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Yuna Riglos o el grito sofocado.

  • Yasmin Danas
  • 25 abr
  • 6 Min. de lectura
Una reflexión sobre la incomodidad de leer “Las primas” de Aurora Venturini.

El intento de censura de "Las Primas" devela la incomodidad que implica hablar sobre diversidades, violencias, sexualidad y desamparos.

¿Por qué incomoda que la literatura hable de la sexualidad, de la monstruosidad, de los femicidios?


Por Yasmín Danas*




“El mal no necesita monstruos, sólo personas que dejen de pensar”. 

Hannah Arendt.

“Si gritase desencadenaría la existencia- ¿la existencia de qué? La existencia del mundo”. Clarice Lispector. 




“¡Ay! Sería muy importante que esa novela ganara, ¿Sabe por qué? Porque ‘Las Primas’ soy yo, es mi familia. Nosotros no éramos normales. En casa todas mis hermanas eran retardadas…y yo también”. 

Esto dijo Aurora Venturini cuando la llamaron para anunciarle que estaba entre las diez finalistas del premio Nueva Novela de Página 12. Tenía ochenta y cinco años y más de treinta libros publicados. No imaginaba que el reconocimiento, que se ampliaría con el primer lugar, llegaría de ese modo.

Quizás tampoco, aun contando con una larga historia de rechazos por su condición de peronista y amiga de Eva Perón, que ahora, a casi diez años de su muerte, se siga intentando censurarla. 

Es que junto a “Cometierra”, de Dolores Reyes, fue una de las novelas impugnadas por periodistas oficialistas, trolls y miembros del oficialismo nacional por llegar a las escuelas de la provincia de Buenos Aires a través del Programa Identidad Bonaerense.


Lo monstruoso

Las primas es una novela maravillosa. Transcurre en la década del 40, en La Plata, y es la historia de una familia disfuncional de clase media baja, narrada en primera persona por su protagonista, Yuna Riglos. 

Yuna es algo “retardada”. Además, tiene dislalia, una dificultad del habla que consiste en la articulación de fonemas. Esta “anormalidad”, sin embargo, le facilita la expresión a través de la pintura.

Completan el mapa familiar una madre que es “maestra de puntero”, severa; su hermana, Betina, que es deficiente mental, no controla esfínteres y a la que el profesor de dibujo ha dejado embarazada; Petra, una prima tenebrosa, enana y prostituta; y otra prima, Carina, que muere a los 14 años producto de un aborto clandestino. 

Hay además tías, abusadores e hipocresía. Y mucha moralina. La novela navega entre deformidades, asesinatos y casamientos convenidos. Todo en un clima monstruoso que la protagonista va narrando ayudándose del diccionario, que le va otorgando palabras y la posibilidad de crecer. Sin embargo, será la pintura quien le dará la autonomía necesaria para abandonar el hogar.


Incomodidades 

Son variadas las incomodidades que despierta este texto. La novela incomoda por el uso del lenguaje, por la forma en que está escrita, casi sin signos de puntuación, subvirtiendo la gramática y la sintaxis. Es un texto ahogado como ahogado es el clima que se respira, aunque se naturalice el horror. 

Yuna buscaba en el diccionario las palabras que necesitaba. Así supo de la sexualidad, del abuso, del horror, de los fracasos amorosos de Tía Nené, de la tristeza de su madre. 

“La psicóloga impidió la presencia de mamá durante María Chucena y destrabé mejor, porque cuando mamá estaba, por terminar bien pronto María Chucena, me equivocaba temiendo el punterazo”.

Incomoda porque aborda la sexualidad de una manera directa, llana. Porque pone en palabras aquello que el decoro y las buenas costumbres de los tiempos que corren no toleran de ningún modo.

“Cuando la interpelé a Petra acerca del término ella largó una carcajada y me gritó imbécil con más de dieciocho años no sabes siquiera pronunciar y con pose de maestra de sexto pronunció sexo oral y yo boquiabierta igual quedé en ayunas y le rogué me aclarara el tema porque sentía que debía ser eso que todas las chicas, según Petra, practican y se sentó en una silla y me dijo hacé de cuenta que soy un hombre, para el caso el quintero de marras que embarazó a Carina y sentada se abrió de piernas y me dijo que imaginara que ella siendo hombre tendría en lugar de cotorra un pene y que pene significaba el pito de los varones por donde mean y no la cotorra por donde lo hacemos nosotras las mujeres y que para no embarazarse no hay que dejar meterse el pene en la cotorra porque el semen que expele el pito es lo que contamina y después viene lo peor el embarazo y que ella le propuso al hombre de la quinta sexo oral y él encantado aceptó. Qué fatigada estoy...”

Incomoda porque informa, facilita el acceso a un saber sobre la sexualidad. A un saber que, aunque insuficiente e inasequible, permite elaborar, fantasear, imaginar otros modos de amar y de estar. Contribuye a interpelar situaciones de abuso. 

Carina una de las primas de Yuna, queda embarazada producto de un abuso. Tía Nené, hermana de la mamá de Yuna es quien lleva a Carina a practicarse un aborto.

“Oí que en la otra pieza caminaban preparando instrumental y lo adivinaba porque el ruido metálico semejaba al que escuché cuando me operaban de amígdalas…Vino la doctora que no lo parecía por lo ordinaria…Pase dijo la doctora y temblando pasó Carina… Se agudizaron los choques metálicos del instrumental. No lloró Carina. Comprendí que había otra persona además de la doctora…. Carina todavía estaba en una camilla dormida por la anestesia. La médica llamó a Tía Nené, oí que le dijo que eran cuarenta pesos. Qué barbaridad …dijo Nené...Antes nos susurró que no contáramos nada a nadie porque los abortos estaban penados por la ley y si se sabía, íbamos todas presas a la cárcel de Olmos”.

“Las primas” es una novela que denuncia la naturalización de la violencia (y abusos) intrafamiliares, la intolerancia ante la diferencia y que propone una mirada descarnada de “lo monstruoso” (discapacidades, diversidades). Alza la voz, de modo sofocante pero irreverente, sobre aquello que el poder político hoy prefiere ignorar.

¿Qué es lo que horroriza cuando se narra un encuentro sexual entre dos adolescentes, como sucede en “Cometierra”, cuando todos (niños incluidos), con un simple clic tenemos a la mano el acceso a la pornografía? 

El intento de censura sobre esta novela no alcanza para disimular la negación de los femicidios (ahora también puestos en cuestión), la violencia de género y la ausencia del Estado para esclarecer tantas muertes, tantos cuerpos de mujeres aún desaparecidos.

Los protagonistas de “Las primas” son seres “anormales”, retardados mentales, monstruosos. Personajes que llevan al lector a preguntarse sobre la normalidad, sobre cómo la sociedad integra a aquellas personas que tienen discapacidades físicas y mentales. Que nos fuerzan a una acomodación distinta, que supone una incomodidad, reconfigurar nuestro universo en función de las necesidades de ese otro que por sus características necesita más. Cuerpos dislocados que irrumpen, como el de Betina. 

“Le compraron una silla de almorzar que tenía una mesita adosada y en el asiento un agujero para que defecara y pis. En mitad de las comidas le venían ganas. El olor me producía vómitos”.

La novela, además, nos interpela acerca de la concepción que tenemos sobre la normalidad, la cordura. Leopoldo María Panero, escritor y poeta español define la poesía como un modo de darle sentido a la locura, ponerla sobre el papel. Reivindica un derecho a la locura esencial. A otra vida, alternativa que el capitalismo no tolera.

¿O al decir de Donald Winnicott, no es acaso pobreza la mera cordura? ¿No estaremos todos un poco locos en este mundo cada vez más desesperanzador, más deshumanizado?  

Queremos refugiarnos en la locura (y yo agrego en la literatura) frente a los ataques del ambiente, dirá Panero. Y agrega, “el sufrimiento y la demencia son fruto de la hipocresía ambiental”. Y esto también incomoda.

 

Queremos gritar

Fabio Morábito dice que cuando Gregorio Samsa (protagonista de “La metamorfosis”, de Franz Kafka) despierta transformado en un monstruoso insecto, en vez de gritar, se preocupa por no llegar puntual a la oficina.

En “El idioma materno” el escritor ítalo-mexicano sostiene que quien no grita renuncia a todo vínculo con los otros, ya que el grito es el último lazo que nos une a nuestros semejantes.

¿Qué hubiera pasado si Samsa gritaba? ¿Y si Yuna Riglos denunciaba el horror? Hubiesen socializado su monstruosidad, mostrándola al mundo. No se hubiesen quedado solos, aislados. Si el grito es un grito que encuentra a otro, entonces puede desencadenar una vida, al decir de Clarice Lispector.

Porque Yuna, también Cometierra, todavía quieren gritar. Porque necesitan del grito que hoy se pretende acallar. Porque para existir el grito debe ser respetado, la diversidad sostenida. Porque si se socava la subjetividad y si se multiplica un modelo autoritario, conservador y heteronormativo, no hay lugar para la disidencia, para otros modos de estar y sentir.

Aceptar que se acallen “Las primas” es creer que portamos “el virus woke”, que hacemos ideología de género en nuestros consultorios cuando alojamos a quienes sufren porque su percepción de género no coincide con el sexo asignado al nacer, que debemos seguir “tragando tierra” porque el Estado no se ocupa de que haya Justicia.

La literatura, como el psicoanálisis, nos da la posibilidad de decir que las condiciones de posibilidad no son las mismas para todos, que no es cuestión de mérito, que queremos ser respetadas, reconocidas, reparadas; que no queremos que se reproduzca el horror y el sufrimiento.







*Psicoanalista. Coordina talleres de escritura creativa y de lectura como docente del Programa Municipal de Lectura San Martín Lee. 


 
 
 

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