top of page

De las violencias y de la imposibilidad vincular




María Soledad Bolgán y Virginia Grosso nos convocan a pensar la relación entre las violencias (en plural, como fenómeno social multidimensional, multicausal y diverso) y la imposibilidad vincular. Las autoras nos dicen: "la humanidad ha sufrido una desnaturalización y des-ecologización de su condición como ser vivo, una negación de su propia existencia como una parte más de un ecosistema complejo y múltiple."

En este momento en que miles de hectáreas de nuestro territorio están siendo arrasadas por las llamas, es un tema que nos urge pensar.




por María Soledad Bolgán* y Virginia Grosso**


 “Lo único que podemos hacer en este mundo en el que se confunde el Mundo con la Tierra, en el que no entendemos dónde estamos ni cómo sobrevivir, lo único que podemos hacer para escapar del pánico y la depresión es pensar juntos “. (Franco Bifo Berardi 2022)



El mundo actual que constituye el territorio donde se despliega nuestra existencia, se encuentra atravesado y amenazado por múltiples crisis que impactan en lo ambiental, social, político, económico y vincular, ámbitos que se encuentran estallados y en tensión constante entre los dogmatismos que se proponen y despliegan en un afán de dominio y posesión del otro, de los cuerpos y del planeta mismo.

La reducción de éste y sus habitantes a la condición de objeto ha sido un factor de alimentación y retroalimentación de una lógica psicopática que arrasa con el mundo y sus representaciones físicas, existencias materiales y sus extensiones simbólicas.

La destrucción causada por el extractivismo capitalístico es evidente y generalizada, afectando no solo a los ecosistemas, sino también a nuestra capacidad de coexistir en armonía con otros modos de existencia, con nuestro entorno y en sociedad.

Esta devastación generalizada que reconocemos en el calentamiento global, la deforestación, sequías y contaminación de cursos de agua, el desmembramiento social y los surgimientos de nuevos bloques sociales radicalizados nos convocan a pensar y abordar de manera urgente las violencias que se esgrimen, expresan y difunden silenciosamente, como por capilaridad, entre los intersticios ambientales y sociales y que crean lazos generacionales que los continúan. La frase "Nuestra casa está en llamas" que coloquialmente se ha instalado en los discursos populares y políticos, encapsula la magnitud del desastre que enfrentamos.

El problema de las violencias no solo afecta a los seres humanos como especie sino como sociedad que ha sido desarrollada en una disociación/fragmentación intelectual entre cuerpo-mente. Esta disociación nos condujo a inscribir lugares y sentidos que nos llevaron a desaprender la convivencia en unidad e integración con la biosfera. 

Así, la humanidad ha sufrido una desnaturalización y des-ecologización de su condición como ser vivo, una negación de su propia existencia como una parte más de un ecosistema complejo y múltiple.  Como especie, ha olvidado su conexión con la Tierra, tras el legado pernicioso del Humanismo, que nos colocó como vértice de una pirámide evolutiva y existencial, provocando la escisión del Hombre de la naturaleza, acuñando a polarizaciones como civilización o barbarie y que llevó a un extravío donde perdió su lazo con la misma.

La especie humana además de vivir entre la naturaleza, es parte de ella, frase que parece una obviedad, pero en la práctica vemos cómo seguimos descalificando esa inclusión ontológica de la humanidad al planeta con expresiones como “naive”, “hippie”, “ilusorio” o “utópico” y, sin embargo, para nosotras es fundante pensarnos como seres vivos, que compiten por su supervivencia, que se sienten amenazados por múltiples variables que incluyen a cada uno de los ámbitos donde la humanidad se despliega.

Por lo que, pensarnos desde una visión ecológica hace que despleguemos otros lenguajes y observaciones que abarcan a su instinto, su racionalidad y los sentidos que toma la existencia y las formas en que la supervivencia se expresa. Es decir, abre otras lecturas, tomando fuentes en lo histórico, ecológico y en las diferentes miradas filosóficas que ya enunciaban lo que se conoce como un encuadre ecosófico y ahora es vuelto a poner en el discurso epocal. Quizá estas voces ayuden a desentrañar las fuentes que alimentan y arengan a las violencias.

La ecosofía tal como nos plantea Guattari (2015), nos invita a reflexionar sobre nuestros modos de habitar la Tierra. Nos descentra de la visión antropocentrista y convoca a aprender a escuchar a la red de la vida con una mirada ecosófica, es decir, aunando saberes que permitan la integración del hombre y la naturaleza, en una armonía que lo rescate del autoexterminio y la aniquilación.

Reflexionar entonces sobre las violencias de la humanidad ligada a sí misma y a su entorno, nos disloca e impulsa a salir de las dicotomías teóricas, romper con las construcciones fosilizantes de arquetipos que no permiten ver las singularidades de la vida. La vida enunciada como sinónimo de lo vital que pulsa todo el tiempo, que lucha por la supervivencia, que intenta habitar y crear existencia en el mundo. Escuchar la vida que se abre paso en la tierra, es volverse poroso y sensible como sujeto. Late, rompe y desgarra tierra, superficies y cuerpos, se hace lugar, cubre ruinas; sin embargo, se extiende haciendo uso y es raro observar en la naturaleza un claro abuso.

Esta pulsión vital está en constante tracción, nos cuestiona las prácticas instituidas de lo que es ético, pulsa, pero a diferencia de los pensamientos más nefastos del siglo pasado, esa tensión tiene un sentido ecológico, que mantiene en equilibrio sin supremacías solo atento a la singularidad en multiplicidad de circunstancias y presentaciones, conservando, fomentando y respetando la diversidad. 

En ese atravesamiento vital, que infiltra y modifica profundamente estructuras y constructos e ideologías, nos parece interesante un fragmento escrito por Panikkar, quien relata de modo poético lo que es introducirse en un pensamiento ecosófico. Quizá este nuevo paradigma ayude a canalizar las violencias e integrarlas como parte de la vitalidad de la vida misma, pero sin devastación ni aniquilamiento de las otredades.

 

Emprendí también esta peregrinación para pacificar la Tierra, para atenuar las heridas ecológicas de la civilización moderna y el pecado de la hybris [arrogancia] humana. Cuando no podía respirar durante las noches interminables, era consciente de que también nosotros estamos ahogando a la Tierra. [...] Mi peregrinación no fue ningún trekking a gran altura. Fue un delicado caminar sobre la Madre Tierra para compartir la condición humana y la terrestre.(Panikkar, R 2019) [1]

 

De las violencias

Pensar en las violencias también nos moviliza a darnos cuenta de la potencia de la vida y sus defensas. 

Surgen las constantes amenazas de un no-futuro que agitan, como en un mar embravecido, lo vital y lo mortífero, juntos como una dupla indisoluble.

La incertidumbre, como una categoría que desestabiliza estructuras y sistemas, no deja espacios para lo esperanzador, ya que el cambio constante y acelerado de estos tiempos provoca una vertiginosidad que pone en jaque la constancia en la que pensamos al sujeto y su subjetividad. Este cambiar constante, fugaz, es un tránsito y un modo de experienciar que resulta de difícil asimilación y capacidad de gestión.

La amenaza externa queda introyectada e interiorizada, alimenta ahora las fuerzas de lo hostil nihilista, acompañado de un paisaje plagado de imágenes mortíferas y apocalípticas, esbozando un boceto cíclico que lleva a generar nuevas tensiones. Es decir, lo hostil y violento anida en el mundo y a su vez en nosotros.

Hablar de las violencias nos invita a reflexionar en las lógicas de pensamientos imperantes. En los modelos políticos, sociales y teóricos que moldean la subjetividad e imprimen una forma de ser y hacer nos-otros y por ende un ellos, creando condiciones de subjetividad crueles y aniquilantes de lo que amenaza la sobrevida. Resalta la ferocidad como marca de época en el hacer contemporáneo.

Pensar cómo se construye el lenguaje de las violencias, cómo se expresan, es pensar en cómo el propio lenguaje construye sentido, arma cartografías y representaciones y condiciona y codifica en el sentido Deleuziano la existencia. El sujeto, como efecto maquínico de sus tiempos y la sociedad, queda cooptado, sujetado y codificado para responder a su sociedad, quien desde temprana edad encripta el germen de la violencia como defensa de supervivencia, como modo de dominio, expansión y consolidación.

El capitalismo, el patriarcado y los modelos hegemónicos hasta la religión judeo-musulmán-cristiana crearon un sistema ordenador, jerarquizador y dador de sentidos en el que el poder que de ellos derivó propuso y organizó a la sociedad occidental europea.

Muchos autores como Levi Strauss (1993) en los inicios del s XX, Dussel (1994) y otros como Tajer[2] hablan de estos sistemas de poder y los pactos que en ellos se gestan: patriarcales, productos de época convertidos en modelos de subjetivación que entramaron y siguen aún hoy inscribiendo las condiciones de existencia. Nombramos a algunos de ellos, como la crueldad en los vínculos, los arreglos asimétricos naturalizados, el extractivismo intelectual y afectivo, la naturalización de la culpa femenina, la identidad de las mujeres de ser madre y tener pareja, la objetualización del otro de la masculinidad hegemónica, entre otros, que nos conminan a espacios de entrampamiento, de encerronas trágicas, al decir de Ulloa.

Si bien estos movimientos maquínicos han establecidos lugares, roles y agenciamientos, consideramos que la violencia es algo más estructural. Somos generados y generadores de manifestaciones de violencia. Encarnados en movimientos invisibles, transformaciones silenciosas como propone Julien (2010) en las que no sabemos en qué momento se deja un estado para pasar a otro de una manera radical, como la nieve cuando se derrite y da lugar al agua, ya nada es ni será indefectiblemente como fue.

Momentos de tensión molecular, de aceleramiento de la materia psíquica, física y social. Estos, socavan de modo tal la subjetividad que sus efectos se convierten en fenómenos culturales naturalizados. Se inscriben nuevos códigos socio culturales, nuevos agenciamientos que dan lugar a lo que se presenta como violencia simbólica. La violencia de esta manera adquiere una multiplicidad de formas, semánticas y modalidades. Se inscriben términos como “las violencias” porque ya nunca podrá ser solo una.

Podemos enunciar revisitando algunos conceptos que nos ayudan a pensar cómo funciona la violencia tangible e intangible, tal cual las describe Puget (2002). Podemos describir a la primera como aquella no palpable e invisible al ojo humano, pero perceptible a través de sus efectos devastadores y aniquilatorios.

Las violencias desde la perspectiva vincular es un concepto que indica imposibilidad vincular y como dice Puget que entiende que en la tensión violenta hay una anulación y aniquilamiento de la otredad. Hay una negación de lo ajeno e impropio. Lo otro, lo diferente, lo que no se adecúa ni se alinea en la lógica de lo Uno, es eliminado. No puede haber vínculo.

A su vez, Matus (2011) complejiza esta noción hablando de que la ajenidad presente en todo vínculo da lugar a una tensión que necesita ser velada para que un vínculo tenga lugar a través de una renuncia pulsional en pos de sostener la ilusión de la creación de un espacio compartido. Así, el trabajo vincular necesita del velamiento de la imposibilidad vincular, de esa irreductible ajenidad del otro y de lo otro, para que se permita la entrada de la novedad, de lo inédito, de lo no pensado. Por eso creemos que el estar de a dos o más de dos, y en una sociedad, implica un constante renunciar y gestionar las violencias.

Las pulsiones mortíferas resisten en las posturas radicalizadas que se conservan en la sociedad y requiere realizar un trabajo deconstructivo de lo que secularmente se ha heredado por la naturalización de conceptos e ideologías y que se manifiestan en comportamientos incuestionado y auto perpetuantes, presentes en la violencia simbólica.

Desde nuestra práctica clínica y con una apuesta esperanzadora micropolítica creemos que una forma de intervenir es alentar a habitar las diferencias, desafiar al intento de integrarlas en la medida que no sean anulatorias de lo vital y que no atenten contra la integridad del sistema en que se habita. Siempre en la diferencia hay un atentado a la idea de mismidad, a lo igual, a lo constante lo que genera una profunda perturbación.

La presencia de lo otro violenta, disloca, diferencia y pone en jaque la idea de lo constante, estable y seguro. Pero en rigor de verdad, ¿qué organismo vivo permanece inmutable a lo largo del tiempo? ¿no es acaso una de las vertientes fundantes de la violencia simbólica pensar que las cosas pueden permanecer inmutables e ideales lo que las lleva a constituirse como verdades eternas? Entonces: ¿los cambios son violencia? ¿a qué llamaremos violencia? Preguntas que hoy resuenan con mayor frecuencia.

La violencia se manifiesta como fenómeno social multidimensional, multicausal y diverso, con una presencia mundial. Por eso postulamos que existen "las violencias" en plural, abriendo a la complejidad de su análisis.  La violencia que nos conmueve, la que tiene prensa y que es la que fácilmente reconocemos, es aquella denominada la violencia tangible. Esa que se vive abiertamente como hostilidad, agresividad y agravio.

Somos actores y testigos partícipes en este juego de tensiones que se ponen en movimiento y crean una atmósfera en donde confluyen víctimas, victimarios y espectadores, roles que no son inocentes ni estancos, sino que se intercambian y crean entre sí. No hay determinismo psíquico sino roles que se construyen en una realidad dinámica.

Eso no es generalizable, no niega las víctimas en caso de abuso sexual o femicidios, sino que, en este particular, hablamos de las violencias que se ponen en juego en lo social.

Ahondando en la trama de las violencias, complejizando estas lógicas que la alimentan y modelan y que hacen que se manifiesten en paradigmas diferentes, sumamos a Franco Bifo Berardi quien propone en La deserotización de la vida cotidiana, la violencia como uno de los mayores desastres que la humanidad puede experimentar. Un expandirse de las pulsiones mortíferas, la desvitalización y desubjetivación del sujeto.   Él plantea que la dimensión ética (concepto primordial a la hora de reflexionar sobre las fugas a las encerronas de la violencia) no se basa en normas universales de la razón práctica, sino en la percepción del cuerpo del otro como una continuación sensible del propio.

Bifo enriquece el pensamiento occidental al presentar lo que los budistas llaman la gran compasión: la conciencia de que tu placer es también mi placer y tu sufrimiento es también mi sufrimiento. Otra manera de sentir empatía, no solo poniéndonos en el lugar del otro sino sintiendo con el otro.  Si perdemos esta percepción, la humanidad está perdida; la guerra y la violencia invadirán todos los aspectos de nuestra vida y la compasión desaparecerá. Esto es lo que vemos cada día en las noticias: la compasión ha muerto porque no somos capaces de sentir empatía, es decir, de comprender y sentir al otro. El contrato social se ha roto, ha desilusionado, no hay fe en el mismo. La palabra ha devenido una única manera de mostrar cómo está todo, el devenir sin futuro, lo mal que estamos anulando las acciones posibles. 

Estamos experimentando un nivel de incertidumbre sin precedentes. La estructura de nuestra vida cotidiana se ha desestabilizado y, en cierto modo, se ha paralizado quedando en un estado de perplejidad. La civilización misma, con su entramado de prácticas, valores y creencias, ha entrado en un estado de suspensión radical.

Como plantea Berenstein (2004): “El sujeto que ejerce la violencia tiene poder para hacerlo y el que la recibe por lo general está, por distintas circunstancias, en una posición inerme”. Desvitalizado, despojado de su calidad de sujeto, Eros ha perdido su peso encantador en este contexto y el amor es consumible como un producto más, en relaciones de bolsillo, banalizadas, donde el otro está a disposición, pero a su vez, es fácilmente desechable porque no llega a establecerse un vínculo de intimidad, generando un mapa de cómo se regulan los intercambios bajo las coordenadas del consumo y la virtualidad. Por eso el otro objetalizado es plausible de daño y aniquilación, porque socava al psiquismo de la persona llegando a eliminarla del plano del potencial y la capacidad de devenir sujeto singular.

Quizá se trate de pensar las violencias y los territorios que inscriben y las maneras que toman como una expresión más de nuestra existencia. Tal vez debamos no buscar su “aniquilación” sino usar sus fuerzas para producir otros modos de existencia posible, donde se pueda tener el coraje de cuidar en vez de la valentía de luchar. Un transitar la experiencia vital de violencias sin aniquilación, la perturbación es inevitable, pero generar tras la misma un movimiento que permita habilitar nuevas construcciones que se integren como potencia generativa de la vida.  Entramar en esta red de vida que nos habita y se experiencia en simultaneidad con otros en el planeta.



*María Soledad Bolgán: Médica Psiquiatra especialista en Infanto Juvenil. Diplomada en Diagnóstico, Prevención y tratamiento de las violencias. UBP. - Especialista en psicología vincular en familias con niños, niñas y adolescentes de IUHI. Maestranda de “Vínculos, Familia y diversidad sociocultural” del IUHI. Miembro de CD de APIA. soledadbolgan@gmail.com - @solebolgan

**Virginia Grosso: Licenciada en psicología, especializada en    psicoanálisis vincular. Especialista en psicología vincular en familias con niños, niñas y adolescentes de IUHI. Maestranda de “Vínculos, Familia y diversidad sociocultural” del IUHI.  Docente de Grado (UES21, UCC) y Posgrado (UCC y APCVC) Miembro de CD de APCVC. virggrosso1974@gmail.com - @virgigrosso0


Notas


[1] Raimon Panikkar, El agua de la gota. Fragmentos de los diarios, selección y edición de Milena Carrara, Herder, Barcelona, 2019.

[2] Tajer, D (2024) comunicación personal



Bibliografía


-Berenstein, I. (2004) Devenir otro con otro. Ajenidad, presencias, interferencia. Ed. Paidós Bs. As.

-Dussel, Enrique (1994) 1492, El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del mito de la Modernidad. Conferencias de Frankfurt, octubre 1991. La Paz, Bolivia: Plural editores. CID.  Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UMSA.

-Julien, F. (2010) Transformaciones silenciosas. Barcelona: Ediciones Ballaterra.

-Nadaud, S (2015) Guattari. ¿Qué es la ecosofía? Textos compilados y agenciados por Stephane Nadaud. Ed. Cactus. Bs. As

-Puget, J (2000) Violencia: un tema inagotable. La banalización, nuestro enemigo. En VI Jornadas Gauchas de Psicoterapia de Grupo: Violencias de Grupo.

Puget, J (2002) Violencia tangible e intangible, ¿Será cierto que nos entendemos cuando hablamos de violencia? APdeBa. Jornadas de Hospitales 2002.

Comments


bottom of page