Rompa en caso de crueldad
- Lorena Culasso - Virginia Grosso
- 19 sept
- 14 Min. de lectura

En este texto, las autoras nos acercan su posicionamiento ético-estético-político en relación a la crueldad que es, en sus palabras, moneda corriente de circulación e intercambio de los cuerpos, las palabras y las acciones. No se quedan simplemente en la invitación a romper, sino que proponen caminos. Con una escritura que desacomoda, desobedece, inventa, proponen romper la emergencia de la crueldad con las manos de la ternura y de la esperanza.
por Lorena Culasso* y Virginia Grosso**
Hay quienes se dedican a romper y hay quienes reparan,
me decías. A veces las cosas son así de simples. En el medio,
todos los matices, incluso uno
que desconcierta: quien sólo conoce el daño,
alguna vez, aunque sea por error, repara. Y viceversa
Claudia Masin (2021)
Vivimos en un tiempo en que la crueldad es la moneda corriente de circulación e intercambio de los cuerpos, las palabras y las acciones. Habita los (des)encuentros cotidianos, se hace presente en las redes sociales que consumimos (y nos consumen) en formas de cámara de eco o burbujas epistemológicas [1], se consolida en los discursos políticos que nos nombran, nos identifican, nos seducen, nos con-vencen, nos controlan, nos categorializan y nos condenan.
Nuestro país se viste de viejas consignas conocidas, antiguos odios, falsas libertades, acérrimo individualismo, frases que enmarcan épocas y delimitan quiénes quedan por dentro y quiénes por fuera de los márgenes; frases como “sálvese quien pueda” y “algo habrán hecho”. Estos enunciados vulneran existencias que, por definición, son frágiles. La fragilidad deviene experiencia de vida de un cuerpo en el mundo, mientras que la vulnerabilidad se trata de cómo nuestro cuerpo está ex-puesto al mismo y es afectado por él. Por ello nos parece importante estar atentas para entender cómo es que aquellos dispositivos que actualmente nos subjetivan, nos fragilizan y vulnerabilizan en exceso.
La crueldad asedia los cuerpos, los persigue, los castiga, los marca. ¿Hay mayor crueldad que la de violentar cuerpos y subjetividades de por sí vulnerabilizadas? Pensamos en los y las jubiladas, en las mujeres, en las disidencias, en las juventudes, sólo por nombrar algunas. Las imágenes hablan por sí solas, y aunque se intenten construir narrativas exculpatorias de su accionar, es el Estado quien sostiene prácticas crueles tanto en las calles como en las letras de las decisiones políticas. Pero, sabemos, ningún Estado, ningún gobierno, se sostiene solo. Como toda compleja maquinaria, se sustenta en personas que afianzan ese funcionamiento.
Es esta crueldad, conocida en todos los tiempos de la historia de la humanidad que, en sus distintas formas, hunde sus raíces y se sirve de la potencia devastadora presente en las múltiples guerras y destrucciones que nos han atravesado. De esas fauces se eleva y se expande creando un manto de desesperanza, desasosiego, desesperación agónica, alienación y desinterés. De a ratos, nos convence de que no hay nada por hacer. Y, como dice Marie Gouiric: “Sentir que no se puede cambiar nada / es la que más raspa de las violencias” (2023, p. 80).
Nos gusta pensar que, aunque raspe y duela, esa crueldad no nos doblega. Creemos que tres son los antídotos que vienen a nuestro auxilio: la ternura, la esperanza y la escritura.
La ternura
Desde el punto de vista psicoanalítico, podríamos interpretar la ternura como un afecto que desafía la pulsión de muerte freudiana, trabaja contra la fragmentación del sujeto y contra la lógica del goce que arrasa [2]. La ternura introduce otro régimen libidinal, donde el cuidado y la vulnerabilidad compartida pueden ser potencias transformadoras.
Desde una perspectiva guattariana, en su línea de micropolítica y microfísica del poder, la ternura puede verse como un ensamblaje afectivo que disloca las grandes estructuras de poder desde lo pequeño, lo minúsculo, lo molecular. Es un afecto que no busca confrontar de manera espectacular, sino transformar desde la proximidad, desde el vínculo, desde lo que alguien nombró como otros modos de habitar.
En el marco de lo acaecido en la última dictadura militar argentina y, tomando como paradigma de crueldad la encerrona trágica, aquella situación en que no hay tercero de apelación que pueda salvar a quien está siendo violentado por otro, Ulloa (1995) dispone a la ternura en el centro y la articula a los derechos humanos. Afectación, miramiento y buen trato que, a modo de trípode, componen este acto micropolítico de resistencia frente a las lógicas de la violencia, la indiferencia y la alienación en las que estamos inmersas.
En este sentido, siguiendo la lectura de Sara Ahmed, Rita Segato o Félix Guattari, creemos que la ternura no es una simple emoción o rasgo de personalidad, sino una práctica ética, política y cultural que desarma las jerarquías, restituye la sensibilidad y abre posibilidades de relacionalidad no predatorias.
Antes de avanzar, una advertencia: que hablemos y ejercitemos la ternura, no nos subjetiva como almas bellas, puras e impolutas, libres de otras pasiones, como el enojo, la ira o la agresividad. De todas las acciones somos capaces puesto que, en nuestro bagaje humano, diversas emociones nos configuran. Los binarismos nos esperan siempre a la vuelta de la esquina, como una forma de simplificación de la compleja existencia humana. Van disfrazados de moralidad, de ideales, de principios inalterables que se definen por oposición a otros. Instauran versus ahí donde más bien hay (dis)continuos. Se definen como esencialismos existenciales: nacemos buenas o malas, tiernas o crueles, nosotras o ellas. Es esa tensión binaria la que da forma a nuestras relaciones, a nuestra existencia misma, lo que el sistema imperante impone como subjetividad.
¿Acaso sea el amor ese acto político subjetivante, transversal a la existencia, que nos permita habitar esa tensión? Intentamos sostener un "como si" para eliminar los pensamientos puristas del amor. Es solo una fachada que oculta, pero no borra, la complejidad emocional que conlleva el trabajo del amor. Los miedos, las contradicciones, las inseguridades, el desencuentro de deseos, las formas distintas y diversas de ver el mundo forman parte de la existencia humana.
Creemos que la ternura no es para nada un concepto naif; no es una emoción menor, suave o débil. Como afirma Percia (s/f), la ternura no describe solo la cualidad de lo más frágil y de lo más blando del cuerpo. La ternura es también la fuerza amorosa de la implicación. Aún más, la ternura es un modo de vinculación posible. Y, en tanto tal, se construye y se transmite.
Basta ir a una marcha, a un encuentro que convoque a un espacio seguro donde podamos intercambiar en alteridad. Alcanza con observar los pequeños gestos que habilitan el encuentro: reflejarnos en la mirada, detenernos en la escucha, mostrarle a alguien cómo atarse los cordones, ofrecer una palabra o tender una mano ante el dolor. Ahí la ternura juega y se juega como un dique potente contra el aniquilamiento de lo otro, contra una ansiedad devoradora que no repara en los tiempos del amor.
Quizás sean “esos pequeños actos revolucionarios de atención hacia el otro, de cuidado (...) los que nos salvan” (Masin, 2021, p. 30). Como el de mujeres que se organizan en medio de un recital, abriendo un pasillo con sus cuerpos para garantizar el traslado de alguien que se desvaneció. Como el de las enfermeras de Bahía Blanca que prestan cuerpo para cobijar y salvar de la inundación a los recién nacidos de la sala de neonatología del hospital. Como el de los y las hinchas de fútbol que se autoconvocan en la plaza para acompañar el reclamo de los y las jubiladas. Como la seño del poema de Gouiric que hace del atarse los cordones para no tropezar, algo más que un aprendizaje cotidiano.
Si nos constituimos en relación con la otredad, acaso la ternura sea una forma posible de transmisión sostenida en la ética del semejante o en la compasión.
Siguiendo a Bleichmar (2007) [3], podemos pensar que es fácil ser semejante de los propios; el ejercicio ético está en saberse semejante de los ajenos. De aquellos que, extranjeros de nosotras mismas, son también seres sintientes. Al decir de Masin (2021), “nuestra compasión suele estar siempre con las víctimas y jamás con el verdugo” (p. 22). Sentir compasión incluso ante quienes son capaces de producir daños, no significa perdonar ni quitar responsabilidad por sus acciones. Implica disponerse hacia un par. Por ello, la ternura es revolucionaria y lleva las marcas del lazo fraterno.
No nos olvidemos, para no ir tan lejos y mirar más cerca, que inclusive nuestro cuerpo es un ajeno poblado de células, bacterias y microorganismos que nos componen y de los cuales no tenemos conocimiento. Aunque los discursos nos obliguen a defendernos creando la falsa idea de un sí-mismo, una identidad estable y sin fisuras, en verdad somos en un devenir con otros y otras. Ex-puestas a la otredad donde la frontera de lo propio se diluye.
Pensamos que la ternura fomenta la esperanza de esperar y la potencia de crear. La ternura es el primer factor que hace del sujeto, sujeto social, dado que se trata de un dispositivo que crea un entorno necesario para la constitución ética.
¿Puede la ternura ser un dispositivo en nuestro oficio de “estar” psicólogas? ¿Puede serlo en nuestro oficio de devenir humanas? ¿Puede constituir un oficio del lazo?
La esperanza
De la mano de Ulloa (1995), podemos pensar que asistimos a un escenario de mortificación global, entendiendo por tal una cultura, una forma de hacer y vivir, que coarta la dimensión del devenir. Hacer, tener y ser, en ese orden se configura una línea de producción de sujetos. Un paisaje donde lo mortecino alcanza al cuerpo singular y colectivo, aquietándolo en la resignada impotencia, convulsionándolo en la melancólica desesperación o, aun peor, arrastrándolo hacia el profundo desinterés y descrédito por el porvenir.
Pero no solo eso.
También nos topamos con la esperanza que “sigue trabajando en el cuerpo”, incluso en la última mañana del mundo (Masin, 2018).
Fernández-Savater afirma que el trabajo negativo nos coloca en disposición a esperar [4]. En posición de espera, en estado de abierto, de disponibilidad. Atender es esperar. ¿El qué? No algo ya dado y conocido, como quien espera con paciencia el autobús que ha de venir, sino lo desconocido. Espera indeterminada, indefinida, justamente la “esperanza” que queda en la caja de Pandora, Elpis. (diciembre, 2024)
En un intercambio amoroso que tuvimos con Daniel Ripesi, nos comparte que “desde el pensamiento de Winnicott, el gesto aun antisocial sostiene esperanza en la búsqueda de sentido de una respuesta del ambiente en la medida que se ve forzado por ese gesto”. En su obra “Deprivación y delincuencia” (1991), el psicoanalista inglés incorpora la dimensión de la esperanza a la tendencia antisocial.
La cuestión es, ¿esperanza de qué?, ¿de hacer qué? Es una pregunta difícil de contestar. El niño, sin saberlo, espera encontrar a alguien que lo escuche mientras retrocede hasta el momento de la deprivación o hasta la fase en que la deprivación se afirmó como una realidad ineludible. Lo que nosotros esperamos es que pueda volver a experimentar, en relación con la persona que está actuando como psicoterapeuta, el intenso sufrimiento que siguió inmediatamente a la reacción provocada por la deprivación. (s/p)
Espera recíproca de encuentro con lo otro para propiciar una transformación, una diferencia respecto de lo vivido. Esperanza de una escucha que otorgue “alguna clase de existencia, no importa cuál, pero existir” (Masin, 2021, p. 22)
Compartimos la propuesta de Byung-Chul Han (2024) al pensar que la esperanza no es ni pronóstico favorable, ni “alegría por la buena marcha de las cosas”, ni optimismo convencido. Es algo más y otra cosa. “Orientación para el espíritu”, “orientación para el corazón”, la esperanza es “la medida de nuestra capacidad de esforzarnos por algo simplemente porque es bueno, y no porque su éxito esté garantizado”. Medida ética que da un sentido específico a la vivencia, “nos da fuerzas para vivir y para intentar las cosas de nuevo, por muy desesperada que aparentemente sea la situación" (s/p). Y la nuestra… es una situación de a ratos desesperada.
Spinoza liga la esperanza al miedo, y ambos a la dimensión del futuro y de lo incierto. No es posible saber lo que va a advenir. Aun así, en el escenario más catastrófico, se espera que algo suceda. Incluso en el centro del horror que fue Auschwitz, se pensaba en la primavera como relata Charlotte Delbo. O como testimonian dos prisioneros de ese centro que, aun habiendo sido despojados de toda humanidad (desnudos, rapados y numerizados), aun entre alambrados, sin mediar palabra alguna, sostenían la esperanza de volver a encontrarse en un tiempo otro, subjetivándose desde el reconocimiento del semejante.
Por eso, y al decir de Freire, la esperanza puede transformarse en verbo: “esperanzar”. Que no es el esperar, sino otra cosa: “¡Esperanzar es levantarse, esperanzar es perseguir algo, esperanzar es construir, esperanzar es no desistir! Esperanzar es avanzar, esperanzar es juntarse con otros para hacer las cosas de otro modo”. La esperanza, como la ternura, es gesto sensible que se dispone, despliega y sostiene (o no) en una situación.
La esperanza, como la ternura, convoca la dimensión del cuerpo vibrátil, ese que se mueve con otros formando rizomas de continuidad y discontinuidad.
Escribimos acerca de la ternura y la esperanza como emociones, pero dislocándolas de la representación romántica y bella, intentando darle un cauce al lenguaje que es tan aprisionante, haciéndole trampa.
En tanto psicólogas y en tanto mujeres, somos trabajadoras, hacedoras, tejedoras de la esperanza. Somos aquelarre de cuerpos convocantes que, movidas por la curiosidad y por el fuego del encuentro, se reúnen para apuntalar, para sostener, para acompañar, para crear un presente posible.
La escritura
La crueldad, como sostiene Berezin (2010), es algo humano, demasiado humano. Somos la única especie capaz de ejercer “una violencia organizada para hacer padecer a otros sin conmoverse o con complacencia. ¿La complacencia de no conmoverse?” (s/p).
Violencia que se despliega para anular cualquier modo de alteridad, es la acción de derrotar la alteridad. No es solo la destrucción de los otros y de lo otro de los otros, sino también la destrucción del otro/Otro en cada sujeto, es decir, de sí mismo también (Ídem).
Junto con ello y al decir de Nancy Huston (2017), somos también la única especie fabuladora, capaz de inventar ficciones que den forma a la realidad. La literatura es un arte de exploración del mundo interior del otro. ¿Anverso de la crueldad tal vez? ¿Dos caras, dos potencialidades que contenemos en nuestro interior?
La crueldad se cuela en las palabras que, como actos, dejan huellas, a veces marcas muy profundas, y nos dan forma. Inscriptas en el cuerpo, configuran nuestra subjetividad. Aun antes de nacer somos hablados por otros y otras. Nacemos primero a un lenguaje que nos domina y nos encorseta, nos posee y nos da consistencia. Entonces, “¿cómo podrían las palabras curarnos de la peste que ellas mismas han descargado sobre nosotras?” (Masin, 2021, p. 53). Sabemos, como dice Vasallo, que no podremos romper la casa del amo con las herramientas del amo… por eso, la escritura. Para conjurar, des-acomodar, des-obedecer, inventar… intentar.
Ante la petrificación del mundo, acaso las palabras puedan ser cincel y martillo por donde comenzar a resquebrajar la piedra, desmigajarla, trabajarla para que de ella surjan nuevas figuras.
Desde sus orígenes, lo psicoanalítico se ha propuesto como un modo de leer y escribir el mundo. Creemos que hay una paradoja: la escritura funda al psicoanálisis y éste funda nuevas representaciones para pensar. No habría psicoanálisis sin escritores, poetas, filósofos, historiadores e incluso científicas, que ayudan a poner letra a pensamientos, espacios a representaciones, cuerpo a los afectos.
En esta época nos sentimos interpeladas a poner la escritura al servicio de rebelar y revelar otras potencias cuando se escribe (y lee) con otros y otras.
Nuestro acto de escribir apunta a in-comodar, a mover las estructuras donde están ancladas las representaciones que generan una falsa estabilidad. Como dice Vir Cano (2022): “La incomodidad, lejos de ser algo a rehuir, puede ser una experiencia de la que pensar, tensar, inquietar, sospechar, señalar y atender a algo que de otro modo pasaría inadvertido”. (p. 2)
Parece que somos libres de pensar, pero en realidad la jaula es tan grande que sentís que volás. La libertad no es el río en sí, sino el agua, su caudal y los territorios que va cartografiando.
¿Cómo puede la escritura ayudarnos a comprender esa perspectiva? Nos brinda claves, como quien descifra un enigma. Nos invita a explorar las inseguridades, celebrar pequeñas conquistas y adentrarnos en los secretos del alma. Nos revela una mirada que nunca es única ni constante: a veces desbordante, otras veces escondida, perdida entre las estrellas, pero atrapada en el vacío, introspectiva, en una búsqueda incansable por entender no sólo el mundo, sino también el caos y los abismos de la propia existencia.
La escritura es un espejo y un faro: refleja lo más hondo de nuestra esencia y alumbra los rincones oscuros de nuestra mente. Nos permite dar forma a lo indecible, encontrar sentido en el desconcierto y convertir el dolor en palabras que, de algún modo, nos redimen.
La escritura es el río y el bote que lo surca; remanso o remolino, nos arrastra en su corriente.
Aun más, la escritura también es lazo, puente que nos conecta con otros y otras, tejido que va anudando tiempos, espacios, geografías diferentes para armar trama común.
Necesitamos de ficciones que nos ayuden a crear y soportar la realidad. Así como la escritura, los sueños que se escriben con otro lenguaje también dan cuenta de las mismas.
La in-comodación que buscamos con esta propuesta es porque entendemos que la subjetividad condiciona flujos de deseo que emergen como territorios, como orden, que afectan nuestra forma de habitar, de pensar y modelar nuestra corporeidad.
Postulamos entonces a la ternura, la esperanza y la escritura como dispositivos para generar nuevos agenciamientos, como micropolíticas activas. Deseamos conceptos rompe-espejos para acceder, dar lugar a la experiencia. Pensar, resistir, luchar. Deseamos usar metáforas des-anestesiadoras para hablarnos de cómo nos afectamos con ternura.
“Me gusta quien elige con cuidado las palabras que no dice”, escribe Alda Merini (s/r). Eso también es un acto político de ternura, pues cuidar de la crueldad de las palabras, poner filtro a lo que pensamos en resistencia al empuje de la transparencia hipócrita, es un gesto de amor, de cuidar la opacidad que hace al entre-dos.
Dice Emile Cioran: “¿Soportaríamos el sufrimiento del amor si éste no fuera un arma contra el aburrimiento cósmico, contra la podredumbre inmanente? ¿Acaso nos deslizaríamos hacia la muerte, en el encantamiento y los suspiros, si no encontráramos en ello un medio del ser hacia el no ser?”
Insistimos en que la ternura, la esperanza y la escritura son el antídoto más poderoso, donde siempre devenimos, para hacer lo que nunca hemos hecho, para lograr lo que aún no hemos logrado.
Algo que insiste mientras escribimos es aquello que no podemos des-oír en el enardecimiento de los hechos y es la dificultad de materializar la resistencia, como la cooptación de discursos críticos bajo lógicas de pacificación y consenso. Las estrategias de control buscan suavizar la radicalidad necesaria legitimando la violencia como amenaza latente frente a lo que incomode. Tenemos que estar atentas para que la ternura y la esperanza no devengan discursos/narrativas/tecnologías que nos aquieten o impidan confrontar con la agresividad/violencia necesaria para modificar las condiciones de opresión.
Pero ¿cómo usamos estos antídotos sin caer en los intelectualismos progresistas, vacíos y uniformes? ¿Cómo les quitamos grandilocuencia y solemnidad, sin atentar contra su potencia? ¿Cómo hacemos que estas palabras no intelectualicen las vivencias? ¿Cómo pasamos de las vivencias instagrameables a experiencias que se acuerpen?
¿Para qué sirve entonces nombrar la ternura, la esperanza y la escritura? ¿Acaso para creerlas y crearlas como ficciones? ¿Acaso para resistir los embates de la cruda realidad que nos circunda?
Si como dice Ahmed (2015), “...una revolución no sólo exige la rebelión de los sujetos, sino también una revolución de los predicados”, acaso sea tiempo de romper con el agravio necesario aquello que adormece y domestica (s/p).
Romper sí, porque desde la mansa quietud de lo políticamente correcto, nada se dis-loca.
Romper sí, porque la insurgencia es necesaria.
Romper, con las mismas manos con que luego re-crearemos, no para emparchar ni para enmendar sino para transmutar.
Nos gusta hablar de vincularidad en fuga, sembrar esperanza de día aun de noche, encontrar vestigios de ternura en el desaliento.
Nos gusta sentir que las utopías circulan por las venas de la sociedad, potenciando los vestigios gregarios de nuestra especie.
Nos gusta habitar la premura del encuentro, aún con ausencias, creándolas en impresencias para tocarlas en una caricia. Sin olvidarnos de la presencia, cuando el otro irrumpe como una novedad necesaria, como algo que se estaba esperando sin saberlo. Momento que rompe con lo conocido y deja una marca, reorganizando la manera en que experimentamos el encuentro.
Notas:
[1] Se hace referencia a la forma en la que entiende este concepto Denise Najmanovich.
[2] Hace referencia a un concepto lacaniano que se distingue de la satisfacción del placer por ser algo más difícil de localizar, a menudo relacionado con un efecto de la palabra sobre el cuerpo.
[3] Conferencia Completa de Silvia Bleichmar: "La construcción de legalidades como principio educativo" en la Universidad de Rosario - Minuto 11.21
Referencias bibliográficas
Ahmed, S. (2015) La política cultural de las emociones. México: UNAM.
Berezin, A. (2010) Sobre la crueldad. La oscuridad en los ojos. CABA: Psicolibro ediciones.
Cano, V (2022) Po/éticas afectivas. Apuntes para una re-educación sentimental. CABA: Galerna.
Gouiric, M. (2023) Un método del mundo. CABA: Blatt & Ríos.
Han, Byung-Chul (2024) El espíritu de la esperanza. Barcelona: Herder
Huston, N. (2017) La especie fabuladora. Barcelona: Galaxia Gutenberg
Masin, C. (2021) Curar y ser curados. Poesía y reparación. CABA: Las furias.
Winnicott, D. (1991) Deprivación y delincuencia. CABA: Paidós
* Lorena Culasso: Lic. en psicología. Practicante del psicoanálisis y de la escritura.
** Virginia Grosso: Trabaja de psicóloga, alojada en el psicoanálisis vincular. Su mayor desafío es laburar entre parejas diversas y sus devenires. También disfruta enseñando/aprendiendo en distintas universidades.
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