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¿Hay que matar al Presidente?

Actualizado: 18 abr 2023


El autor asume una postura incómoda, no partidaria, con respecto al intento de asesinato a Cristina Fernández en la búsqueda de que distintas violencias no queden desvinculadas entre sí porque, afirma, de lo contrario, ya no podremos entender ni proponer nada.


Por Juan Blum*



Comienzo sumándome al repudio contra el atentado que sufrió la vicepresidenta de mi país. Me parece terrible, me da miedo, nos hace mal. Se ha hablado mucho en estos días de discursos de odio y de cómo muchos medios de comunicación los propagan. Esto es así. Es importante entender el odio de otros modos que los que nos dejan servidos, lo que puede lograrse lo consideramos como el afecto que queda buscando desesperadamente un objetivo cuando los mecanismos de dominación se invisibilizan.

En el intento de pensar sobre lo ocurrido, encuentro la dificultad de que solo hay tres lugares disponibles desde los que ser escuchado: o sos peronista/Kirchnerista, o sos macrista/anti-peronista o sos apolítico (como si tal cosa fuese posible). Esto me llega como cuando dicen: "O sos mujer o sos hombre, ¿qué chamuyo es ese de los trans, de los no binarios?". Inclusive tengo la sensación de que, con el camino recorrido, resulta más posible (al menos en algunos ámbitos) presentarse como un kirchnerista no binarie, que como un hombre cis y hetero pero ni K, ni anti K y sí muy político (aclaro que no encuentro partido de izquierda que me represente). Según esto, será difícil que mi reflexión sobre el feriado no sea vista como gorila o a favor del Macrismo, pero de todos modos, lo voy a intentar. El feriado no me parece importante desde donde lo “piensa” el macrismo, ni desestimable desde donde otros sectores lo desestiman.

Cuando sucede algo tan grave que amenaza a la propia democracia, al menos esa es la apreciación mayoritaria en ámbitos donde hay mucha gente cuya opinión me interesa, ¿solo puede ser pensado por las vías codificadas por nuestra cultura de lo laboral? Pareciera ser que sí. No cobrar se llama “perder el día”, cobrar y no tener que ir nos da una alegría infinita, a la que, fuera de las vacaciones, llamamos “feriado”. Parecemos presos a los que autorizan un día de salida, de permiso, donde recuperar momentáneamente la libertad. El gobierno de la ciudad habla de “día perdido” por el que habrá que recuperar clases. Tanto la idea de “día libre” como de pérdida del trabajo o el estudio que debiesen haber sucedido no le hacen justicia a lo ocurrido. ¿Será que trabajar y participar en acciones políticas se anulan entre sí? Si necesito de un feriado para poder participar de aquello que determina mi vida porque mi trabajo ocupa tanto tiempo, ¿qué dice eso de qué admitimos por “trabajo”? A mí me decís "feriado" y, cuál perro de Pavlov, siento alegría en el cuerpo. Lo que pasó con nuestra vicepresidenta no es para invitar a esa sensación. Aclaro que no me horroriza el feriado en lo más mínimo, sí me pone a pensar en que no disponemos de categorías de asueto para favorecer la imprescindible (e ineludible si queremos transformar algo) participación política directa.

Empezar este artículo por el tema del feriado debe parecer una banalidad, pero, ¿qué relación hay entre nuestra “cultura” tan formateada por ese modelo de lo laboral y el modelo de Estado-Nación que defendemos cuando defendemos lo que en este caso estamos llamando democracia? Y no es que piense que lo que tenemos no lo sea, sino que considero nos convendría tener más de un tipo de categoría de democracia disponible para que nuestras opciones de pensamiento no sean democracia versus dictadura, según las cuales, como no quiero un retorno de la dictadura, tengo que defender esta democracia, lo cual, sí, por supuesto, pero no solo, porque también está llena de violencias que no puedo defender. Entonces, me gustaría que pudiéramos discutir qué tipo de democracia queremos. Es decir, además de defender la democracia que tenemos e intentar que no vaya hacia su progresiva neoliberalización, ¿podemos pelear, pero en serio, por otro modelo de democracia? Para que eso sea posible, como decía, necesitamos romper con la categoría única de democracia con la que nos venimos manejando.

Efectivamente algo así pone en peligro nuestra democracia, lo que dice mucho de cómo está armada. Así como los límites territoriales rígidos del Estado Nación parecen ser consustanciales con los de la pareja monógama y la familia nuclear de la modernidad, hay un familiarismo muy fuerte en juego en el hecho de que la muerte del líder ponga en peligro a la democracia toda. Parece tratarse de la peor versión de masa, bien del Freud que plantea los mecanismos de cohesión de la iglesia y el ejército (instituciones también consustanciales a este modelo de democracia) y su desmembramiento caótico por la muerte del líder, desmembramiento que requiere que los miembros que hayan cedido su pensamiento crítico y sus intenciones de transformar la institución que habitan. También nuestra corporalidad está armada así en alguna medida, según testimonia la sensación de enorme cansancio que varixs sentimos durante días desde ese viernes feriado por la noche. Entonces la marcha a la plaza es absolutamente necesaria al mismo tiempo que reveladora de la estructura de aquello a lo que llamamos "democracia" en nombre de todas las posibles. El discurso del odio es efectivo y dirige la violencia hacia una u otra cabeza, porque, como decíamos, se ha logrado la peor versión de masa: ya no sentimos que haya un nosotres con agencia. Al hacer tabú a todo tipo de violencia, nos llevamos puesta a la posibilidad de acción directa, entonces necesitamos que el Chapulín Colorado nos venga a salvar, y si eso no ocurre, necesitamos un chivo expiatorio.

Avanzo un paso más en este ejercicio de sinceridad incómoda: si un día de 2018 me hubiese despertado con la noticia de que mataron al presidente gato dejando un cartel al lado de su cadáver con la leyenda: "Basta de matarnos de hambre", ¿me hubiera parecido mal? Mmmm (qué difícil, qué difícil…). La postura imperante defiende las funciones más allá de cómo son ocupadas, lo que implica que se puede estafar por millones, estar implicado en los Panamá Papers y que siga siendo legal y legítimo llamarse "presidente". Con este experimento mental me entero de algo perturbador: no me parece del todo mal que el uso violento y sistemático de las instituciones democráticas por parte del poder, cuando las herramientas institucionales para proteger a la misma democracia fallan, tenga un freno violento, aunque no creo que ese freno violento tenga en una ejecución su formato efectivo. Sí considero que hay que hacerle lugar a las violencias en nuestro pensamiento. Así como no hay un único modelo de democracia posible, tampoco hay un único modelo existente para el uso de la violencia circulante por la sociedad. Entiendo que lo que digo tiene muchos “riesgos”, pero, ¿no los tiene también, sobre todo para las poblaciones más vulneradas, la máxima de que todo uso de la democracia que mate de hambre a millones solo puede resolverse en las urnas? Esta última violencia, solo porque no es tan visible como la de un cadáver con un tiro en la cabeza, ¿nos resulta menos violenta? ¿Por qué no nos resulta absolutamente inadmisible el hambre y sí nos resulta completamente inadmisible el asesinato de una vicepresidenta? Aclaro nuevamente que me parece imprescindible que hayamos parado, que pensemos y hagamos en función de lo ocurrido, pero quizá una marcha no alcance y hagan falta acciones más abarcativas.

¿Es absolutamente culpa de Cristina y/o de Macri el estado del país? Claro que no. Quizá el experimento mental del asesinato me permita figurar esa inadmisibilidad que el hambre del otro humano debiese tener, me permita dar forma a la impotencia que siento por la falta de un accionar efectivo que considero debiese ser inevitable frente a cosas que, al quedarnos quietitos, nos hacen perder la humanidad (y la venimos perdiendo hace rato…). Hay que reconocer los límites y virtudes de dicho experimento de pensamiento, dada la importancia de distinguir entre un hecho de violencia puntual[i], sea hacia quien sea, que no cambiaría en nada a las injusticias estructurales (al menos en nada positivo) y el hecho de que no haya mecanismos institucionales (así sean unos que en alguna medida empleen la violencia) que impidan vulnerar sistemáticamente derechos de millones y encima hacernos creer que es inevitable. Defender lo malo de lo peor no puede ser nuestro objetivo político porque resulta apocalíptico[ii].

Entonces, el asunto no es solamente por qué no mataron al presidente anterior ni por qué la tratan de matar a Cristina (muertes que no considero equivalentes) sino cómo es posible que no haya habido ni saqueos masivos de supermercados ni durante el macrismo ni ahora (no creo que las pobres medidas de redistribución alcancen a explicarlo), ni haya mecanismos institucionales que prohíban que pueda haber posibilidades de hambre en la Argentina actual. Es decir, no desvincular unas violencias de otras, no sea cosa que pensemos que no tienen nada que ver y que eso ayude a perpetuarlas.

¿No es una prohibición de pensamiento la que mantiene separada una violencia de otra logrando así que no se vea la que resulta enorme (el hambre de millones, por seguir con mi ejemplo)? Con la efectividad de dicha prohibición colabora que hay violencias que solo caben como dato racional y no ya como emoción, como explicaba Günther Anders, quien decía algo así como que es posible imaginar y lamentar desde los afectos con los que nos identificamos a ciertas situaciones la muerte de una decena de personas, no así la de miles. Un asesinato producido con un disparo, el miedo que se produce en nosotrxs al identificarnos con lo que sentiríamos si nos viésemos en esa situación, es bien distinto de imaginar a millones de personas que progresivamente van teniendo menos acceso a alimentos de calidad y luego, con desesperación creciente, a alimentos de la calidad que sea hasta tener que recurrir al comedor barrial y hacer una larga cola, a veces con vergüenza y taper en mano. Se legisla mucho más claramente sobre lo fácilmente imaginable, lo que se describe en una frase, que sobre lo que requiere un ejercicio de imaginación que abarque un proceso, que al menos requiere de un largo párrafo para hacerle mínima justicia (y las personas que legislan no han pasado hambre, tampoco quien escribe).

René Girard releva distintas etnografías en las que se da testimonio de cómo en algunas monarquías africanas solo se dejaba asumir como reyes a hombres que acordaran en cometer los peores crímenes (considerados desde la óptica de esa sociedad), recibiendo la condena correspondiente, que generalmente se trataba de su ejecución, la cual resultaba aplazada porque, claro, eran los nuevos reyes y había que dejarles tiempo para gobernar, pero la condena estaba, por así decir, firmada y sellada y siempre ahí, a mano, disponible para ser puesta en práctica. No diría que eran tontos esos simpáticos muchaches. Tampoco creo que en nuestra modernidad tardía resulte mejorador de la democracia matar a nadie, pero sí considero que hace falta que un mandato presidencial que no ponga solución a los problemas fundamentales, no pueda llegar a su fin. En los trabajos formales hay período de prueba y no es de cuatro años.

Retomo el tema feriado. Quiero feriados (no lo estoy diciendo irónicamente), o quizá mejor dicho asuetos, para ir a lograr una democracia que parta de lo que tantxs consideramos básico. Como quizá no esté tan claro qué es “básico”, podríamos hacer una especie de “Censo Nacional de la Opinión del Pueblo Argentino sobre las Necesidades Básicas” que podría comenzar así:

“1) ¿Considera usted que es prioritario que las personas que habitan el territorio Argentino estén bien alimentadas? Marque una cruz donde corresponda: _Recontra / _Mucho / _Poquito / _Nada”

“2) ¿Es lo expresado en la respuesta anterior más importante que la concentración de riqueza? Si su respuesta es sí, indique a continuación cuántos millones de dólares de patrimonio es el máximo por persona a dejar intocados frente al hambre del prójimo: U$D………………millones”.

De resultar un buen instrumento luego escalaríamos al “Censo Latinoamericano”. Todo esto para defender una democracia que debiera ser, a mi entender, la mínima ¿Cómo llamaríamos[iii] a una democracia donde el hambre sea inadmisible, donde las “decisiones económicas” vengan después de garantizar el derecho alimentario de todes y para el desarrollo de lo cual no fuesen admisibles tiempos medibles en años? Quiero que a nuestrxs nietxs en nuestra futura democracia alimentada les resulte inconcebible la época en que sus abuelxs fueron jóvenes.

Insisto: ¿Cómo llamaríamos a una democracia sin hambre desde la cual nos de vergüenza la que tenemos hoy[iv]?

Transversalmente desde distintas antropologías y sociologías (Girard, Bauman, Mann, Clastres, Weber, Tarot, Dupuy, Dumouchel y largos etcéteras) es posible afirmar que no ha existido sociedad humana que no tenga mecanismos que hagan uso de la violencia para su regulación, mantenimiento y reproducción. Hay grandes diferencias entre esos usos “institucionalizados” de la violencia entre sociedades modernas y sociedades no modernas, pero eso no quita el hecho de que no hay sociedad posible sin violencia de algún tipo, lo que sí hay es grandes variaciones de su uso. Estos trabajos también muestran que es posible regular el conflicto desde las instituciones adecuadas, cuestión que está fallando gravemente en este momento. Pero suponer que sería posible abolir la violencia totalmente es algo que no constituye un horizonte utópico que nos ayude a avanzar, más bien impide admitirla y gestionarla.

Las violencias sistémicas como el hambreamiento sistemático son necesarias para sostener la escasez indispensable para el funcionamiento del capitalismo colonial y patriarcal. Esto nos permite pensar cualquier acto de violencia visible (la policial, por ejemplo, en su ejercicio bien diferenciado entre pobres y ricos racializados) y cualquier violencia invisibilizada (piénsese en el ejemplo elegido o en cualquiera de las atribuibles a la población sistemáticamente pauperizada) como formando parte del mismo campo. Así evitamos el sentido común perceptivo que propone que si no hay actos de violencia visible, entonces no hay violencia. Al mismo tiempo, impide suponer que es posible avanzar como sociedad con respecto a la violencia sin admitir la existente en todos los niveles en que ocurre y sin buscar modos más justos y creativos para su empleo. El ejemplo de los africanos no es el único, valdría la pena recordar que la humanidad ha tenido (y tiene aún) muchísimos modos de organizarse de los que podríamos aprender, siendo que parece que hemos extraviado el rumbo y siendo que ha habido muchas sociedades que no han tolerado el hambre para ninguno de sus miembros.

El intento de asesinato nos pone de manifiesto un odio que estalla. Sin negar la influencia de los discursos que nos atraviesan, me parece importante pensar que el odio también surge porque se ha perdido el rumbo, una potencia de actuar que no puede identificar los mecanismos de dominación que se ejercen desde una violencia que se esconde (como la del capital financiero) y que busca una culpable concreta.

Volviendo al principio: ¿Somos capaces de explicar por qué el intento de asesinato de nuestra vicepresidenta pone en peligro a nuestra democracia y el hambreamiento sistemático de millones de nuestros compatriotas no? ¿Acaso creemos que redistribuir los recursos de tal modo que no hubiese más hambre podría hacerse sin ningún uso de la violencia?


*Psicoanalista y trabajador de la salud.


[i] Será necesario ver qué tipo de organización hay detrás del intento de asesinato a la Vicepresidenta, para ver de cuán “puntual” puede calificárselo, pero a fines del experimento mental, creo que conviene mantener esa figura. [ii] Aclaración, no me refiero al Kirchnerismo en particular, sino a cualquier democracia que actúe como si fuera el único sistema posible perpetuado sus violencias. [iii] No vale contestar "Estado de Bienestar", porque eso supone ignorar la relación colonial que permite que unos países aseguren derechos hacia "adentro" sometiendo de distintos modos a los países del "afuera". [iv] Sigo con las aclaraciones: que nos diera vergüenza no supondría que no sea infinitamente mejor que una dictadura (las que por otro lado tampoco se entienden sin pensar en la relación de dominación colonial entre países).




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