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Una jaula que abre otra jaula.

Actualizado: 11 may 2023

Sobre la (y sobre mi) identidad “psicoanalista[i]



La identidad y la orientación política del psicoanálisis se cruzan en las instituciones en que este opera. Los mitos fundantes de la disciplina dan acceso a estas cuestiones. Importa revisarlos porque tanto cuando los aceptamos acríticamente como cuando los rechazamos, estamos abonando a reproducir fenómenos identitarios, institucionales y políticos que producen y reproducen, explícita o implícitamente, distintos tipos de relaciones de dominación.



Por Pablo Tajman*


It´s the terror of knowing what this world is about

(Es el terror a saber de qué se trata este mundo)

Under pressure – Queen + David Bowie



El presente texto corresponde a la presentación de Pablo Tajman del 9 de noviembre de 2022 en las Jornadas de intercambio “Formación profesional y atención a disidencias y comunidad LGBTIQ+. Tensiones y desafíos” del Consultorio de diversidad del Centro de Salud Malvinas Argentinas.



Buenos días, muchas gracias por la invitación. Para mí es un gusto estar en una mesa donde les expositores no seamos mayoría cis.

Les cuento que vengo de Jurassic Park. Ese lugar, lleno de dinosaurios, algunos de ellos jóvenes, es el Centro de Salud Mental público más grande de la Ciudad de Buenos Aires, aun en su estado actual, de brutal vaciamiento a causa de quince años de política macrista.

Hace unos cuantos años, nos encontramos preguntándonos, con una compañera y un compañero, cómo podía ser que en el Centro de Salud Mental público más grande de una ciudad tan grande no hubiese consultas de personas travestis, trans y no binaries. Con esa pregunta empezamos a juntarnos con distintas agrupaciones y nos enteramos rápidamente de algo que ya sospechábamos: no es que no había consultas, había intentos de consultas que se encontraban, salvo honrosas excepciones, con violencias por parte de compañeres profesionales y administrativxs, que no respetaban el nombre elegido por les consultantes y ejercían modos sutiles de violencia que eran y son tan expulsivos como los explícitos.

Entonces empezamos a generar un modo de atención que, según entiendo, no es legal, pero sí legítimo, que fue garantizar dar turnos de “acceso directo”, que no requerían pasar por todo el circuito administrativo y de admisión usuales. El grupo fue creciendo y junto con esxs colegas que confiábamos en que iban a dar un trato respetuoso, se daba un turno con tal profesional y el primer encuentro era en tal consultorio, ni pases por el mesón de entrada. Y esx profesional te acompañaba a hacer la apertura de la historia clínica, tratando de garantizar -no siempre con éxito, pero sí con un poco más de éxito que antes- que el trato fuera el que corresponde. Así fue que pudimos armar un grupo de trabajo y formaciones para compartir con otres colegas. Nuestro quehacer obtuvo bastante apoyo de afuera y bastante rechazo de adentro, pero también hubo compañeres del centro que apoyaron la propuesta aun cuando no formaran parte de nuestro grupo, participaban dando de sus turnos disponibles, yendo a las formaciones que organizábamos, charlando en los pasillos.

Al día de hoy, unos cuantos años después, sigue siendo Jurassic Park, pero hay algunas zonas un poco más libres de dinosaurios.


Les leo algunas cosas que preparé para hoy:

Hace muchos años, avergonzado, intenté dejar de ser psicoanalista. No me salió, entonces seguí tratando de avanzar en un camino que me llevase a practicar un psicoanálisis que no me diera vergüenza.

Hay, desde esta disciplina, un rechazo mayoritario a pensar la identidad. Frases como “no importa la identidad, importan las identificaciones” o esta otra, “la identidad es imaginaria” (entendiendo que lo imaginario no tiene dignidad frente a lo simbólico) o esta otra más, “lo que importa es el sujeto, no la subjetividad”, son más o menos los mantras por los cuales no nos ocupamos del tema. A veces se habla de Sinthome y anudamientos borromeos sin lograr cambiar este efecto de inexistir un tema que resulta, por ese mismo borramiento potenciado en su peor costado. Mientras tanto, la identidad, ahí sigue, gozando de “buena” salud y con plena efectividad.

Nadie decide voluntariamente lo que es (al menos en su totalidad), a lo sumo toma consciencia de su inexorabilidad, en el sentido de que hay componentes de la identidad que no se eligen, que son, que están ahí. Entiendo la idea de “autopercibirse” como una expresión que resume ese registrar lo que se es aún a pesar de unx, aún a pesar de que se quiera o no se quiera eso en lo que nos sentimos siendo. Lo entiendo como algo que se nos impone, que fuerza a hacerse un lugar desde nuestras sensaciones y percepciones y que solo podemos admitir o meter en el freezer. Rechazar estos hechos hace que sea tan difícil creer que unx pibi de dos años pueda pedir el vestido de bailarina en lugar de la esperada pelota de fútbol[ii] desde un lugar saludable, desde el intento de no amputar una parte de sí.

Muchos años antes de querer dejar de ser psicoanalista, cuando tenía diecisiete años y estaba en quinto año de química en la escuela industrial y solo me faltaba el año siguiente, sexto, para recibirme, nuestros profes, con quienes teníamos mucho contacto porque éramos pocos en esa especialidad, nos preguntaban qué íbamos a estudiar cuando termináramos el secundario: ingeniería química, licenciatura en química, tecnología de los alimentos, farmacia, decían mis compas, “cualquier cosa menos psicología”, decía yo. Mi mamá era médica, psiquiatra, pero sobre todo psicoanalista. Mi abuelo materno, su papá, igual.

En esa negación de lo que estaba ya instalado en mí, aparecía una primera diferencia: yo iba a ser psicoanalista, sí, pero psicólogo, que mi familia de médicos y aspirantes frustrados a médicos se metiera la carrera de medicina en el orto, hubiese dicho ese Pablo de dieciocho años si le hubiesen preguntado.

Muchos años antes aún, a mis cuatro años, me llevan a un cumpleaños de un compañero de jardín. La hermana mayor del pibe que cumplía intenta que perdamos la vergüenza para jugar y trata de sacar charla fácil:

-¿De qué cuadro sos?, me pregunta.

-…Enmudezco, no sé cómo se contesta a eso y al volver a mi casa lo primero que hago es preguntarle a mi mamá que Cómo se puede ser de un cuadro y también le pregunto Entonces de qué pintura soy yo.

Los cuentos que nos cuentan configuran nuestros posibles y cristalizan como parte de nuestra identidad. A mí me leían libros de cuentos para chicos hechos a partir de pinturas de consagrados de la brocha como Van Gogh, Paul Klee y Brueghel y eran mi única referencia hasta ese momento de lo que la palabra “cuadro” podía significar. A nadie se le había ocurrido explicarme qué carajo eran “River” y “Boca”, información aparentemente poco útil para un nene a principios de los ochenta en Argentina.

¿¡¿Usted quiere criar un marciano?!?, le pregunta la directora del jardín a mi mamá, después de registrar que no logro integrarme a muchos de los juegos grupales espontáneos que se dan en los recreos por no saber qué es “He-man”, entre otros programas de dibujos animados famosos en la época que tampoco conozco. La mujer la clava en el ángulo, porque me habilitan un tiempo de tele por día y entonces puedo jugar.



Vengo un poco más acá en el tiempo, hace unos tres o cuatro años, a las Jornadas (que se hacen cada dos años) de todo el Centro de Salud Mental Ameghino donde trabajo desde hace unos dieciséis años. Preparando un trabajo para presentar en ellas, escribo, sorprendido por los cuentos que los psicoanalistas tragamos acríticamente, sobre el mito de la Horda Primordial propuesto por Sigmund Freud (Padre de la Horda Psicoanalítica). Entiendo que hoy, acá, afortunadamente, tampoco somos mayoría les psicoanalistas, así que voy a contar muy sencillamente de qué se trata este mito (que tiene muchas más cuestiones en juego que las que voy a poder incluir en mi breve explicación).

Este mito cuenta que en los comienzos de la humanidad, es decir, en los supuestos tiempos del pasaje de lo pre-humano a las primeras sociedades humanas, hay un Padre terrible que viola a todas sus hijas y mata a los hijos que no consigue someter, hasta que en un momento los hermanos varones se complotan, lo matan y se lo morfan en una comida comunitaria, incorporándolo pero al mismo tiempo jurando nunca ser como él, comprometiéndose a que nadie ocuparía su lugar jamás.

Como podemos pensar a partir de Gayle Rubin, que es una autora de referencia en la obra de Judith Butler, el psicoanálisis conceptualiza el patriarcado y sus incorporaciones a nuestro psiquismo sin saber que lo hace. Ubica al patriarcado en un tiempo imaginado en lugar de en nuestra historia concreta, dándole así un “lugar” fuera del tiempo y los acontecimientos verosímiles, creíbles. Sacándolo de la cancha, lo naturaliza, lo legitima y lo reproduce, pero al darle un “lugar” (cuyo modo de operar resulta violento), tenemos potencialmente la oportunidad de hacer lecturas críticas para transformar ese cuerpo de pensamiento. Esto es consustancial a la relación de la modernidad con sus violencias constitutivas: las ejerce al mismo tiempo que las desconoce, los violentos eras los salvajes, nosotros no. A no olvidarnos de otros postulados freudianos como la exigencia de orgasmo vaginal en lugar del clitorídeo para alcanzar la supuesta "normalidad" y la envidia del pene como algo consustancial a la mujer. Envidia del pene que también viene a disfrazar opresión de naturaleza.

El mito de la Horda bien puede reubicarse como un relato histórico, en cuyo caso podría comenzar por: "En el «principio» fue la violencia patriarcal…", y después podría contar cómo fueron colonizados hasta que el "dominio de sí" fue un componente del psiquismo, un garante de la colonización que ya no requiere siempre de opresiones explícitas para reproducirse.

Volviendo a las jornadas del Ameghino de hace unos años, presento un trabajo más o menos largo que leo en público, en un lugar con mucha gente, que empezaba con la siguiente historia, que es una reversión que hice del mito, se las leo. Les adelanto que es un poco terrible, pero las cuestiones del patriarcado colonial capitalista son terribles, así que me disculparán lo gore:

Un atardecer rojo: el cuerpo musculoso con rastros de sangre fresca se acerca a contraluz. Solo se ve su silueta.

Ha dejado tras de sí un tendal de hombres muertos y mujeres violadas. Los cadáveres son de sus hijos, los cuerpos que aún se retuercen de dolor son sus hijas.

Asesinó a quienes intentaron oponérsele o escapar. Quedamos unos pocos cuerpos acurrucados, temblorosos en mutuo abrazo ante el destino inminente de su insatisfecha y brutal sed de muerte. Solo percibimos nuestra forma conjunta en la ya casi completa oscuridad y sus pisadas mojadas que retumban en el frío desde el que lo vemos acercarse con pasos de piedra.

Desesperamos más negro al notar que el corrosivo apetito sexual de la bestia carnicera no está saciado aún. Cada vez más cerca.

En el revoltijo de cuerpos ve un culo que llama su atención. Lo agarra con firmeza por la cintura y el terror indisimulable de su víctima lo excita aún más. Está a punto de forzarlo cuando ve que del frente de ese culo cuelga un pito, que es un cuerpo de “hombre”…

- ¡Ay, no! ¡Qué asco! No...no...no…yo así no puedo- dice el Padre de la horda con voz aflautada…


Después seguía teorizando lo que entendía que mi versión del mito implicaba para el psicoanálisis y sobre todo lo que implica para la atención de nuestrxs pacientes el no pensar en los cuentos que nos cuenta papá Sigmund todas las noches antes de irnos a dormir.

Cuando termino de leer mi trabajo me pasa algo que no me había pasado nunca ni me volvió a pasar hasta el momento actual (veremos qué se da hoy entre nosotres): el silencio se podía cortar, envasar, envolver para regalo y vender. Más de cien personas y ni siquiera una crítica, como si el trabajo no hubiese existido.



¿Qué tocó mi reversión del mito? Es posible afirmar que no hay sociedad sin mitos de origen, incluyendo a las modernas, mitos que proponen un modelo colectivo de identidades en relación, dominantes y subalternas. Decía incluyendo a las modernas, en las que en el mejor de los casos se reconocen los mitos como mitos que nos determinan y en el peor se considera que no los hay al mismo tiempo que se los entiende como ciencia cierta, reificándolos, naturalizándolos. Freud reversiona el contrato social de Hobbes, padre del contractualismo y de nuestro modo de pensarnos como sociedad, y por lo tanto, de aquello que podemos imaginar pero sobre todo de aquello que no podemos imaginar como sociedad. Hobbes fue, entre otras cosas, un filósofo del siglo XVII que propone muchos de los valores que sostenemos hoy, incluyendo el fuerte sesgo patriarcal y colonial de lo que entendemos por Estado moderno y Freud reproduce en su mito estas cuestiones, aunque con la ventaja, para nosotres, de que las explicita un poco más y las vincula a modelos de subjetivación, que disfraza de universales.

¿Nunca se nos ocurrió pensar que el mito propuesto por Freud dice que aquella “práctica” del Padre de la Horda -que sus hijos (supuestamente) dejan atrás fundando la sociedad humana- es la misma “práctica” que Freud encontró en sus primeros años de trabajo como clínico?[iii] Lo que Freud encuentra en esos primeros años como psicoterapeuta es una especie de “epidemia” de violencia intrafamiliar ejercida por medios sexuales. Presenta su trabajo de esos primeros años bajo la forma de una investigación (con muchos casos) en el año 1896 en la Sociedad de Neurología de Viena, que era la sociedad científica más prestigiosa en su campo en esa época. Al finalizar la exposición, Krafft Ebbing, el psiquiatra capo por esos lares, le dice que su investigación es un cuento de hadas científico. Freud entiende perfectamente que le están comunicando que si no deja de denunciar esas violencias, no va a haber lugar para él dentro de la ciencia de su época y también se anoticia que de seguir así de díscolo, ni siquiera va a tener derivaciones, es decir, laburo. Nos cuesta imaginar a Freud teniendo potenciales problemas de guita, pero de no soltar el “cuento de hadas”, los hubiera tenido, al menos en el campo en el que quería seguir investigando…(ojo que tampoco es que estaba preocupado por lo mala que era la obra social del monotributo).

Después de esto, Freud producirá las innovaciones teóricas que hubieran permitido pensar cómo la fantasía inconsciente intenta al mismo tiempo, tanto producir figurabilidad[iv] sobre lo traumático ocurrido como alejarlo de la consciencia para que el dolor psíquico no sea tan arrasador. Estas innovaciones teóricas hubieran permitido esa complejización de la teoría y la práctica (que tuvo que ser llevada a cabo por otrxs autores que nunca llegaron al nivel de reconocimiento que su innovación hubiese merecido), pero produjo, en lugar de una relación compleja entre fantasía y realidad, una disyunción fantasía o realidad: o es verdad o es mentira, separación en lo pensable que llega hasta nuestros días.

Cuando sí se pueden plantear relaciones complejas entre la realidad traumática de este mundo violento en el que vivimos y sus modos de procesamiento por la fantasía inconsciente, se hace posible pensar cuestiones como que la fantasía está, en ocasiones, cumpliendo la función de contar de costado algo que en la realidad fue terriblemente peor. Es decir, que a veces “miente” suavizando, acercándolo a lo pensable, a lo imaginable, otras “miente” desplazando y condensando sobre un hecho traumático efectivamente ocurrido todo el peso de múltiples hechos traumáticos (algunos de ellos difíciles de figurar porque fueron descuidos sistemáticos silenciados por el entorno que no ofreció modos de imaginarlos) y en otras ocasiones, simplemente no cambia nada, ordena de algún modo para poder relatar lo ocurrido.

Retomando la pregunta de hace un rato sobre qué tenemos permitido pensar en psicoanálisis y qué no, considero que el mito del Padre de la Horda es una formación de compromiso, un síntoma freudiano que incluye, tensionados en un mismo punto, el descubrimiento que Freud hizo de violencias intrafamiliares cotidianas, consustanciales a la “sagrada familia”, las denuncias públicas que realizó sacándolas del silencio, la violencia que recibió de su entorno a causa de esto y la desmentida que ejerció sobre sus propios descubrimientos, la violencia que reprodujo sobre sí, explícita en lo que le escribe a Fliess, su principal interlocutor durante años: “…Y enseguida quiero confiarte el gran secreto que poco a poco se me fue trasluciendo en las últimas semanas. Ya no creo más en mi «neurótica»…” y que lo lleva a hacer una genial innovación teórica al proponer la fantasía inconsciente, que quedará disyunta de sus investigaciones anteriores debido a la mencionada escisión.

De este modo introduce los elementos necesarios para generar un pensamiento más complejo al mismo tiempo que renuncia a esa posibilidad al no articular dichos elementos para dar cuenta de la mayor dificultad (que la que había postulado en sus comienzos) para discernir lo ocurrido tal cual fue. Ya no habrá un recuperar tal cual fue la escena original, pero tampoco se podrá sostener la tensión entre lo que fue y lo que pudo figurarse. Podemos decir, entonces, que la violencia temprana, se dé por acción y/o por omisión[v], genera ese recurrir desesperadamente a la escisión y al procesamiento por la fantasía inconsciente para poder sobrevivir psíquicamente, cuestión que no tiene que ver con que esas violencias no hayan ocurrido, sino al contrario, con que ocurrieron y necesitaron comenzar a ser procesadas al mismo tiempo que mantenidas a distancia para evitar que destruyeran todo a su paso en el psiquismo de quien las padeció y las padece en ese “tiempo que no pasa”, que queda establecido a partir de ahí, temporalidad propia de aquello más específico de nuestro trabajo terapéutico.

La necesidad -más fuerte que la propia voluntad- de procesar fantasiosamente es signo de la violencia que hay detrás. Es impresionante el rechazo a pensar colectivamente en psicoanálisis que este asignar a la violencia patriarcal un lugar fuera de lo histórico como modo de rechazo de que sea algo efectivamente ocurrido en lo cotidiano, da cuenta también de la historia fundante del psicoanálisis, la de su creador y de las amenazas veladas que sufrió y quizá no pudo terminar de pensar pero sí sintomatizar en una formación de compromiso como el mito que nos ocupa, que resulta un modo de decir: esto ocurrió, esto me ocurrió, pero cuando yo no estaba (cuando yo no podía estar, subjetivamente hablando).

Hará falta un Winnicott para pensar que hace falta todo un recorrido para lograr que las violencias objetivas puedan ser también incorporadas en la subjetividad como habiéndole sucedido a alguien, alguien que en principio queda al menos parcialmente borrado como modo de superviviencia. Para el psicoanálisis fue más fácil decir que el mito de la Horda Primordial era una boludez y chau o justificarlo desde un estructuralismo berreta, pero no hemos llegado tan lejos como para tratar a Hobbes de gil, porque en esta disciplina solemos evitar meternos con la filosofía política, principalmente porque podría empezar a notarse que no hay manera de trabajar en procesos subjetivantes sin tomar una postura política, se la reconozca o no.

El mito freudiano supone que se viola a las hijas pero no a los hijos y que solo estos últimos pueden asesinar al padre. Atención, entonces, a cómo se reparte la posibilidad de la violencia según el género del que se trate en este mito fundante que, aun cuando se lo rechace, no se lleva consigo las violencias de género arrancadas, como decía, al acontecer histórico de la época de Freud y emplazadas en una supuesta prehistoria anterior a lo propiamente humano y entendida como superada. Violencias que marcan hoy nuestro pensar y nuestro hacer en psicoanálisis, pues somos presos de tiempo que no pasa de nuestra propia historia como disciplina.

Al suscribir o rechazar este mito, estamos desconociendo, además, que se contradice con otras propuestas teóricas centrales en Freud, que iguala a los pueblos llamados “primitivos” con los niñxs pequeñxs (atención a cómo se infantiliza a aquellxs distintxs que deberán dominar/se) afirmando que en ambos, les pibis y les “salvajes”, impera la parcialidad de la pulsión, que quiere decir que una parte del cuerpo puede resultar, entre otras cosas, fuertemente “autónoma” y atractiva para sí y para otres, con independencia del resto de ese cuerpo, por lo que no sería obligatorio que un culo se diferencie de otro según qué genitalidad se tenga. Desde la concepción de la sexualidad ampliada del psicoanálisis, un culo puede resultar atractivo por sí mismo. Entonces, que un “salvaje” como el Padre de la Horda, que solo busca matar y violar, haga esas diferencias de género según un binarismo genital “hombre-mujer”, resulta altamente llamativo. Vamos de nuevo, para que nos llame suficientemente la atención: ¿por qué el Padre de la Horda, que es un “salvaje” a cuatro manos, se vuelve fifí y elige según otra parte del cuerpo (que no es el culo que le interesa) a quiénes violar y a quiénes matar? ¿Por qué no violaría y mataría a todxs o a algunxs sí y a otrxs no sin tanta consideración por la genitalidad? (“Un culo es un culo, amigo”, dicho con voz de Ricardo Iorio, considero que representaría mejor al personaje machista del que nos ocupamos) Podría argumentarse que es otra parte la que le interesa violar, parte que solo las “mujeres” tienen, pero es altamente improbable en la construcción del personaje que su sexualidad polimorfa (interroguemos el “perversa” para que quede en el camino) no tenga intereses anales.

De esas jornadas me fui en bici, pensando que no es posible tocar sin consecuencias los cuentos que nos contaron y nos contamos, los cuentos que transmiten los invisibilizados sesgos coloniales, de género y adultocéntricos. Esos sesgos ocultos también participan de lo que escribe a nuestra teoría -capital de nuestra disciplina-, dibujan nuestro cuerpo en el sentido más literal (nada más cerrado que culo de analista varón hegemónico, diría de la mano de Terror Anal de Paul Preciado) y son parte de la relación de dominio y exterminio que establecemos con nuestro ecosistema. No se los puede tocar, entonces, sin recibir alguna respuesta que nos “inexista”, nos vuelva abyectos.

Pensar es darse cuenta de qué estamos hechos. Pero resulta peligroso. Porque también es quedarse sin guías claros a los que someterse sin saberlo para que nos palmeen la cabeza. Pensar es también proponernos nuevas categorías para ser, para vincularnos, para armar lo común. Es ensayar esos nuevos modos, es ver a dónde nos llevan. Nunca dejarán de ser, al menos en parte, modelos que intervienen modelos previos, pero tendrán más chances de verse como lo que son: modelos. Muéstrame tus mitos fundantes y te diré quién eres, podría fundamentarse desde el psicoanálisis, digámoselo también al psicoanálisis mismo, a ver si nos enteramos que sus mitos fundantes y los límites y posibilidades de su identidad, que se reproducen en sus instituciones, se co-determinan férreamente y no es posible tocar unos sin poner en juego los otros.

Una jaula para abrir la jaula en la que estamos: ¿termina alguna vez esta tarea?, ¿llegaremos a la singularidad sin categorías?, ¿es posible agruparse políticamente sin categorías en común que siempre tendrán algo (importa cuánto) de identitario rígido?

La jaula que me saca de mi jaula, ¿puede tener ventanas y puertas que se abran cuando lo necesite hasta convertirse en algo parecido a una casa? ¿Seguiría mereciendo el nombre de jaula si llegase a eso?


Como habrán notado, tuve y tengo muchos derechos -de esos que se llaman ciudadanos- cumplidos. Eso implica que conté, entre otras muchas cosas, con el acceso a instituciones, instituciones que rechazan a otras personas. Al mismo tiempo, eso no implica que esas inclusiones no tengan precio, muchas veces se nos pide, para seguir teniendo un lugar en ellas, que entreguemos buena parte de nuestra posibilidad de pensar críticamente, que repliquemos, que hagamos identidad del rechazo de aquelles a les que no se suele dejar pasar, sea en las admisiones (“no es para acá”, “no para el perfil de nuestra institución”), sea en los tratos violentos explícitos o implícitos que se dan en las primeras entrevistas. A quienes sí se les permite pasar, si no logran "estabilidad/normalidad/amar y trabajar", se les cronifica. Por eso, para no quedar dividides en nuestra potencia de lucha con respecto a las instituciones de salud (y otras) es importante generar accesibilidad para quienes se excluye sistemáticamente, al mismo tiempo que se buscan modos de estar que no reproduzcan las violencias, que no cronifiquen a sus habitantes: usuaries, profesionales, administrativxs, profesorxs de talleres, personal de limpieza, maestranza, cocina, etc.

Es por eso que quise aprovechar la oportunidad que me dieron de estar entre ustedes, que saben de esto, para pensar sobre la identidad y los cuentos que nos contamos repetidamente, noche tras noche, día tras día en su relación con las luchas políticas en salud. Cómo les conté al principio, traté de dejar de ser psicoanalista pero no me salió, entonces pude diferenciar que hay psicoanálisis hegemónicos pero también hay otros posibles, como apostamos a que ocurra con las masculinidades.

Aquello a partir de lo cual construimos los distintos aspectos de nuestra identidad no se elige: se lo acepta o se lo rechaza. Se lo acepta y se hace la experiencia de un camino que nos lleva a afianzar la identidad primero, a cambiarla y relativizarla después o se lo rechaza constantemente en un volvernos cada vez más rígidxs. Las instituciones a las que queremos entrar o en las que queremos permanecer son fuertemente determinantes de y determinadas por nuestras identidades, basta pensar en cómo suelen funcionar las instituciones psicoanalíticas, ciegas a los fenómenos identitarios que reproducen constantemente y ponen límites aún más fuertes a sus posibilidades de pensar y hacer por no poder admitirlos, pensarlos, rodearlos.

Las instituciones que nos fuerzan a que rechacemos aquello de nuestra identidad que no elegimos pero que somos, ejercen y nos comandan a ejercer una violencia constante contra quienes dejamos afuera que se reduplica en nuestros esfuerzos por encajar. Pero a las instituciones las conservamos o las vamos tratando de transformar en cómo las habitamos, diariamente, en nuestras singularidades personales y colectivas. Por eso quiero decirles, antes de volver a Jurassic Park, que para mí es un gusto hablar hoy en un lugar donde, según observo, se ha logrado más en este sentido que en el lugar de donde vengo. Muchas gracias por su escucha.

*

Escuchando sus resonancias y comentarios, se me reformulan de otro modo tres ideas que me interesan y que quiero compartir con ustedes:


- Para prolongar los efectos de estas jornadas, las personas que somos cis y hetero, podemos llevar nuestras discusiones hacia nuestra identidad en lugar de hacia la de les otres. No importa explicar lo trans, lo que importa es explicar lo heterocis, desnaturalizarlo. Les lacanianes hegemónicos afirman que la palabra mata a la cosa, que el lenguaje hace que el instinto pierda efectividad, pero al mismo tiempo afirman que lo trans es anormal, psicótico: ¿qué normalidad puede haber en la sexualidad humana desde sus propias premisas?


- En relación a la idea que se viene discutiendo de que el deseo siempre es genuino (una vez que los mandatos disfrazados de deseos se muestren como lo que son) y que por lo tanto sería una guía confiable para nuestro accionar, quisiera agregar algo. Uno de los modos en que el psicoanálisis hegemónico infiltra perniciosamente nuestra cultura es en que nos lleva a pensar que el deseo siempre es primero, genuino, propio, de un modo demasiado “limpio”. Sin embargo, no son pocas las ocasiones en que los deseos se habilitan a partir de ciertas luchas, por eso es tan importante la conjunción entre luchas políticas, identidad y deseo. “¿Por qué no se puede desear lo que se quiere?”, se preguntaba Michael Ende en su libro La historia interminable. No vamos a poder desear de ciertos modos, por más que lo queramos mucho, si no damos ciertas luchas. Son los logros colectivos los que habilitan diferencias en el desear supuestamente individual, porque el deseo es singular y en lo singular no es posible distinguir del todo lo personal de lo colectivo.


Digo esto porque si no, el deseo tomado unidireccionalmente y siempre primero, sirve muy fácilmente a las propuestas del capitalismo tardío: una persona, su deseo, su monoambiente, su mascota (en el mejor de los casos) y paremos de contar, de vincularnos, de armar colectivos.


- Siento que la dirección política que va saliendo de todo esto que vamos conversando es intervenir mancomunadamente sobre la “propia” normalidad, cada quien la que tenga, porque, según entiendo, una tarea política fundamental, sin la cual otras no son posibles, es hacer estallar la normalidad, porque la normalidad es patriarcal, colonial, capitalista, adultocentrada, especista, capacitista y ecocida. Entonces el hacer estallar la normalidad para poder desear de otros modos, es una tarea política que solo puede hacer cada quien, en singularidad personal y colectiva, desde donde está. Mi lucha puede no ser igual a la de elle, pero sí pueden confluir, lo cual es extremadamente importante. No somos iguales, ni entre nosotres ni con respecto a nosotrxs mismxs. Solo puedo transformar lo que soy si empiezo por aceptarlo, verlo, darle lugar.


Al diagnóstico social de Jameson, Žižek y Fisher que dice que nos es posible imaginar el fin del mundo pero no el fin del capitalismo, podemos responder que hay un paso intermedio, necesario para revertir eso: para poder imaginar el fin del capitalismo hay un paso previo, que es darle dignidad en nuestro pensamiento y nuestras vivencias a la idea de identidad, de modo de visibilizar y transformar los nudos de nuestra identidad que son capitalistas, patriarcales, coloniales, ecocidas (más todos los ejes que mencionábamos).

Ese trabajo empieza por registrar y aceptar que dichos nudos existen y nos determinan, en nuestra persona, en nuestra teoría, en todo aquello que nos hace ver y pensar, vincularnos y sentir, soñar e imaginar de ciertos modos y no de otros, modos diferentes que también podrían ser posibles si hacemos este trabajo de reconocimiento y transformación.

Gracias de nuevo, espero que nos encontremos pronto nuevamente.


[i] Este texto está conformado por las palabras leídas el 9 de noviembre de 2022 en las Jornadas de intercambio “Formación profesional y atención a disidencias y comunidad LGBTIQ+. Tensiones y desafíos” del Consultorio de diversidad del Centro de Salud Malvinas Argentinas (sito en El Palomar, Pcia. de Buenos Aires, Argentina) más algunos pensamientos y comentarios que me surgieron en la charla posterior con les integrantes de la mesa y les participantes del encuentro. Son la desgrabación textual de todo esto con algunos agregados para ampliar algunos temas y mínimas correcciones de estilo. [ii] Ese pedido sigue los estereotipos de género y al mismo tiempo es comprensible que así sea, porque es lo que unx pibi tiene a mano para intentar salirse de un lugar que no siente genuino. [iii] Eso que encontró en los primero años de su clínica con las llamadas “histéricas” y luego, bajo advertencia/amenaza de Krafft- Ebbing negó, está muy bien trabajado por Isabel Monzón en su artículo “Abuso sexual contra menores: violencia de la desmentida”. [iv] Prefiero esta noción tal cual la usan César y Sara Botella que “simbolización”, que queda demasiado exlusivamente ligada a lo simbólico, mientras que los medios que producen figurabilidad son heterogéneos y funcionan en influencia recíproca incluyendo a lo simbólico. [v] Desde la obra de André Green y Winnicott, entre otres, podemos pensar que los destratos sistemáticos que se dan por desconocimiento del otro como subjetividad, pueden resultar más traumáticos que hechos que en apariencia son mucho más terribles. Una madre deprimida durante los primeros años de su bebé, sumada a otres familiares y allegadxs que desconocen la situación y lo que pueda haberla producido, que no la nombran, no accionan, no ayudan, puede llegar a producir más daño que una violación, al menos si en esta última situación hay otres que no la desconocen y ayudan a ir figurando lo ocurrido por diversas vías. Esto, que es profundamente anti-intuitivo, muestra que lo traumático está compuesto por lo ocurrido (o lo no ocurrido pero que debiera haber sucedido) en fuerte relación con las posibilidades de figurarlo. Por eso situaciones traumáticas similares llevan a que una persona se suicide y otra pueda procesar lo ocurrido y continuar con su vida. * Pablo Tajman: Psicólogo y trabajador de la salud mental pública, en donde ejerce como clínico, docente, supervisor y analista institucional. pablotajman@gmail.com


Una jaula que abre otra jaula
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