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Sobre “La llamada. Un retrato” de Leila Guerriero



“Debe tener una ensalada de afectos cruzados. Como a mi también me pasa con él” dice Silvia Labayru sobre el padre de su hija Vera.

“Forma de una ficción destinada a decir la verdad” Piglia

“Recuerdos que mienten un poco” Patricio Rey y sus redonditos de ricota


por Natalia Maldonado*



El libro compone la historia, un perfil de datos y afectos, de Silvia Labayru, su infancia, adolescencia “tímida, lectora, amantes de los animales, entusiasta de John F. Kennedy” a su militancia en montoneros “militante aguerrida”, durante la detención en la ex ESMA (cursando un embarazo), y su vida posterior en España, en el exilio. Rechazada por sus compañeros de militancia, y, ahora, en Buenos Aires, su vida con el psicoanalista Hugo Dvoskin (compañero de colegio en los 70, con quien se reencontró después de 30 años y el amor intacto).


“Me partieron a la mitad esos hijos de puta”


Silvia se analizó con Emilse Dio Bleichmar y estudió psicología.


“En la Escuela de Psicología Social de Pichon-Rivière había muchos argentinos. Uno de ellos le planteó al director, Hernan Kesselman: <Adentro de la escuela hay una agente de los servicios, una traidora>” Kesselman no permitió avanzar esa denuncia pero Silvia no se sentía bien estando allí. “Para cuando terminé de estudiar me di cuenta que nadie iba a derivarse pacientes”


Bueno. Ese dato brilla un poco para nosotros, sus colegas. Dato, calculo, medio fiaca para el resto de la humanidad.


Entonces, arranco.


¿Qué carajos es o hace la memoria? ¿Cómo armar lo verdadero en los testimonios cruzados para y en una crónica? ¿Es acaso, la verdad, un efecto o una intervención?


El laburo de archivo que se manda Leila en cada uno de sus libros es exhaustivo, agotador. Toma decisiones muy precisas sobre qué y cómo contar. Escucha atenta (parece atención flotante). El detalle de la luz en las entrevistas, detalles que suavizan, modulan, subrayan escenas, los distintos tonos de voz que parecen salir del libro, la descripción de las muecas de los rostros: “ojos inexpresivos”, por ejemplo ¿Qué es eso dios mío? Oír repeticiones de frases. Escuchar lo novedoso. Lo que cuesta decir, lo que no cuesta. Los silencios y sus distintos significados (el alfabeto del silencio). Las resistencias a modo de repetición de hechos, como Silvia, para defenderse del dolor, como si se estuviera haciendo un trámite. Para tomar un poco distancia. “hay que tener paciencia”, dice Leila. Se dice pero ¿Cómo se dice?


Entiendo que las teorías literarias tienen un arsenal de guerra para decir acerca de lo que es o no es una crónica. Yo creo que está saldada la deuda con la idea de objetividad. Cierto consenso en el que la realiza aparece pero poco. No se come a la historia, se deja empapar y afectar. Algún sentimiento, hilar algunos hechos aparentemente enlazados y, los que no tanto a simple vista, el acento en las contradicciones. Aunque no sé qué cercanías mantienen con la ficción. La ficción es parte de lo verdadero decía Saer. Crear formas para decir alguna verdad minúscula, situada o un puñado de verdades llena de trampas, recovecos oscuros. Que se yo.


El cronista parece que lee. Ante todo parece un lector. Por lo tanto no es pasivo. Leer falsos enlaces, escenas yuxtapuestas, fechas que no concuerdan. ¿Por qué son tan ricas esas lagunas? ¿Por qué uno como lector entra en tanta confianza cuando no se sellan esas agujeros?


Quedan ahí, sobre la mesa. No hay verdad con mayúscula y, en los lapsus, se dice mucho más que en los relatos armaditos con moño. Un ejercicio que me suena un poco. Ah, el psicoanálisis. Claro. Con muchas diferencias.


Entre la polifonía de testimonios, aparece algo de esa verdad a medias, contingente, frágil, poderosamente frágil que, no sé si la autora la busca, pero que hace de una vida un puñado de fragmentos que ¿Quién hila? ¿El autor, el lector, los testimonios, lo que se dice? Se dice y se dice lo opuesto, también.


¿Por qué es tan rico ese material hecho trizas que parece que más que componer, descompone?


¿Qué recuerdos “valen la pena”? Ella, Silvia, la apestada para sus compañeros que nunca han estado en un centro de detención. Porque algo habrá hecho para sobrevivir, para salir. Nos marcó, colaboró. Y toda una serie de relatos dolorosísimos. Me podría meter en cómo el feminismo ha permitido que las violaciones de los oficiales a las detenidas puedan ser dichas y enjuiciables. Pero no puedo. Me parece una redundancia. Cuestionar a la víctima. Demasiado doloroso. Desde dónde venía ese cuestionamiento. Que se yo. Es muchísimo.


Está la pregunta por el ¿Qué hizo Silvia? Leila no quiso ir para ahí. Ni se le ocurrió. No es importante ¿Cómo se construyó un serie de relatos con tantos lapsus, tantos silencios sobre Silvia? ¿Es solo de Silvia esta historia? Pienso que no. Es un trabajo enorme sobre qué es recordar de a varios, de los relatos lapidarios. Sobre que ha quedado en el camino y aparece como un retorno de lo reprimido, como un poner en acto lo ininteligible.


Porque es difícil, porque ella era hermosa, porque era muy inteligente, faltante de nobleza, superviviente.


La traidora.


¿Cómo descomponer ese latiguillo volcado a los que han sobrevivido?


El tacto de Leila:


“De modo que solo cuando llevaba meses entrevistándola y sabía que no confundiría mis indagaciones con una acusación, le pregunté por qué en juicios anteriores no había mencionado explícitamente las violaciones, por qué sólo las había sugerido diciendo cosas como 《las mujeres éramos su botín de guerra》. En mis notas dice que <el sol oscuro del final de la tarde le caía sobre la espalda y la manchaba con cierta luz de agobio, lo que hizo que me preguntara si no estaba harta de mí >. Pero la forma en que dijo lo que dijo no traslucía irritación conmigo sino con la época: con el hecho de que las violaciones hubieran sucedido en años en los que eso que aún sucede -las mujeres violadas resultan sospechosas de haber provocado la violación, de no haberse resistido lo suficiente- era la norma: la única norma.”


Silvia contó el horror, el fondo de terror, la tarea política de sobrevivir, las amenazas explícitas e implícitas de los torturadores, de los captores. Por fuera de la ley, sin saber cuanta vida le queda, embarazada y luego con esa bebé afuera. Aún así la sospecha. No se podía evidentemente no sospechar. No daban las coordenadas. Hoy parece incomprensible.


Silvia cuenta sobre quién la violó y, además, la llevaba a su casa y repetía ese forzamiento junto a la esposa de él. Este oficial era Alberto González, quien fue condenado por estas violaciones como delito aparte (su mujer no). Este juicio que se inicio en 2010 y terminó mientras se escribía este libro. Este hombre, atención con esto, es el mentor de Victoria Villarruel. Nuestra vicepresidente. La misma Cecilia Pando cuenta que lo conoció por ella.


Juguemos a definir, como si fuera posible. Deslicemos la memoria. ¿Qué es? ¿Qué hace? La memoria hace soportable la vida. Algunos olvidos también. La memoria permite no cometer los mismos errores o cometerlos mejor, la memoria se actúa, la memoria es recuerdos que mienten un poco, la memoria es recuerdos que encubren, la memoria siempre es agujereada, la memoria es el presente, la memoria es social, la memoria y la verdad ¿son exactamente lo mismo? ¿Se superponen en intersecciones?


El psicoanálisis trabaja sobre la realidad subjetiva (que no es lo mismo que individual).

Las voces de una vida, sus imágenes afectivas, lo que se contó, lo que se cuenta, lo que se recuerda, lo que se olvida El cuerpo, habla también recuerda. Los fantasmas, las lagunas, los falsos enlaces. La realidad es inabarcable, la verdad es siempre a medias, inacabada, el recuerdo es opaco, carga con pesos, con remolinos, nudos, es re significación, además. A pesar de todo esto, la verdad no es cualquiera.


¿Hay posibilidad de consensuar algunas verdades? El hiato parece siempre ganar la batalla.


La verdad con minúscula. Aquella que es aquí, intervienen en el ahora.


Leila se da cuenta que hay un periodo de tiempo que los suegros de Silvia sabían que estaba viva pero no le dijeron al papá. Él lo supo en la llamada. Son diez días, creo. 10 días su padre podría haber sabido. ¿Importa? ¿No importa? Es tremendo.


La crónica así parece crear una descomposición. Darle borde a los agujeros. El ombligo del sueño freudiano. El pasado es lo más nuevo que hay. Siempre parece querer decir algo más. De ese agujero retornan hilos, nuevos deslizamientos, tensiones. Se hacen articulables nuevos fragmentos que coinciden con la creación de un presente, de devenires. Tipo futuro anterior. Y no se trata de un relativismo estúpido que pretende que hay tantos relatos de un hecho como personas. No, no es eso. Es lo posible de ser dicho en cada contexto. Y eso, al decirse, toca una verdad y crea una nueva sombra. Un modo de seguir con la conversación. Hay tiempos en que la sombra es tan grande, que el humo es tal que no encontramos el fuego.


De ese magma, de ahí escribimos. Parafraseando a Leila. La obra, siempre abierta.


Me entero por este libro que la terraza en la que muere la hija de Walsh es en Villa Luro (Corro 105). A unas cuadras de mi casa natal y muchas menos cuadras de mi escuela. Pasé por ahí mil veces. No puedo transmitir el horror y el impacto. ¿Cómo no sabía ese dato? El surco en la memoria. Ahí quedó.



Bibliografía


Las tres vanguardias de Piglia

Entrevista a Leila Guerriero en el programa “Marcar como leido” de Futurock



* Trabajadora de Salud Pública

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