Compartimos la última parte del trabajo de Manuel Murillo sobre la demanda. Luego de haber situado la serie de conceptos síntoma-demanda-trabajo interpretativo, en esta parte resulta muy interesante la ubicación de dos grandes obstáculos en el trabajo con la demanda, así como también dos grandes líneas de intervención: la oferta de escucha y las maniobras transferenciales.
Por Manuel Murillo*
A partir de la serie conceptual que ubicamos en la segunda parte de este escrito, caben considerarse tres situaciones relevantes en el trabajo con la demanda. A riesgo de resultar excesivamente esquemáticos:
1. La primera situación es cuando el pasaje desde el síntoma a la demanda, y desde la demanda al trabajo, transcurren sin mayores obstáculos. Esto como tal ocurre muy pocas veces, porque todo análisis supone tiempos y contratiempos, vueltas en cada instancia. Pero aun con eso, es posible reconocer un grupo de casos donde el trabajo no se obstaculiza en estos puntos. Y tal vez sí en muchos otros.
2. La segunda situación se da cuando se ve dificultada la posición del sujeto en relación con la demanda; es decir, plantearse como alguien que pide, pregunta, espera, se dirige a otro, pone en palabras. Lo que clásicamente se ha llamado “no hay demanda”, o “no demanda”. Esto puede ser una situación de las primeras sesiones o de todas, al punto que se vuelve difícil la prosecución de las mismas.
3. La tercera situación se da por el contrario cuando el paciente no tiene ninguna dificultad en demandar, pero ocurre que se instala subjetivamente en la demanda. A esto llamaría propiamente una demanda, o al menos es una dimensión a la que conviene darle un nombre específico: el paciente pide al analista para rehuir de su trabajo, espera del Otro una respuesta que se ubica en el lugar de una propia pregunta no desplegada.
La primera situación transcurre con las herramientas de cualquier análisis: el deseo del analista, la transferencia, la interpretación, etc.
Para la segunda situación, creo que disponemos de una herramienta puntual que Lacan llamó ofrecer escucha. Proviene de una fórmula que puede resultar más o menos chistosa –“con oferta he creado demanda”. Coincide por otro lado con la estrategia del marketing moderno, como se lo puede leer por ejemplo en el libro Propaganda de Edward Bernays. Pero de lo que se trata para un analista no es vender un producto o un servicio sino ofrecer una escucha, ante un sujeto que está dividido por el lenguaje. Puede ser alguien que no puede hablar, no quiere hacerlo, no sabe cómo, necesita tiempo… en cualquier caso, cuando no hay demanda, el analista tiene algo para ofrecer.
Esta oferta puede ser amorosa, paciente, puede prestar palabras, dar tiempo, ser más o menos provocadora o tentadora, pero es siempre una oferta “a la gorra”. Hay que resaltar que se trata primero de una oferta y no de un pedido. El analista no le pide a nadie que le hable, si primero no le pidieron que lo escuchen. Es una oferta que no tiene garantías de respuesta. Porque lo que esta en juego es una elección. La elección de prestarse al juego de hablar y los efectos que tiene la palabra.
En este sentido podríamos situar la célula elemental de la demanda en la transferencia: hay una única demanda a la que el analista responde, por definición, que es la demanda de ser escuchado. Por otro lado, hay una única demanda que el analista hace al paciente: le pide que le hable, que le cuente.
Un analista no interviene sin que se lo pidan, como tampoco lo hace un cirujano o un odontólogo; en esto no somos especiales o distintos. Pero es lo que nos diferencia de la religión. El analista, a diferencia de la persona religiosa, no tiene ningún mensaje por transmitir, ninguna palabra por revelar. Tiene una escucha para ofrecer y algunas herramientas para alojar y soportar un trabajo, que es el que harán paciente y analista.
Vuelvo a decirlo: “con oferta crear demanda, ofrecer escucha” no es sólo una frase humorística o provocativa de Lacan, es una herramienta fundamental en el trabajo con la demanda. No es algo que se haga solo en la primera o primeras sesiones, sino una posición que sostiene la función analítica en cualquier instancia. En cualquier momento que la demanda “baje”, se disipe, diluya, se detenga o brille por su ausencia, la herramienta con la que el analista cuenta para maniobrar es ofrecer escucha. En cualquier sesión un paciente puede llegar y decir “hoy no sé de que hablarte”. Naturalmente esto puede estar inserto en muy diversas tramas transferenciales, pero en cualquier caso es relevante considerar lo que ocurre a nivel de la demanda. Ofrecer escucha, para lo que alguien puede querer llegar a hablar, llegar a hacer, en un campo libre de asociaciones, y –como dice Eduardo Smalinsky– una zona de no exigencia. “Asociación libre” es también un concepto multidimensional, y en una de sus aristas se refiere a que el paciente pueda hablar, si así lo quiere, y de lo que tenga ganas; aun con lo complejo que esto puede llegar a ser. Recuerdo por ejemplo una paciente que inicia muchas veces las sesiones hablando de algo sobre lo que no tiene ganas de hablar, preferiría no hacerlo, pero sin embargo siente que es necesario y en otro registro de su deseo, opta por hablar de eso. La idea de una “zona de no exigencia” que Smalinsky recupera de Winnicott me parece de mucho interés para resaltar un aspecto importante del trabajo analítico: que si bien es un trabajo que supone algún grado de esfuerzo, costo y pérdida, eso no significa que tenga que plantearse como una exigencia, ni por parte del paciente, ni mucho menos del analista. Por otro lado, solo en una zona de no exigencia podría tener lugar el jugar necesario para que dos personas puedan hablar, “conectarse”, “entenderse”, y en ese marco, al menos una de ellas dar algún marco elaborativo para algunos procesos de su vida.
Como el deseo, que es el deseo del Otro, aquí la palabra y la demanda pueden tener lugar si alguien está atravesado por algún deseo singular de querer escuchar, prestar atención, detenerse. Como si dijéramos: –Te hablo, pero si querés escucharme; –Te escucho, pero si querés hablarme.
Para la tercera situación –demandar y esperar para no trabajar o elaborar– disponemos de una herramienta fundamental que Freud llamó maniobras transferenciales. Para trabajar en este marco sobre una definición, podríamos decir que maniobra transferencial es cualquier cosa que el analista haga o no, diga o no, o se muestre con cierto semblante o no lo haga, en la apuesta de orientar la demanda hacia algún trabajo posible.
En la representación más clásica que tenemos de esta situación, pareciera que la transferencia y la necesidad de su maniobra se presentaran como algo a mitad de camino de un psicoanálisis, casi como indicando un gran escollo, algo por atravesar, como una suerte de gran umbral del trabajo analítico. Todo esto es cierto relativamente. Pero lo primero que conviene pensar en términos de nuestras herramientas de trabajo es que de hecho nos encontramos haciendo maniobras transferenciales con casi todos los pacientes y en casi todas las sesiones. Sin duda que esto tendrá en cada situación diferentes intensidades, efectos, grados de apuestas y “riesgos”. Pero es impensable que una sola sesión –cualquiera– transcurra enteramente sin necesidad de ninguna maniobra transferencial. Es sencillo hacer un ejercicio que permita visualizarlo: tome el analista cualquier sesión del día o la semana y deténgase a pensar en qué momentos no se vio en la necesidad de tener que hacer algún tipo de maniobra tal que la palabra encuentre alguna orientación hacia el trabajo interpretativo.
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Con esta esquematización corremos el riesgo de generalizar excesivamente fórmulas que aplasten muchas variantes de situaciones que nuestra clínica incluye a diario. Pero es un problema que tenemos en todo ejercicio de reflexión y discusión técnica: hacia un extremo solo podemos hablar con fórmulas teóricas generales, y hacia el otro no podemos decir nada, porque solo podemos hablar de nuestro trabajo caso por caso. Creo igualmente, riesgo mediante, que vale la pena el punto intermedio de pensar estas coordenadas.
Hecha esta descripción, diría que hay dos grandes puntos de enredo transferencial propios del terreno de la demanda, que se derivan de las situaciones 2 y 3 planteadas.
Trabajar sin demanda. El primero se da cuando el paciente no toma posición en relación con la demanda. Esto puede ser muy amplio y variable: no realiza una puesta en palabras de aquello que lo lleva a consultar, o lo hace, pero se detiene al finalizar una somera descripción, o no dirige en relación con aquello que lo afecta un pedido, pregunta o expectativa al analista. O reducido a una situación muy simple: no toma la palabra para comenzar la sesión, porque no sabe qué decir, de qué hablar, por dónde empezar o retomar, o no tiene ganas, o algo –no sabemos qué– le ocurre, pero no toma la palabra.
Todo esto puede ocurrir en planos conscientes e inconscientes, de enunciado y enunciación. La demanda no es un objeto natural ni tampoco un fenómeno verbal, como una frase pronunciada, una pregunta; es más bien una posición subjetiva en relación con el lenguaje y el otro. Así, un paciente puede dar cuenta de su dolor y hablar sin parar de eso, pero ausentarse del lugar de la demanda. Y otro puede no decir casi nada, pero con un gesto ubicarse allí. Incluso contra el sentido común y lo imaginario: un paciente puede manifestarnos que no quiere venir a la sesión, pero de hecho hacerlo, y poner en juego en ese acto una demanda. Recuerdo un joven melancolizado, muy desganado, que manifestaba con asiduidad que no tenía ganas de venir a las sesiones, o que ese día hubiera preferido no venir, que de hecho algunas sesiones no venía, se ausentaba, pero aun con ello sostuvo durante dos años un espacio de análisis y trabajo subjetivo con muchos efectos.
Como no es entonces nunca natural ni evidente cuál es la posición subjetiva del paciente en relación con la demanda, como además en todo esto interviene lo imaginario y el malentendido del lenguaje, no es difícil pensar que a los analistas muchas veces nos cueste hacer un recorte del lugar y la posición del sujeto en relación con la demanda. Esto puede llevar a una forma de enredo muy frecuente para todos que es avanzar en el trabajo analítico sin demanda. Para reducirlo a una fórmula simple: trabajar sin demanda. Como tal es formalmente imposible, porque por definición no podría haber trabajo analítico sin el pasaje por la demanda. Hagamos una caricatura de esta situación, para transmitir hasta qué punto el trabajo sin la demanda lleva a una desnaturalización de la situación analítica. Uso este término proveniente de la biología, para ubicar que se produce una modificación en la estructura de algunos elementos, en función de la cual se pierde la disposición “natural” –digámoslo muy entre comillas para referirnos a una materia del lenguaje– de los lugares, funciones y procesos del trabajo analítico. Si lo volcara en términos muy coloquiales diría que se pone el carro adelante del caballo. La caricatura es la siguiente: el paciente llega a sesión y expresa –Hoy no se me ocurre de qué hablarte. El analista se incomoda ante esta situación, donde la palabra no fluye espontáneamente y se le ocurre intentar ayudarlo. Por ejemplo, le recuerda los temas o el punto en que quedaron la sesión anterior.[1] El paciente de alguna manera entiende que tiene que hablar –la demanda se invierte–, y que tal vez algunos de esos temas serían puntos disparadores propicios para hablar de algo. Se pone a hablar entonces, pero con la sensación –más o menos consciente o inconsciente– de algo no propio o espontáneo, incluso hasta forzado. La situación se empantana aun más cuando el analista hace alguna especie de “devolución” o “interpretación” de lo que el paciente trajo. Puede que como analistas no lo percibamos, incluso que el propio paciente no sea capaz de verbalizarlo conscientemente, pero en algún lugar de su cuerpo está sintiendo esa desconexión, que más temprano o más tarde se expresará como una forma de transferencia negativa. Son formas en que se acentúa el malentendido del lenguaje, que ahora deviene en una desconexión, desencuentro o disociación con el analista. Esto es algo muy frecuente, no es en sí un problema, porque de hecho el encuentro con un analista es siempre algo del orden de la contingencia, como el amor. Pero lo que quiero acentuar es que hay múltiples razones por las cuales este desencuentro puede producirse, y trabajar sin demanda es sin duda una de ellas; que en principio no es solo del orden de la contingencia, sino que forma parte de nuestros estudios técnicos, en este caso relativo a la demanda y la transferencia.
Esto que cuento a modo de caricatura, de hecho me ha pasado, pero creo que sirve a modo de ilustración sencilla de innumerables y variadas situaciones que nos pueden pasar a todos en cualquier momento, dado que estamos intentando trabajar desde la palabra con lo inconsciente y la pulsión.
Permite ilustrar el efecto que se produce de trabajar sin demanda; incluso pretender avanzar sobre el trabajo interpretativo sin demanda y sin la participación espontánea, libre, a elección y ritmo del paciente. Lo que muchas veces incluye también una situación de inversión de la demanda, donde es el analista el que pide o espera que el paciente hable o haga algún tipo de trabajo, sin la mediación necesaria –ética y técnica– de la demanda.
Trabajar solos. Hay otra situación que se produce, no porque falte el posicionamiento subjetivo de la demanda, sino por la dificultad del sujeto de pasar desde la demanda hacia el trabajo interpretativo. Esto puede ser ostentoso; por ejemplo, un paciente instalado en una pregunta o una expectativa en relación con el analista, de manera tal que eso que espera está en el lugar de un trabajo que no está haciendo. Lo que para el analista resulta notorio, inoportuno, hasta molesto. Pero puede expresarte también de modos muy sutiles y difíciles de percibir, cuando un paciente hace un como sí de trabajo analítico, pero no está genuinamente localizado en ese lugar sino actuándolo más o menos prolijamente. Es lo que podríamos llamar el yo intentando analizarse, pero no el sujeto dividido o afectado por esas palabras.
En esta coordenada también se produce una desconexión o disociación cuando el analista se lanza al trabajo interpretativo que de hecho o en la enunciación no está teniendo lugar. Al paciente puede resbalarle lo que el analista diga o hasta incorporarlo y recordarlo la sesión siguiente. Pero más allá de este efecto del yo, el trabajo conjunto que deben hacer paciente y analista se desconectó por algún lugar y el analista se puede llegar a quedar trabajando solo, sin la participación de paciente. Nuevamente, solo puede decirse aquí “trabajar” entre comillas, porque sin la participación del paciente eso no puede considerarse trabajo analítico.
La disociación aquí toma la forma de un analista que se armó ya una idea del caso, y un paciente que está del otro lado esperando una respuesta. Cuando algo de esta idea es comunicada e ingresa a título de respuesta, el paciente empieza a contar con una especie de teoría o explicación de lo que le pasa, en la que puede sentirse identificado más o menos, pero que no tiene efecto, porque no lo ha elaborado ni por sí mismo ni en transferencia con el analista.
Es un problema formulado por Freud, que podríamos llamar el problema de la doble huella. Freud dice en Lo inconsciente que no debemos comunicar al paciente una representación que él tiene reprimida, simplemente porque nosotros nos hemos dado cuenta. No solo porque esto no tendrá ningún efecto, sino porque incluso puede llegar a hacer aun más difícil el trabajo psíquico del paciente. Recibir del analista una comunicación a la cual el paciente no llegó por su propia elaboración, ni está próximo a ella, no cancela la represión, sino que la refuerza. Y el paciente tiene ahora dos huellas de la misma representación, una en lo inconsciente y otra en la consciencia, pero desconectadas entre sí. Potencialmente esta segunda huella consciente puede llegar a actuar como una contrainvestidura que refuerza la represión en lo inconsciente de la huella original. Para decirlo coloquialmente: es como si dispusiéramos de una carta que ahora la hemos quemado, y nos será más costoso que antes poder hacerla jugar.
Puede resultar útil aquí hacer una analogía con una idea de Winnicott. Este decía que el análisis es un juego, para el cual tanto paciente como analista deben estar capacitados para poder jugar. Si por alguna razón advertimos que el paciente está teniendo dificultades para poder jugar, no debemos lanzarnos al juego, sino detenernos en esas dificultades y desde ahí ver las maneras como será posible poder jugar.
De manera semejante, podemos pensar aquí que ante las situaciones en que se dificulta, en cualquier instancia del análisis, poder tomar posición respecto de la demanda y poder pasar de ella al trabajo interpretativo, no debemos lanzarlos a dicho trabajo, sino detenernos en esa dificultad que será siempre singular, y maniobrar desde allí para ver qué tipo de puesta en juego de la demanda y el trabajo podrían ser posibles. De esa manera podremos procurar un trabajo que se apoye en la demanda del paciente y se lleve a cabo con su participación y ritmo.
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Los “problemas”, preguntas o puntos de enredo que estoy situando forman parte de las tareas que toca al analista considerar, en términos de dirección de la cura, en un doble sentido, ético y técnico.
El aspecto ético se pone en juego porque como analistas no pedimos que nos cuenten o que nos hablen de ningún dolor sin antes contar con alguna forma de pedido o consentimiento. Ni siquiera cuando nos acercamos a alguien que está en urgencia o vulnerado lo hacemos sin preguntar, pedir permiso, ofrecer y aguardar por parte de sujeto una respuesta, un lugar, un espacio que puede entenderse como una mínima habilitación al juego de la escucha y la palabra.
Y es también un aspecto técnico porque la posición del sujeto en relación con la demanda funciona como un indicador clínico del lugar y la posición donde está ubicado, en relación con su síntoma, su división subjetiva o su trabajo interpretativo. Si vamos a trabajar con otro, o intentar hacerlo, resulta decisivo ser sensibles al lugar y modo como está posicionado ese otro. Y si vamos a poder hacer cualquier movimiento, sólo será posible desde ahí, y a cierto ritmo singular para cada sujeto y cada transferencia.
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La necesidad de pasar por la demanda en el trabajo analítico está en resonancia con lo que Lacan llamó discurso de la histeria o histerización del discurso en la transferencia.
Lo voy a decir con una formulación que puede sonar problemática o exagerada, que podemos tomar entre comillas, pero la maniobra que hace el analista tiene algo de “hacerse pedir”, no trabajar sin hacerse pedir. Dicho más formalmente: recibir la palabra de alguien y maniobrar para hacer pasar la división subjetiva por el campo de la demanda.
No es posible de otra manera pasar directamente del sufrimiento al trabajo subjetivo, porque perdemos las referencias éticas, técnicas y subjetivas necesarias para poder trabajar con otro analíticamente. De allí la necesidad de pensar el “problema” de la demanda en el marco de una serie que lo ponga en articulación con la división subjetiva y el trabajo interpretativo, y que nos permita pensar los obstáculos y las maniobras necesarias para los pasajes ineludibles de unos a otros, donde se resalta la maniobra general de ofrecer escucha, pero también otras maniobras que no podrán ser definidas a priori, sino que dependerán de la transferencia y trabajo singular con cada paciente. Por último, resaltemos una vez más: se trata de una cuestión relevante de atender no solo en la primera sesión, en las primeras sesiones o en las entrevistas preliminares, sino en cualquier instancia del trabajo analítico con alguien, incluso –lo que de hecho ocurre en algunos casos– en todas las sesiones.
[1] Una intervención o maniobra como esta, como muchas otras, no puede evaluarse positiva o negativamente de manera abstracta o por fuera de la trama transferencial de un caso. En el marco de esta caricatura podría valorarse como una “mala alternativa” pero no es la idea que quisiera transmitir. Toda intervención debe valorarse en el marco de una trama y a partir de sus efectos. Por otro lado, hay muy pocas o tal vez ninguna situación analítica en la que solo cabría considerar una única vía de intervención, más bien son múltiples y abiertas al encuentro entre paciente y analista. Por último, cabe considerar muchas situaciones en las que un tipo de intervención como esta resulta muy pertinente o imprescindible. Por ejemplo, cuando estamos acompañando o sosteniendo el arduo trabajo de un paciente de poder hablar, nombrar o elaborar algo en relación con su motivo de consulta.
* Psicólogo / psicoanalista: manuelmurillo@psi.uba.ar
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