Navegar é preciso, viver não é preciso
- Eduardo Smalinsky
- 10 may
- 4 Min. de lectura

Por Eduardo Smalinsky
En el siguiente texto, el autor nos comparte una reflexión sobre el jugar, el vivir y lo que da sentido a una vida.
Reflexionando últimamente sobre lo conversado en diversas reuniones que trataban sobre psicoanálisis, escritura y publicaciones, me quedé vacilando sobre qué es lo que más me interesa, lo que más me gusta, lo que más me entusiasma. No tanto porque intente establecer un ranking sino más bien para darle el lugar que le corresponde a lo que siento y considero básico, fundamental, y distinguirlo de sus efectos, consecuencias y /o subproductos.
Entiendo que esto es discutible y que cada persona puede sentir y pensar de otros modos. Sin embargo, me es importante determinar lo propio, lo fundante, más allá de que siempre es posible que mis opiniones cambien a lo largo del tiempo.
Advierto que lo más importante para mí es jugar, sé que quizás no se entienda cabalmente a qué me refiero con eso y hasta donde el jugar puede ser compatible con la vida adulta, política, profesional, familiar, afectiva etc.
A lo que me refiero es que el jugar cómo disposición, se encuentra potencialmente en la base de casi cualquier acción humana. Es decir que casi todo puede hacerse jugando en algún sentido o también casi todo puede hacerse de otros modos; modos formales, normativos, solemnes y/o falsamente serios.
Con esto me refiero a que no hay actividad humana que revista tanta seriedad como el jugar para los niños, cuando existen las condiciones para que puedan desarrollarlo. No lo sabemos del todo, porque en la medida que pasa el tiempo vamos abandonando el jugar y en algún sentido olvidamos la importancia que ese hacer tenía para nosotros.
Sabemos que el jugar acompañó la historia de la humanidad, Huizinga deja testimonio de eso en su “Homo ludens”. También sabemos que los mamíferos y otras especies desarrollan jugares, incluso más allá de sus etapas tempranas. Por supuesto que las condiciones de supervivencia y necesidad representan un límite al despliegue de esos jugares.
Volviendo a nuestra humanidad, es conocida la frase de Freud que indica que lo que concibe como salud es la posibilidad de amar y trabajar, dos modalidades por donde transita la economía libidinal, satisfaciéndose, aliviando tensiones acumuladas y ocupándose de las condiciones que intervienen en la supervivencia y en la transformación de la realidad.
Podríamos agregar al jugar como otra de las capacidades indispensables para sentirnos vivos y sanos. Pero, así como sabemos que el pensamiento moderno se constituyó separando cuerpo y mente, sabemos que esa separación metodológica no coincide con la realidad integrada de lo humano. Del mismo modo concibo al jugar no cómo una actividad disociada del pensar, del escribir, del caminar o del psicoanalizar, sino que puede estar integrada, articulada.
Jugar es lo que da sentido a lo que hago. Me interesa amar, trabajar, escribir o caminar si es jugando. Cuando digo jugando, digo cuando esas otras actividades me permiten hacer uso, sentirme activo, disponiendo de mí cuerpo, de las palabras, del movimiento y de haceres específicos de acuerdo a mis deseos y necesidades, y no de acuerdo a normas, reglas, leyes y poderes que me lo imponen implícita o explícitamente.
Por ejemplo, se puede escribir jugando, cuando cómo ahora siento la libertad de escribir algo que intuyo, que no está predefinido, ni predeterminado y además tengo el entusiasmo de hacerlo, de compartirlo. Ese es mi gesto espontáneo que ya veremos que resonancias encuentra.
Hace poco leía algo sobre las políticas del escribir. Pueden ser múltiples y diversas. Algunas buscan confirmar los saberes constituidos, consistir identidades y pertenencias.
Otras intentan imaginar mundos inexistentes, intentan hacer pensable lo inconcebible y para eso no temen inventar palabras u otros recursos. Implica el riesgo de la crítica y de la burla, pero raramente aburren.
Hay escritos académicos, eruditos, rigurosos y metodológicamente muy sólidos que adormecen a sus lectores. Tienen una función importante para transitar lo académico.
Cuando digo que el jugar puede estar asociado o no a diversas prácticas, no me refiero necesariamente a que todo debiera resultar divertido, lo cual tampoco me parece mal.
Me refiero a que cuando me dedico al psicoanálisis, intento ayudar a que una persona que no puede jugar, pueda hacerlo y para eso me es necesario encontrar el modo de ser parte de ese jugar que quizás en algún momento se transforma en compartido. Eso no quiere decir que deba entretener ni ser entretenido, pero es algo que también puede ocurrir.
Si me preguntan que es el jugar, diría que es la posibilidad de hacer uso y de crear lo encontrado en un plano ficcional. Es lo que nos hace sentir vivos e ilusionados. Eso no quiere decir que no podamos reconocer las dificultades reales y cotidianas con las que convivimos y por las que estamos afectados. Jugar significa que podemos hacer algo con ellas. También que podemos hacer algo con los otros.
Que incluso antes de cualquier acción que intente ser transformadora es necesario que podamos imaginar otros mundos, otros modos de relacionarnos, otros modos de vivir.
Jugar también es político, constituye una micropolítica que cómo el chiste freudiano nos permite hacer algo con eso que nos duele.
Quizás no resulte muy serio el ubicar el jugar como lo indispensable, quizás tampoco importe parecer tan serio.
Jugar, decía Winnicott, constituye la eterna tarea de mantener separados y a la vez unidos el mundo interno y el externo.
Por esto el jugar nos permite no quedar dominados ni por nuestra propia locura ni por lo alienante que puede resultar la cultura en la que vivimos.
Es lo que hace que la vida merezca la pena de ser vivida.
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