por Juan Pablo Pulleiro
Comienzo contando que es un libro que juega a dos puntas. No por estar planteado desde la autoría de dos psicoanalistas que, si bien presentan algunos capítulos en común, ofrecen en mayor grado los parajes de este itinerario identificándose como autoras autónomas -aunque tengan un recorrido común-, y ello sin forzar una equiparación de estilos. Aludo por un lado y principalmente al espíritu del libro, el cual se explicita al hacer diferentes referencias situacionales, como la bitácora de una experiencia problemática en el ámbito del psicoanálisis: su enseñanza universitaria. Desglosemos un poco esta cuestión, porque la otra punta adviene en la experiencia de lectura del libro.
Pues si los temas que se van proponiendo se corresponden al programa de una materia de grado de una carrera universitaria de psicología, el interlocutor lógico es un/x estudiante de psicología. He aquí el señuelo del libro, porque el gancho, nos lleva a un recorrido que habilita el punto de pasaje a la otra punta. Situar que la posición de quienes escriben se aleja del catequismo y, aún más, que se puede volver a Freud desde la problematización de los temas que este trabajó, incita a la incomodidad y a desempolvar el deseo de curiosidad. Quizás así nos podamos mover de una tradición de lectura que nos anquilosa en la repetición de axio-auto-mátismos.
El prefacio del libro ilustra un contexto pertinente: el de la crisis del psicoanálisis. La cual de manera justa está planteada en un breve diagnóstico como externa e interna, en definitiva esa es la medida del psicoanálisis, al fin y al cabo. Es decir, que a diferencia de muchos otros diagnósticos que se acostumbran reiterar desde nuestro campo (y que constituyen cierto consenso) respecto de la crisis del psicoanálisis, éste aplica el psicoanálisis: la crisis del psicoanálisis, en este diagnóstico, no procede de una pantomima de los mecanismos del yo placer purificado. Entonces, el señuelo, el gancho, el pasaje a la otra punta se adscribe en la asunción de la crisis interna, y de allí de un itinerario que mixtura la seriedad de los argumentos y la seducción de una propuesta. Representaciones y afectos, el modelo freudiano sobreviene así en diversas aristas del libro. Un tal punto de partida, es una puerta de entrada loable para quien desee iniciarse en la lectura psicoanalítica, y por otro lado, al asumir el desafío de hallar en un psicoanálisis para el siglo XXI argumentos dignos que justifiquen su vigencia, es una lectura recomendada para todxs aquellxs que estén dispuestos a dar esa disputa al tiempo que -como advertía Silvia Bleichmar- se deje de renegar de los propios lastres para encausar el trabajo de darle un porvenir al psicoanálisis.
Vayamos por partes. El problema de la enseñanza del psicoanálisis en la universidad tiene una faceta concreta y otra impostada, por no decir berreta. En lo personal, me tocó lidiar en mi etapa de estudiante con esto último de manera exponencial. Me refiero a una actitud que no es sino una impostura pedagógica: docentes que afirmaban que no se podía enseñar el psicoanálisis en la facultad, docentes que en general no podían dar mayor razón para ello que “algo” que Lacan había llamado “discurso universitario”, de igual modo que balbuceaban canchéramente que el psicoanálisis “no es una ciencia”. Lo peligroso de tales afirmaciones radica en la atribución institucional, en la cobardía de no anteponer “para mi”, y por ende, no posponerle ningún argumento. El psicoanálisis es eso, a lo sumo lo aprenderás en tu análisis. Por aquí podemos situar un obstáculo-lacanismo. Pero también hay otro, un obstáculo-freudismo. Dado que en otras ocasiones se hace referencia a una advertencia freudiana fuera del contexto de la misma: que el psicoanalista no debe hacer pedagogía. Está última, se extrapola de su contexto de significación especifico: momentos puntuales que pueden darse en un análisis. Ambos obstáculos, en definitiva fetichizan (y mistifican por ello) una práctica existente: la enseñanza del psicoanálisis en la universidad (faceta concreta). En itinerarios freudianos en cambio se parte de un sentido que no es sino ético: asumir la problemática implica al menos preguntarse como llegarle a quien está en posición de querer formarse, también de aquel que puede no tener la seguridad de optar por el trabajo de psicoanalista aún, y observar en esa tarea la dignidad del otro (con minúscula): pues en la enseñanza planteada aquí no se lee el soberbio “ya lo vas a entender” que también me ha tocado escuchar tantas veces en esos lejanos tiempos en los que me dividía entre Yrigoyen e Independencia. La solvencia que subsigue a tal posicionamiento implica entonces dar cuenta de un piso epistemológico mínimo, que si bien el libro no profundiza hasta el capítulo 12, se pone en consideración desde el arranque y se deja deducir en su recorrido: pues si es necesario defender el psicoanálisis, hay que hacerlo dando cuenta de la lógica y la historia de los conceptos que lo componen. Esto último, es coherente con cierta declaración de principios que formula una de las autoras: el psicoanálisis es una ciencia conjetural. Acto seguido en el libro nos proponen un modelo (discutible por supuesto, pero pone las cartas de la formalización que defiende sobre la mesa) de producción de las categorías psicoanalíticas. Modelo coherente con el sostenido por las ciencias contemporáneas, es decir las que aun siendo “duras”, “formales” o incluso “sociales” ya no están hegemonizadas por el positivismo. Luego, y solo luego, es posible iniciar el trayecto espiralado de nociones, revisiones, ajustes y reformulaciones que nos ofrece este itinerario freudiano. He aquí un camino que no resulta sencillo: dado Itinerario se ofrece en pos de transmitir un recorrido, un andamiaje categorial que sigue la flecha del tiempo. Esto nos obliga a leer este libro ida y vuelta, porque el devenir de la obra freudiana no puede representarse en un trayecto evolutivo, sino que como venimos insistiendo y, como ha propuesto Laplanche, en cada viraje, en cada modificación es necesario advertir lo que está en juego, las opciones que el médico vienes elabora, pero también las quedan por el camino pudiendo indagar la plausibilidad de retomar algún sendero olvidado. Un caso así es el de la segunda tópica, que siguiendo al mismo autor recién mencionado, nos permite sostener una determinada distinción entre Ello e Inconsciente. Por ello, la paulatina introducción que realiza el texto desde el concepto de pulsión (en el capítulo 9), hasta la concepción del Ello sobre el final libro, invita a una lectura hacía atrás de sus páginas. Sobre estas últimas nociones y, apoyándose en las elucidaciones de Oscar Masotta, el libro explica que el modelo pulsional responde a una necesidad epistemológica, que fortalece una visión fundamental del aparato psíquico y la formación sintomática que pone el eje en el conflicto psíquico. El Ello por su parte surge como reservorio pulsional, y por ende, como una “exigencia de trabajo” que pone a funcionar el aparato psíquico, por lo que deja su huella en toda producción psiquica. La lectura de vuelta empieza a perfilarse en el anteúltimo capítulo, que nos advierte que al introducirse el más allá del principio del placer (que volviendo a los pasos de Laplanche no es sino la lógica de los pulsional, de lo sexual o si se quiere de la pulsión sexual de muerte): “[la] metapsicología comienza a contaminarse de una dimensión que colisiona con la economía que venía sustentando hasta ahora. Esta nueva economía coquetea con lo vano, lo insensato, lo improductivo, lo inútil”. Dicha colisión no representa una refutación de lo previo, sino una necesidad de relectura sobre articulaciones de un esqueleto conceptual que una tal colisión hace chirriar.
También sobre el final del libro se expone una potente hipótesis, al brindar una comparación entre la lógica inconsciente del Ello, con procesos propios de la sociedad capitalista. En particular sobre una lógica específica que podríamos nombrar gracias a Marx como la tendencia a la desvalorización del capital. Tales planteos pueden así conjugarse con el señalamiento de la existencia de una homología entre plusvalor y plus de goce, que ha hecho Lacan. De modo que, toda la economía libidinal es política. Sobre este mismo campo de problemas, el libro nos propone una traducción “rioplatense”: Eso en lugar de Ello, para destacar el carácter ajeno, extranjero, la radical alteridad del Ello de un modo más situado, pero también, me permito agregar, para resaltar y recuperar el carácter cósico (ya planteado en la categoría representación-cosa) de tal instancia psíquica.
A pesar de lo dicho hasta aquí, y como veremos más abajo, seguir el sentido cronológico del pensamiento freudiano tiene algunas ventajas, ya que muchas veces detrás de las complejizaciones propias del avance del mismo, se encuentran una suerte de tesoros arqueológicos merecedores de ser revisitados. Es por ello que resulta precisa la aclaración con la que se inicia el capítulo 12: “Desde el inicio venimos planteando la importancia de examinar no solo lo que Freud va construyendo como saber, sino de qué manera este se produce”, aproximarse al psicoanálisis está entonces muy lejos del acto de fe que trafica el “ya lo vas a entender”.
Resumiendo lo planteado hasta aquí, la pedagogía y el psicoanálisis tienen para Freud algo sustancial que las emparenta (junto a la política, sostuvo el vienés) y es su relación con la imposibilidad. Educar, gobernar y psicoanalizar son profesiones imposibles. Y ello más que un postulado pesimista o una expresión de resignación constituye un problema ético, o en otras palabras un quehacer singular con la alteridad.
Sigamos un poco con el recorrido. No me propongo ahora resumir el libro, voy a intentar hacerme cargo de lo antes escrito: postular algunos elementos textuales por dónde me llegó el libro, y como empalma como herramienta para sostener el paradigma superando nuestros propios lastres (volviendo a la tarea tan actual que nos propuso Silvia Bleichmar), los del psicoanálisis que nos tocó.
El libro osadamente dedica un capítulo a la hipnosis, y lo hace superando la anécdota y el cuentito de un joven médico incapaz de manejar los estados sugestivos del propio método. Lo hace para identificar que entre técnica y método, por un lado, y clínica y objeto, por otro, hay una relación de inmixión. Modelo epistemológico decíamos arriba. La hipnosis es “superada” por la asociación libre pero también tiene vigencia. Pues las páginas dedicadas a la hipnosis y al pulido del método psicoanalítico, permiten dar relieve al surgimiento prematuro del problema del poder, que toda relación terapéutica pondrá en juego, y que el psicoanálisis incluirá en ese imposible de la práctica, por tanto en el centro de su ética, y que en términos técnicos supone el manejo de la sugestión y el soporte de la demanda. Pero al mismo tiempo, sin explicitarlo, aporta una aproximación metapsicológica: en el psiquismo hay una suerte de hipnotizador interno. Es decir, que los síntomas tienen la estructura de un mensaje (como el que dicta el hipnotizador) sostenido por una instancia otra, que no puede sino aludir a quien lo padece. Claro está que los capítulos que subsiguen harán de tal postulado una matriz mínima, que se complejiza al calor del surgimiento del deseo y la pulsión, y del desglose maquínico que va del Proyecto a la segunda tópica. Por otro lado, desde este freudismo iniciático se destaca que el inconsciente en primer término aparece como una “voluntad contraria”. Cuestión que en el último capitulo vuelve al tratarse a partir de las “servidumbres del yo”.
Un tratamiento similar es ofrecido sobre el modelo del arco reflejo. Pues la complejización del mismo (con el principio de constancia, nirvana, del placer, y su más allá…) no desecha el valor que podemos encontrar si seguimos la lógica de su surgimiento. El arco reflejo ilustra una característica nuclear del inconsciente freudiano o para ser más preciso de lo que luego será su Ello: el automatismo, que caracteriza al empuje y la compulsión de la pulsión, su exigencia de trabajo. Lo mismo se bordea a partir del modelo neuronal del Proyecto que ya advierte la lógica primaria (cuantitativa) y cómo ésta pone en marcha los que serán los procesos secundarios (cualitativos). Como vemos los rudimentos que arqueológicamente valoriza el libro son herramientas loables para resituar que los problemas en los que gravita el psicoanálisis desde su roca basal están relacionados al problema de la voluntad y de la deliberación, porque en definitiva lo que “escapa” de la conciencia no puede pesquisarse por fuera de una relación dialéctica con ésta. Si el psicoanálisis puede ser subversivo, tenemos en la crítica del hipnotizador interno y del automatismo inconsciente una clave mucho más apta que la apelación a cualquier esencialismo del deseo.
El libro luego acelera su ritmo (lógicamente, dado que ofrece un recorte de un hiperprolífico y problemático legado) por el decantado de la teoría del inconsciente intentando poner en el centro el lugar de la sexualidad. Quizás allí, se encuentre un nudo sin desanudar, ya que tanto por tal ritmo, como por la unireferencialidad al médico vienés (también justificada por el objetivo del libro) queda como en suspenso: se trata pues del meollo, por no decir del punto de bifurcación que supone el fin de la teoría traumática a cuentas de la teoría de la fantasía. Una primer lectura propuesta sobre el fin del cuarto capítulo, respecto del asunto, fiel a la letra, parece seguir ese devenir sintomático (el de la sustitución de la seducción acaecida por la fantasía) mientras que con el desglose posterior del carácter sexual del inconsciente se expande el problema a su exacta magnitud. Allí, se impone como forma de interpretación de lo sexual una clave en la que el trauma no puede sino recuperar estatuto. Quiero ser cauto aquí, dado que se trata de una cuestión que no hemos logrado saldar disciplinariamente y que tiene plena actualidad. Un ejemplo es la obra de Laplanche que en gran parte está dedicada a este tema, su teoría de la seducción generalizada si bien representa un insumo insoslayable, no se nos brinda cabalmente al rescate de lo sepultado tras el decir del dicho “mis histéricas me mienten”. El capítulo 5, se ofrece en ese orden de cosas como un recorte necesario, en tanto propone una mirada respecto a las ideas de Freud que pone sobre la mesa el rol del padre en la sociedad patriarcal, el carácter verificable de ciertos traumas (sufridos directamente o indirectamente -vistos y/u oídos-, es decir en toda su amplitud), la ambivalencia -conflicto- en la que el aparato psíquico traduce (la figura “de seductor” es ya una traducción, sino ¿por qué no hablar de “abusador” cuando ello corresponde?) y la relación entre conflicto y síntoma. Allí sí, trauma acaecido y fantasía, tienen lugar en el mismo modelo.
En relación al tópico de la sexualidad, las autoras no se privan de ajustar algunas cuentas con el creador del psicoanálisis. Lejos de justificarlo como hijo de una época como buena parte del gremio se propuso hacer, señala su sesgo heteronormativo, sin dejar de señalar quirúrgicamente que la sexualidad psicoanalítica es una construcción especifica, que puede entramar con lo que usualmente nombramos como sexualidad pero que perderse en el sentido común sexual no puede sino desviar lo central del aporte. Tal especificidad se traduce en la siguiente interpelación: “¿Por qué Freud está convencido de que debemos llamar sexualidad a eso que queda plasmado en el encuentro con el otro y que nos aleja de la pura supervivencia?”.
Por otro lado, el desarrollo de tal categoría especifica transmite lucidamente que la satisfacción sexual no es sino ya una traducción de una satisfacción extraña, singular que poco tiene que ver con el placer. Distinción clave para no suponer algún “gusto” por el goce en nuestros pacientes. De algún modo, en los capítulos que se aborda esta temática se ajustan también cuentas con una tendencia culpabilizante, que cuando se la práctica echa por la borda lo inconsciente.
Algo que también me resultó digno de ser resaltado es la manera en la que adquiere lugar en el texto el padecimiento del Dr. Freud. No hace mucho tiempo leí a un colega respetable plantear que los psicoanalistas no se deprimían. Además de resultarme súperyoíco, el postulado habilitó en mi cierta posibilidad de escucha, de un malestar psíquico ultrapresente en los ámbitos de encuentro entre colegas, aunque muchas veces silenciado, o expuesto vergonzosamente. La fragilidad del genio del Freud expresada en su relación epistolar y confidencial con Flyes, lejos de ser una traba (aun cuando a veces a Freud su máquina psíquica lo haga quejarse de no poder trabajar) se enmarca en la constatación de un quehacer particular ante “el abismo” y los “demonios” extimos. Esa realidad incluye al analista, que no puede ser ideal de nada. Pero además de ello, nos saca un peso de encima en tiempos en los que la precarización neoliberal afecta nuestra profesión y se vuelven más necesarias que nunca la creatividad para producir lo común y la solidaridad para sostenernos entre pares.
Por último, el modelo que plantea el libro supone con justeza un retorno a Freud, tras el retorno ofrecido por Lacan. Es decir, si la obra de Lacan tiene el peso que tiene para el psicoanálisis en su conjunto no lo es -aunque algunxs colegas preferían así entenderlo- por haber elucidado a Freud, por haber salvado su obra. Si bien, existen testimonios entre los participantes más lucidos de sus primeros seminarios (quienes hoy están amparados bajo el término psicoanálisis francés contemporáneo o poslacanismo) que ubican algo de ello en la Francia en la que Lacan comenzó con sus seminarios, hoy ya se vuelve un sinsentido o anacronismo destacarlo desde su retorno a Freud. Lacan es Lacan, de allí su propio estatuto y como tal ha abordado arbitrariamente (¡Ojo! ¡No hay otro modo!) la obra de Freud. Una vez más, surgen en mi cabeza situaciones de mi vida universitaria: el recuerdo de mi docente de Psicoanálisis Freud al dar Introducción del Narcisismo, y señalar que “el nuevo acto psíquico es el estadio del espejo”. Fantasía -¿idolatra?- digna de las aventuras del Dr. Emmet Brown y Marty Mc Fly. El texto aquí reseñado al optar por adoptar prácticas cuidadosas del otro empalma en un derrotero más próximo al del poslacanismo que el del lacanismo universitario. Me refiero a los analistas en los que el encuentro con Lacan les habilitó a hacer su camino, asumiendo la contundencia de la enseñanza de su maestro al tiempo que pudieron desplazarse de una relación idealizante. Conviene volver a Freud, pero no porque ya esté todo dicho ahí. Sino porque el único psicoanálisis posible es el que se practica, y su obra sigue abierta a la creación de herramientas para una práctica que solo puede sobrevivir en la medida que permanezca siendo contemporánea.
Comments