Chinaski, el consultorio no es ni un bar ni una app de citas.
- Pablo Tajman
- hace 1 día
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A raíz de los dichos de Chinaski y de la amplia gama de psicólogos influencers, Pablo Tajman realiza una revisión sobre sus recorridos como analizante y como analista, poniendo en el centro las relaciones de poder en juego, y se pregunta: ¿será que en el patriarcado colonial-capitalista las relaciones de dominación “garpan”, se reproducen, se ramifican, invaden cual hongos todos los niveles posibles, produciendo situaciones donde la dominación se sexualiza, volviéndose una escena hipnoide que no es elegida, más bien busca imponerse?
Por Pablo Tajman*
Mi nombre es Pablo Tajman, en unos meses voy a cumplir veinte años de práctica clínica psicoanalítica.[1] Personalmente soy hetero, cis y, en mi vida, la sexualidad ha sido fuente de placer, afecto y experimentación. También he sufrido varias frustraciones desde los avatares de los dispositivos de la monogamia obligatoria y el parcelamiento corporal que la heterosexualidad hegemónica comanda. He hecho bastante por salirme de esos cánones, con resultados desparejos pero que dan, considero, un balance positivo.
Como paciente, he encontrado en mis análisis ciertos prejuicios por parte de mis analistas en relación a dichos cánones pero también la posibilidad de charlar sobre ello. Dichos análisis me han acompañado -junto con mis afectos- en momentos muy difíciles a los que he podido, con tiempo y laburo, sobreponerme bastante bien. Además me ayudaron a salir de circuitos repetitivos que me dañaban y a poder profundizar por sendas que han hecho que, en general, sienta que la vida es algo que vale la pena de ser vivida.
Vuelvo a estos casi veinte años de práctica clínica. Como analista argentino de clase media que vive de su laburo, debo decir que he atendido y atiendo muchas horas semanales. En todos estos años cuento con los dedos de una mano las veces en que mis pacientes me han comunicado algún deseo sexual que hacia mí tuviesen -habría bastante para decir sobre los que no son comunicados, pero eso excede el marco de esta breve nota-. En esas pocas ocasiones en que sí fueron manifestados, hemos tenido, paciente y analista, alguna posibilidad de pensarlo en el marco de lo que veníamos trabajando, en general con buenas posibilidades de que esa labor ayudase a relanzar la investigación clínica conjunta -desde posiciones diferenciadas- que veníamos llevando a cabo. De ahí que me resulte tan extraño (y desde otra perspectiva, nada extraño) lo que relata el “Doctor Chinaski” en ese streaming cuyo recorte se ha hecho viral: “Ponerla es lo más fácil que hay. Es más fácil ponerla que pedir una pizza. Los psicoanalistas lidiamos con eso permanentemente, porque cada vez que viene una chica que se autopercibe linda al consultorio, más temprano que tarde, te propone pasar a otra cosa en lugar del análisis. Te quieren garchar.”
¿Será que no soy un hombre tan atractivo como estos psicólogos violines? ¿Será que mi abuela mentía cuando con su mirada, sus cuidados y sus palabras me hacía sentir tan lindo y especial? (“No tenés abuela” es una frase adecuada para tantos streamers e influencers…) ¿O será que en el patriarcado colonial-capitalista las relaciones de dominación “garpan”, se reproducen, se ramifican, invaden cual hongos todos los niveles posibles, produciendo situaciones donde la dominación se sexualiza, volviéndose una escena hipnoide que busca imponerse, más que una que se elija? ¿No están estas condiciones incluso valoradas en el devenir influencer? ¿No es un camino facilitado para devenir uno el uso que de esto se hace?
Pensando en los dichos de este analista mediático recordé algo que me ocurrió hace unos pocos meses y que considero que está en un nivel mucho más sutil del mismo campo de fenómenos. Estaba viendo en youtube la grabación de una clase/conversación entre docentes de una conocida escuela argentina de psicoanálisis online donde se hablaba de técnica. Es un tema -el de la técnica en psicoanálisis y en psicoterapias en general- que me interesa especialmente, cuando no es tratado como una receta rígida. Considero que es muy importante que se le dé lugar como algo principal, porque en un análisis no hacemos cualquier cosa ni hacemos solo desde la intuición. Hay métodos que nos guían en ese juego clínico con lugar para la improvisación producto de sus reglas claras; técnica -así entendida- y ética, van de la mano.
En dicha clase se decían cosas que me resultaban muy interesantes, pero al mismo tiempo sentía una incomodidad que me llevó un tiempo identificar, hasta que entendí que dos de lxs tres exponentes estaban seduciendo a la audiencia. Pero no seduciendo en el sentido en que nos puede seducir que alguien exponga inteligentemente ideas atractivas, sino seduciendo, así, sin más. Él canchereaba cual langa mientras exponía su maestría (que realmente parecía tenerla), ella acariciaba su largo pelo y, se notaba, sabía aprovechar la cámara al mismo tiempo que decía cosas sumamente interesantes. Yo sentía la incomodidad de sentirme atraído en dos sentidos muy distintos. Una cosa es que las ideas me hagan atractiva a una persona (puedo enamorarme de la profe, que además me resultaba linda antes de que empezara a hablar), pero otra cosa es que eso se esté buscando activamente por parte de lxs referentes. Parece que son las reglas implícitas de lo instagrameable.
Son dos cuestiones, la búsqueda de un seducir llano y el desarrollar ideas psicoanalíticas, que, cada una en su lugar, no tienen nada de malo. Pero juntas, buscadas al mismo tiempo… ¡Es en contra de esas mezclas que valoro nuestra práctica! Práctica que tiene en su centro eso que en antropología se llamó prohibición del incesto y que no se refiere solo a aquello a lo que la denominación original hace referencia, es decir, a la sexualidad entre ciertos miembros de la familia de origen, sino a todo el campo de lo que Racamier llamó “lo incestual”, que abarca también ciertas cuestiones -que no son contacto sexual genital directo- de lo que puede ocurrir entre unx docente y unx alumnx, entre unx analista y unx paciente, sigan ustedes la lista con los ejemplos que gusten.
Una práctica que se opone a lo incestual supone no dejarnos llevar por la tendencia al abuso socialmente recompensado, que es ejercido, principalmente, hacia mujeres, niñxs, disidencias, más si son personas racializadas, pero también hacia toda persona con la que se tenga un diferencial de poder. Esto puede darse desde en situaciones bastante sutiles hasta en otras bastante groseras.
El poder en psicoanálisis sirve a la clínica en tanto no nos dejemos arrastrar hacia el establecimiento de relaciones de dominación. Hay todo un clima social que nos empuja hacia ahí. Es importante diferenciar situaciones que requieren de la intervención de la justicia de otras en las que, no tan simplemente, hace falta que tomemos consciencia de a qué nos estaríamos prestando en caso de dejarnos llevar. Lo que quiero decir es que todxs nos encontramos en situaciones, más o menos cotidianamente, donde se nos ofrece algo de esto y es difícil enfatizar cuán importante resulta lo que hagamos en ellas. Puede no verse, pero es una construcción colectiva que llevamos a cabo cotidianamente, cada cual desde los distintos lugares que ocupa y que nos va convirtiendo en un tipo u otro de sociedad.
Dicho de otro modo: ¿cómo se llama eso que en la modernidad supone mayor separación al mismo tiempo que mayor mezcla? Incesto, o mejor, lo incestual de la modernidad colonial y patriarcal que tiene por efecto que las diferencias dejan de estar relacionadas fuertemente, se desvincula y se mezcla lo que estaba diferenciado y relacionado. El psicoanálisis en su versión no fagocitada del todo, es una respuesta a esto.
Quisiera concluir esta breve reflexión de un modo práctico. Hace unas semanas, un paciente joven que hace algunos años que está en análisis conmigo me relata una situación con su novia, una escena que se había vuelto repetitiva (no se trataba de algo abusivo). Sobre esa situación le digo algo que, pienso, podría darle otro margen de acción. ¿Vos hubieras ido por ese otro lado?, me pregunta, admirado por ese espacio de aire fresco que aparecía en nuestra conversación y que él no había visto antes (yo tampoco, agregaría). El clima de la sesión se volvió solemne. Sentía su admiración en el aire. No, creo que yo hubiera hecho más cagadas todavía, pero también hubiera querido que mi analista me dijera algo que me ayudara a salir de ahí, le contesté, con una sinceridad no calculada que me tomó por sorpresa. Su risa franca, que disolvió ese clima al que hubiera podido dejarlo enganchado (alimentando mi ego), me hizo saber que volvíamos a encontrar un rumbo posible.
* Pablo Tajman
Trabajador de la salud mental pública, psicólogo clínico.
[1] Obtuve mi título de psicólogo en la Universidad Pública mientras trabajaba de las más diversas ocupaciones: ayudante de pizzero, ayudante de cocina, cajero de la misma pizzería, repartidor a domicilio en bici cuando eso era algo raro. Todas estas eran trabajo no registrado. Luego “data entry”, en la desaparecida Banca Nazionale del Laboro, y más luego aún operador internacional del Servicio de Larga Distancia Internacional en Telecom. Las dos últimas eran bajo la modalidad de las pasantías truchas de Menem, hasta que una nueva conducción del sindicato en Telecom ayudó a organizar nuestra lucha y logramos un contrato como tercerizados primero y, después, la efectivización (“Duro al pedal, picando firme, de obra social sus sueños son hasta que ve…” cantaba Ricardo Iorio en los comienzos de Almafuerte antes de ponerse facho).
