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¿Hay que «profanar» a Jacques Lacan?

Actualizado: 4 may 2023

El solo hecho de que esta pregunta sea válida y muy actual, dice mucho sobre la situación del psicoanálisis.



Imagen: Luciana Pavone


En su nota publicada el 3 de diciembre 2020,[1] Alejandro Dagfal nos invita a indagar sobre la necesidad de “profanar” a Jacques Lacan, tomando la acepción del filósofo Giorgio Agamben: devolver lo sagrado al uso común, hacerlo profano, restituyendo lo que permanece aislado, separado en la esfera de lo divino. Esta invitación me parece además de atinada, necesaria. Y lo primero que me surge pensar es que el hecho de que esta pregunta quepa, implica necesariamente que el psicoanálisis está en gran medida cristalizado en discursos hegemónicos casi sagrados, volviéndose refractario al pensamiento crítico, creativo. Nos dice Dagfal al respecto: “A veces se vuelve tan doctrinario que resulta imposible entenderlo a partir de categorías que no sean, ellas mismas, sagradas.”

La invitación que hace Dagfal no es solo en sentido figurado, sino que efectivamente en esta nota se replica el texto con el que convocó a participar en la mesa que coordinó el 27 de noviembre, en el marco del XII Congreso Internacional de la Facultad de Psicología de la UBA.[2] Cito textualmente: “Junto con Alexandra Kohan, Jorge Reitter y Julián Ferreyra, invitaremos al público a adoptar una actitud “irreverente” para reflexionar sobre los problemas que la historia, las identidades de género, las disidencias sexuales y el campo de la salud mental plantean hoy al psicoanálisis”.

Dagfal caricaturiza un poco (pero solo un poco) las posturas extremadamente dogmáticas del psicoanálisis: “Creo en Freud padre todopoderoso y en Jacques Lacan, su único hijo, nuestro señor”. Para esta concepción, El psicoanálisis (en singular) nace con Freud, entra en un “letargo de oscurantismo” y resurge con Lacan, quién sería el “profeta” autorizado para interpretar o reinterpretar al gran maestro. La historiografía depende de quién cuente la historia y, muchas veces se evidencia esta estructura (la modernidad nos relata el “avance” del pensamiento humano con inicio fundante en la antigua Grecia y resurgimiento en edad moderna): en términos generales, en pos de realzar la propia imagen, conviene desmerecer a quienes están cerca (en similitud, en el espacio o en el tiempo), pudiendo admirar a alguna figura fundante, en lo posible, convenientemente “muerta”.

Kohan toma la palabra, en principio para acordar con lo presentado por Dagfal, aunque continuamente aparecen en su discurso algunos puntos disonantes. Nos habla, por ejemplo, de “los psicoanálisis” (que aclara expresamente, en plural). Y podríamos pensar que reivindica con esto el hecho de que distintos psicoanálisis son posibles (distintas escuelas con sus puntos en común pero también con sus diferencias en cuanto a marcos teóricos y prácticas). Sin embargo, los diluye rápidamente, aclarando “¿Acaso no somos todos [los psicoanalistas] distintos?”, rescatando algo así como una lógica del caso por caso aplicada a los distintos psicoanalistas que leen y releen al maestro y siguen la misma escuela hegemónica pero con las propias diferencias que nos hacen personas. Comienza respondiendo que “sí, hay que profanar a Lacan”, pero al mismo tiempo y mediante una maniobra de desplazamiento, retoma la pregunta para concluir que no se debe profanar a Lacan. Esto es, reinterpreta la noción de “profanación” y la reduce al “lugar desde donde se leen” esos textos que, entiendo a partir de su exposición, seguirían siendo sagrados. Insiste en que “hay que leer a Freud y a Lacan” (y da la sensación de que no sería necesario leer a ningún otro autor), pero permitiéndonos “agujerear” esos saberes a partir de “cómo lee uno hoy”. Nos invita a seguir leyendo los mismos textos, pero a través de una lectura entendida como profanación. En palabras de Kohan: “El psicoanálisis implica una praxis que cuestiona los lugares de poder, que hace vacilar las certezas, que sacude las cristalizaciones de sentido y genera cierta desalineación de los lugares de dominación” y a esto agrega “es la jerga homogénea [la] que aplaca el carácter subversivo del psicoanálisis”. Esto refuerza la idea de que el psicoanálisis es uno solo, es subversivo per se, y se estaría perjudicando por una suerte de “sobre unificación” atribuida tal vez a una lectura “muy cerrada” de Freud y Lacan.

Ferreyra toma de cierta manera la invitación a profanar a Lacan, pero se aboca a dos grandes problemas o extravíos en torno a esa “no relación” que encuentra entre psicoanálisis y salud mental (como campo de práctica de la praxis psicoanalítica). Su exposición no va tanto en la línea del psicoanálisis siendo profanado por otras discusiones, sino en el psicoanálisis profanando a otros discursos. Ferreyra hace así una maniobra de inversión que nos plantea otras cuestiones súmamente interesantes. Podría resumirse su propuesta como la de politizar el quehacer cotidiano psicoanalítico, que el psicoanálisis se sienta convocado a tener injerencia en lo social, en las problemáticas propias de la población. Sin desmerecer en absoluto su posición con respecto a esto, no puedo dejar de resaltar que, en torno a la pregunta central de esta mesa de discusión, Ferreyra de alguna manera refuerza la postura de Kohan, habilitando la posibilidad de profanar en “sentido restringido” (se trata de releer a Lacan y a Freud desde lugares que no hayan hecho sentido común, pero reforzando al mismo tiempo que con Lacan y Freud, alcanza). Nos propone copiar al maestro pero de manera no idéntica, sino en una copia que propicie una reapropiación. Entiende que la imitación puede ser incluso superadora y más funcional que la original, criticando la misma idea de “original”.

Por otro lado, Reitter, partiendo de la definición de profanar como “tratar sin el debido respeto una cosa que se considera sagrada o digna de ser respetada”, subraya que Lacan merece todo nuestro respeto por lo colosal de su obra y sus implicancias. Ahora bien, remarca el hecho de que, en esta definición, respeto y profanación se encuentran en una disyunción exclusiva. Y aquí nos propone una profanación con respeto (haciendo una deliciosa analogía con la experiencia erótica). Dicho esto, profana. En acto, muestra que sí se puede profanar con respeto: “Las mismas categorías que usa Lacan, de las cuales podemos aprender sin duda un montón, esas categorías no alcanzan para pensar la subjetividad de esta época, porque realmente desde la muerte de Lacan hasta ahora han cambiado tanto las cosas en estos aspectos que nombraba justamente Alejandro. Para las diversidades sexuales, para las mujeres, y ni hablar para todos los cuestionamientos del binarismo, obviamente hay que pensar categorías nuevas, que no es que van a desbancar todo lo que ya habíamos aprendido pero tampoco va a quedar todo igual, por suerte.”

Es en el espacio de discusión final donde se pone en acto la posibilidad de profanar a Lacan. Todos y cada uno de los participantes, desde sus discursos, parecen llegar a un acuerdo en que sí, hay que “profanar” a Lacan. Pero el único que profana, en acto, es Jorge Reitter, quien plantea la necesidad de otras categorías de pensamiento para abordar desde la clínica temáticas relativas a diversidades en género, sexualidad y familia. Este gesto es inmediatamente respondido con una reacción de Alexandra Kohan, en la que responde a Reitter, diciendo cosas como: “El sujeto es un efecto del discurso y uno ahí no le aplica ninguna categoría”, “para mí es un problema suponer que están vencidas las categorías, porque para mí no existen las categorías”, “el inconciente no es estrictamente un concepto”, “la práctica no es eso, uno no escucha desde las categorías; yo, por lo menos”. También cita a Allouch: “Para que la teoría no sea un problema para el analista, lo mejor que puede hacer es saberla bien” y, agrega, “para poder saber qué se hace con todo eso que dijo Freud y Lacan, primero hay que leer a Lacan y a Freud, y después ver qué hacemos con eso.” Me parece interesante esto último que agrega, como un eterno retorno a Freud y a Lacan. Una especie de necesidad de reestablecer el “orden”.

Por supuesto entiendo que los disertantes fueron llamados a hablar sobre distintas cuestiones, no es que hubiera de antemano un tema tan específico ni acotado para cada uno de ellos. Pero no puedo resistir la tentación de imaginarme que en algún punto fue pensado como Dagfal-historia, Kohan-identidades de género, Reitter-disidencias sexuales y Ferreyra-campo de la salud mental. Tal vez sean las “categorías” con las que pienso, de las que no llego a librarme tan magistralmente. En cualquier caso, cuando se organizan jornadas y se tienen temas en agenda, es lo habitual buscar expositores que representen las distintas aristas que se busca desarrollar. Eso no me parece criticable en absoluto. Lo que no creo que sea constructivo es suponer que el ser mujer haga a una persona representante de las identidades de género no hegemónicas. Eso es equivalente a suponer que el psicoanálisis es subversivo per se. Quisiera que se “lea” bien mi intención, que nada tiene que ver con desmerecer la propuesta de Dagfal; por el contrario, la celebro. Simplemente marco algunas observaciones en torno a este evento particular, que pueden extrapolarse a muchas otras situaciones en las que se intenta desarticular mínimamente un discurso hegemónico tan instalado. Por último, me gustaría decir que lamento que no haya habido más tiempo para entrar en una verdadera discusión, ya que podríamos especular con muchísimas respuestas que seguramente Reitter tuviera para retrucar esta embestida, porque hay mucho para decirle a alguien que cree que puede pensar “en el aire”, que su pensamiento es sin categorías y que el inconsciente no es un concepto.


*(docente UBA, investigadora CONICET)


Nota publicada originalmente en Notas Periodismo Popular.




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