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El gobierno de los celulares

  • Pablo Tajman
  • 25 may
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 27 may

Crédito de la imagen: Florencia Russo y Bárbara Russo sobre una idea de Pablo Tajman.
Crédito de la imagen: Florencia Russo y Bárbara Russo sobre una idea de Pablo Tajman.


¿Cómo hay otro hoy? ¿Cómo se construye un otro hoy? En tiempos de virtualidad generalizada, este breve texto comienza por lo vivencial, buscando poner en relación cuestiones que permitan que el problema quede mejor formulado, de tal modo de colaborar con que algunas respuestas y prácticas puedan comenzar a volverse disponibles.



por Pablo Tajman*



Voy por la bicisenda de Avenida Córdoba con el tiempo justo desde el hospital hacia mi consultorio para seguir laburando; presto atención, vamos todos rápido queriendo aprovechar la onda verde de la avenida.

Me encantan estos días que empiezan a estar más frescos. El asfalto de las dos de la tarde ya no irradia ese calor que termina de cocinar lo que el sol empezó. Escucho a Ale Bercovich despotricando contra las medidas de Caputo que promete lo que el Fondo Monetario Internacional no termina de confirmar del todo pero que, detalle más o menos, de cualquier forma hará: ponernos un poco más de rodillas aun con terrorismo económico que, nuestros cuerpos lo saben, no queda tan lejos del Estado terrorista y sus picanas.

            Me apuro para cruzar Julián Álvarez en verde, por ahí llego a hacerme un cafecito antes de la primera sesión una moto me lleva puesto y de repente estoy en el piso. Me duele la pierna derecha. Me levanto, mi jean está roto, toco, no hay sangre. Veo que él también se levanta y está más o menos bien. Me le acerco bien cerca: ¿PERO VOS SOS PELOTUDO?, le grito, exasperado, con los modales un poco por el piso contra el que acabo de dar.

            Con cara de salir de su mundo, pero ya un poco menos ensimismado, me mira con un poco de asombro y me dice: Pero yo puse la luz de giro.

            Cae mi enojo inmediatamente. De verdad que el tipo no tiene ninguna intención de defender lo indefendible, cosa que hace quien no admite su responsabilidad y rechaza la culpa. El tipo realmente cree que si él puso la luz de giro alcanza para que pueda doblar libremente, que no hace falta chequear si el de la bici que él adelanta a último momento vio o no esa luz de giro. Tampoco puede calcular que, si la bicicleta ya estaba empezando a cruzar cuando él la adelanta, la única posibilidad de haberlo visto sería teniendo ojos en la nuca. Estas cuestiones no parecen entrar en sus categorías.

 

                                                                       *

 

            Mi primera asociación ya llegando al consultorio y sin tiempo para el café fue la escena de una persona ensimismada en su celular que camina sin mirar alrededor y que hace que uno o se corra o lo lleven puesto. No es que yo no pueda ser esa persona del celular. Trato de no serlo, pero a veces me gana. Pero el de la moto no iba mirando el celular. Lo que más me asustó, lo que me produjo algo que no encuentro las palabras para describir adecuadamente, es que iba como si estuviera en un mundo que se adapta a sus gestos, como si el celular le hubiera ganado al mundo (me refiero ahora al otro mundo, ese que no se adapta a sus gestos y que ahora, más que nunca, ve disputado hasta el derecho a seguir teniendo ese nombre). En ese mundo que se adapta a nuestros gestos, pareciera que el que se enoja, gana. Entonces, ganar en política partidaria es gritar y si hay suficientes enojados, que tienen mucha razón en estarlo y que necesitan con qué empardar su enojo, ese gana. Se podría decir que hay mejores usos para un enojo así, pero también es importante admitir que fuimos lo suficientemente pasivizados en nuestra participación política por los gobiernos anteriores, lo que resulta en que casi no haya actualmente opciones donde hacer de ese enojo creación colectiva.

 

                                                                       *

 

            El régimen de hipermetaforicidad (que Elsa Drucaroff toma de Luisa Muraro y expande en su libro Otro Logos) es ese proceso social por el cual, cada vez más, Patriarcado primero y Colonial-Capitalismo después mediante, las palabras se separan de las cosas, el dólar del patrón oro, la música de sus soportes materiales, el dinero de su formato moneda o papel moneda, la terapia de la presencialidad, etcétera, hasta llegar al paciente de veinte que me dice que está de novio hace un año y no siente la necesidad de aclararme que ese noviazgo es virtual, que nunca se vieron y, sobre todo, que no siente la necesidad de encontrarse (presencialmente) con ese otro, de poder tocar su piel. ¿Vamos hacia un mundo sin abrazos -a menos que hagamos algo- o soy un viejo despotricando contra los jóvenes de hoy en día?[i]

 

                                                                       *

 

            Esa separación creciente entre las palabras y las cosas tiene un correlato en disociaciones progresivas. Por ejemplo, fue posible apoyar al gobierno militar argentino en su carnicería de enviar a pibes sin preparación a combatir contra la tercera potencia bélica mundial en las Malvinas, al mismo tiempo que se repudiaban las desapariciones y torturas que ese mismo gobierno dictatorial seguía produciendo. Del mismo modo, hoy es posible repudiar que el gobierno actual tome un rumbo de recolonización al plantear que el eje del debate por la recuperación de las islas es ganar la determinación de los isleños, seducirlos para que quieran ser argentos y a través del repudio de este planteo sostener nuestro reclamo histórico de integridad territorial. Ese reclamo nos ubica en el camino de continuar peleando por nuestra autonomía como país pero, al mismo tiempo, a quienes sostenemos esa exigencia descolonizante, nos cuesta pensar que tiene poca legitimidad nuestra posición si no podemos a su vez dar legitimidad a los reclamos territoriales de los pueblos originarios. Esos pueblos que fueron víctimas del genocidio por parte del Estado Argentino con la llamada Campaña del desierto, que produjo el desierto que suponía su título, matándolos, esclavizándolos y expropiando sus tierras. Si no es posible ver que con respecto a los pueblos originarios quedamos en una posición equivalente a la de Gran Bretaña en relación a nosotrxs (un nosotrxs que en este caso sí incluye a las poblaciones originarias), es porque la disociación es efectiva.

 

                                                                       *

 

            El proyecto de desdisociarse es un horizonte al cual apuntar, un proyecto personal y colectivo que, en el mejor de los casos, lleva toda la vida, pudiendo realizarse en todos los planos de la misma. Basta pensar en cuán digitado por cuestiones de mercado está cómo y qué comemos y qué lejos estamos de una soberanía alimentaria. Proyecto (ese de desdisociarnos como personas y como sociedades) que, si las cosas no van demasiado mal, continuarán las próximas generaciones, por lo que bien haríamos en saber que, hasta ahora, lo Smart de los Smartphones es estar programados para atentar contra dicho proyecto, quitando las barreras entre comunicarse, despertarse, escuchar música, leer, mirar tele, jugar, aprender, trabajar, seducir. Programados para que todo eso ocurra potencialmente a la vez y, sobre todo, a distancia. Diseñados para que los medios devengan fines en sí mismos, rompiendo los ritmos temporales, borrando fronteras espaciales, lo que tiene el paradojal efecto de disociar aún más lo que ya venía quebrado y generar más dificultades en la conformación de alteridad. Alteridad mediante la cual puedo imaginar que el que yo haga un gesto no es igual a que el otro lo vea, por lo que además de poner la luz de giro necesito ponerme en el lugar del otro para verificar si está en condiciones (al menos espaciales y temporales pero también de atención) de verla. Disociación mediante la cual se hace difícil pensar reclamos territoriales que podrían tener mucho en común, reclamos territoriales de las poblaciones originarias hacia el Estado Argentino y reclamos territoriales del Estado Argentino hacia un Estado extranjero.

 

            Todxs somos cómplices -más o menos inconscientes- de este proceso social de disociación progresiva, lo cual puede ser una buena noticia: en los ámbitos en que nos movemos cotidianamente podemos tener una influencia en sentido contrario. Por ejemplo, hablar con lxs mapadres en la escuela para acordar en conjunto el momento adecuado para que lxs pibes empiecen a tener celulares, qué tipo de celulares y cómo regular sus usos, es algo que está a nuestro alcance si así lo queremos.

 

En psicoanálisis tenemos un acuerdo transversal en la idea de que la salud mental implica alguna salida exogámica, aunque quizá no estemos tan fácilmente de acuerdo sobre las variadas formas que puede llegar a adoptar esa salida exogámica. También tenemos un acuerdo sobre cuál es el “aparato” mínimo de producción legal (en un sentido amplio que incluye lo jurídico) de diferencias sociales y psíquicas para producir dicha salida exogámica: la prohibición del incesto. Aunque no es tan seguro que estemos al tanto de los ricos debates antropológicos sobre todo lo que implica la “prohibición del incesto”. Esas controversias piensan su funcionamiento desde lugares muy distintos, porque ese “aparato” es algo que permite el establecimiento de diferencias, pero algunas de ellas resultan muy retrógradas y conservadoras. Por eso, ese debate propio de otro campo, podría ser también uno para el nuestro, sobre cuáles son las bases antropológicas convenientes para el psicoanálisis, dado que son muy determinantes y están plenas de consecuencias políticas.

 

Ese establecimiento de diferencias a través de la prohibición del incesto[ii] es una de las condiciones más importantes para que exista lo que llamamos pensamiento, entendido no como la reproducción de saberes enciclopédicos, sino como una capacidad de producir autonomía, también política. Es contra eso que tan efectivamente atentan los televisorcitos, al menos así programados y diseñados, que nos han metido en el bolsillo a fuerza de hacernos desearlos.

 

Hay búsquedas valiosas sobre los modos de limitar cuánto se digitaliza nuestra vida, localizar con cuánto de eso podemos componer de modos creativos y con cuánto no. Otra parte de esa búsquedas, que considero fundamentales, va por el lado de explorar cómo podría darse lugar a una digitalización alternativa que produzca diferencias en lugar de borrarlas, que en lugar de disociarnos y desalterizarnos contribuya con pensar juntando lo que va junto para poder también identificarnos afectivamente con lxs otrxs, tanto con los que conocemos como con los que no conoceremos, pero que de todos modos podemos tener en consideración. En ambos casos se trata de búsquedas que podemos hacer cotidianamente, en nuestros lugares de trabajo, estudio, reunión y que tienen posibilidades verdaderas de transformación. A veces parecen oponerse entre sí, dado que la estrategia de limitar cuadra mejor con el rechazo que la virtualización compulsiva nos produce a lxs analógicos, pero bien vale la pena hacer el esfuerzo de salirnos de ahí y hacer alianzas políticas con quienes (que en general tienden a ser más jóvenes) buscan otros modos de habitar el espacio digital.

 

*Pablo Tajman: Ciclista urbano, trabajador de la salud mental pública, psicólogo clínico interesado en los modelos integradores en psicoanálisis, docente, supervisor clínico e institucional, asambleista en la Asamblea Interbarrial de Parque Saavedra.

 


Agradezco a Mercedes Perullini, a Camilo Porta Massuco y a Natalia Maldonado por sus sugerencias, que mejoraron el texto.


[i] A fines de los ’90 fui a ver a los Les Luthiers estrenando esa canción (Los jóvenes de hoy en día), hoy quizá me cabe el chiste.

[ii] La prohibición del incesto incluye más cuestiones que las que su nombre parece indicar. Para profundizar sobre este tema, ver: “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo” de Gayle Rubin y, de mi autoría, los capítulos “Para no quedarnos sin Flores: hacia una Psicopatología Psicoanalítica Crítica”, en Los hilos de la transferencia y “Dónde empieza y dónde termina el psicoanálisis”, en Sublimación y escritura en la ética del psicoanálisis, ambos libros compilados por Alicia Rozental y Lisa Pelacoff y publicados por la editorial Entreideas.


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