Una paradoja que se desprende de lo que escucho en el ambiente psicoanalítico: primero es el psicoanálisis y después les psicoanalistas, ¿o es al revés? Teniendo en cuenta el proceso dialéctico por el cual se construye el conocimiento, considero que se trata de una falsa antinomia.
Podemos asimilar una frase del tipo “Psicoanálisis es lo que practicó y teorizó Freud” con el hecho de que primero apareció el psicoanálisis (como teoría psicoanalítica) y después vinieron les psicoanalistas a practicarlo. A esto se opone la idea plasmada en la frase “Psicoanálisis es lo que hacen les psicoanalistas”, que evidentemente requiere que primero haya psicoanalistas. Pero además aquí se disputa otra cuestión que tiene que ver con la forma en que se concibe la construcción de conocimiento en una disciplina como el psicoanálisis. En el primer caso se supone que el conocimiento está basado fundamentalmente en ideas; en el segundo, se pone el énfasis en la práctica psicoanalítica.
A la pregunta ¿Qué es primero, el huevo o la gallina? no me queda otra opción que responder: El huevo. Creer que pudo haber surgido la gallina de la nada solamente podría sustentarse en una fe religiosa y está fuera de mis posibilidades. Entonces, ¿por qué sí aceptaría que haya surgido primero el huevo? Aquí vale aclarar que pienso que el huevo tampoco pudo haber aparecido de la nada. Tendríamos que explicitar de qué huevo hablamos para después entender de dónde proviene. Seguramente quienes estudian estos temas manejan hipótesis por las cuales es posible una reconstrucción filogenética que nos permita rastrear la aparición de las primeras “aves” y del huevo que hubo primero, que ciertamente es distinto del que genera las gallinas tal como las conocemos.
¿Tendríamos que apoyar la postura que sostiene que primero fue el psicoanálisis y después vinieron les psicoanalistas? El huevo que puede existir antes es un germen, una primera aproximación, un esbozo de teoría psicoanalítica. Freud en 1923 nos lo explica así: “Si tratamos de obtener una figuración gráfica, agregaremos que el yo no envuelve al ello por completo, sino sólo en la extensión en que el sistema P forma su superficie [la superficie del yo], como el disco germinal se asienta sobre el huevo, por así decir.” Y en este juego de palabras Freud ejemplifica lo que yo vengo a decir aquí casi cien años más tarde: el psicoanálisis que antecede a les psicoanalistas no es más que el huevo de ese primer antecesor común de las aves actuales. Es un primer germen del psicoanálisis, su piedra fundacional.
La trampa en la que se cae es la de suponer que pudo haber existido primero lo que entendemos actualmente como psicoanálisis. Esto supone pensarlo como algo estanco, preformado, dado. Solamente desde esta concepción del psicoanálisis como estado invariante y no como una construcción de saber que se produce en comunidad, se le atribuye una existencia previa a les psicoanalistas, que vendrían a ser quienes toman ese saber y lo utilizan en su práctica. A partir de los aportes de Piaget ya no ponemos en duda que el conocimiento se construye a partir de un proceso dinámico en el que existe una fuerte interacción (y aquí los distintos marcos teóricos pueden poner el acento en si la interacción se da fundamentalmente entre el sujeto y el medio, o entre sujetos y con el medio, en cómo concebimos al sujeto y al medio, en cómo esta interacción lleva a la construcción de conocimiento, etc.). La extrapolación de estas ideas pensadas al nivel de individuo a instancias de una organización mayor (comunidad científica) tampoco son puestas en tela de juicio (al menos en sus cuestiones centrales, que sostienen que el conocimiento se genera a partir de un proceso dialéctico, como intenté reflejar en la nota “El arte de hacer ciencia”, publicada hace unas semanas). En este sentido me resulta llamativo que muchas veces les analistas encarnen al personaje anacrónico que supone que posee una verdad revelada, inalterable y de aplicación universal, establecida para siempre por un genio único (sea Freud, Lacan, o el dios de turno).
Otra cuestión central que se produce en gran medida como consecuencia de esto último es que al validar como único “psicoanálisis” a estas primeras teorías y mantenerlas en gran medida inalteradas, se está validando simultáneamente una metodología muy cuestionable. Caricaturizando un poco (pero solo un poco): Freud analiza a algunas pacientes diagnosticadas como histéricas y a partir de allí formula una teoría general del inconsciente. ¿Es esto cuestionable? ¿Podríamos exigirle que analice a un número estadísticamente significativo de personas para generar sus teorías? ¿Cuál sería el número “suficientemente bueno”? ¿Podríamos pedirle que ponga en diálogo sus teorizaciones con la comunidad psicoanalítica? Claramente sería ridículo exigirle todo esto, ya que se encuentra en un estadio previo al surgimiento del psicoanálisis como tal (como lo entendemos actualmente). ¿Podemos cuestionar que haya basado muchísimas de sus ideas centrales en otras disciplinas, en otros pensadores? Tampoco. Ese primer huevo no pudo de ninguna manera haber surgido de la nada. Debemos reconocer su genialidad.
Entonces, ¿a qué me refiero con “metodologías cuestionables”? Cuando analizamos los textos “sagrados” del psicoanálisis los encontramos llenos de teorías que se sustentan en un abuso de la lógica inductiva (a partir de algunos casos clínicos se llega a conclusiones generales) con la complicidad de una estrategia argumentativa que envuelve y articula esas pocas observaciones con pretensiones hipotético-deductivas que no siempre siguen metodologías que puedan ser aceptadas actualmente como válidas. Por otro lado, considero que este “abuso de la lógica inductiva” al que me refiero no apunta a la cantidad de casos clínicos evaluados; cuestionar esto sería extrapolar metodologías que resultan útiles en otros campos disciplinares. Hacer esta “numerología” nos llevaría a razonamientos por demás absurdos. Por ejemplo, si consideramos que había alrededor de dos billones de personas poblando el planeta en ese entonces (entre los años 1900 y 1950) y se estima que hay casi ocho billones actualmente, ¿cuántos casos serían representativos de ese total? La crítica que hago en relación a una “base empírica” estrecha tiene que ver con muchas otras variables que hay en juego, por ejemplo el sesgo introducido por analizar casos clínicos que se circunscriben a una cierta clase social o una dada cultura, o el hecho de no tener explícitamente en cuenta que toda teorización se realiza en un contexto determinado ya que resulta imposible pensar desde un lugar abstracto.
Como resultado de esas “desprolijidades” metodológicas, en muchos casos se llega a sistemas conceptuales simplificantes que nos crean la ilusión de poder explicar toda la realidad. Esto puede ser aceptable (y hasta cierto punto necesario) en un momento fundante de una nueva disciplina, pero de ninguna manera podemos replicarlo. En palabras de Hugo Bleichmar: “No puede dejar de llamar la atención el hecho de que los psicoanalistas de las distintas escuelas tengan la convicción, sincera y profunda, de que los modelos que constituyen los rasgos distintivos de sus respectivas adscripciones les permiten entender toda la clínica sin ningún aporte ajeno a su escuela”. Y me permito agregar aquí que “la escuela” a la cual adscriben posiblemente haga pocos aportes (al menos significativos o de fondo) al modelo central hegemónico. Más bien las diferencias entre escuelas alcanzan tan solo para que no quieran ni puedan comunicarse entre sí.
Así, cada uno de esos “psicoanálisis posibles” no encuentra ni un lenguaje común ni modos de comunicarse con los otros, ya que cada uno en su propio lenguaje explica todo a partir de la propia experiencia (necesariamente limitada). Tanto más saludable sería que las teorías fueran formuladas en términos parciales o fragmentarios, acotadas a las condiciones de contorno en que fueron formuladas. Por supuesto el riesgo es que se fragmente todo su poder explicativo en resultados parciales, no extrapolables a otro contexto que no sea su marco de observación, poco abarcativos. Esto puede ser un escollo en la búsqueda de legitimación para cualquier disciplina. Tampoco resulta útil un conocimiento tan atomizado. Pero emprendiendo este camino es que se puede apuntar a poner en diálogo los distintos enfoques para ir construyendo un saber colectivo, el cual ahora sí podrá ir tendiendo a generalizaciones más genuinas, manteniendo al mismo tiempo sus matices y sus particularidades.
Pareciera que el psicoanálisis viene amenazado de muerte hace ya varias décadas, pero se resiste. Podríamos hacer una analogía con la lengua: para que una lengua “sobreviva” tiene que ser hablada en presente, tiene que ser vivida. No alcanza con que siga siendo leída; eso le sucede también a las lenguas muertas. Dicho de otra manera, considero que pasando les psicoanalistas a un rol más protagónico, generando nuevo conocimiento, es que se hace el psicoanálisis.
*Investigadora (CONICET) y docente (UBA); mercedesp@qi.fcen.uba.ar
Nota publicada originalmente en Notas Periodismo Popular.
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