Siguiendo la dirección de Pablo Tajman en su propuesta de El pensamiento técnico, arriesgamos algunas propuestas sobre la técnica psicoanalítica como vía posible para descentrar al psicoanálisis de su complacencia teórica, sus vanidades institucionales y sus aletargadas curas.
* por Roberto Salazar
Los modos de la extraterritorialidad
Propondremos dos maneras de entender la extraterritorialidad psicoanalítica: la primera como aquel gesto de autoafirmación del psicoanálisis para evitar el engullimiento de su especificidad en alguna disciplina anterior (medicina, filosofía, ciencias sociales), coetánea (psicología, psiquiatría) o posterior (neurociencias, psicoterapia) y la segunda como modo de existencia excepcional, transversal, irredenta al estrecho campo de conocimiento científico o racionalista.
El primer modo de extraterritorialidad permitió al psicoanálisis permanecer como disciplina relativamente autónoma y fecunda al menos tres cuartos de siglo, pese a profundas divisiones internas. Se obligó a pensarse hacia dentro, sobre sus fundamentos y su manera de operar en la realidad. A ganar en coherencia interna, haciendo esfuerzos por una demarcación de su campo de acción y la gestación de aspectos institucionales.
El segundo modo le permitió cierta libertad para intervenir sobre otros discursos. Por un lado, dominarlos, adaptarlos, modificarlos a sus propios fines, pero por otro lado cuestionarlos, denunciarlos, interpretarlos. Bien cabe el aserto del poeta “nada de lo humano me es ajeno”: el psicoanálisis es omnímodo al abarcar al sujeto, la cultura o la sociedad occidental, aun a costa de permanecer en ciertos márgenes profesionales o académicos, o al abandono de ciertos dispositivos de poder.
Mientras la extraterritorialidad del primer modo ha devenido en cierta parálisis teórica (en especial luego de la muerte de Jacques Lacan) y estancamiento burocrático (pugnas narcisistas en el campo lacaniano, falsas benevolencias en el campo IPA), el segundo modo ha mutado en una despreocupada suficiencia que pone en riesgo la circulación misma del psicoanálisis en la época.
Pensamos, entonces, que para intervenir sobre la inmovilidad del psicoanálisis como disciplina, como práctica, el camino posible (en el que convergen los dos modos de existencia propuestos) sería el señalado por Tajman. La vía de la técnica.
El psicoanálisis igual a sí mismo
“La teoría psicoanalítica que lo abarca todo”, dice Tajman. El psicoanálisis que en algunos espacios veda cualquier posibilidad de cuestionar su hegemonía, sus fundamentos, su razón de ser. Con tan extensa presencia copando la escena, no hay espacio para la división. El psicoanálisis es idéntico a sí mismo, se basta. Se autoriza por sí solo. Los conceptos solo pueden ser rebatidos por otros conceptos; metáforas sustituyendo metáforas, más bien metonimias permutando circularmente. Este movimiento, que no deja de ser fecundo, se alimenta en demasía de la aparición de un gran nombre propio, el maestro que conforma un Escuela y rescata al psicoanálisis de cierta deriva herética. ¿Y qué movimiento renovador se puede fundar en base a su propia conciencia de pequeñez estructural? El gesto grandilocuente ha sido la norma y no la excepción en el desarrollo psicoanalítico.
En tanto que los conceptos-metáforas sean las bujías de la renovación psicoanalítica, dependerá de un inventor de imaginarios como Jung o de un maestro del barroco como Lacan para causar alguna fractura. La falta de algún genio amenaza en desplazar la disputa en la teorización psicoanalítica a una mera lucha intestina por su exclusivo usufructo. No hace falta renovar o cuestionar el psicoanálisis: basta por alcanzar el lugar hegemónico como interpretador del viejo maestro.
Hay otro modo de desdoblar al psicoanálisis. Y es la escamoteada tensión entre teoría y técnica. Entre el qué y el cómo, o más psicoanalíticamente, entre lo que digo que hago y lo que hago.
No digamos que el psicoanálisis ha evadido el tema, pero su resolución ha sido fundamentalmente orgánica: la técnica no se puede separar de la teoría, la división entre psicoanálisis puro y aplicado es un falso dilema, la técnica siempre al servicio de la ética psicoanalítica y otros asertos de comunión armónica, que cual relojes de Leibniz, marchan al unísono, y cuando no, es cuestión de la insuficiencia de alguno de los actores del dispositivo analítico o de cierta pereza teórica que puede llegar a ser la aparición de lo Real.
Que la teorización no esté a la altura de su despliegue técnico no va de suyo. Como señala Tajman refiriéndose a Karl Abraham, la asociación libre, técnica de descentramiento del yo por antonomasia, puede convertirse en resistencia para el desarrollo del análisis, aunque matiza “si bien su planteo no despeja con respecto a qué escuchar las asociaciones del paciente ni con respecto a qué evaluar desde dónde estamos escuchando.” Fue mucho después que algunas consideraciones teóricas tendrían lugar para pensar este dilema y dar alguna propuesta directa de intervención en el dispositivo, a costa de análisis posiblemente mal llevados. Un primer momento de fecunda teorización propone intervenciones, pero luego es incapaz de seguirle el ritmo en su devenir vivo, pulsátil.
Donde la técnica era la institución ha de advenir
Sería ridiculizar al psicoanálisis pensar que estas dificultades en su quehacer no fueron objeto de debate desde el comienzo. Basta con abrir los registros de la Sociedad Psicológica de los Miércoles para ver candentes debates sobre el tema. Y es precisamente ahí donde se capta otra arista en el enlodamiento de lo técnico en las instituciones psicoanalíticas: su carácter de ritual identitario.
¿Qué clase de grupo psicoanalítico que se precie tal puede eludir la uniformización de ciertos modos de intervención, fundamentales en la celebración de su liturgia y, no menos importante, en su separación al otro? Las taxativas interdicciones en lo técnico resultaron esenciales para sostener a los anillos de Freud del embate jungiano, o a la trasunta IPA de la Contrarreforma lacaniana. Las identificaciones al maestro, diván, gafas y corbatín de por medio, se coronan con la imitación natural de sus más brillantes actuaciones en el dispositivo analítico. La técnica, más que la teoría, es un necesario elemento de aglutinamiento institucional y su conmoción generalizada parece ser difícil de digerir.
No es que no exista el estilo de cada analista. Pero esto está sujeto a un universo de intervenciones posibles sancionadas por el grupo de pares. Dentro de eso, cada combinación es permitida. Su transgresión, como ciertas transgresiones, se da sottovoce y amparado a la excepcionalidad circunstancial del analizante. Una encrucijada en las curas, como es la respuesta o no a la demanda del paciente, no solo está atravesado por su limitación teórica, como analiza Tajman, sino por su apenas advertido carácter ceremonial, que además de llevar a algunos tratamientos al traste, engorda el espacio totalizante del psicoanálisis y no su apertura a otras posibilidades.
Aligeramiento de equipaje
El primer modo de existencia extraterritorial del psicoanálisis, que llamaremos defensivo, ha entorpecido la vía técnica como posible ruta de desidentificación del psicoanálisis actual. Su dificultad estructural en mantenerse a la altura de sus contradicciones en la práctica se acrecienta por no lograr movimientos renovadores que facilitan su constante revisión. De allí la solidificación del devenir técnico, en tanto elemento que sostiene lugares identitarios en donde basta cortar la sesión o interpretar la transferencia para poder conservar cuotas de poder aun en conocimiento de que es insuficiente para las curas de la contemporaneidad.
Proponemos entonces una revisión de los fundamentos técnicos efectivos, es decir, de aquellos reconocidos y no reconocidos, que son llevados a cabo en las curas. Rastrear las intervenciones omitidas o silenciadas en las construcciones del caso, aun sirviéndose de las antiguas formas de registro freudiano de notas u algún artificio más moderno. El movimiento implica un esfuerzo por el bien-decir de la práctica, estando advertidos de la imposibilidad estructural de dar cuenta de determinados asuntos. Así mismo, el poner en cuestión ciertas formulaciones teóricas por el desfase técnico propio de modos de vida de la actualidad (siguiendo el planteamiento de Tajman), que habiliten una extraterritorialidad hacia dentro mejor organizada, liviana, voluble, para dar lugar a los desafíos de renovarse no solo hacia el interior sino hacia el movimiento audaz, necesario, de retomar la vanguardia.
Recuperar la iniciativa
El segundo modo de extraterritorialidad psicoanalítico, el ofensivo, el del psicoanálisis herético, indómito, el que puede tocar y zarandear todas las tradiciones o pensamientos de nuestra cultura puesto que le son pertinentes (como diría Borges de la literatura argentina), ese debe retomar la movilidad de otrora, la del impulso, ya no por proponer, que lo ha hecho demasiado tiempo, sino por rescatar y retomar. Decía Tajman que con ciertas antropologías es cada vez más posible pensar otros modos de vida. ¿No es también el psicoanálisis, no solo con su bagaje teórico si no por su rico desarrollo técnico, un apropiado interlocutor para pensar en la construcción de dichos modos? La rectificación subjetiva en combinación con los imaginarios antropológicos ayuda a no solo proyectar ese anhelo sino a considerar una efectuación alcanzable en una vida que valga la pena ser vivida.
No se trata, como diría Foucault, de hacer de técnicos del deseo. Es más bien de poner el acento en la despolitización que ha sufrido el psicoanálisis y su retorno al campo de lo posible. La psicología, a diferencia del psicoanálisis, ha fragmentado su cuestionable potencia teórica en cierta banalización individualista, con un exceso de profesionalización abocada a la readaptación del sujeto al entorno. En ese andar ha aumentado exponencialmente la manera de intervenir en lo práctico. ¿No correspondería al psicoanálisis, en su intención por retomar ciertos espacios, apropiarse de algunos esfuerzos técnicos conseguidos por otros para llevarlos al cauce de su propia especificidad, tal como a la inversa lo hizo la psicoterapia hace una centuria? Del mismo modo que lo hacen ciertos movimientos militantes o políticos con otras organizaciones incluso antagónicas. Freud no invento ni la sugestión ni la interpretación de los sueños, pero supo redirigirla a sus propios fines y luego crear.
Pasar de diferencias oposicionales entre distintos discursos y prácticas a una reterritorializacion amplia, hacia dentro y hacia afuera del psicoanálisis, es quizás la propuesta para hacer irreversible la demanda de cambio que nos plantean nuestras extensísimas curas analíticas que llevamos a cabo con más o menos éxito, así como el cambio que nos impone nuestra implicación en el malestar de la cultura.
Los vasos comunicantes con otras disciplinas, subjetividades, discursos, no pueden ser ya solo teóricos. Nos requieren prácticos, técnicos en su sentido etimológico, en la humildad del acto, analítico si se quiere, que rompa la inercia al concepto y permita preguntar ¿Y esto cómo lo haces? ¿Y esto cómo lo hacemos?
Eso entonces, es acaso el deseo de los técnicos.
* Roberto Salazar: Psicoanalista, trabajador de la salud.
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