Crédito de la imagen: Daniel Ripesi
A partir de una entrevista a Luciano Lutereau y Verónica Buchanan (ambos psicoanalistas, actualmente en pareja) publicada el mes pasado en la revista OHLALÁ de LA NACIÓN, Mercedes Perullini nos acerca algunas reflexiones.
por Mercedes Perullini *
En el título de la nota se indica que hablarán, entre otras cosas, de parejas abiertas. La persona que lxs entrevista pregunta sobre la temática en dos oportunidades, pero lxs psicoanalistas no responden abiertamente (valga la redundancia). Me parece interesante analizar este comportamiento, porque no creo que se deba a una cuestión ingenua, es decir, no me parece que se trate de una falta de preparación ante una pregunta inesperada de la entrevistadora que lxs haya descolocado, dado que están siendo convocadxs especialmente para hablar de la temática.
Por un lado, por supuesto, la pareja de psicoanalistas no tiene por qué responder cuestiones personales con respecto a su vínculo sexo-afectivo en una entrevista que dan a un medio gráfico. Pero en ese caso, me parece mucho más honesto decir directamente que no quieren responder ciertas preguntas, en lugar de dar rodeos innecesarios o distorsionar una serie de conceptos, lo que termina invalidando otras formas de vincularse que no responden a las tradicionalmente aceptadas. Por otro lado, podríamos suponer que contestan en base a cómo viven ellxs su relación, su conceptualización de ‘pareja abierta’ y sus propias 'categorías de pensamiento'. Lo cierto es que, al estar puestxs en el lugar de especialistas, lo que contesten a título personal queda de alguna manera también ligado a la posición del psicoanálisis, ya que Lutereau es actualmente un divulgador del psicoanálisis en su corriente más hegemónica. No se nos puede escapar que el lugar de enunciación aquí es fundamental. Se habla de la propia experiencia, pero se muestra una forma de pensar los vínculos que parecería quedar asociada a la forma “sana”, “normal” o “esperable” de vincularnos. Son ellxs desde lo particular quienes no le dan lugar a una apertura de pareja, pero se confunde con la posición que toman sobre esta temática en tanto especialistas y referentes. Nos muestran como ejemplo a la pareja heteronormada tradicional, en la que cobra un valor central tener un hijo en común para 'ser familia'.
La primera pregunta que les hacen es: “¿Practican el amor desde su concepción más romántica o tradicional? ¿O son una pareja abierta?”. A esto, él contesta: “En una pareja abierta se pierde y se gana. La verdad es que yo no podría elegir, porque tengo algunas marcas en mi vida que me hacen querer de una forma y no de otra. Para mí eso tiene un valor. Cuando uno dice ‘abierta’, lo contrario es ‘cerrada’, y choca pensar en una pareja cerrada con llave, tipo submarino, pero yo no lo vivo así.” En primer lugar, en la respuesta aparece una lógica binaria de perder/ganar, que poco tiene que ver con las formas que suelen adoptar los vínculos abiertos. Ese ganar y perder pareciera remitir a la lógica fálica del tener (una mujer): “se pierde” porque se comparte la mujer (propia) con otra persona y “se gana” porque a cambio de eso se accede a tener, aunque sea en préstamo, a la mujer (de otro). En segundo lugar, no se entiende muy bien qué está transmitiendo cuando dice que él no puede elegir porque tiene algunas marcas personales en su vida que lo hacen querer de una forma y no de otra y que eso para él 'tiene un valor'. Todo el reportaje tiene como idea subyacente que no hay que deshacerse demasiado de los mandatos, porque, nos dice Lutereau, “cuestionar también nos volvió más autoexigentes, es decir, no es que somos más libres hoy en día por haber criticado todos los mandatos. Al contrario, tenemos una enorme libertad que nos agota o nos termina generando ansiedad. Ciertas normas y cierto orden son necesarios para poder desear, y sin instituciones estamos totalmente desamparados…”. ¿Está queriendo decir entonces que para él 'tiene un valor' mantener el mandato de pareja tradicional? ¿Cuál es la idea de base? Para mí aquí se trasluce una posición ética y política que implica que la libertad depende de no tener normas. Entonces, se puede deducir de esto que solamente existen unas normas posibles… ¿No se puede pensar en normas que generen mayor libertad? Una pareja abierta no consiste en romper la monogamia y hacer cualquier cosa. Esta es justamente la concepción que muchas veces se tiene, cuando no se logra despegar de la lógica monogámica. Es desde allí que se piensa (nuevamente, de manera dicotómica y por exclusión) que una pareja abierta es todo aquello que no es la monogamia.
Su compañera agrega, como respuesta a esta primera pregunta, “El amor es estar una misma abierta a ser distinta, a transformarte, a encontrarte con otro al que nunca vas a conocer del todo”. ¿Qué significa esta respuesta? ¿Será que con este nivel de ‘apertura mental’ alcanza para romper un poquito los mandatos, ese ‘poquito’ que nos coloca a la altura de la época, sin llegar a ser ‘riesgoso’? Paradójicamente, este es precisamente, a mi entender, el riesgo de la época, porque estamos muy lejos del fin del patriarcado, y estas cuestiones de apertura en la pareja muchas veces terminan acentuando desigualdades en donde el único que “gana” es el hombre hetero-cis. Lo que se lee entre líneas es que el varón ahora es más libre para tener alguna relación por fuera de la pareja (ya no viven la monogamia como "cerrada con llave", como aclara Lutereau), mientras que la mujer es libre en tanto puede “transformarse a ella misma” pero manteniendo el mismo partenaire (que se va renovando y es "otro al que nunca vas a conocer del todo", como nos dice Buchanan).
Hacia el final de la entrevista, les preguntan: “¿Y qué pasa con el deseo de sumar a un/a tercero/a a una pareja?”. A mi entender, la pregunta es muy clara y refiere a incorporar a otra persona al vínculo, pudiendo pensar los vínculos sexo-afectivos no necesariamente entre dos personas. Lutereau desoye completamente la pregunta y responde otra cosa: habla de una especie de función de terceridad que sería “la formulación del deseo como un tercero”, que evitaría la tendencia a formar parejas dependientes o simbióticas. Dice textualmente que “Es una manera de plantear que las parejas no son dos que se vuelven uno, sino que siempre son dos habitados también por una diferencia.” Pareciera ser que le preguntan por incluir una tercera persona en la pareja, y necesita reafirmar que “siempre son dos”.
Yo me pregunto cómo será su escucha analítica con respecto a las diversas formas de vínculos sexo-afectivos. Desde el psicoanálisis hegemónico, es necesario revisar muchos supuestos y modelos teóricos para poder darles lugar. Como mencionaba en una nota anterior (Abrir la pareja desde el psicoanálisis), es necesario salir de esas lógicas tan estructuradas para poder entender el disfrute de los cuerpos en forma más libre e integrada y para ser capaces de abordar los vínculos también desde una perspectiva más integral.
*Investigadora (CONICET) y docente (UBA), mercedesp@qi.fcen.uba.ar
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