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Neutral, como el cálculo infinitesimal, el psicoanálisis y los valores

Actualizado: 20 abr 2023

Hemos heredado de Freud el problema de la neutralidad. La práctica psicoanalítica requiere que podamos ser neutrales tanto como no serlo. El complejo ejercicio nietzscheano de fijar valores, interrogarlos y re-inventarlos en el trabajo con cada paciente.



Manuel Murillo*


Un paciente que consultó recientemente, comenzando las entrevistas por video-llamada, me preguntó en la segunda sesión, luego de una primera donde desplegó con detalle su motivo de consulta, qué era lo que yo hacía. Quería saber algo de mí. No es poco frecuente ni inadecuado que un paciente nos pregunte qué es lo que hacemos. Ocurría también antes. Qué tipo de terapia o modalidad de trabajo, encuadre, etc.

Pero en este caso, al comenzar una serie de entrevistas psicoanalíticas por medio virtual, me puse a pensar que hay un conjunto de impresiones que el paciente se va armando acerca del terapeuta que está yendo a consultar, que provienen del barrio, la edificación, el consultorio, y finalmente la corporalidad y lenguaje del propio analista.

Todo lo cual debe re-encuadrarse en las sesiones virtuales, donde la primer impresión no es el barrio o el consultorio, sino el recorte que ofrece la pantalla. Un encuadre de cara, o a lo sumo medio cuerpo, con algún fondo más o menos pintoresco detrás, si no sólo la voz. Mucha más razón para preguntarse quién es el terapeuta que le han recomendado y qué es lo que hace.

Con este paciente hablamos entonces acerca del psicoanálisis, de qué manera entiendo yo que esta práctica es una herramienta muy potente, lo cual fue llevando a toda una secuencia muy interesante acerca de su propio oficio también.

Por lo general cuando un paciente me pregunta qué tipo de terapia practico, respondo “psicoanálisis”, pero también que “conozco muchos colegas cognitivistas que trabajan muy bien, y muchos colegas psicoanalistas que trabajan muy mal”. Esto no es del todo cierto ni del todo mentira, pero procura transmitir de alguna manera que la cosa va a depender más del trabajo que podamos hacer juntos que de la técnica en sí. Y localiza algo en torno a la persona del analista.

Hemos heredado de Freud el problema de la neutralidad. En su escrito El porvenir de una ilusión llegó a comparar la neutralidad del psicoanalista con la del matemático y sus operaciones: “En realidad, el psicoanálisis es un método de investigación, un instrumento neutral [parteiloses], como lo es, por ejemplo, el cálculo infinitesimal”. Supone por parte del analista no poner en juego sus valores, literalmente no tomar partido, al momento de escuchar o interpretar las manifestaciones del paciente.

Esto es algo en lo que se diferencia de la escucha religiosa, que podría aconsejar, sugerir o indicar los caminos que sería mejor adoptar, y de cuáles apartarse. Por ejemplo si separarse o no, seguir engañando a la pareja o dejar de hacerlo, continuar participando en x partido político o retirarse, hacer el 6to año del colegio o el CBC, continuar viviendo en Capital o volver a la provincia, decirle o no a la madre que su padrastro la abusaba de niña, etc.

El psicoanalista no sabe en este sentido qué sería mejor. Poder poner en suspenso este juicio de valor es justamente lo que permite que pueda trabajarse analíticamente con el paciente qué se está poniendo en juego en esta pregunta o dualidad: deseos, demandas, ilusiones, afectos, placeres, actos, fijaciones, evitaciones, etc.

De cierta edad para arriba una gran mayoría de pacientes tienen esta percepción: “El analista me va a escuchar y no va a poner en juego sus propias ideas o valoraciones en ello, por eso es un profesional. Y si lo hiciera, no estaría siendo tan profesional”. Pero por debajo de cierta edad muchos pacientes consultan con suspicacia, y la primera o primeras sesiones consisten mucho más en tomar una evaluación acerca del analista que transmitirle sus angustias.

En otros casos, y con mucha desenvoltura preguntan directamente en la primera sesión qué piensa uno acerca de esto o aquello. Porque tienen la percepción inversa: sólo a partir de ciertos valores hay algo de ellos que podrá ser escuchado y puesto a trabajar.

Desde esta perspectiva la presunta neutralidad del analista es imposible. Y conviene entonces estar advertido de las valoraciones que se ponen en juego al escuchar e interpretar. Estas se conectan con las coyunturas más diversas: la educación, las clases sociales y las luchas de clases, el rol del Estado, las políticas en salud pública y salud mental, los movimientos de mujeres, el patriarcado, la monogamia, la infidelidad, el poliamor, etc.

Si la neutralidad es imposible o no es una opción, debemos entonces elegir. Creo que sí. Pero en este punto estamos aún ante una descripción parcial de nuestra experiencia. Fijar un valor no es sólo algo que deba evitarse (imperativo de neutralidad), o que no pueda evitarse (imposibilidad intrínseca de la neutralidad), sino algo necesario para poder escuchar e interpretar. Sin fijar, establecer o posicionarse respecto de ciertos valores no podríamos escuchar nada. Ni siquiera hacer una selección u ordenamiento de lo que el paciente nos está diciendo.

Es curioso en este punto que Freud haya planteado la neutralidad recurriendo a una rama de la matemática que opera con cantidades infinitamente pequeñas. Porque en este sentido los valores que sostienen nuestra función no son grandes valores. En el sentido de mensajes directos, explícitos o ruidosos. Sino más bien micro-valores. Una microfísica de valores intersticiales, silenciosos, y que se transmiten por gestos, un arqueo de las pestañas, un silencio demasiado largo, o aspectos muy sutiles del lenguaje como puede ser la selección de un adjetivo y no otro.

La filosofía y la sociología han descripto la modernidad como una época de grandes relatos, narrativas y valores estables y universales: el Estado, la familia, la escuela, el trabajo, la identidad, etc. Nuestra época por su parte ha sido descripta como aquella de la caída de los grandes relatos. Tenemos ante esta caída dos actitudes. Una melancólica y nostálgica, por los valores perdidos. Otra alegre y entusiasta, por el margen de libertad que se abre. Los que han caído son los grandes relatos, pero no los relatos en sí, los pequeños relatos, que encuentran entonces una oportunidad para desenvolverse. Nuestra época prolifera y se multiplica cada vez más en la experiencia de pequeños, micro-relatos y esquemas de valoración.

El psicoanálisis acaso no sea sino otro de estos pequeños relatos posibles. Lacan sugirió que incluso el nacimiento mismo del psicoanálisis podría asociarse y responder a este movimiento de caída de grandes relatos.

Este curso de la historia puede considerarse más o menos bueno o malo -nuevamente se trata de valores–, pero es el contexto en el que tenemos conflictos subjetivos o nos angustiamos, consultamos y desarrollamos nuestra práctica.

Creo que como analistas es necesario que podamos ser neutrales, tanto como podamos no serlo. Incluso hay una variedad de movimientos analíticos que se producen específicamente en esa tensión, vacilación y pasaje de una posición a otra. El complejo ejercicio nietzscheano de fijar valores, ponerlos en suspenso, interrogarlos y re-inventarlos. No respecto de la propia biografía –aunque desde ya también–, sino del trabajo que hacemos con cada paciente. Porque en relación con esos valores es que se ponen en juego deseos, conflictos, poderes, vínculos y placeres. Se juega la vida de alguien y la de todos. La actual pandemia y las estrategias de afrontamiento de nuestros sistemas de salud y económicos son una buena ilustración –en otro plano– de este necesario ejercicio.



*Psicólogo / psicoanalista


Nota publicada originalmente el 25/06/2020 en Notas Periodismo Popular.


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