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Los psicoanálisis –y por qué no los marxismos del siglo XX- y la colonialidad espiritual.

Un comentario sobre un texto del libro “De/generar Psicoanálisis” de Fernando Barrios.



Crédito de la imagen: Yuma Diaz - "Bordando la realidad", óleo sobre lienzo, 2021.


A partir de la lectura de "De/generar Psicoanálisis" de Fernando Barrios, Lina Rovira nos invita a explorar el modo en que el autor abordó el concepto de fetichismo, articulándolo a una conquista espiritual, de la que la mayoría de los psicoanálisis hegemónicos y también los marxismos de los siglos XIX y XX son partícipes, incluso sin tomar nota de ello. Nos invita, también, a reflexionar sobre estos efectos ligados a la colonialidad del poder, la colonialidad del saber y la colonialidad del ser y a sus concecuencias en la construcción de las subjetividades, las cosmovisiones, las teorías y los modos de intervenciones y abordajes.



*por Lina Rovira


Cuando tomamos el libro de Fernando Barrios “De/generar Psicoanálisis”,  nos detuvimos en su poema  abierto a las visiones de las multiplicidades titulado “Las espiritualidades otras”.   A partir de allí, nos atrapó la colonización de los espíritus, de la que Fernando logra escapar o conjurar en su poema, pero en la que los psicoanálisis más hegemónicos y también muchas corrientes de los  marxismos del siglo XX quedan aprisionados sin hasta ahora tomar nota de ello.  Nos abocamos entonces a la lectura del escrito de la página 230 “Fetichismo. Otras versiones posibles que no serían del padre”. Rápidamente nos embargó una sensación de entusiasmo alegre y curioso, porque sentimos que el libro de Fernando Barrios es un aporte para buscar otros fundamentos, otros horizontes, otras articulaciones a las visiones propias de unos psicoanálisis asentados en una matriz  modernista, colonial, europeísta, humanista, patriarcal,  con concepciones universalizantes  alejadas de las  instancias históricas y territoriales.  Fernando intenta entonces caminos de apertura para que esta matriz de subjetivación pueda ampliarse y alojar alteridades múltiples, diversas y en permanente movimiento, que no sean el espejo invertido de esa mismidad supuestamente superior por ser racional, ilustrada, masculina, heteronormada, blanca y predominantemente burguesa. Esas aperturas y esa transformación de la matriz, evitan caer en intervenciones clínicas conservadoras, atrapadas dentro de las dimensiones de dominación y sufrimiento subjetivo y abren a nuevas líneas de fuga y construcciones. 

Desde hace tiempo sabemos, y lo vamos comprobando, que nuestras subjetividades no se pueden concebir como estructuras trascendentales con registros imaginarios, simbólicos y reales a-históricos, fijos, alejados de las   geografías y culturas, ya que si esto fuese así no podría haber nunca cambios subjetivos ni sociales. Por el contrario, las subjetivaciones  inevitablemente incluyen  los aspectos  histórico-políticos y se hallan constituidas, atravesadas por la imbricación de las variables sexo-genéricas, de clase, de raza,  de etnias,  de religiones,  de capacitismos y discapacidades etc. De modo que no  se puede ocultar detrás de un sujeto pretendidamente apolítico, descontextuado, las violencias y sufrimientos que se desatan en relación a las exclusiones y discriminaciones  vinculadas al contexto político y social. Las colonialidades del poder, del saber, del género y del ser, que hacen unidad con la  modernidad, producen -como decíamos- una epistemología eurocentrada, que conforma una categoría de sí mismo superior a una alteridad primitiva y salvaje –los menores de edad kantianos que deben ser representados y gobernados por los superiores. De esta epistemología participan las ciencias  modernas entre ellas los  psicoanálisis. Y  dentro de esta epistemología y sobre esta matriz de dominación se asienta  el racismo epistemológico que forma parte de estas colonialidades espirituales, también llamadas por algunos autores colonialidades del ser.  

Fernando Barrios, tomando el concepto de fetichismo, se dedica a pensar cómo se genera una conquista espiritual de la que la mayoría de los psicoanálisis  son partícipes. Se trata, expresa el autor, de “la dimensión espiritual de la conquista", de una “colonialidad del espíritu” que sabemos va más allá de que los países y territorios se hallen formal y legalmente liberados de los imperios coloniales iniciales. Hace entonces un interesante análisis de los aspectos relativos a la colonialidad del saber, en donde la traducción, el pasaje de los conceptos de una lengua a otra “constituye inadvertidamente un gesto colonial devenido acto”. Fernando expresa que “tomar un término de otra lengua para designar algo de la propia,  no es  sino una política de apropiación. Y esto se redobla cuando el término escogido designará –luego del gesto apropiador– connotaciones negativas para la cultura de arribo”. Violencia epistémica entonces, ejercida a través de la desautorización de un término o de realizar una lectura inapropiada y exclusivista del mismo. Algunos llaman a este acto: epistemicido como medio para des-potenciar el conocimiento, para dominar y  gobernar a las personas. Supuestamente se trata de conocimientos superiores, universales, producidos por los pobladores occidentales, constituyendo actos de violencia epistémica. Fernando dice “prepotencia epistémica”. Y también de racismo epistémico que se entreteje con el sexismo andro-falo-centrado ya que  en la modernidad colonial se engloba junto a los primitivos, salvajes, negros, indígenas, pobres, discapacitades, a las corpo-subjetividades que se ubican como femeninas.

De este modo, la veneración de objetos, piedras, raíces, ríos, montañas, que efectuaban los nativos, eran vistos por los conquistadores europeos como acciones infantiles, extrañas, hechicerías y degradaciones. Fernando, valiéndose de testimonios de autores, muestra cómo a  esas acciones degradantes, a esos hechizos, los conquistadores los han denominado fetichismo. Los habitantes de África y de Abya Yala nunca usaron ese término para denominar esas experiencias tan importantes para su colectivo social. “En la nominación misma se  encuentra ya  el gesto colonizador” expresa el autor.

A continuación, Fernando explora cómo Marx en el siglo XIX utiliza el término fetichismo tanto para una dimensión política como para una dimensión material económica ligada a la mercancía y al dinero. También cómo Freud en el siglo XX introduce el término fetichismo en el campo del psicoanálisis, situando gradaciones, entre las cuales las más intensas pasan al ámbito de las conductas eróticas patológicas. Sus teorizaciones construyen la hipótesis falocéntrica, patriarcal del fetiche como el valorado falo de la madre y lo vincula a mecanismos de desmentida y de escisión yoicos. Así el fetichismo freudiano se ubica en esa matriz falocéntrica, patriarcal y colonial propia de las ciencias modernas. Y en consonancia con esta atmósfera racionalista moderna, Freud en sus escritos nombra a los habitantes de las periferias coloniales del centro occidental, como salvajes, invadidos por modalidades inconscientes y poco racionales. Si el neurótico inhibe la acción y la sustituye por la idea, el  primitivo utiliza la acción para reemplazar la idea. Así Freud, como habitante de la modernidad humanista racionalista, aplica sus conceptualizaciones consideradas desde una universalidad epistémica alejada de la historia y los territorios de estos salvajes. Hoy, probablemente y esto es  para aplaudir, elles rechazarían esa posición de objeto precarizado, inferiorizado diciendo: “Nada se dice de nosotres sin nosotres”, porque justamente algo tan estimado por elles como los rituales y otras prácticas de vida, es tan ridiculizado y desestimado  por las lógicas  modernas. Y afortunadamente, esta moralización en nuestros días, desde las corrientes de territorios y descolonialidades empieza a ser, con toda justicia, cuestionada y rechazada.  Fernando expresa al final del escrito que “hay una palabra que falta y es justamente la de los que han sido hablados, dichos por estos otros”. Apostamos entonces a fortalecer esa palabra, a intensificar el “nada de nosotres sin nosotres.”

Haciendo un pasaje por el fetichismo lacaniano, el concepto se mantiene dentro de los ámbitos falo-patriarcales ligado a la versión lenguajera al padre y constituye una perversión por excelencia ya que es la que mejor deja ver la angustia ante la falta de falo de la madre. El falo es simbolizado por el fetiche y se orienta a desmentir la castración. Y también puede ser el objeto  causa del deseo.  En los psicoanálisis entonces, el concepto de fetichismo en su dimensión universalizante, se liga a objetos y mecanismos desvirtuadores y engañosos y nunca a abundancias y producciones sino a  faltas y a interpretaciones.

Por último, Fernando se dirige al filósofo de la liberación Enrique Dussel, acompañándolo, a él, a hacer el tránsito por distintos momentos de los escritos de Marx y de los usos que Marx hace del fetichismo. Dussel sitúa en Marx, por una parte, un aspecto político del fetichismo como absolutización de la voluntad del representante alejado de las voces populares. Y, por otra parte, un aspecto económico articulado a la personificación de una cosa y la cosificación de las personas. El trabajo vivo se incorpora al capital. La mercancía y el dinero, secreta o veladamente, se idolatran y el trabajador se aliena. Marx trata entonces el carácter fetichista de la mercancía y de los secretos y aspectos velados de esta cuestión al pasar del valor de uso al valor de cambio, en donde el valor de cambio ligado al dinero, oculta los aspectos subjetivos y sociales del trabajo. El fetichismo del dinero hace que este sea soberano y Dios en el mundo de las brillantes mercancías de la burguesía. El fetichismo del dinero representa entonces, en Marx, un aspecto esencial de la alienación humana, mostrando visos y destellos de algo sagrado, algo religioso, algo endiosado que funciona como organizador de vida y autoridad, enfatizando los objetos mercantilizados y poniendo a las personas en segundo plano. Desde los enfoques marxianos entonces, el fetichismo es un concepto teñido de negatividad que plantea alteraciones, obstáculos quitando el valor del sujeto y de las comunidades.

Fernando transita también las interpretaciones de Dussel sobre el marxismo y la religión, en relación a la no necesidad de ser ateo para no ser un sujeto alienado. Dussel hace un camino de los tránsitos religiosos de Marx abordando aspectos de un cristianismo resignado, fetichista, de dominación con el binario opresor-oprimido, en donde la religión puede ser un opio de los pueblos; y un cristianismo de liberación, de apertura, de cuidado y respeto al otro. Dussel se refiere a lo que él mismo sitúa como  la lectura específica que hacía Marx en dos sentidos: como ateo del siglo XX, secular y paternalista, interpretaba que las religiones y rituales, atrasadas e infantiles, debían ser superadas por la razón. Pero para Dussel habría una lectura de un Marx que permite el abordaje de un pensamiento crítico y que no exige ser ateo.  Esta es una lectura de un  Marx decolonial pensamos nosotres. Entonces ser religioso moralista resignado o ateo cientificista encriptado son ambas posiciones idolatristas y autoritarias, dogmáticas, que responden las dos a la tradición moderna racionalista. Dussel toma una versión de Marx que no desprecia algunos modos religiosos (modos que no son el opio de los pueblos). Este  filósofo de la liberación en su lectura marxiana ubica entonces una vertiente de un cristianismo colonial y otra vertiente de una religión de liberación. En este sentido podemos nosotres  arriesgarnos a interpretar que puede existir una corriente del islam colonial y otra vertiente de un islam de liberación, y así con el resto de las religiones, porque se trata de descolonizar hacia afuera pero sincrónicamente hacia adentro de los movimientos.

La tarea  que entonces  hoy nos llama, ronda por estas necesidades de descolonizar las lenguas, las narrativas, visibilizar las costumbres, los rituales, abrir a modos de vida al decir de Fernando “no occidentales, no católicas ni cristianas, sustentadas en otras matrices espirituales”, considerar nosotridades amplias que rompan con el individualismo que fomenta el capitalismo para su propio beneficio, con ensayar otros intercambios económicos, alojar y escuchar los saberes de todo tipo, de transdisciplinar y  por qué no entonces de descolonizar los psicoanálisis y sus prácticas (como así también los marxismos).

En síntesis, este potente y agudo escrito de la página 230 de “De/generar Psicoanálisis” de Fernando Barrios, abre al deseo de terminar de desprenderse de los ropajes epistémico-coloniales y adentrarse a disfrutar de concebir mundos donde las espiritualidades sean tan ricas como la de esos pueblos salvajes y primitivos, donde una danza y la adoración de un río, de una piedra, de un árbol, no sea una perversión sexual ni una alienación corporal al trabajo y a las bagatelas brillosas de la producción capitalista -que daña a la madre tierra al usarla como recurso y  genera beneficio solo para algunos pocos- donde el valor de cambio no opaque el valor del uso y el disfrute de las  riquísimas acciones de les humanes. Son sentipensares y rescates e invenciones de espiritualidades que no formen parte de proyectos civilizatorios de opresión y destrucción sino por el contrario, que bregan por una corriente de vida.

Descolonizar y despatriarcalizar los psicoanálisis dando lugar a múltiples simbólicos e imaginarios, que permiten  vivir otros reales, tejiendo muchas versiones y narrativas posibles, que no tienen por qué ser -las modernistas- del padre.

 

 

Lina  Rovira,  1 de junio de 2024


 * Psicoanalista con orientación en Género, disidencias de la heteronorma y parentescos ampliados. Lic en Psicología y Magister en Psicoanálisis.


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