Continuamos con el escrito de Manuel Murillo. Luego de haber situado las diferencias entre “alojar”, “soportar” y “no responder” la demanda, en esta parte 2 se resalta la importancia de situar la demanda como un nudo transferencial, en el marco de una particular serie conceptual que articula síntoma, demanda e interpretación.
Por Manuel Murillo*
Lacan se refiere en La significación del falo a un pasaje o movimiento que va de lo incondicional de la demanda de amor, a la condición absoluta del deseo. Esto se pone en juego en la constitución de la demanda y del deseo a partir de las necesidades primarias del niño/a. Pero luego, en toda relación con otro y, desde ya, en la transferencia.
A nivel del amor, el objeto que interesa no vale por su materialidad sino por su carácter simbólico, como gesto o don. Imaginemos por ejemplo un analista –esto casi no existe en ninguna corriente actual de psicoanálisis– que use para medir la sesión un reloj o una alarma, y cuando se cumple el tiempo, hace el corte. Un paciente que está hablando y su palabra es cortada por un reloj, podría sentir que no está siendo escuchado, o que su palabra no está siendo valorada. Pero lo que espera no es tal vez mucho más tiempo, medido en cantidad, sino poder terminar esa frase, esa idea, o contar una cosa más, antes de terminar. Lo incondicional refiere tanto al gesto, que puede ser cualquiera, no tiene condición, tanto como al Otro, del cual se espera que pase lo que pase, esté ahí o pueda. Por ejemplo, que aguante, soporte, habilite, se demore un poquito más allá del reloj, del timbre, de la agenda. Como se diría coloquialmente: que pase lo que pase, esté.
Pero el análisis no avanza solamente en la dirección de una demanda incondicional del paciente al analista, sino que interviene a nivel del deseo –de ambos– una condición absoluta, que no está fijada por el instinto sino por marcas singulares de orden inconsciente y pulsional. Remite al deseo del analista que, tanto en un sentido personal como transferencial, podrá poner a jugar que no le resulta indiferente –sino que lo afecta– todo este uso que el paciente está haciendo de su tiempo, espacio y persona. Y remite también al paciente, en transferencia con este deseo, que apuesta a poder identificar, nombrar, volver conscientes y elaborables las marcas y fijaciones en que se sostiene la demanda; los puntos donde el sujeto no solo no ha podido elaborar algo, sino que se quedó esperando algo del Otro.
Por eso el analista espera que le pidan, se presta al juego de dar y no dar, para que el paciente pueda –en transferencia– encontrarse con lo que le falta (castración) y lo que en ese lugar pueda pensar y hacer con otro.
Recuerdo una paciente que durante prácticamente todo su primer año de análisis hablaba sin parar en las sesiones, muy rápido y de muchos temas. Las sesiones eran imposibles de cortar, muy largas, entre una hora y una hora y cuarto. Cuando intentaba decirle algo, retomando sus dichos, recibía con desdén mis palabras, y continuaba hablando como si nada. Era una mujer que estaba muy angustiada y parte de lo que me relataba tenía que ver con muchas dificultades que tenía en el vínculo con los otros y unos pensamientos obsesivos que se le disparaban en torno a eso. Después de largos meses en que pude advertir algo de todo esto, y ensayar diferentes maniobras, algunos efectos se fueron produciendo. Pero lo que quiero ilustrar con este recorte es cómo el análisis parte desde una demanda incondicional para poder ir ubicando las condiciones del deseo: del deseo del analista, que espera poder tener un lugar para intervenir, hablar, y trabajar con el paciente, y el deseo del paciente, que es la instancia donde están fijadas y sostenidas las representaciones y objetos de la neurosis, en este caso.
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Como demanda de amor, la demanda no es un objeto natural, o algo que un paciente nos pide. Es algo que se arma en transferencia, y en el encuentro del deseo del paciente con el deseo del analista; algo que el analista recorta en la presentación de alguien, a partir de su deseo y escucha.
No hay en este sentido demanda universal sino siempre en transferencia. Pedirle al analista un vaso de agua, poder llegar unos minutos más tarde, que le cobre un poco menos, que lo escuche un ratito más, que le diga cuál es su diagnóstico, etc., pueden llegar a ser en diferentes situaciones demandas u otro tipo de pedidos, que responden a diferentes órdenes de razones, que también hacen a la vida de la persona.
Cuando un paciente, en las primeras sesiones, o luego de algunos años, nos pregunta por su “diagnóstico”, por ejemplo, es interesante valorar cuál es la trama transferencial en que se inserta esa pregunta. En algunos casos podremos leer que se trata de una demanda a la que “calculamos” no responder, y entonces hacemos alguna maniobra para dirigir esa pregunta hacia algún trabajo. Pero en otros casos, tal vez evaluamos que no se trata de ello y podemos llegar a decir algún nombre que provenga más o menos de la psiquiatría o el psicoanálisis, como “bipolaridad” o “neurosis obsesiva”, si “calculamos” que esa “respuesta” puede insertarse con potencia y relanzar el trabajo interpretativo. Recuerdo un paciente que me preguntó si era autista, a lo dije por toda respuesta, y con gesto de seguridad: “no.” Le dije esto por dos razones: porque a mi juicio claramente no aplicaba a los signos de ese cuadro, pero sobre todo porque no se trataba de una demanda, sino de una pregunta en el marco de su trabajo interpretativo. Es decir, no me estaba preguntando eso para detener su trabajo y “pasarme la pelota a mí”, sino para poder proseguirlo.
A partir de esto podemos establecer una diferencia importante: un pedido, una pregunta o una expectativa depositada sobre el analista, pueden ser demandas, pero no necesariamente lo son. Muchas veces se trata de pedidos, preguntas o situaciones que responden a otros marcos, tramas y lógicas que también debemos poder escuchar y leer, para valorar qué tipo de respuesta daremos, en el marco de nuestro trabajo.
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Dije que la demanda era una pequeña herramienta fundamental de nuestro oficio. Podemos añadir también que se trata siempre de un nudo transferencial. Un punto de encuentro, enredo, trabazón. Y en ese sentido, es un problema que nunca se puede abordar aisladamente.
Para decirlo bajo una fórmula, diría que está inserto en una serie conceptual:
Serie: síntoma – demanda – trabajo interpretativo
Es como si dijéramos que la demanda no viene de cualquier lado, ni tiene por delante cualquier dirección. Parte de una coordenada sintomática, por ponerle un nombre genérico, pero donde reconocemos el estatuto de un modo de sufrimiento, dolor, malestar, pregunta o división subjetiva. Es desde ahí que alguien pide a un analista. Pide que lo escuchen y pide también una respuesta. Es aquí donde cumple su función la indicación de “no responder a la demanda”.
Esto no significa no responder a otras formas de pedido o requerimiento que no son en un sentido específico demandas, como tampoco está diciendo que no haya que responder, es decir, no dar ningún tipo de respuesta. Se trata de no responder a las demandas, a la par que responder a múltiples tipos de pedidos que no son demandas; y, además, dar algún tipo de respuesta a la demanda, que por paradójico que suene, no le dé una respuesta. La paradoja es sólo aparente. Porque esto último quiere decir: no dar al paciente una respuesta cerrada o que obture el trabajo analítico. Pero es importante sin embargo poder dar alguna respuesta, maniobra o intervención que oriente la palabra del paciente desde la demanda hacia el trabajo interpretativo.
En muchos casos nos encontramos con preguntas por parte de los pacientes, que tienen el estatuto de demandas. Por ejemplo, preguntas cerradas y directas, que esperan una opinión, juicio, valoración o acción por parte del analista. “¿Vos pensás que tendría que separarme?”, “¿Vos no estás de acuerdo con lo que estoy diciendo?”, “¿Vos podrías enviarme un mensaje cuando sea el horario de la sesión?”
Puede producirse acá un enredo que también es caricaturesco: la imagen del psicólogo que no puede responder. Es a veces el mismo paciente que luego de formular su pregunta, se detiene como desanimado y dice, en chiste o en serio: “no, dejá, ya sé, vos no me podés decir”. Dejando al analista en silencio, dibujado.
Esto es un problema por diferentes razones, pero una muy importante es una especie de orientación técnica del psicoanálisis: cuando el paciente ya sabe lo que el analista va a decir, va a hacer, o cómo va a comportarse… mala señal. El psicoanálisis, al menos en un país y una ciudad como lo son Argentina y Buenos Aires, es un oficio que todo el tiempo se practica en contra y equivocando las representaciones con las que se ha instalado. Porque convengamos que básicamente los chistes de psicólogos son chistes de psicoanálisis. Casi no hay ningún chiste de psicólogos que recupere otro marco teórico. Para decirlo sencillamente: no tenemos alternativa, tenemos que trabajar sobre el fondo y contra la caricatura que nos hemos armado de nosotros mismos y nuestro oficio.
Por ejemplo, responderle a un paciente, frente a cualquiera de estas preguntas: “Sí, yo te voy a decir…” y completar esa frase con cualquier cosa. Desde algo más o menos vacío hasta algo que toque algún lugar de los significantes de la transferencia. “Pienso que eso que te dijo tu pareja te afectó”. Como si disfrazáramos la interpretación de respuesta a la demanda. Algunos pacientes se dan cuenta, otros no, algunos lo toman en serio, otros entienden el chiste, pero en casi todos los casos se dan efectos interesantes en términos de poder pasar de la demanda al trabajo, poder hacer algo con eso que el analista dio. Lo que logramos, por otro lado, es maniobrar sobre una demanda y equivocar nuestra caricatura.
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En otros casos, en cambio, lo que requiere de una maniobra no es la demanda, sino su ausencia o dificultad de puesta en palabras. El paciente puede presentarse con su dolor y dar cuenta del mismo en una primera entrevista, pero no resultar clara la posición o disposición de un pedido de ayuda a otro. Ya sea porque no quiere, no puede, no sabe, no le sale, o “no” algo. Pero más allá del orden de razones es importante para el analista poder escuchar, leer o sentir ese “no”. Dado que a pesar de ello el paciente está allí, el analista puede preguntar: “me doy cuenta del dolor que me está contando, pero permítame que le pregunte, ¿en qué cree que yo podría ayudarlo con esto?”.
La serie de conceptos planteada está en resonancia con la indicación de Winnicott: el psicoanálisis es para quien lo quiere (demanda), lo necesita (síntoma) y lo permite (trabajo interpretativo).
Alguien puede sufrir, pero no abrir ese sufrimiento a un pedido, ponerlo en palabras; lo que supone de entrada un costo psíquico y una pérdida de goce considerables, por no incluir los costos de dinero y tiempo. Pero ninguno de estos costos o pérdidas incluye aún lo que traerá implicado el trabajo, que supondrá algún tipo de embate con lo inconsciente y la pulsión.
* Psicólogo / psicoanalista: manuelmurillo@psi.uba.ar
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