La una campana*. Cuando la divulgación del psicoanálisis se vuelve una mercancía más de la góndola.
- M. Besson y C. Gaido
- hace 2 horas
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Compartimos el trabajo de Magalí Besson y Carla Gaido: La una campana, que resuena con las notas publicadas recientemente por Eduardo Smalinsky (Lo abusivo en la práctica del psicoanálisis), Roberto Salazar (Los analistas cancheros, el beboteo y los dólares) y Pablo Tajman (Chinasky, el consultorio no es ni un bar ni una app de citas).
por Magalí Besson y Carla Gaido**
Hace más de un año venimos investigando lo que dimos en llamar “el problema de la divulgación del psicoanálisis en medios de alcance masivo”. A partir de la promoción de algunos influencers, incluida la exposición de un niño en pantallas diciendo que “Lacan es fácil”, se despertó en nosotras la necesidad de pensar las coordenadas éticas de los modos de circulación de los psicoanalistas en diversos canales y en las redes sociales.
¿Qué tipo de divulgaciones son hegemónicas y qué efectos generan en las representaciones colectivas respecto de lo que hacemos las y los psicoanalistas?
No pretendemos realizar una lectura totalizante pero sí señalar tendencias y reiteraciones que, entendemos, reclaman alguna interpretación.
Debemos aclarar ante todo que la divulgación del psicoanálisis bien puede ser una práctica ética al servicio de la comunidad y de su derecho a estar informada. Es posible (y deseable) divulgar de forma clara conceptos acerca de aquello que sería esperable que haga un analista. Del mismo modo, puede sensibilizar a quienes son consultantes y brindar indicios de posibles arbitrariedades cometidas por los profesionales que pudieran implicar el ejercicio de algún tipo de violencia.
Tanto en sus “Escritos técnicos” como en su “27 Conferencia de introducción al psicoanálisis" (una intervención, sin duda, “de divulgación” dirigida al público amplio), Sigmund Freud escribió que para poder trazar criterios y parámetros que, hoy diríamos, contribuyen con la detección del obrar abusivo por parte del profesional en los espacios de los consultorios psi, deben considerarse aspectos técnicos, éticos y -agregamos nosotras- jurídicos. Por lo tanto, no vamos a sostener aquí una impugnación a la divulgación del psicoanálisis, sino más bien un conjunto de preguntas y posiciones sobre ciertos modos de llevarla adelante.
Realizamos indagaciones y análisis sobre materiales mediáticos diversos que se revelan afines en un punto: para una cantidad considerable de divulgadores mediáticos psi, parece que es más importante buscar la fascinación que movilizar la reflexión.
Si el principal objetivo de un divulgador o divulgadora es lograr la fama, el consumo o bien la instalación de una marca, lo más coherente sería exhibir contenidos fascinantes que dejen al receptor encandilado, sumándose al coro como un fan. La contraseña de pertenencia será otorgada al buen reproductor y aplaudidor, que ha sido cautivado por un modo de decir más que por lo dicho por el ídolo.
¿De qué modo se presentan las portavoces de la divulgación y cómo son concebidos quienes reciben su mensaje en el contexto de la divulgación mediática psi?
Es frecuente toparnos con la escena (puede ser un reel de IG, Tik-Tok o una entrevista en otra red) en la cual el analista suele ser interrogado como si fuera un oráculo.
El formato audiovisual se organiza con un o una analista dispuesto a responder casi siempre de modo asertivo. El estilo puede ser más doctoral o más rockero (no importa la edad). Un periodista “serio” o descontracturado dirige preguntas y se deslumbra con las respuestas.
El o la analista de la “La Una campana” tiene respuesta para todas las preguntas. Cree que puede adueñarse de todo con su saber aunque diga que es imposible saberlo todo. No duda ni piensa con el otro. Quiere adueñarse del otro, quiere seducirlo. Exuda una especie de narcisismo que bien podría denominarse patriarcal.
Los destinatarios, por su parte, pueden ser personas inteligentes y sensibles pero también sedientas de la satisfacción instantánea que ofrecen los consumos de las redes cuya lógica apunta, por lo general, más al shock de adrenalina que a la pausa que requiere el pensar sobre lo visto y escuchado.
En los hilos de los comentarios de los reels de los divulgadores examinados, la mayoría son elogios o detracciones. El efecto reflexivo no es lo que abunda. Nos preguntamos entonces qué ha pasado con la capacidad del psicoanálisis de interpelar y hacer pensar. ¿Se busca que quien escucha y mira piense o que simplemente suscriba?
Pasivizar al receptor es un objetivo que se conquista con ciertos modos de decir, pero también con argumentos que legitimen tal pasivación.
Mala prensa para la comprensión y la empatía.
Yendo al terreno de los argumentos elegimos para la ocasión destacar dos cuestiones que hemos encontrado con cierta reiteración.
Varios de los divulgadores mediáticos sostienen que la tarea del psicoanalista no es la de comprender. Homologan la comprensión de los motivos de un síntoma, por ejemplo, con la producción de un sentido cerrado o predeterminado. Desde esta lente teórica, el yo que tomaría a su cargo la tarea de comprender es pensado como una estructura engañosa y la comprensión puede pasar de ser puesta en caución a directamente ser rechazada por reducirse a la caída automática de la indagación curiosa. Así las cosas, toda comprensión quedaría desacreditada. “El analista no busca comprender” reza el axioma efectista reduciendo probablemente la fuente original del dicho a una divulgación que nos deja sin poder ver de qué se trata en todo caso lo que quiso decir Lacan con esto, para poder discutirlo o evaluar sus alcances prácticos.
Para nosotras, al contrario, comprender constituye una de las tareas clave del pensamiento crítico. Este se sostiene en ubicar las contradicciones (pensamiento lógico mediante) entre diversos sentidos posibles para poder tomar posición ante la caracterización de un modo de padecer psíquico particular, lo cual no supone pretender decir todo sobre éste.
¿Cómo piensa un sujeto que no comprende? ¿Sería un sujeto “puro inconsciente”?
En nombre de una batalla abierta contra el sentido y la comprensión, se construye un mensaje enigmático que le dice a las personas que la misión es hallar Su deseo (como si el deseo fuera uno solo). El enigma prolifera, la confusión también. Los receptores escuchan algo fascinante: “no se trata de comprender”; aunque no comprendan qué quiere decir esto. El divulgador parece inteligente porque dice algo que no se entiende bien. Será una prueba de inteligencia del receptor lograr inteligir el enigma… pero no está bien comprender… El divulgador es el que sabe. El coro repite el mantra.
Una suerte similar corre el concepto de empatía en las divulgaciones mediáticas hegemónicas.
En estos años nos cansamos de escuchar a doctos y no tanto decir que la empatía es un sentimiento riesgoso debido a que promueve una comprensión del otro que negaría su alteridad. Esta interpretación de la empatía que fue patentada en EEUU por Paul Bloom y reproducida por varios psicoanalistas locales, no hace más que volver al punto de la impugnación de la comprensión. Desde esta perspectiva, empatizar implica ponerse en el lugar del otro para ocupar su sitio, para ser su vocero, para anularlo.
Nosotras, en cambio, diremos que empatizar supone la compleja operación de trascender la mera identificación (“te comprendo porque me pasó algo parecido”) para poder imaginar lo que le pasa al otro aunque no hayamos vivenciado lo mismo, porque tenemos una responsabilidad respecto del otro, como claramente señaló Silvia Bleichmar.
En una época de crueldad institucionalizada en la que impera el decreto de ser indiferente hacia el semejante que puede estar sufriendo ¿Qué es más peligroso: quedar identificados con el otro o justificar la inacción que supone ser meros testigos de su padecer?
La preocupación central de nuestra investigación radica en la forma en que ciertos slogans van siendo incorporados como fundamentos de un modo de representación social de la práctica de los analistas. Porque lo que dice un divulgador en los medios o redes modela lo que los pacientes consumidores podrían ir a buscar a los consultorios. En este sentido, deja de ser excepcional que los consultantes terminen normalizando que la antipatía o la incomprensión sean “parte del método” y de ese modo pasar inadvertidas como lo que son: maltratos en nombre de un psicoanálisis a la medida de sujetos deshumanizados.
Más allá del mercado, lo humano.
La situación analítica reproduce la asimetría originaria que demanda empatía y comprensión.
El encuentro con un o una analista reedita la situación antropológica originaria fundada en la inermidad de la cría humana y la dependencia que se desprende de esta situación hacia un otro que tiene el poder de preservar su vida.
Es esperable entonces que cuando algo de esta dependencia se actualiza en el marco de la relación transferencial, el analista cuide la inermidad del paciente especialmente sensible ante lo que el primero pueda decir o hacer.
No debería ser necesario tener que prepararse para defenderse de un gesto antipático, poco empático o de incomprensión de parte del analista.
La calidad ética es inversamente proporcional al narcisismo patriarcal que coloca al analista en una posición de superioridad potencialmente destructiva. Desde esta superioridad busca adueñarse de todo, ya sea bajo la forma prepotente o como un maestro gurú fascinante y seductor. Por sobre la diversidad de la forma o estilo comanda una estrategia: ser más que el otro y, en lo posible, usufructuar de éste para la obtención de una satisfacción egoísta.
Lejos de los brillos de las góndolas y los mantras hipnóticos, encontramos un psicoanálisis contrahegemónico y realmente disruptivo en investigaciones y artículos de divulgación que invitan a pensar; en las prácticas sin estridencias ni publicidades, en los consultorios, pero también en las calles de un barrio, en un taller con niños vulnerados o en rondas con adultos en situaciones de exclusión social o que padecen el encierro en cárceles. La clave común a esta otra campana quizás se sostenga en colocar al psicoanálisis en diálogo horizontal con otras prácticas y discursos sin perder su especificidad metodológica; el trabajo en transferencia y abstinencia con aquellos aspectos del padecimiento humano que esté a su alcance poder transformar.
* "La una campana” fue la expresión irónica usada por un colega en el marco de un intercambio personal para referir a la posición hegemónica de la gestión de una institución psi poco abierta a la composición de disensos.
** Autoras:
Ps. Magali Besson. Docente y supervisora clínica de la Risam Comunitaria de Rosario. Coordinadora del Laboratorio de investigación en psicoanálisis.
Ps. Carla Gaido. Docente de la materia Metodología de la investigación e investigadora de la Facultad de Psicología de la UNR.




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