En este trabajo, a partir de una supervisión clínica, Cecilia D. García Méndez reflexiona:
¿Qué dispositivos de poder nos atraviesan como profesionales? ¿Qué estereotipos de género y normas sociales perpetuamos en nuestra clínica? ¿Cómo habitar y promover una clínica que se aleje de los mandatos y promueva una escucha interseccional y liberadora?
por Cecilia D. García Méndez *
La escena tiene lugar en una supervisión telefónica. En la misma trabajamos un caso de una paciente de 29 años que inició tratamiento hace aproximadamente 3 meses. Su motivo de consulta manifiesto es por diferentes síntomas físicos, siendo el principal dolores de panza repentinos. Los describe como “espasmos”, una vez que se presentan estos síntomas lo único que la calma es una inyección. Luego de algunas sesiones, logramos ubicar que esos dolores siempre han tenido comienzo en camas de distintos varones con los que tuvo vínculos sexoafectivos.
En el contexto de la supervisión, relato una escena específica donde la paciente se angustia mucho frente a un rechazo de su pareja. Ella, de “punta en blanco, hecha una diosa” y él, le propone que cocine empanadas.
Supervisora: “Bueno pero ahí lo que vos le tenés que decir es “Aaaah, pero qué puto”. Silencio
Mi compañera pregunta tímidamente: “¿Pero así? ¿con esas palabras?”.
Supervisora: “Pero claro”.
Atino a ensayar algunas explicaciones, me justifico. Estoy incómoda, oscilo entre sentir que fallé y la indignación. Trato de explicar que en realidad yo señalé que tal vez se trataba de una dificultad de él, que no todos los varones tienen por qué estar disponibles o con ganas de tener relaciones sexuales todo el tiempo, que hay otras variables. Despliego, aunque tímidamente, mi arsenal de saberes sobre las exigencias a las masculinidades. Ella me indica que eso es “muy suave” y que tiene que ser así, “como te digo yo”.
Para empezar a pensar este recorte quisiera tomar la idea de poder de Foucault. Podríamos decir que este autor trabaja al poder como un entramado, que se va a difundir en diferentes direcciones, una red que va a producir. Es decir, piensa el poder como algo inmanente, no es sólo negativo, no es sólo en términos de represión. También funciona en un sentido positivo en términos de producción. ¿Qué produce?: Subjetividades. Lo que dirá Foucault es que, en definitiva, nadie tiene el poder, pero se ejerce. En este caso, tenemos a la supervisora ejerciendo el poder desde su lugar de saber, indicando un solo modo de intervención posible: el suyo. Opera restringiendo mi modo de intervenir y, al mismo tiempo, generando uno adecuado a lo que ella, y francamente muches otres profesionales, consideran lo correcto. A su vez, este modo de intervención, alude al “dispositivo de la sexualidad”. Reitter identificará este dispositivo como el dispositivo de la heterosexualidad y todo lo que esto conlleva. ¿De qué se trata este dispositivo? En palabras de Reitter “Es un dispositivo que regula sexualidades, sus jerarquías, los discursos que las decodifican y, punto particularmente importante para nosotres, psicoanalistas, lo que se puede y lo que no se puede decir, y quién puede hacerlo”.
Es decir que este dispositivo nos indicará cómo leer a otres, cómo amar, cómo desear, qué decir y cómo escuchar, desde dónde. Todo esto se ve condensado en las palabras de la supervisora, “Ah, pero qué puto”. Indicando cómo debería desear ese varón, sosteniendo el modelo de masculinidad que todo lo puede y siempre desea (y, además, desea siempre lo mismo).
Cuando no se cumple con estos mandatos, se ubica a estos varones del lado del -”puto”. Se lo feminiza de acuerdo a una “escala de valor” donde, por supuesto, todo lo feminizado vale menos. En este punto me gustaría tomar el concepto de interseccionalidad. El mismo alude a poder complejizar la concepción de opresión o de privilegio, creo que ambos modos son válidos. Una sola persona está atravesada por múltiples variables que la ubicaran en ciertos lugares sociales, lugares con más vulnerabilidad o lugares de protección y privilegio de acuerdo a cómo estas variables se combinen. Lo cierto es que en estas intersecciones se generan espacios nuevos, no se trata simplemente de la suma de variables sino de la creación de opresiones específicas que son fácilmente invisibilizadas. Entre otras, las variables posibles a tener en cuenta son tan amplias y a la vez tan específicas como etnia, identidad de género, clase, orientación del deseo, diversidad funcional, peso, educación, salud, expresión de género, etc. No es lo mismo ser un varón blanco, heterosexual, propietario, flaco, con alto grado académico y todas sus capacidades conservadas que una persona con todas esas características, pero mujer, o varón trans.Todas esas variables son construidas, desde los datos biológicos, de los cuales Anne Fausto Sterling en su libro “Cuerpos sexuados” nos ha puesto en evidencia su carácter subjetivo, hasta las relaciones de género en tanto concepto relacional. Es decir que refiere a una relación de poder entre dos géneros: masculino y femenino, que incluso tal vez en la actualidad estemos en condiciones de complejizar siendo que la concepción de que solo existen 2 géneros ha sido largamente sobrepasada. Sin embargo, sí podemos sostener que hay 2 polos en tanto lo masculino se toma como superior a todo cuerpo y/o identidad feminezada. Ana María Fernández trabaja en torno a múltiples estrategias de producción de desigualdades de género. La autora propone la fórmula “Diferente=inferior, peligroso, enfermo.” Esta lógica se sostiene en discursos que la legitiman. De este modo reproduce, sostiene jerarquías. Por ejemplo, tomar la expresión de la masculinidad y cómo se evalúa en cada sujeto si esto se ajusta o no a la modalidad hegemónica de esa expresión. Un varón, siempre está dispuesto a tener relaciones sexuales, nunca llora, no tiene ninguna debilidad, etc.
En la frase “Ah, pero qué puto” se ve cómo todo lo que no cumple con esos mandatos, se ubica del lado de lo “puto”. Todo lo que no cumple con esos parámetros se feminiza, “baja” en esta escala de privilegios. Estos señalamientos parecieran ubicarse en una lógica del binomio. Es una o lo otro. Es puto (así, con la P bien marcada) o es un varón hecho y derecho. Apelar a la interseccionalidad y el concepto de dispositivo nos invita a pensar en otra clave, la del pensamiento complejo y esto tiene un impacto directo en la clínica. Desde dónde escuchamos. Una escucha que contempla los dispositivos de poder que regulan en el sentido expresado por Reitter. Este autor también reflexiona respecto a los errores en los que podemos caer cuando no contemplamos el entramado de poder en el que todes, tanto terapeutas como usuaries estamos inmerses. Si una persona trans tiene miedo a salir a la calle ¿es pura paranoia o es que el mundo para estas identidades es indudablemente amenazante? ¿es posible reducir la respuesta a una sola de estas variables? No somos solo el producto de variables sino del entrecruzamiento singular con cada historia y psiquis. En la escena que relato más arriba el movimiento era el opuesto.
Cabe preguntarse, ¿por qué tanta atención a lo que expresa la supervisora respecto de este varón si ni siquiera es el paciente? Pues esos preconceptos y mandatos que sostienen en esa frase, la sostienen a la paciente en el lugar del rechazo. Si el varón debe ser de este modo y conmigo no lo es, yo soy la culpable, yo soy la rechazada. En términos de Ana María Fernández, yo soy lo diferente, lo desigualado. Por supuesto esta modalidad de la paciente excede esta escena y tendremos que pensar desde dónde viene esto. Revisando su historia, se escucha una fuerte concepción de la mujer como una criatura limpia, impoluta, deseable. La mujer es un objeto bello a ser poseído y cuando esto no sucede, es “una mierda”. Claro, podemos encontrar una posición histérica, pero ¿cuánto de esto está sostenido por estereotipos de género? ¿Alcanza con trabajar la posición subjetiva y desconocer los mecanismos que empujan y sostienen ese lugar de “mierda” cuando no se es lo que se espera? En otras palabras, ¿qué significa una posición histérica? Emilce Dio Bleichmar trabaja el feminismo espontáneo de la histeria, en términos de una posición que se resiste a ese lugar de objeto al que somos llamadas las femineidades. Esta concepción es una excepción, en la clásica se ve claramente el pasaje desde el discurso médico hegemónico hacia el psicoanálisis. Del cuerpo, al alma. De acuerdo con el diccionario de psicoanálisis de Roland Chemama “la histérica interpreta el consentimiento a la femineidad como sacrificio, un don de hecho a la voluntad del Otro al que así consagraría. Desde allí, se inscribe en un orden que prescribe tener que gustar y no desear.” ¿De dónde habrá salido esta loca idea de que hay que gustar y no desear? ¿Tendrá alguna relación con los mandatos y estereotipos de género?
En esa misma frase, en “Ah, pero qué puto” la supervisora ubicaba la falta del lado del varón, pero sostenía la lógica de que la paciente debía gustar. La supervisión continuó luego de eso y pasó a trabajar en cómo la madre de la paciente había fallado al trasmitir “algo de la femineidad”. La concepción de que esa madre falló en su tarea de enseñarle a esta paciente cómo gustar, cómo seducir. Al parecer, el trabajo ahora sería ayudar a esta paciente a cumplir con su rol. En este punto creo que se abre la pregunta de ¿psicoanálisis para qué? ¿para reubicar a los sujetos en el camino de lo moral? Resuena a la concepción de la locura desarollada por Pinel dónde les sujetes enloquecides habían sido desviades del camino de la moral. Es cierto que habitar los caminos de los mandatos a veces es más cómodo en términos de lo conocido. Pensar una clínica que libere, que aliviane de mandatos y acerque a una vida más vivible es exigente, es complejo, tiene muchas variables como para incluso pensarlas simultáneamente. Tal vez el punto de bifurcación de los caminos sea en qué bases pensamos que se sostiene ese padecimiento. ¿Responde sólo a una lógica individual o ese es sólo uno de los elementos? Apuesto a una suerte de escucha interseccional, amplia, dónde se puedan interrogar ciertos conceptos como por ejemplo la responsabilidad subjetiva y también la neutralidad. Es necesario que nos preguntemos si tal cosa existe. ¿Qué dejamos por fuera cuando nos pensamos neutrales? Y, sobre todo, ¿qué posibles ejercicios de poder oculta la neutralidad?
La supervisión terminó y mi primera sensación, la que francamente tuve por más tiempo del que hubiera querido, fue que el error era mío. Que hay una sola forma de hacer clínica, una forma correcta y otra incorrecta. Que no hay nada en el medio. A veces todavía siento eso pero es ahí cuando vuelvo a lo que es mi norte: el deseo de alivio del padecimiento de les pacientes, el alivio en los cuerpos. Afortunadamente, he comprobado que no hay un solo modo de acceso a ello. Las recetas tranquilizan pero me limitan, me borran. Existo porque resisto, porque habito espacios incómodos, donde no hay recetas pero hay muchas otras cosas. Hay apuestas subjetivas, hay colegas- amigues acompañando, hay espacio. Tal vez, lo único que queda claro que lo más difícil, lo más desafiante es lo que hace más vivible este mundo y cada tanto, une paciente respira aliviade, vuelve con otro aire, con una nueva iniciativa y eso, revitaliza.
* Cecilia D. García Méndez: Psicóloga, Integrante del colectivo Manar, especialista en ESI, Maestranda en estudios y políticas de género, ceciliadgm@gmail.com
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