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El trabajo interpretativo y sus efectos. Parte III

Actualizado: 18 abr 2023

Notas para desarmar y rearmar el concepto de interpretación.




El trabajo interpretativo y sus efectos es un escrito en formato de diario o notas, elaborado en tres partes, con la propuesta de desarmar y rearmar el concepto o representación que tenemos en psicoanálisis acerca de la interpretación. Esta tercera y última parte explora las relaciones entre el trabajo psíquico y el trabajo interpretativo, las diversas maneras de pensar la interpretación según una propuesta de Lacan, el trabajo interpretativo que se va realizando sobre los propios efectos que la interpretación va arrojando, y finalmente los límites de este trabajo.


* por Manuel Murillo


El trabajo interpretativo, elaborativo o simplemente el análisis se mueve en un psicoanálisis en dos grandes direcciones opuestas: desarmar y armar, analizar y construir, producir o inventar. Es importante recordar y resaltar esto porque otra de las representaciones o imaginarios de la interpretación la asocia excesiva y exclusivamente con el trabajo de analizar, desarmar, separar. Lo que da cuenta de una parte del trabajo clínico, con algunos pacientes, en algunos momentos, pero deja muchos otros por fuera; y como si lo que se hiciera en esos casos no fuera interpretativo también.

Freud diferencia el trabajo psíquico del trabajo analítico. El segundo debe desandar los caminos por los que ha andado el primero, que consiste en dar algún tipo de inscripción, representación y tratamiento a las pulsiones.

Lacan, con su propio lenguaje, dijo que lo inconsciente es ya primero una interpretación del deseo del Otro. Y que la interpretación en análisis no hace otra cosa que intervenir sobre aquel primer trabajo interpretativo.

Es claro que en muchos modos de presentación clínica el paciente no se presenta tan armado, ni sufriendo por las armaduras que ha hecho su aparato psíquico o inconsciente, sino precisamente lo contrario. Consultas donde predomina la acción y no el pensar, la impulsión y no el acto, el afecto y no la representación. La experiencia colectiva analítica ha forjado y socializado naturalmente una indicación clínica de trabajo: se trata en estos casos no de hacer “juegos de palabras” como en otros, sino primero de “poner palabras”. Poner palabras es también una forma que puede tomar el trabajo interpretativo, cuando de lo que se trata no es tanto de analizar o desarmar, sino de dar un marco elaborativo primario y básico a la pulsión, al afecto, al dolor. Eso que en muchos casos –por diversos motivos que requieren nuestra atención– el aparato psíquico o lo inconsciente lo hacen solos, aquí el paciente viene a intentar hacerlo en transferencia con un analista.

El trabajo interpretativo es entonces en su sentido más elemental juegos de asentimiento y consentimiento casi imperceptibles; y poner palabras, nombrar, decir. Por eso la interpretación no debe ir a buscar nada muy sofisticado, sino mantenerse próxima a sus resortes aparentemente más básicos, elementales, sutiles, imperceptibles. Ni bien se vuelve sofisticada o rígida, se aleja del texto clínico. Winnicott decía en este sentido que la interpretación no debe hacerse por fuera de la zona de juego, entre analista y paciente.


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Tomando referencias de Lacan, podemos pensar que el trabajo interpretativo tiene cuatro grandes modos o efectos. Los presentamos en cierto orden genético y lógico, pero naturalmente se ponen en juego de maneras muy mezcladas desde la primera sesión.

1. Desplegar la palabra: la interpretación “parte de los decires del sujeto para regresar a ellos” (La dirección de la cura y los principios de su poder). A partir de la palabra del paciente, cuando esta se detiene o cuando ingresa en terrenos sin salida, neuróticos o defensivos, la intervención del analista toca cualquier elemento, con una pregunta, señalamiento o lo que fuera, para ver si esa palabra logra relanzarse.

El despliegue mismo de la palabra del paciente es ya un primer efecto interpretativo fundamental del análisis. No es evidente ni natural que esto pueda ocurrir y es parte del trabajo interpretativo identificar o localizar esas vías de despliegue o relanzamiento.

Resulta muy ilustrativo que cuando el analista está cansado, demasiado atravesado por las defensas y fantasmas del paciente, o los efectos de repetición, ni siquiera se le ocurre qué preguntar. Y el material psíquico parece encerrarse en torno al síntoma o el sufrimiento. En muchos casos un paciente consulta para ver si le hacen alguna pregunta o le dicen algo –una “pista”– de donde pueda tomar algún tipo de orientación elaborativa del sufrimiento.

A la inversa, cuando el analista está menos cansado y más creativo o despierto, de manera súbita es capaz de oír o ver líneas inéditas de trabajo, y basta con una simple pregunta para que un nuevo territorio psíquico se abra, generando alivio y entusiasmo en relación con el trabajo interpretativo.

2. Reducir el saber al sin-sentido. Esta referencia proviene del Seminario 11, donde Lacan sitúa que la interpretación se dirige hacia el “sin-sentido” del significante. Todo lo contrario de desplegar redes y cadenas de significantes, como en el punto anterior, aquí se trata de la reducción del significante hasta sus marcas irreductibles y sin-sentido; como se lo entiende en el inglés nonsense, algo absurdo o disparatado.

Es una manera de decir que toda formación sintomática, neurótica o sufriente, tiene en la otra punta de sus hilos experiencias y marcas que no son necesarias, eternas, sino contingentes, accidentales, disparatadas, absurdas.

Recuerdo una colega decir que para Lacan el análisis comienza como una novela, abigarrada de personajes, tramas, secuencias, para transitar luego hacia la forma de un cuento; y finalmente reducirse hacia la estructura de un poema, en el sentido de pocas palabras que se articulan para intentar decir o bordear algo de lo imposible, e inventar algo con eso. Desde ya, como hemos dicho, algunos pacientes se presentan en diversos cuadros de angustia donde hacemos primero el trabajo inverso: intentar reunir pequeñas palabras que bordan y bordean algo, para luego armar algún cuento y novela.

Conviene establecer matices. Si el trabajo interpretativo que ubicamos en el punto 1 se pone en juego en cada sesión, este segundo es un efecto que se va produciendo a posteriori del primero y sólo se comienzan a ver sus efectos luego de algunos meses o años. Es decir, no es algo cuyo movimiento aparezca o se vea en pocas sesiones o semanas.

3. Localizar la falta. Proviene del Seminario 14: “…todo lo que hagamos para que se parezca a esta S(Ⱥ), y que se escuche bien, no responde a nada menos que a la función de la interpretación.”

Los modos 3 y 4 se van realizando de manera simultánea a los anteriores. No constituyen una secuencia progresiva. Con estas referencias Lacan advierte que el trabajo interpretativo no toca sólo al significante, las palabras o las representaciones, sino también al deseo, el afecto, la falta, la pulsión.

Lo que estos dos modos también hacen es recortar aspectos de la relación del sujeto con el Otro, en la dialéctica del deseo y la demanda, del sujeto al Otro y del Otro al sujeto. Por ello una parte importante del trabajo interpretativo es localizar la falta, inconsistencia, incompletud, la castración, el deseo, la demanda y/o el goce del Otro; en cuyos rostros aparecen padres, partenaires, jefes, amigos, y analistas en la transferencia.

Lacan lo figura como una pregunta: ¿Qué me quiere el Otro? Donde debe acentuarse una pregunta por el deseo del Otro, pero también un objeto, lugar, posición o manera en la que ese deseo solicita, espera, demanda al sujeto. Veremos aparecer ese objeto en el cuarto modo de la interpretación.

4. Localizar el objeto. La referencia es de El atolondradicho: “La interpretación, como lo formulé en su tiempo, atañe a la causa del deseo, causa que ella revela, y de la demanda que con su modal arropa el conjunto de los dichos.”

Este cuarto modo o efecto de lo interpretativo da una vuelta en torno al objeto del deseo y pulsional; el objeto en que el sujeto se constituye, para responder a la falta o el deseo del Otro; haber quedado fijado a una manera de causar el deseo del Otro, y a unos modos de economía pulsional.

Lacan lo figuró con otra pregunta: el sujeto en un análisis llega a poder preguntarse si quiere lo que desea. Es decir, lo que alguna vez quiso, los lugares en que fue acogido, en los que se esperó y donde lo requirieron; que el propio sujeto adoptó, encarnó, se identificó… todo eso puede ser interrogado. Claro está que la materia con la que estamos trabajando no es una plastilina que el sujeto va a poder moldear a su antojo. Pero sí que algún tipo de elección y posición en relación con esto, y sus grados variables de plasticidad o fijeza, podrá tomar.


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El trabajo interpretativo y sus efectos no deben entenderse desde la categoría lógica de causa sino de proceso. Si en un análisis se producen “interpretaciones” o “efectos de interpretación” no es porque en algún momento apareció algo y el analista hizo o dijo algo que sería “la interpretación”, como una causa que retroactivamente al efecto se podría localizar; es más bien porque hay todo un proceso analítico que se está desplegando.

Opera como sugiere Francois Jullien, como un proceso de transformación silenciosa, del cual se van produciendo o emergiendo luego efectos ruidosos. Los efectos son vistosos, ruidosos, llamativos, pero el largo y arduo proceso de transformación puede que no se perciba. Y en cambio, se intente buscar una causa localizable y atribuible para remitirlos.

El trabajo interpretativo funciona como un proceso de transformación silenciosa, en cada sesión. De allí provienen los efectos, en sus diferentes niveles y alcances.


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Dado que es un trabajo que cursa de manera predominantemente silenciosa, resulta siempre una apuesta. Porque ninguna pregunta, gesto, señalamiento, intervención podrá verificarse o descartarse de manera lineal y directa con un efecto inmediato. Esto involucra un problema: ¿cómo valorar las líneas y apuestas interpretativas sobre las que estamos trabajando? ¿Serán las eficaces? ¿En qué medida sería necesario o aconsejable insistir sobre ellas o dejarlas caer y ensayar otras? ¿Cuánto tiempo deberíamos insistir y/o esperar con una línea de trabajo interpretativo sin ver sus efectos?

Recuerdo el trabajo con un paciente que me hablaba del vínculo con su pareja, las discusiones, la energía y esfuerzo que les tomaba poder discutir y luego arreglarse. Relataba todas las semanas estas discusiones, donde en cada sesión lográbamos ubicar pequeños elementos a analizar, relacionados con él, su pareja o el vínculo. Las dinámicas de discusión eran siempre las mismas y las líneas de trabajo y análisis de cada una también. Desde las primeras semanas la tensión entre ellos disminuyó considerablemente de intensidad, pero no fue hasta pasados largos meses que algo de esta discusión pudo ir logrando espacios de conversación y reflexión más personales para cada uno de ellos.

El trabajo interpretativo tiene entonces por un lado signos muy inmediatos y visibles de que algo de una transformación silenciosa se está haciendo o no, y por otro signos invisibles y silenciosos, que el analista esperará pacientemente ver aparecer.


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El trabajo interpretativo se va encontrando con muchos límites, que son también los límites del psicoanálisis. La apuesta de trabajo sobre algo que podría “moverse” o “cambiar” se va encontrando con lo inmutable, lo inamovible de las personas, la historia, las marcas, la personalidad, los grupos, las instituciones.

Si no se logran identificar estos elementos inamovibles el trabajo interpretativo corre el riesgo de eternizarse o dar vueltas en círculos. A la inversa, poder identificarlos permite al paciente tomar alguna posición subjetiva. Por ejemplo: en relación con rasgos de su personalidad o su deseo que la experiencia, el intento o el análisis han demostrado que no tienen la cualidad de moverse del lugar o la manera que están. Pero el sujeto sí podrá moverse, y eso es con lo que trabaja el psicoanálisis: las posiciones subjetivas ideales, deseadas, posibles y/o simplemente las que salgan, que una persona podrá advertir, tomar registro, elaborar, responder, y en relación con las cuales podrá reposicionarse. Llegando incluso al extremo paradójico de considerar qué es lo que alguien hará con aquello frente a lo cual no puede hacer nada; y que mismo puede ser en algunos casos la propia posición subjetiva en relación con un objeto determinado.


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El trabajo interpretativo supone hablar y escuchar. En eso se parece mucho a la comunicación humana. Pero es importante diferenciarla. Una vez escuché a Fabián Allegro decir que el trabajo analítico se aparta del formato de la comunicación cotidiana, pero tampoco puede desplegarse completamente por fuera de ella, en el marco de un puro sin-sentido y un analista que a todo responde con cara de póker. Así como tampoco con uno que en cada sesión comienza opinando sobre el clima, la ropa o las últimas noticias.

Se sitúa a medio camino entre una humana necesidad de sentido y el sin-sentido; el suspenso o enigma que serán necesario para cada análisis. No es necesario que el analista se parezca a un Oráculo de Delfos, pero sí que mínimamente se aparte del tipo de interlocución que el paciente puede llegar a tener con un amigo o cualquier otro personaje de su vida cotidiana.


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El trabajo interpretativo es complejo y enigmático no sólo porque cursa como un proceso laborioso de transformación silenciosa, sino porque además producido su efecto, no concluye. Con los efectos analíticos en sí mismos y solos no se concluye el trabajo analítico. El paciente debe poder a su vez acogerlos, procesarlos, adoptarlos, abrazarlos, usarlos.

De hecho, en muchos casos los efectos interpretativos se producen todo el tiempo, pero el paciente los va dejando caer. Y forma parte del trabajo interpretativo identificarlos, valorizarlos, juntarlos, reunirlos.

Procesar los efectos del trabajo interpretativo forma parte también del trabajo interpretativo. Sobre todo, por los límites que un psicoanálisis supone. No podremos cambiar el mundo, el trabajo, el pasado, la pareja, ni siquiera podremos cambiar al paciente mismo. Por eso la interpretación va arrojando entre sus productos qué es lo incurable, lo imposible, lo injusto, lo inexorable. En relación con eso el sujeto tendrá que actuar, resistir, luchar, aceptar o inventar. Poder localizar estas posiciones en relación con el deseo del paciente es tal vez una de las últimas tareas del trabajo interpretativo y que conduce a las líneas conclusivas y finales de los análisis.


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El trabajo interpretativo requiere de atención, dedicación, paciencia, pero también de creatividad e imaginación. Esto se ve muy gráficamente en la clínica de niños, cuando el despliegue de este trabajo toma la forma del jugar entre paciente y analista.

Es que claro que cuanto más amplia, variada y recorrida sea la experiencia y la formación del analista en diferentes áreas, mayor será también su creatividad para alojar e intervenir el material psíquico: formación teórica en general, en nociones de psicopatología, modalidades de presentación clínicas históricas y actuales, recursos técnicos del tipo maniobras transferenciales; estudio y referencia provenientes del campo de las ciencias sociales, estudios de género, literatura, artes; experiencias personales o cercanas de todo tipo, en relación con trayectorias de vida tales como filiación, paternidad, maternidad, pérdidas, monogamia, poliamor, violencia, etc.; y tal vez la experiencia más decisiva, que a su vez es capaz de interpretar, re-interpretar y articular todas estas otras, es el propio análisis del analista.

El analista escucha e interviene desde un lugar teórico y técnico, pero también personal. Esto último no quiere decir escuchar al paciente desde sus propias experiencias o concepciones, sino desde un lugar de co-existencia básico y elemental que supone por parte del analista tener noción del mundo y objetos a los que el paciente se está refiriendo. Para transmitirlo con un ejemplo muy sencillo: si un paciente nos habla mucho de la relación con sus hijos, pero el analista no tiene la experiencia de ser padre o madre, se pone en juego ahí un límite natural a la escucha; que en relación con diferentes temáticas le ocurre a todo analista con todos sus pacientes. Ningún analista tiene una amplia experiencia o formación en todas las temáticas que los pacientes traen.

Este es un límite natural. Es importante entender que no podrá ser suplido con teoría o técnica. La función de esta no es hacer del analista un experto en ningún tema sino formarlo en maneras de trabajar con modos de presentación.


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Por otro lado, la formación del analista, ya sea que provenga desde su trasfondo experiencial básico o de su formación teórica no tiene por objetivo convertirlo en alguien astuto, avispado, avanzado o ingenioso, tal que pueda sorprender al paciente con intervenciones grandilocuentes o sofisticadas.

Recuerdo a Diana Rabinovich señalar que no le toca al analista ser astuto sino más bien un chorlito del inconsciente del paciente. Y en cambio sí le toca al paciente poder decir cosas más astutas, ingeniosas, y menos tontas, respecto de su sufrimiento. Por tanto, la transferencia no debe desplegarse como si el analista fuera alguien muy astuto y el paciente alguien atontado o regresivo, sino acaso más bien todo lo contrario.

Si la formación humana y teórica del analista no debe servirle para grandes intervenciones o interpretaciones grandilocuentes, debe servirle en cambio para desplegar maneras creativas y no rígidas de sostener y acompañar el trabajo interpretativo: recibir la palabra del paciente, hacer preguntas, pequeños señalamientos, gestos, estímulos, respuestas que no cierren, cortes de un tema o sesión, paciencias en relación con otros, y un largo etcétera.

El trabajo psicoanalítico no tiene recursos inmediatos o lineales, pero es paradójicamente por el camino más largo y trabajoso donde más rápido comienzan producirse los efectos necesarios o posibles.

Poder revisar y tomar distancia de la representación del psicoanalista astuto que hace intervenciones grandilocuentes, y por eso aparecen los efectos, es imprescindible para poder tomar posición en relación con una función que requiere atención, paciencia, y creatividad.


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