palabras, transmite un mensaje muy interesante. Desde una perspectiva psicoanalíticamente clásica pensamos que la constitución psíquica se produce por una precipitación imaginaria, es decir, por una alienación al deseo del otro que ha sido desarrollado a partir del estadio del espejo. Nos identificamos y unificamos en una imagen que puede aparecer tanto en un espejo como en el reflejo que produce la mirada de un otro primordial. Sin embargo, aquello que concebimos como identificación, no se da de un modo lineal y sincrónico, ni tampoco está determinado exclusivamente por lo que es pensado como estructuración edípica. Silvia Bleichmar, entre otros psicoanalistas, señala que hay identificaciones que se producen en los primeros dos años de vida, y que tienen un enorme peso en lo que llamamos identificación de género.
Al respecto D. W. Winnicott escribe sobre lo que llama presentación de objeto, que son los modos en cómo el otro primordial le presenta el bebé no solo al mundo, sino también a sí mismo. Describe los modos en que puede desarrollarse o no el sí mismo. En el caso de que haya una conexión adaptada por parte de los otros primordiales, habrá un despliegue de los modos de existir de ese sí mismo. En el caso de que esta conexión y adaptación del ambiente no se sostenga, se producirá un rechazo de los gestos espontáneos, y habrá un acatamiento, con el desarrollo de un falso sí mismo y una progresiva disociación psíquica. Esto se instalará, pero estará a la espera de la oportunidad de que esos gestos espontáneos sean aceptados, encuentren su lugar como modos de existencia.
Es decir que cuando un niño, o una niña juegan de un modo que no coincide con el género que se le asignó al nacer, están explorando e investigando otros modos de existir y también están comprobando, a través de la mirada de los otros, hasta donde esos gestos, de creatividad y espontaneidad, tienen lugar.
Esto no significa que los adopte como definitivos, ni que los rechace, sino que pueda seguir jugándolos para poder ir definiendo, aunque sea transitoriamente, cómo quiere seguir existiendo.
Por eso cuando hablamos de que el género puede estar determinado por cómo nos vamos autopercibiendo, esa autopercepción no es ni caprichosa, ni tan necesariamente variable. Esa autopercepción, no es solo como nos percibimos, sino también como deseamos ser percibidos por los otros significativos, sin que ese reconocimiento por parte de los otros esté condicionado por la pérdida de una mirada amorosa. La autopercepción implica que se nos reconozca como lo necesitamos pero que sigamos teniendo el lugar afectivo que teníamos anteriormente.
Es decir que la indicación del video "Miremos a nuestros niños (no como nosotros queremos o necesitamos mirarlos) sino como ellos lo necesitan”, lo que nos indica es que lo hagamos por fuera del narcisismo parental y de cualquier otra modalidad de apropiación subjetiva.
El modo en que se va constituyendo el sí mismo no es por una precipitación imaginaria. Es por una cierta experiencia repetida de omnipotencia a lo largo de años, en que un niño pequeño crea el mundo que encuentra, de acuerdo a como se lo van presentando, y un niño va creándose a sí mismo del modo en que va encontrando un sí mismo que también está conectado al grado de adaptación de los otros a las necesidades de ese niño.
Para terminar, quisiera traer una experiencia clínica que me transmitió Cecilia Montenegro, una analista que trabaja desde hace mucho tiempo con personas transgénero, y se encontró hace años con la familia de un niño transgénero de unos 10 años. En los encuentros relataron que era una niña y desde hacía varios años esa niña manifestaba su necesidad de vestirse como un varón, jugar como un varón y hacer actividades que son comunes entre los varones. Madre y padre rechazaban de diferentes modos estas expresiones, hasta que un día una maestra de la escuela los llamó y les contó que su actual hijo la había interrogado sobre qué le gustaría ser si muriera y pudiera volver a vivir. No recuerdo qué respondió la maestra, pero sí que le pregunto qué le gustaría a ella, y respondió que si volviera a nacer le gustaría ser varón. Ella quedó sorprendida por la respuesta, pero le dijo que no hacía falta que muriera para que sucediera lo que quería y le dijo que iba a hablar con sus padres.
* Eduardo Smalinsky: Psicoanalista e investigador sobre fenómenos transicionales.
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