Notas para una crítica al monstruo como figura freudiana para pensar la vida en común [1]
Parte I
En esta primera parte del artículo, se denuncia la complicidad con un inquietante sentido común que, como analistas, solemos portar y reproducir sin advertirlo. Para ello se comienza incursionando en el pensamiento freudiano de los “textos sociológicos”, especialmente “El malestar en la cultura”, hasta llegar a la postulación -nuclear y condensadora- de la idea de que el hombre es el lobo del hombre como verdad inexorable.
por Ariel Antar Lerner *
«[…] el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. «Homo homini lupus»: ¿quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, osaría poner en entredicho tal apotegma?[2]»
Sigmund Freud
«El europeo no ha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos y monstruos[3]»
Jean Paul Sartre
«En el colegio le hacen bullying al tiene un celular viejo»
Gabriel (13 años)
1. Un sentido común que inquieta
El psicoanálisis es hoy una teoría crítica insoslayable cuando se trata de pensar lo humano. Para entender las relaciones entre lxs seres hablantes y la cultura abrevan en los textos psicoanalíticos no solo psicoanalistas, sino también médicxs, educadorxs, comunicadorxs, trabajadorxs sociales, estudiantes secundarios, sociólogxs, filósofxs, antropólogxs, políticxs e intelectuales de toda clase. Fuentes de referencia, El malestar en la cultura y El porvenir de una ilusión constituyen textos clave para concebir los problemas de la cultura desde una perspectiva freudiana.
Por ello, entre nosotrxs se ha establecido todo un sentido común freudiano: un modo asentado y compartido de concebir y entender las relaciones entre las leyes, la cultura y la «naturaleza humana». En las facultades, los hospitales, las clínicas, los juzgados, las escuelas, los consultorios, las salitas, las oficinas y los territorios, este sentido común se respira cada vez que la ocasión obliga a enlazar –de vez en cuando– «lo individual» con «lo social».
Pero este sentido común freudiano presenta un problema: mientras se nutre de la profundidad, la fuerza y la potencia crítica del pensamiento freudiano… por otro lado naturaliza acríticamente lo esbozado por Freud en sus llamados «textos sociológicos». Y es que las bases de las que se alimenta el pensamiento que se expresa en estos textos -es decir, el fundamento filosófico-político del que se nutren- es en general desconocido y tomado por único, obvio y natural. Y lo que además nos inquieta, es que las consecuencias que emanan del punto de vista freudiano en estas obras hacen de obstáculo –cuando no echan por tierra– a toda tentativa de pensar formas sociales alternativas al capitalismo y el patriarcado entre otras configuraciones opresivas de la vida en común, rozando así la complicidad con ellas. No es casual que muchas ideas afines a este sentido común freudiano surjan espontáneamente en el decir de casi cualquier vecinx, más allá de su clase social. Y no se trata de la famosa influencia del psicoanálisis en la cultura, esa que lo convierte en un sentido común compartido; se trata aquí de otra operación: de la influencia de una mirada del mundo que se volvió –sin advertirlo– sentido común tanto para el psicoanálisis como para nuestra cultura.
Intentaremos entonces elucidar algunas de las líneas que atraviesan el pensamiento freudiano, desde la voluntad de realizar algún aporte para pensar el problema de la vida en común, superando la sujeción que nos impone una herencia de ideas indiscutidas.
2. Tres fuentes de sufrimiento
En El malestar en la cultura, Freud enuncia tres fuentes de sufrimiento para lxs seres humanxs: el cuerpo propio, el mundo exterior y los vínculos con otrxs.
Desde tres lados amenaza el sufrimiento: desde el cuerpo propio, que, destinado a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos[4].
Poco más adelante[5], Freud se refiere a estas fuentes con otras palabras; las llama «la fragilidad de nuestro cuerpo», «la hiperpotencia de la naturaleza» y «la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad».
A las dos primeras fuentes de sufrimiento –el cuerpo frágil y la naturaleza hiperpotente– Freud las califica de inevitables, en tanto y en cuanto son naturales y la naturaleza es en última instancia indomable[6].
Respecto de las dos primeras, nuestro juicio no puede vacilar mucho; nos vemos constreñidos a reconocer estas fuentes de sufrimiento y a declararlas inevitables. Nunca dominaremos completamente la naturaleza; nuestro organismo, él mismo parte de ella, será siempre una forma perecedera, limitada en su adaptación y operación. Pero este conocimiento no tiene un efecto paralizante; al contrario, indica el camino a nuestra actividad. Es cierto que no podemos suprimir todo padecimiento, pero sí mucho de él, y mitigar otra parte; una experiencia milenaria nos convence de esto[7].
Cuando se refiere a la tercera –los vínculos con otrxs seres humanxs– escribe:
"Diversa es nuestra conducta frente a la tercera fuente de sufrimiento, la social. Lisa y llanamente nos negamos a admitirla, no podemos entender la razón por la cual las normas que nosotros mismos hemos creado no habrían más bien de protegernos y beneficiarnos a todos. En verdad, si reparamos en lo mal que conseguimos prevenir las penas de este origen, nace la sospecha de que también tras esto podría esconderse un bloque de la naturaleza invencible; esta vez, de nuestra propia complexión psíquica"[8].
En otra parte del mismo texto, Freud precisa:
"Al padecer que viene de esta fuente lo sentimos tal vez más doloroso que a cualquier otro; nos inclinamos a verlo como un suplemento en cierto modo superfluo, aunque acaso no sea menos inevitable ni obra de un destino menos fatal que el padecer de otro origen"[9].
Nos dice el pensamiento de Freud: siendo que las normas sociales que regulan la vida en común no son «dadas» o naturales, sino que son creaciones humanas, artificios vulnerables al cambio, nos sorprende el dolor que deparan, nos asombra la potencia sufriente que conllevan; luego –deduce– dado que no somos capaces de evitar las desdichas de la vida en común, nos vemos precisadxs a suponer que subyace en nosotrxs el accionar de una fuerza fatal e inevitable, un «bloque de naturaleza» invencible, presente esta vez en nuestra propia complexión psíquica.
3. Un bloque de naturaleza invencible
¿De qué bloque de naturaleza invencible presente en nuestra complexión psíquica habla Freud? ¿Cuál es el escollo natural que impide conjurar los dolores más hondos que nos depara la vida en sociedad? La respuesta de Freud es clara: se trata de una exteriorización de la pulsión de muerte que se manifiesta en unas tendencias destructivas, en una inclinación constitucional a agredirnos, en un humano gusto por la agresión. En una agresividad que, además, es el principal obstáculo para el desarrollo cultural.
En El porvenir de una ilusión, escribe:
"Yo creo que es preciso contar con el hecho de que en todos los seres humanos están presentes unas tendencias destructivas, vale decir, antisociales y anticulturales, y que en gran número de personas poseen suficiente fuerza para determinar su conducta en la sociedad humana"[10].
Idea que poco después, en El malestar en la cultura, prosigue y desarrolla:
"para todo lo que sigue me sitúo en este punto de vista: la inclinación agresiva es una disposición pulsional autónoma, originaria, del ser humano. Y retomando el hilo del discurso, sostengo que la cultura encuentra en ella su obstáculo más poderoso"[11].
"el problema es aquí cómo desarraigar el máximo obstáculo que se opone a la cultura: la inclinación constitucional de los seres humanos a agredirse unos a otros"[12].
Encontramos aquí, coronando esta concepción freudiana, la cita de nuestro epígrafe: homo homini lupus, el hombre es el lobo del hombre:
"el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. «Homo homini lupus»: ¿quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, osaría poner en entredicho tal apotegma? Esa agresión cruel aguarda por lo general una provocación, o sirve a un propósito diverso cuya meta también habría podido alcanzarse con métodos más benignos. Bajo circunstancias propicias, cuando están ausentes las fuerzas anímicas contrarias que suelen inhibirla, se exterioriza también espontáneamente, desenmascara a los seres humanos como bestias salvajes que ni siquiera respetan a los miembros de su propia especie. Quien evoque en su recuerdo el espanto de las invasiones bárbaras, las incursiones de los hunos, de los llamados mongoles bajo Gengis Khan y Tamerlán, la conquista de Jerusalén por los piadosos cruzados, y, ayer apenas, los horrores de la última Guerra Mundial, no podrá menos que inclinarse, desanimado, ante la verdad objetiva de esta concepción.
La existencia de esta inclinación agresiva que podemos registrar en nosotros mismos y con derecho presuponemos en los demás es el factor que perturba nuestros vínculos con el prójimo y que compele a la cultura a realizar su gasto [de energía]. A raíz de esta hostilidad primaria y recíproca de los seres humanos, la sociedad culta se encuentra bajo una permanente amenaza de disolución"[13].
Sobre este carácter indomeñable de la «naturaleza humana», cuya variación o modificación se vuelve ilusoria, escribe Freud en la 35° conferencia:
"Y si bien el marxismo práctico ha desarraigado implacablemente todos los sistemas e ilusiones idealistas, él mismo ha desarrollado ilusiones no menos cuestionables e indemostrables que las anteriores. Espera alterar la naturaleza humana en el curso de unas pocas generaciones, de suerte de establecer una convivencia casi sin fricciones entre los seres humanos dentro de la nueva sociedad, y conseguir que ellos asuman las tareas del trabajo libres de toda compulsión. Entretanto, traslada a otros lugares las limitaciones pulsionales indispensables en la sociedad y guía hacia afuera las inclinaciones agresivas que amenazan a toda comunidad humana, se apoya en la hostilidad de los pobres hacia los ricos, de los desposeídos hasta hoy hacia los poderosos de ayer. Pero semejante trasformación de la naturaleza humana es harto improbable. […] Una alteración completa del régimen social tiene pocas perspectivas de éxito mientras nuevos descubrimientos no hayan aumentado nuestro gobierno sobre las fuerzas de la naturaleza, facilitando así la satisfacción de nuestras necesidades. Acaso sólo entonces se volvería posible que un nuevo régimen social no se limitara a desterrar el apremio material de las masas, sino que atendiera también a las exigencias culturales del individuo. Pero es indudable que aun en tal caso deberíamos luchar, durante un lapso de longitud imprevisible, con las dificultades que el carácter indomeñable de la naturaleza humana depara a cualquier clase de comunidad social"[14].
Enfoque que mantiene también en ¿Por qué la guerra?:
"De lo anterior extraemos esta conclusión para nuestros fines inmediatos: no ofrece perspectiva ninguna pretender el desarraigo de las inclinaciones agresivas de los hombres. Dicen que en comarcas dichosas de la Tierra, donde la naturaleza brinda con prodigalidad al hombre todo cuanto le hace falta, existen estirpes cuya vida trascurre en la mansedumbre y desconocen la compulsión y la agresión. Difícil me resulta creerlo, me gustaría averiguar más acerca de esos dichosos. También los bolcheviques esperan hacer desaparecer la agresión entre los hombres asegurándoles la satisfacción de sus necesidades materiales y, en lo demás, estableciendo la igualdad entre los participantes de la comunidad. Yo lo considero una ilusión"[15].
En esta línea encontrémonos, por último, con una fortísima afirmación freudiana en torno a la indestructibilidad de la agresión en ocasión de una crítica al comunismo[16]:
"Los comunistas creen haber hallado el camino para la redención del mal. El ser humano es íntegramente bueno, rebosa de benevolencia hacia sus prójimos, pero la institución de la propiedad privada ha corrompido su naturaleza. La posesión de bienes privados confiere al individuo el poder, y con él la tentación, de maltratar a sus semejantes; los desposeídos no pueden menos que rebelarse contra sus opresores, sus enemigos. Si se cancela la propiedad privada, si todos los bienes se declaran comunes y se permite participar en su goce a todos los seres humanos, desaparecerán la malevolencia y la enemistad entre los hombres. Satisfechas todas las necesidades, nadie tendrá motivos para ver en el otro su enemigo; todos se someterán de buena voluntad al trabajo necesario. No es de mi incumbencia la crítica económica al sistema comunista; no puedo indagar si la abolición de la propiedad privada es oportuna y ventajosa. Pero puedo discernir su premisa psicológica como una vana ilusión. Si se cancela la propiedad privada, se sustrae al humano gusto por la agresión uno de sus instrumentos; poderoso sin duda, pero no el más poderoso. Es que nada se habrá modificado en las desigualdades de poder e influencia de que la agresión abusa para cumplir sus propósitos; y menos aún en su naturaleza misma. La agresión no ha sido creada por la institución de la propiedad; reinó casi sin limitaciones en épocas primordiales cuando esta era todavía muy escasa, se la advierte ya en la crianza de los niños cuando la propiedad ni siquiera ha terminado de abandonar su forma anal primordial, constituye el trasfondo de todos los vínculos de amor y ternura entre los seres humanos, acaso con la única excepción del que une a una madre con su hijo varón. Si se remueve el título personal sobre los bienes materiales, resta todavía el privilegio que dimana de las relaciones sexuales, privilegio que por fuerza será la fuente de la más intensa malquerencia y la hostilidad más violenta entre seres humanos de iguales derechos en todo lo demás. Y si también se lo suprimiera por medio de la total liberación de la vida sexual, eliminando en consecuencia a la familia, célula germinal de la cultura, ciertamente serían imprevisibles los nuevos caminos que el desarrollo cultural emprendería; pero hay algo que es lícito esperar: ese rasgo indestructible de la naturaleza humana lo seguiría adonde fuese"[17].
Este artículo, que está presentado en tres partes, es una versión abreviada del artículo completo escrito en 2018.
* Ariel Antar Lerner:
Psicólogo (UBA), ariel.antar.lerner@gmail.com
[1] Debo el impulso de este texto a Horacio Medina, profesor de la materia Problemas Antropológicos en Psicología de la UBA, de la que fui estudiante en 2007. Con Horacio mantuvimos un intercambio por mail breve y fecundo en ocasión de un texto que había escrito para la Revista Transversales N°1. De su generosidad, tomé estas ideas y preguntas que él se hacía y me ofrecía: «Hobbes hace del Monstruo un personaje conceptual para nada despreciable como derrotero teórico. La lectura moderna –con tanta metáfora (el Leviatán es metáfora del Estado)– no lee esa obviedad: el Estado es un monstruo y el hombre deviene lobo. ¿No hay nada más que decir de esto que no sea la remanida filosofía política que nos llega como escansión freudiana de la cultura y su malestar?». Este texto es fruto agradecido de aquella invitación al pensamiento crítico.
[2] Freud, S. (1927), El porvenir de una ilusión, en Obras Completas Tomo XXI, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1992, p. 108. [3] Prólogo a «Los condenados de la tierra» de Frantz Fannon.
[4] Freud, S. (1930), El malestar en la cultura, en Obras Completas Tomo XXI, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1992, p. 76. [5] Freud, S. (1930), El malestar en la cultura, p. 84. [6] Creemos que, como parte de la deconstrucción del sentido común freudiano, sería necesario explicitar y cuestionar la idea freudiana de naturaleza, que no es meramente freudiana sino occidental y moderna. Daría para toda una investigación. Conformémonos aquí con apenas un comentario: para Freud, la humanidad civilizada se esfuerza en ejercer una relación de dominio sobre la naturaleza a fin de protegerse de sus hostilidades y de aprovechar sus recursos. Así, la naturaleza es entendida como una exterioridad con la que se establece una relación instrumental. Si bien toda cultura ha trabajado la naturaleza viviendo de ella y volviéndola más hospitalaria según fuese necesario, esa relación trascendente, jerárquica, exterior e instrumental con una naturaleza amenazante que Freud proyecta como universal, es en realidad propia del capitalismo como forma social de vida; y se distingue y opone a otros modos de concebirla y habitarla, en los cuales lxs seres humanxs están en relación inmanente con la naturaleza y viven entreverados con sus ciclos y fenómenos, así como en términos de reciprocidad con los seres que la habitan.
[7] Freud, S. (1930), El malestar en la cultura, p. 85. [8] Freud, S. (1930), El malestar en la cultura, p. 85. [9] Freud, S. (1930), El malestar en la cultura, p. 76. [10] Freud, S. (1927), El porvenir de una ilusión, p. 7. [11] Freud, S. (1930), El malestar en la cultura, p. 117. [12] Freud, S. (1930), El malestar en la cultura, p. 138. [13] Freud, S. (1930), El malestar en la cultura, pp. 108-109. [14] Freud, S. (1933), ¿Por qué la guerra?, en Obras Completas Tomo XXII, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1994, p. 195. [15] Freud, S. (1930), El malestar en la cultura, pp. 135-136. [16] Daría para todo otro artículo, pero mencionemos al menos al pasar que esta crítica freudiana a la concepción de lo humano en Marx está errada. Pareciera estar discutiéndole antes a Rousseau -con su «buen salvaje»- que a Marx, quien ya en las primeras páginas del prólogo a la primera edición de El Capital se ocupa de advertir que no se trata de que haya personas «buenas» o «malas» en esencia, sino de que hay lugares o posiciones que son producto de las leyes que rigen a una sociedad y que lxs agentes sociales van a encarnar: […] aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una creatura (El Capital, Prólogo a la primera edición, Siglo Veintiuno, p. 8). De ahí que Marx hable de «las más violentas, mezquinas y aborrecibles pasiones del corazón humano» como «furias del interés privado»: no porque estas no estén antes del capitalismo, sino porque éste promueve modos de vivir que las fomentan. Quizá Marx dedicaría a Freud el espíritu de sus Tesis sobre Feuerbach, en especial la tesis VI: «Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales». [17] Freud, S. (1930), El malestar en la cultura, pp. 109-110.
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