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Todo conocimiento es político: sobre una epistemología en psicoanálisis




Francisco Jerez nos invita a pensar en las bases epistemológicas que sustentan las teorías que usamos en nuestra práctica. No solo a revisar los posicionamientos ético-estético-políticos de lxs autorxs que arman nuestro "andamiaje" conceptal, sino a explicitar cuál es el propio lugar de enunciación.


por Francisco Jerez*



Todo conocimiento que se proponga educar a sus practicantes, que se proponga actuar e intervenir sobre personas, pacientes, animales, medio ambiente, tecnología, formas de vida, etc., todo ese conocimiento es político. Los individuos, los intelectuales, las disciplinas y las ciencias que no politicen su conocimiento y sus prácticas, es decir, que las privaticen, quedan por fuera del conocimiento válido para la vida social, ya sea para intervención en la salud, la sexualidad, el deseo, el progreso, la convivencia, incluso el futuro, ya que estos son también políticos. Es necesario pensar una epistemología politizada para pensar las disciplinas que intervienen en la subjetividad, como lo es el psicoanálisis.

Necesitamos poner en cuestionamiento el conocimiento del psicoanálisis. Freud y los suyos sostienen una práctica que interviene en la vida, en la sexualidad, en los vínculos, en la salud de los sujetos (sea lo que sea que se considere sujeto) que llegan a un psicoanálisis. La pregunta es: ¿desde qué posición epistemológica se interviene sobre los sujetos? La epistemología de una disciplina no solo define la teoría que produce, sino la realidad sobre la cual actúa. Es necesaria una epistemología, pero también repensarla, criticarla y cuestionarla en forma permanente, porque toda epistemología es política.

Freud y la gran mayoría de psicoanalistas sostuvieron y sostienen sabiendo o sin saber una epistemología naturalista, biologicista y con tendencia a la universalización. Freud se basó en las diferencias “naturales” de los sexos, para diferenciar el desarrollo sexual evolutivo del hombre y la mujer, haciendo un camino para el varón, con un Edipo basado en el amor a la madre y el odio al padre, una amenaza de castración; un odio a la madre por hacerla mujer, un complejo de castración y de inferioridad y un deseo de maternidad, intercambio del pene por el hijo para la mujer. Freud hizo de la pulsión una energía sexual biológica, y de los deseos sexuales algo heredado por la especie y el sexo biológico. Confundió la adecuación a la cultura y a la sociedad con un determinante sexual: el varón tendrá un superyó más severo que la mujer solo por el hecho de ser hombre. Freud puso en cada ser humano una pulsión de muerte que tiende hacia la autodestrucción como una tendencia determinada biológicamente a volver a un estado anterior, es decir, a lo inanimado. No solo se biologizó la psicología humana, sino que se la hizo regla universal y atemporal.

De esta manera se vuelve necesario pensar una epistemología para el psicoanálisis, en donde el conocimiento sea político, politizado y no se encierre en las enseñanzas de Freud y Lacan como palabras sagradas y verdades universales. ¿Por qué politizar el conocimiento del psicoanálisis? Monique Wittig en su ensayo “El pensamiento heterosexual” colocará al psicoanálisis como un discurso desde el cual se ejerce un poder político, el cual debe repensarse si no se quiere repetir la lógica de dominación y opresión de otros discursos. Para ella, el lenguaje es un asunto político, y el lenguaje domina los sistemas teóricos, es decir las ciencias y los conocimientos. Se trata de un campo político en donde se juega el poder de la verdad, y en este caso de la verdad de los sujetos y del inconsciente. Así como Lacan dice: “no hay ninguna realidad prediscursiva. Cada realidad se funda y se define por un discurso”, Wittig, dirá que los discursos de la ciencia producen efecto sobre la realidad social, produciendo versiones totalizadoras y opresivas, como lo hizo Freud con su teoría del aparato psíquico, el Edipo, el inconsciente y las pulsiones: “Estos discursos dan una versión científica de la realidad social en la que los humanos son dados como invariantes, no afectados por la historia, no trabajados por los conflictos de clase, con una psique idéntica para cada uno porque está programada genéticamente”. Como si todos vivieran la misma realidad del occidente burgués y victoriano, y como si esa realidad fuese natural y universal. Para Wittig la estructuración del inconsciente como un lenguaje, que es la hipótesis de Lacan, tambien peca de universalidad: “Con lo que nos enseña que el Inconsciente tiene el buen gusto de estructurarse automáticamente a partir de esas metáforas, por ejemplo, el-nombre-del-padre, el complejo de Edipo, la castración, el asesinato-o-la-muerte-del-padre, el intercambio de mujeres, etc”.

¿Los estudiosos del psicoanálisis se habrán creído que su saber era una verdad?, ¿Se habrán preguntado de dónde viene? Wittig se pregunta:

 ¿Quién les ha dado a los psicoanalistas su saber? Por ejemplo, Lacan, lo que él llama «discurso psicoanalítico» y la «experiencia analítica» le «enseñan» lo que sabe”. La autora sigue: “¿negaremos que Lacan ha adquirido conocimiento científicamente en la «experiencia analítica» (una experimentación en cierto modo) de las estructuras del inconsciente? ¿Haremos caso omiso irresponsablemente de los discursos de los/las psicoanalizados/as tumbados/as sobre el diván? Por lo que a mí respecta, no me cabe ninguna duda de que Lacan ha encontrado en el Inconsciente las estructuras que él dice haber encontrado ya que se había encargado de ponerlas allí con anterioridad.[1] 

De eso se trata, el psicoanálisis no tiene una verdad sobre el inconsciente, la pone allí, le pide a los psicoanalizantes que hablen y asocien para escuchar solo lo que los psicoanalistas están dispuestos a escuchar e interpretar, como dice Wittig, se trata de un contrato forzado. Es aquí necesario plantear una crítica a la propia teoría, si se escucha como Freud o como Lacan, se busca lo que Freud y Lacan buscaron, esos inconscientes, europeos, burgueses, de entreguerra y postguerra. No es que la teoría no sirva, sino que es una teoría que escucha sujetos sin tenerlos en cuenta, sin conocerlos, el ejemplo claro de eso es cuando un psicoanalista habla de lesbianas, gays o trans[2], pero de igual manera se aplica esto a todo psicoanálisis sin contexto de época y de situación. Se hizo del psicoanálisis una práctica apolítica, ahistórica, y también anti-epistemológica, ya que se trata de una teoría fijada que no avanza, que no tiene método de investigación y que no permite críticas ni cambios[3].

Por años los psicoanalistas rechazaron el acercamiento de su disciplina a la ciencia, siendo el mismo Lacan quien decía que el psicoanálisis tiene vocación de ciencia[4]. Debería preguntarse ¿de qué ciencia y por qué ciencia? Así como no podemos hablar de "El psicoanálisis", tampoco podemos hablar de "La ciencia". La ciencia hegemónica construye su categoría de naturaleza y de realidad ¿y si al hacerlo se encerrara en una versión del sujeto, del inconsciente, de los deseos y de la sexualidad? El caer en el intento o en la búsqueda de que un conocimiento se vuelva ciencia, puede ser una práctica en busca del poder, de perder su capacidad de construcción y deconstrucción, e imponerse como una razón. Siguiendo a Paul Feyerabend la ciencia es política obligatoria, es la imposición de una doctrina y su verdad: “La excelencia de la ciencia se supone, no se defiende. Los científicos y filósofos de la ciencia actúan aquí como lo hicieran con anterioridad los defensores de la Primera y Única Iglesia Romana: la doctrina de la Iglesia es verdadera, todo lo demás es pagano o carece de sentido[5]. Será necesario, entonces, preguntarse cómo una práctica de la subjetividad evita caer en volverse iglesia. Los psicoanalistas que sostienen que existen un primer Lacan, un segundo Lacan, un último Lacan y un ultimísimo Lacan sostienen una iglesia, encontrarán todas sus respuestas en Lacan, no importa el tiempo en que realicen sus preguntas. Su conocimiento ya está acabado y el inconsciente de sus sujetos ya está estructurado, aunque no hayan nacido aún. Como dios que conoce a sus hijos antes de que nazcan.

Así como los psicoanalistas hacen su escuela, y pasan por generaciones las enseñanzas de Lacan, Feyerabend dirá que lo mismo pasa con la ciencia en la vida cotidiana, ya que ganó políticamente ese lugar: “Aceptamos los hechos y las leyes científicas, los enseñamos en nuestras escuelas, basamos en ellos importantes decisiones políticas, sin haberlos analizado y sin haberlos sometido a votación”. La ciencia forma parte de la estructura básica de la democracia de la sociedad globalizada y capitalizada, se puede decir que favorece a los poderosos que la financian y se benefician de ella, por su parte, a la mayoría de los ciudadanos que se insertan en la educación formal se les obliga a instruirse en disciplinas científicas básicas, y este hecho no se cuestiona, solo se supone que por ser ciencia es verdadera. Lo mismo pasa con el psicoanálisis,[3] sus prácticas y los sujetos que se someten a un psicoanálisis, es decir, toman decisiones políticas (de escuela, de enseñanza y de vida), sin haberlas analizado ni sometido a votación.

En esa democracia, la sociedad occidental es, para Feyerabend, copernicana por obligación:

La sociedad moderna es «copernicana» no porque el sistema copernicano haya sido sometido a votación, discutido democráticamente y elegido por mayoría simple, es «copernicana» porque los científicos son copernicanos y porque se acepta su cosmología de una forma tan acrítica como en los otros tiempos se aceptaba la cosmología de obispos y cardenales.[5] 

Si se vuelve a la pregunta de ¿Por qué politizar el conocimiento? He aquí una razón, el mundo es copernicano por decisión política, se universalizó y atemporalizó una decisión política, se leyó el mundo y a sus sujetos a partir de esta decisión. El psicoanálisis no escapa de eso, se supone verdadero, se enseña como verdadero y sabe el lugar que ocupa en las otras disciplinas, siempre mantiene su postura de extraterritorialidad respecto de las ciencias y sus instituciones, pero no es más que otra disciplina surgida del pensamiento occidental.

Paul Feyerabend entiende que toda ciencia se impone y se obliga, ante lo cual dice que los científicos y filósofos temen a la relativización de la ciencia, no solo de la ciencia, sino también la relativización de las ideologías. Para él, el triunfo de la ciencia, y también su ruina, es convertirse en dogma. Se podrá decir que, al volverse dogma, una disciplina pierde su eje ético, político e histórico. Su epistemología deja de ser revisada y el conocimiento producido hasta entonces se detiene universalizándose, como lo fueron el inconsciente sexual, las pulsiones, el goce y el Edipo, en el caso del freudolacanismo. Es decir, en este sentido, el psicoanálisis triunfó y se perdió.

No se dirá que el relativismo sea una solución, sino una forma de abrir la crítica y la búsqueda de otras posiciones para abordar al sujeto. Ese horrible monstruo para la ciencia, el relativismo, es rechazado ya que, si existiera, las disciplinas científicas y hegemónicas no tendrían un papel en la sociedad, no tendrían verdad por decir. Feyerabend dice al respecto:

A menudo se ataca el relativismo no porque se le haya encontrado una falta, sino porque se tiene miedo de él. Los intelectuales le temen porque el relativismo amenaza en su momento la existencia de sacerdotes y teólogos. Y el gran público – educado, explotado y tiranizado por los intelectuales – ha aprendido desde hace mucho a identificar el relativismo con la decadencia cultural (social).

Los psicoanalistas se encuentran entre estos intelectuales, bibliotecas llenas para decir que lo que sufren los neuróticos es de un complejo de Edipo no resuelto, para decir que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, y que hay un goce real en cada síntoma, para decir que los psicoanalistas que proponen otras lecturas no entienden, les falta análisis o no leyeron los últimos seminarios de Lacan. En fin, temen a perder su verdad y su lugar.

¿Qué pasaría con el relativismo? Feyerabend dice que: “consiste en darse cuenta de que nuestro punto de vista más querido puede convertirse en una más de las múltiples formas de organizar la vida, importante para quienes están educados en la tradición correspondiente, pero completamente desprovisto de interés –y acaso un obstáculo– para los demás”. ¿Qué pasaría con el psicoanálisis? Podría permitirse pensarse solo como una solución más a los padecimientos subjetivos, tan válido como otras ofertas de salud mental, podría ponerse a la par de otras disciplinas y buscar su lugar en instituciones a través de un progreso epistemológico y ético, en fin, se politizaría su saber. Eso sí, los psicoanalistas dejarían de estar tan satisfechos con su saber del sujeto, del deseo, de la elección de objeto y de la sexualidad, deberán preguntarse si alguna vez tuvieron una verdad más allá de la construida por Freud y Lacan, quizás deban empezar a escuchar y a tener en cuenta a sus psicoanalizados/as/es en sus propias verdades, y no adjudicarse el saber sobre lo gay, lo trans, lo queer, etc[6].

Por otra parte, una autora, que no acepta el relativismo, pero sí una crítica a la ciencia, Donna Haraway, le dedica una investigación epistemológica a la invención y reinvención de la naturaleza[7], va a decir que la naturaleza es el terreno de la esperanza, la opresión y el antagonismo de los habitantes del planeta. Entonces, como se dijo antes, la ciencia construye su categoría de naturaleza y es en esa construcción donde se encuentran las problemáticas de sostener un dogma. En su política, la ciencia se ocupa del conocimiento y el poder, ubica lo que es objeto y sujeto, lo que es la realidad:

En estos tiempos, la ciencia natural define el lugar del ser humano en la naturaleza y en la historia y provee los instrumentos de dominación del cuerpo y de la comunidad. Al construir la categoría de naturaleza, las ciencias naturales imponen límites a la historia y a la formación personal. Por lo tanto, la ciencia forma parte de la lucha por la naturaleza de nuestras vidas.

Se podrá decir que se trata entonces de desnaturalizar los conceptos que se pretenden naturales en psicoanálisis, y en las ciencias, para salir de esa imposición de poder. Desnaturalizar por ejemplo la envidia del pene de Freud, llevaría a replantear el conocimiento de todo lo que se sabe sobre la mujer y dejar de sostener como natural y universal esa hipótesis para todas, cambiar la dominación de los cuerpos femeninos y su lugar en la sociedad.

Donna Haraway, desde su feminismo, separa la ciencia de “ellos” y las producciones de “ellas”, siendo los primeros los que imponen el término de “objetividad” de la ciencia, así ellas quedan en oposición a la ciencia. Dirá que se enseña mucho sobre objetividad y método científico, pero a ningún científico lo han sorprendido actuando como dicen sus libros. Como Haraway interpreta, parecería que hay una ley del padre actuando, salvando el problema de la objetividad, lo mismo que sucede en psicoanálisis, se entiende que lo objetivo son las leyes, los nombres de los padres (del psicoanálisis). Pero lo que Haraway plantea es que la ciencia, en cuanto tal, es retórica, es la persuasión de algunos actores sociales importantes, para que el conocimiento camine hacia una forma deseada de poder “objetivo” mediante el lenguaje.  Se trata entonces de una cuestión de poder y discurso político más que de objetividad. Para ella se trata de un engaño:

La historia es un cuento con el que los mentirosos de la cultura occidental engañan a los demás; la ciencia, un texto discutible y un campo de poder; la forma es el contenido. Punto final. La forma en la ciencia es la retórica social creadora de artefactos que configuran el mundo en objetos efectivos. Es una práctica de persuasiones que cambian el mundo que se disfrazan de maravillosos nuevos objetos, tales como los microbios, los quarkes y los genes.

La ciencia no es más que eso, una retórica en busca de poder y persuasión. Todo lo que sea dicho en su nombre no es más que una forma de hacer entrar a sus objetos dentro de su campo de dominación, como el psicoanálisis lo hace con sus analizantes mediante los diagnósticos estructurales.

Para Haraway estas doctrinas de objetividad amenazan al sentido de la subjetividad, a las definiciones de verdad que no son propiamente de la ciencia de los hombres, prefiriendo así una propia ciencia ficción para hacer mundos posibles, o una versión del mundo más adecuada, rica y mejor, a una forma de relación crítica y reflexiva con las prácticas de dominación, con las partes desiguales de privilegio y de operación de todas las posiciones. Para ella se trata más de ética y de política que de epistemología[24]. Habría que cuestionar esto, que una práctica de la subjetividad, como se supone que es el psicoanálisis, considere en su epistemología la ética y la política, pero no en sentido de “la ética del psicoanálisis” o “la ética del deseo”, como suele repetirse, sino la ética y la política que tiene que ver con la vida de los sujetos, con tenerlos en cuenta, con saber que se mueven en una vida política y que el saber que cae sobre ellos en las prácticas a las que se someten por su salud, bienestar o deseo, un lugar en la sociedad que es un lugar político, se puede apuntar a posiciones éticas que los consideren en su subjetividad, y no en la objetividad de suponer un inconsciente sexual, una estructura histérica u obsesiva o unos deseos incestuosos devenidos de su infancia. Es necesario politizar el psicoanálisis y eso es criticarlo y criticar los privilegios de su saber, movilizar sus universales y su apriorismo. El psicoanálisis puede hablar de “El” sujeto, o puede escuchar sujetos.

Ante la pregunta de ¿por qué politizar el conocimiento del psicoanálisis? Se responderá diciendo que se supone que toda disciplina, tanto las científicas como las pseudocientíficas existen por algo, es decir, tienen una función. Esa función del conocimiento es de servir a un otro, esa es la función política de la ciencia. Si bien el discurso, cada uno de los discursos, crea la realidad en la que opera, sirve para hacer algo con esa realidad, esa ficción, ahí es donde se inventa al otro, sujeto, humano, animal, ser vivo, etc; o la ciencia habla de ellos o hace algo para ellos, o busca modificarlos, por ejemplo. En otro sentido político y epistemológico, las ciencias sirven para acercar a los ciudadanos de todo el mundo a la verdad, con el fin de imponer una realidad más real que la anterior.

En esa función de ser para el otro, el psicoanálisis confundió otro con Otro, y es en el Otro, donde ponen el nombre del padre (o de sus padres. Freud y Lacan). Entonces, el psicoanálisis dejó de ser funcional al otro, político, sufriente e inentendido, para responder y hacer una práctica que se dirige al sostenimiento del Otro, a sostener el nombre de sus padres y el inconsciente tal como ellos lo inventaron, el inconsciente freudiano lleno de deseos provenientes del ello, y el inconsciente estructurado como un lenguaje de Lacan. El inconsciente no es del psicoanalizante, el inconsciente con el que se encuentran los psicoanalistas es el inconsciente freudolacaniano.

 

*Francisco Javier Jerez: psicoanalista; franciscojerez1994@outlook.com


Notas:

[1] Wittig, M (2006): El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Barcelona, Editorial Egales.

[2] Lo denuncia Monique Wittig en el texto citado como también Preciado P. B. (2021): “Yo soy el monstruo que os habla”. Barcelona, Anagrama. 

[3] Se aclara que la crítica se realiza sobre el psicoanálisis que se imparte y se ensaña en la mayoría de los espacios académicos y de formación, ya que se sabe de la existencia de espacios donde se difunde un psicoanálisis crítico consigo mismo. 

[4] Lacan, J. (2015): La ciencia y la verdad (1966). En Escritos 2. Buenos Aires. Siglo Veintiuno editores. p. 815.

[5] Feyerabend P. (1998): La ciencia en una sociedad libre. Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores. pp. 83-92.

[6] Algunos ejemplos actuales son: Miller, J. A. (2021) Docil a lo trans. Publicado en español en: INICIO - ESCUELA LACANIANA DE PSICOANÁLISIS (elp.org.es);  Rudinesco, E. (2023). El yo soberano: ensayo sobre las derivas identitarias. Editorial Debate; y Greiser I. (2017): Sexualidades y legalidades. Buenos Aies, Paidós. 

[7] Haraway D. J. (1995): Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid, Ediciones Catedra S. A.


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