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El futuro llegó, hace rato.

Actualizado: 20 abr 2023


Escucho una canción del 87, pensándome en el hoy, mientras el cantante desde su casa se proyecta por realidad aumentada.

¿Cuánto de real hay en la virtualidad? ¿Cómo pensamos el atravesamiento de la tecnología en nuestra vida cotidiana? ¿Cómo revisar nuestras prácticas y el contexto en tiempo real?




Por Manuel Rivadeneira*


Si alguien solo se guiara por lo que escucha, seguro creería que somos tres en el comedor. Los tres de siempre, diciendo las cosas de siempre, riéndonos de las anécdotas de siempre, pero con el detalle de que el sonido de dos de los tres voces suenan un poco mas robóticas que de costumbre.


Decepcionante imagen tendría si abriera los ojos y me viera sentado solo, riendo con una lata al lado de mi computadora mirando la pantalla donde mis amigos habitan en un recuadro con fondos interactivos insertados.


La realidad “virtual” que viene ganando terreno desde hace varios años,llegó en 2020 a instalarse de una manera sorprendente y cotidiana en nuestras vidas. Evidenciando aspectos de la hiperconectividad que nos vienen atravesando hace tiempo pero que tal vez no pudimos pararnos a observar.


Videollamadas para trabajar, estudiar, juntarse con amigues, entre otro gran número de actividades posibles, instalaron una nueva forma de estar con otrxs, nuevas formas de encuentro sin contacto físico palpable, sin abrazos ni besos.


¿Qué hay de real en lo virtual?

Como si fuera un pequeño oxímoron, el concepto de “realidad virtual” viene a incomodar y cuestionar qué de esos vínculos virtuales es real. Si un saludo a través de la pantalla llena mis ojos de lágrimas por sentir el reencuentro y la cercanía en la distancia, ¿quién podría atreverse a decirme que no es real?


Los usos de la tecnología son los que podrían determinar esto.Si las computadoras o celulares son puentes que unen y posibilitan que nuestros cuerpos y sentires estén implicados allí, ese encuentro indudablemente será real. Así como tantas veces los encuentros “reales” de dos personas una frente a otra, poco de encuentro real tienen si ambos están con sus rostros absorbidos mirando sus celulares (postal cotidiana en varios cafés porteños). Allí la presencia deja de ser tal.


Algo que hemos aprendido y debemos seguir aprendiendo es cómo generar algo real en lo virtual, cómo crear en este contexto de virtualidad un espacio de encuentro donde, a pesar de la distancia, quienes son parte estén allí.


Mientras escribo esto viene a mí la imagen del cine. La comodidad de los asientos bordó con líneas azules y amarillas, la gaseosa demasiado aguada, el crujir de los pochoclos, el caramelo en mis manos y los jedis batallando en la pantalla gigante.

Afuera un diluvio propio de una película del arca de Noé, pero yo no estaba anoticiado de esa película. Mi realidad allí era la que estaba encerrada en ese lugar, en buena compañía y viendo luces de colores. ¿La lluvia estaba aconteciendo? Claro que sí, y me anoticiaría de ello a la salida (y sin paraguas). ¿Era esa mi “realidad” en ese momento? No, mi cuerpo y mi sentir estaban en otro lado.


Muchas veces en los encuentros virtuales, aparece algo real del encuentro cuerpo a cuerpo. Cada cual en su casa, en su recuadro de Zoom, pero abstraídos del afuera, durante ese rato nuestra realidad es la que figura en la pantalla, que repercute en nuestros cuerpo y en nuestro hacer. Encuentros que dejan huella, no pueden no ser reales solo por ser mediatizados por la pantalla.


Los vínculos surgidos en la virtualidad, donde quienes entablan el mismo llegan a compartir una intimidad, a acompañarse y a tenerse presentes a diario, aun sin haberse visto las caras, ¿son menos reales por ello?


Voy entendiendo mientras hago el camino.


El contexto vino a traernos en el 2020 la imposibilidad de salir a la realidad cotidiana barrial y presencial. La charla con algún vecino, el bar con algún amigue, el ver los gestos faciales, todo quedo tapado y obstaculizado en pos de la salud comunitaria.


Esto nos obligó a habitar más plenamente este mundo virtual en el cual ya llevábamos mucho tiempo inmersos, tal vez con menor intensidad. Con mayor o menor resistencia, poco a poco cada situación de la vida fue adaptándose a ello, sin ir más lejos, en la clínica la atención virtual ha ganado terreno y muy velozmente fue aceptada.


La clínica psicoanalítica por videollamada inicialmente fue muy cuestionada por un sector que se preguntaba si se podía atender “de esa manera sin el encuentro”, que no era lo mismo y demás resistencias comunes ante lo “novedoso”, siempre la comodidad habita en lo conocido. No obstante, poco a poco la mayoría de los colegas se fue convenciendo de que sí se podía hacer clínica virtualmente (cada cual sabrá si guiado por cierta comodidad, necesidad o por una forma de entender y adaptarse al contexto).


Lo que es seguro, es que esta lectura, adaptación, aprendizaje o como quiera ser llamado, se fue dando (y se está dando) in situ. Es decir, que mientras lo vivimos y lo transitamos, lo vamos pensando, cuestionando y aprendiendo (en el mejor de los casos).


Por ello es importante preguntarnos ¿Cómo aprender mientras andamos el camino? ¿Qué potencialidades y que límites esconde este nuevo paradigma?


Rompiendo con la endogamia teórica y práctica, creo que es importante pensar qué hicieron otras disciplinas ante esta imposibilidad de encuentro. Pensarnos en contexto, mirando nuestro alrededor, ávidos de aprender y de repensar nuestros errores.


Siento que muchas veces buscamos las respuestas en nuestra rama y nuestros espacios más cercanos, es decir, por ejemplo: para pensar la clínica psicoanalítica virtual, veo cómo hacen otros psicoanalistas, u otros clínicos, sin abrir un poco mas y ver cómo el quehacer virtual impactó en todas las disciplinas y actividades que nos rodean.


Tratando de articular con otras áreas y actividades puse el foco en lo corporal, en qué actividades físicas que involucren cuerpo, mente y movimiento solía realizar en presencia y conjunto y creía imposibles de realizar vía zoom.


La primera que vino a mi mente fue la danza. ¿Cómo bailar, moverse y habitar el propio cuerpo y sus potencialidades expresivas y transmitirlas en un cuadradito entre varios? ¿Cómo hacer que el cuerpo dance, cree y llegue a un otrx captado por una camarita pequeña mientras me muevo en un cuarto de 2 x 2?


Precisé pensar en esto, y enfocarme en los cuerpos y como estos pueden trascender la pantalla, luego de los primeros encuentros virtuales con pacientes por videollamada.


Algo de mi cuerpo quedaba rigidizado y sentía allí un principal impedimento a la hora de atender. Allí radicaba mi principal incomodidad.


Poder articular con otras disciplinas (en esta caso artística y de movimiento), me resultó interesante y necesario para poder luego llevar algo de esto a la clínica, al cuerpo y al potencial que habita en la herramienta tecnológica.


No todas las videollamadas son iguales, no con todxslxs pacientes sucede lo mismo y no todxslxs analistas habitan la virtualidad de igual manera. Usar o no cámara, cuan cerca o lejos estar de ella, atender por videollamada o solo por llamada, son algunas de las posibilidades que da el dispositivo, pero uno lo va viendo, experimentando y aprendiendo mientras lo va haciendo, por eso es tan importante la apertura y permeabilidad a lo que sucede y lo que sentimos como analistas (aunque muchxs no quieran hablar de eso).


El futuro llegó hace rato, ya no estamos tan lejos de los supersónicos que tenían clases, trabajo y medicina de manera virtual por pantalla, incluso con el tiempo le fuimos encontrando lo positivo a estas nuevas “realidades”.


El asunto (como siempre), es poder pensarse en contexto, y no quedar atado a viejos paradigmas o viejas concepciones (sin sobre adaptarse, claro está). Entender la complejidad que implica cambiar de costumbres e ir aprendiendo en el andar de las mismas, pero para ello es importante no estar atadxs a lo que fue.


Es innegable que hay encuentro en la virtualidad, seguramente diferente a lo que sucede en el tete a tete, pero ¿qué no ha cambiado desde 2020?


Mientras escribía vino a mí un recuerdo del primer año de mi secundaria. Un amigo tenía algo que era para ese entonces novedoso: dos computadoras conectadas en red.


La maravilla del suceso era que podíamos jugar a un mismo juego, cada cual desde su computadora, una ubicada en el comedor, y otra ubicada en su cuarto.


Recuerdo su emoción y alegría por poder jugar en red, y también recuerdo mi desasosiego (nunca fui muy fan de los juegos en red). “Pero, estamos en la misma casa, o sea, a un cuarto de distancia, ¿que tiene esto de maravilloso?” pensaba mientras jugaba a un juego de disparos que siempre me mareaba y me hacía terminar pálido sin entender muy bien qué hacía allí.


Los Cybers en los 2000 fueron también un punto de encuentro donde les jóvenes se (nos) juntaban a estar juntes pero cada cual en la suya.


A la hora de pensar la clínica en general, y con jóvenes en particular, creo que es muy importante poder comprender y empatizar con sus modos de estar y compartir en la actualidad, sin caer en adultocentrismos o nostalgias negacionistas de la actualidad.


El otro día el padre de una paciente me decía “No sé… está todo el día ahí sola, colgada con el celular…”. Si supiera con la cantidad de gente con la está conectada a través del teléfono, los vínculos y amistades virtuales que creó en la pandemia y el importante sostén que le significaron a ella...Pero a veces nos es difícil salir de los formatos clásicos e ideas fijadas.


Creo indispensable para nosotrxs, lxs que pensamos nuestra vida, estar atentxs a escuchar, y percibir qué potencia la virtualidad, qué potencial tiene y qué queda suspendido tras ella, pero jamás negando que el espacio virtual sea un espacio real. Sin desconocer que los encuentros por zoom, son encuentros, y que nuestros cuerpos pueden estar implicados allí.


Al comentar la letra que da título al escrito, Solari nos dice “Estábamos llamando a un gato con silbidos, boludiando. Veníamos esquivando al futuro desde hacía mucho y eso no podía sino resultar muy costoso”, es importante poder pensar en contexto por más que lo que pensemos es lo que (nos) está pasando en el mismo momento.


Una lectura en vivo, sobre la marcha, de los acontecimientos que vienen sucediendo y actualizándose en cada momento, pero con la atención de no estar atados ni atadas a pasados o ideas viejas, cómodas o conocidas. Atentxs y perceptivxs, porque el futuro, ya llegó.



*Manuel Rivadeneira: Lic. y Prof. en Psicología, Artista escénico y Psicoanalista con perspectiva de género. – manuelrivadeneira91@gmail.com

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