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Descentrar el psicoanálisis para intervenir en lo común

Actualizado: 22 jun 2023



En esta nota les acercamos el texto completo de la presentación del coordinador de la mesa, Alejandro Dagfal, en la 6ta edición de La Noche de las Ideas, evento mundial impulsado por el Ministerio de Europa y Relaciones Exteriores de Francia y L’institut français de Paris. El evento contó con la presencia y los intercambios del investigador ítalo-francés Livio Boni (con la traducción simultánea de Agustina Blanco) y del analista argentino Jorge N. Reitter.


por Alejandro Dagfal*


A menudo se repite, como un mantra, la idea freudiana de que el psicoanálisis implicaría la tercera gran herida narcisística de la humanidad. Luego de la teoría copernicana, que demostró que la tierra no es el centro del universo, y de los descubrimientos de Darwin, que mostraron que el hombre desciende del mono, el psicoanálisis habría llegado para revelar que las mujeres y los hombres ni siquiera son dueños de sí mismos, que no son amos de su propia morada, sino que están determinados por el inconsciente.


Si bien ese tipo de precisiones eran muy necesarias hace más de 100 años, cuando Freud las planteaba, hoy parecen ser superfluas, en la medida en que el psicoanálisis se ha convertido en una de las teorías más exitosas del último siglo. Particularmente, en la Argentina, el psicoanálisis detenta un lugar hegemónico, tanto en las universidades y el sistema de salud como en la cultura. En ese sentido, cabría preguntarse qué sucede cuando una doctrina que estaba destinada a ser resistida por su carácter revulsivo se transforma en un discurso ampliamente aceptado, que forma parte del sentido común.


Podría suponerse que, en estas circunstancias, el psicoanálisis ha perdido algo de su filo, de su poder cuestionador, de su capacidad de arrojar nuevas luces sobre los problemas que nos afectan a todos. Y es nuestro deseo que el psicoanálisis recupere esa capacidad de interpelar lo obvio para producir nuevos saberes y nuevas prácticas que tengan incidencia en lo social, en la escena pública. Si hace un siglo Freud se preguntaba sobre el porqué de la guerra, hoy, entre muchas otras cosas, podríamos preguntarnos sobre las consecuencias de la pandemia.


Con esa intención de ensanchar los horizontes de lo posible, en esta mesa, vamos a charlar sobre diversas formas de "descentrar" el psicoanálisis, de sacarlo de su zona de confort para pensar lo que no suele quedar en el centro, a saber, lo que está en los márgenes. En este caso, con Livio Boni, abordaremos los márgenes geopolíticos, pero también, con Jorge Reitter, las diversidades sexuales, que interpelan al psicoanálisis desde hace tiempo. Y ya que hablamos de tiempo, en la parte que me toca, trataremos de interrogar el pasado para no quedarnos en un puro presente que ignora la dimensión de la historia.


Retomando la exposición de Livio, debo confesar que, hasta hace no mucho tiempo, quizás injustamente, consideré los enfoques decoloniales (sin distinguirlos de los post-coloniales) como abordajes “políticamente correctos”, sofisticados, surgidos de las universidades norteamericanas y europeas, que tratan de introducir cierto exotismo que, en definitiva, no hace más que sostener los enfoques tradicionales. Pero el encuentro con los trabajos de Livio Boni y de Sophie Mendelsohn, me hizo cambiar de perspectiva, en la medida en que introducen, por un lado, el problema de la historia, que implica un descentramiento respecto del presente (un presente que suele ser tirano y corto de miras, ya que ignora la lógica propia de cada momento histórico). Por otra parte, ellos introducen la cuestión geopolítica, que implica otro descentramiento. Abandonan el punto de vista de las metrópolis para interesarse en la periferia, en los márgenes del psicoanálisis.


Del mismo modo, Jorge Reitter acaba de retomar esa cuestión en primera persona, y de manera conmovedora nos ha mostrado de qué manera el psicoanálisis institucionalizado, durante mucho tiempo heteronormativo, ha sido capaz de marginalizar, por no decir de excluir, a aquello y a aquellos que no encajan del todo bien en las categorías establecidas.

En ambos casos, creo, tanto en Livio como en Jorge, aparecen las idealizaciones del psicoanálisis (o más bien de los psicoanalistas) como un obstáculo para hacerse cargo de lo común, de lo público, en un contexto en el que sólo se concibe el psicoanálisis, en su estado puro, como lo que pasa en un consultorio privado entre dos personas, siguiendo una doctrina más o menos rígida. Así, se considera que su utilización en otros encuadres, con otros fines, sería algo así como un rebajamiento, como una suerte de degradación teórica y práctica.


Se olvida que el psicoanálisis no es sólo una práctica clínica que sigue el modelo de las profesiones liberales, sino que también ha sido una aventura del pensamiento que, como el marxismo, ha atravesado de un modo u otro las sociedades occidentales del Norte, pero también, como bien ha mostrado Livio, las sociedades orientales y las del Sur menos desarrollado. El psicoanálisis, eminentemente impuro, ha tenido un diálogo fecundo con otras disciplinas, como la antropología, la filosofía y la literatura. Y también ha estado en la base de movimientos como el de la salud mental, que han transformado los dispositivos de atención en casi todo el mundo.


En nuestro país, en particular, el psicoanálisis encontró una locación privilegiada. La Argentina no sólo se convirtió en una tierra de asilo, en una nueva casa para analistas que huían de una Europa destruida, sino que también se transformó en un polo de difusión del psicoanálisis hacia toda América Latina. Pero cabe aclarar, en contra del sentido común, que las ideas de Freud, Melanie Klein o Jacques Lacan no llegaron a nuestras tierras en una valija, listas para ser usadas, sino que fue necesario todo un trabajo de recepción y de apropiación por parte de analistas locales, que lejos de encerrarse en sus consultorios para aplicar fórmulas preestablecidas, usaron el psicoanálisis para pensar e intervenir en la sociedad de su época.


Me refiero a Ángel Garma y a Arnaldo Rascovsky, a Enrique Pichon-Rivière y a José Bleger, pero también a Marie Langer y Janine Puget, entre tantos otros. Ellas y ellos reinventaron el psicoanálisis a nuestra medida, a tal punto que han sido traducidos y publicados en varias lenguas y que hoy, en Europa, se habla incluso de una escuela argentina de psicoanálisis. Paradójicamente, en nuestras costas, olvidamos a esos psicoanalistas y tendemos a pensar en una comunicación directa, unidireccional, entre el Norte y el Sur. Olvidamos también, por ejemplo, que los primeros trabajos kleinanos publicados en Francia fueron obra de argentinos, del mismo modo que ignoramos que la obra de Jacques Lacan no llegó a España atravesando los Pirineos, sino que tuvo que cruzar el Atlántico dos veces, para que Oscar Masotta se convirtiera en el principal introductor de Lacan en lengua castellana, primero en Argentina y luego en España.

Como ven, cuando caen las idealizaciones y logramos descentrarnos del presente, la aparición de la dimensión histórica pone en jaque nuestras certezas. Las cosas ya no son “tan así” como las pensábamos. Agradezco enormemente a nuestros invitados, que nos han mostrado claramente la necesidad de descentrar el psicoanálisis respecto del presente y de las metrópolis, pero también respecto de la norma (por no decir de lo hétero-normativo), que incluso sin quererlo aún nos habita. En estos tiempos difíciles, de duelo y reconstrucción, hago votos por un psicoanálisis impuro, contaminado por los problemas de su época, infectado por el lazo social, que no es otra cosa que aquello que tenemos en común, lo que nos une a pesar de nuestras diferencias.


Alejandro Dagfal, CONICET, Universidad de Buenos Aires, Biblioteca Nacional, UNLP.


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