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¿Cuáles son las formas psíquicas que adopta el poder?

Actualizado: 18 sept 2023


"El salón de las vibraciones" - Silvia Berrade



En este tercer trabajo del dossier "Psicoanálisis y modernidad", Lina Rovira nos propone revisar las formas psíquicas que adopta el poder, como punto de partida hacia la construcción de una teoría y una clínica psicoanalítica que puedan considerar explícitamente estas formas.


*por Lina Rovira

Partimos de la convicción de que como analistas escuchamos en gran medida en función de lo que nuestras herramientas teóricas nos permiten. Nuestra constatación clínica nos demuestra que muchos de los conceptos de los que disponemos hoy no nos alcanzan para alojar las demandas que se presentan en nuestras prácticas cotidianas. Porque los problemas de la clínica cambian, es que tenemos que revisar nuestros conceptos. Los conceptos siguiendo a Deleuze y Guattari en “¿Qué es la filosofía?”, no son eternos, expresan más un acontecimiento que una esencia, poseen una historia y traban relaciones con otros conceptos que se hallan en igual plano de inmanencia, cada uno remite a otro, se articula con otros.

El psicoanálisis en occidente ha operado como una matriz de subjetivación privilegiada, como una matriz hegemónica de sexuación, aportando una concepción humanista, falocrática, y antropocéntrica, propia de la modernidad ilustrada en la que fue construido. En términos generales, enfatiza la posición del sujeto humanista, excepcionalista y también especista, del humano marcado por la significación fálica, por un único orden simbólico edípico de la Ley del Padre. Un humane puesto en primer plano, que conoce el objeto dentro de un formato racionalista, falogocentrista como principios ordenadores de las subjetividades y de la vida en general. Es por esa herencia moderna que el psicoanálisis hegemónico ha puesto el foco en lo deseante en tanto falta y en lo pulsional en tanto represión o sojuzgamiento. Urgen ahora enriquecer estos deseos y pulsiones así concebidos, con otras concepciones y aportaciones que otros campos del saber nos brindan respecto a las determinaciones que el poder ejerce, no sólo en los aspectos represivos, sino también en los aspectos productivos.

Dicho esto, entonces, es que haciendo base conceptual especialmente en Foucault y Butler, Deleuze y Guattari y Derrida, además de otres pensadores que se podrían ir desarrollando en otros escritos, se trata de pensar en una teoría de la psique que considere y se acompañe con una teoría del poder relacional como red compleja - que no es el concepto jurídico contractual de poder como fuerza externa que cae verticalmente sobre el sujeto.

La propuesta es lograr entender cuáles son las formas psíquicas que adopta el poder, explorando y considerando en sincronía los aspectos propios de esa dimensión intra-psíquica, a la vez que las dimensiones referidas a los entramados relacionales de poderes en lo social, político y cosmo-político. Es decir, considerar cómo los poderes y saberes propios de una cultura, una geografía y época determinadas inciden en los formatos que adquieren esas presentaciones subjetivas en ese momento.

La concepción del poder foucaultiano -que toman les demás pensadores, en este caso seleccionamos especialmente a Judith Butler en “Mecanismos psíquicos del poder” y también ponemos en el escenario de fondo a Deleuze y Guattari y Derrida- se aleja de las teorías que piensan el poder como una fuerza externa, que cae verticalmente sobre el sujeto, porque esas concepciones se ligan a la teoría correlacionista del sujeto y el objeto y a la metafísica de la presencia, propias de las epistemologías modernas iluministas de la época en que nace el psicoanálisis.

Estas son concepciones del poder de índole jurídico-contractual- discursivo y de representación indirecta, que conducen a la sumisión, al sujetamiento. Es un modelo jurídico centrado en el enunciado de una Ley que se obedece. Esto alude a una posición inicialmente monárquica y luego estatal del poder, todas formas patriarcales y verticales. La filosofía moderna desde los siglos XVII hasta el XIX -el empirismo, la Ilustración, el idealismo alemán, el enciclopedismo- proponen un sujeto concebido como una individualidad hetero-normalizada y al cual, por ser integrante de la sociedad, le corresponde ser una persona civil y jurídica. Este sistema, que organiza a ese cuerpo social, está basado en un ordenamiento estatal, capitalista, patriarcal, falocrático, de representación indirecta y binarizando en jerarquías -es decir desigualadamente- en hombre-mujer, negro-blanco, rico-pobre, gobernador-gobernado, animal-humano, muerto-vivo, etc. También en este cuadriculado se abren casillas para todo lo que escapa al binario.

El psicoanálisis, naciendo a finales del siglo XIX e inicios del XX, se apoya en estas bases, en las que también se sustentaban hombres de estado, juristas, psiquiatras, educadores. Y como decíamos renglones antes, la ley es concebida entonces como algo externo y el existente sería pensado como un psiquismo preexistente a esas normativas culturales. De este modo, la ley normativa vendría a realizar un corte externo, abrupto, en una estructura cerrada e a-histórica. Es decir que si hay una ley que reprime, entonces debe haber una realidad anterior a ser reprimida, de modo que la subjetividad y la sexuación presentan una temporalidad y una existencia previa a esas normas.

En los siglos correspondientes a la modernidad, esa realidad a ser reprimida se ubicaba en la sexualidad, que hacía de bisagra entre la gobernanza de lo individual y de lo poblacional. Siguiendo la genealogía de los mecanismos de poder que estudia Foucault, el psicoanálisis se ubica en la transición del pasaje de la ley jurídica contractual discursiva, hacia los poderes en formato de normativas disciplinarias que gobiernan vidas, cuerpos y poblaciones. La sexualidad, expresa Foucault en su escrito “Las redes del poder”, está en el lugar de la articulación de las disciplinas individuales del cuerpo y de la subjetividad con las regulaciones de la población. Entre anátomo-política y bio-política. El modelo de individuo de esa anátomo-política y esa bio-política es el de un ser individual, masculino, fálico, blanco, occidental, “libre” de elegir y con proyectos de progreso, pero carente, ahuecado por una falta que lo lleva a sentirse desasosegado, incompleto y necesitado de buscar posesiones que lo obturen y le procuren disfrutes para seguir el modelo de la satisfacción por el placer de la descarga y continuar en el circuito de la falta y la búsqueda. Este circuito subjetivante de falta-deseo-propiedad-satisfacción es el terreno fértil para estabilizar el binario desigualado: hombre superior-activo y mujer-inferior-pasiva, y también para el florecimiento de la propiedad privada y el capitalismo moderno. De hecho la principal materia prima del capitalismo, al decir de Guattari en “La revolución molecular”, son las subjetividades y luego vienen las mercancías, objetos y sustancias. De este modo la vitalidad y la energía deseante humane, se convierten en materia prima fundamental capturada, gestionada, administrada por la gubernamentalidad de un sistema patriarcal de capital regido por una lógica andro-falo-céntrica.

A partir de esa modernidad, entonces, a través del sexo se organiza, controla y asiste a los individuos tanto a nivel macro como micro-político, ya sea en el ámbito familiar, escolar o por medio de la medicina se patologizan y normalizan cuerpos, se imponen modas, etc. Y además, como el sexo llevaba a la reproducción –situación que hoy es distinta– el sexo se constituyó como eje entre la anátomo-política y la bio-política. Esa sociedad jurídico -monárquica de los siglos XVII al XX, pasa a ser estatal-contractual -jurídica, pero basada ya no tanto en la ley y los tribunales, sino apoyada y regida por las normativas que se establecen a través de las disciplinas aplicadas a la población: medicina, psicología, psicoanálisis, psiquiatría, biología, trabajo social, publicidad, turismo, redes sociales, nutrición, deportes, etc. Lo que va fuera de la cuadrícula, ya no es transgresión de la ley sino desvío de la normalidad. Son los distintos equipamientos institucionales que utiliza el Estado -como antes mencionamos- la familia, la escuela, el psiquiátrico, la cárcel, las neurociencias, medicina-estética, modas, publicidad, las redes sociales, el marketing, los deportes que regulan y organizan las subjetividades y los lazos.

En el psicoanálisis, entonces, el deseo como falta en un mundo capitalista de mercado teñido en su mayor parte por significaciones fálicas, la pulsión de muerte y los aspectos agresivos concebidos como naturales y constitutivos del humane, la apropiación del objeto, sea mujer, gadgets etc., provienen de estas bases filosóficas modernas. Siguen la ruta esencialista totalizadora parmesiano, cartesiana, kanteana, fitcheana, hegeliana y se contractualizan discursivamente con Locke, Hobbes etc. Marshall Sahlins en “La ilusión occidental de la naturaleza humana” nos aporta que luego se pueden agregar Adam Smith, Darwin, Spencer junto a Huxley, el neo-darwinismo, surgiendo así la rational-choise que combina con el gen egoísta y el fortalecimiento de las teorías racistas que ya se venían esbozando.

Esta es la veridicción que no hacen los psicoanálisis hegemónicos de las condiciones epistemológicas, políticas, económicas, geográficas, filosóficas y culturales, en las que su corpus teórico y su práctica han sido construidos.

El deseo como falta, los aspectos agresivos concebidos como constitutivos de lo humano, el correlacionismo sujeto-objeto y el binario desigualado masculino-femenino, abren la posibilidad de conceptos como el falo en tanto significante privilegiado que ordena los efectos de sentido, la castración real, simbólica e imaginaria, la envidia al pene, el masoquismo femenino, la mujer fuera del significante, el padre temerario de la Horda, la Ley del Padre universal y a-histórica que ordena y pacifica esa base pulsional libidinal-agresiva, el Complejo de Edipo universal -para Viena, para París, y también para Argelia y la isla Martinica- que regula las identificaciones y deseos. Estos conceptos, construidos en esas matrices modernas, son los que ya no logran alojar los padecimientos de los existentes de hoy y más que generar corrientes de salud, resultan generadores de mayores sufrimientos y opresiones.

En muchísimos escritos, y en este que tomamos especialmente que es “Las redes del poder”, Foucault, dejando ya de lado a los filósofos modernos como Hobbes, Locke, Hegel, Kant, Fitche, toma para sus análisis aspectos del poder que propone Bentham, Marx, Clastres, etc., a los que agrega otras aportaciones. Toma de Marx la idea de que no existe un poder sino varios poderes, que operan localmente y cada uno tiene su propia modalidad, su propia técnica. Son heterogéneas formas de dominación, sujeción y producción de subjetividades y corporalidades que operan no verticalmente, sino relacionalmente y mediante distintas modalidades en distintas regiones, épocas, ocupando variados procedimientos y técnicas. Por eso propone pensar cómo es la historia de los mecanismos de poder en relación a la sexualidad, observando que no hay una sexualidad anterior a esas normas del dispositivo de control, puesto que el dispositivo de control y el sujeto se generan sincrónicamente. La sexualidad como verdad central de la vida y creadora de las identidades modernas, se crea al hacer hablar de ella. Se establecen entonces desde esta visión modernista, el correlacionismo sujeto-objeto y la binareidad desigualada, propias del orden patriarcal, cis-hetero-normado, racionalista, capitalista, occidental, andro-antropo-céntrico.

El poder relacional trabajado por Foucault, y retomado por Butler en “Mecanismos psíquicos del poder” -al que adherimos- constituye una red compleja y múltiple cuyo entramado se entreteje con les existentes, constituyendo sus saberes y enmarcando sus prácticas. Los existentes están constituidos por redes de saberes y poderes que no son absolutas, que no son unidireccionales, que son tensionales y no siempre dialécticas, que se dispersan formando focos de poder y focos de resistencia. El poder no existe sin el sujeto y el sujeto no existe sin ese Otro del poder que lo recoge del desamparo inicial, estableciéndose el vínculo apasionado con aquellos que lo reciben. Vínculo apasionado que sustenta muchos abusos sexuales infantiles y de feminidades.

El poder relacional produce no solo por la palabra, sino por otros dispositivos significantes y a-singnificantes materiales o virtuales, por el panóptico, por las aulas con el maestro delante, en los automóviles con dos asientos que modelan la pareja heterosexual, etc. Diseña así las tecnologías del sexo, el uso de los órganos, las posturas corporales, vestimenta, color de piel, objetos deseados, y diseña también los modos de vida, modos de alimentarse, qué consumir, cómo amar, cómo morir, etc.

Las normas sociales se van incorporando, van modelando las subjetividades, pasando ellas mismas también a ser fenómenos psíquicos formadores del deseo y de las vinculaciones del existente con el mundo.

En este contexto también se produce el surgimiento y la conformación del inconsciente. Por ello es necesario pensar un inconsciente conformado desde esos entramados relacionales y tensionales.

Y como las normas van cambiando, las subjetividades son también partícipes de esas transformaciones. Por esta razón es que los órdenes simbólicos de los existentes también cambian, porque estos órdenes simbólicos se constituyen por una sedimentación de estas normas culturales, que como decíamos van variando en el tiempo y en las geografías.

A su vez, este poder que es constitutivo, no solo reprime sino que produce e incita a la acción y a la creación, generando posibilidades de resistencia y subversión al poder dominante.

Por su parte los psicoanálisis, en su mayoría los hegemónicos, no estudian los mecanismos psíquicos del poder, ni en los aspectos en relación a la sujeción, ni desde la dimensión de la producción y la subversión. Solo estudian el malestar subjetivo, pero no los poderes relacionales y políticos que lo producen y finalmente, entonces, terminan trabajando solamente con una parte de los problemas y normalizando y acrecentando las situaciones de malestar. No actúan contra-normativamente, lo cual lleva a una despolitización de la práctica y de los malestares, que se diagnostican solo desde la variable intra-psíquica y en el contexto relacional pequeño y reducido del existente. Y aunque el existente voltee los significantes que lo alienan e intente una separación, al mantenerse dentro del dispositivo hegemónico en una actitud triste de conformismo sociopolítico, cae nuevamente atrapado en esos discursos y en esos malestares que ese discurso genera y trata de mantener, sin posibilidades de desterritorialización. Permanece triste e impotentizado al decir spinoceano de muches contemporáneos como Castell, Virno, Berardi, Sztulwark, Silvestri y un largo etcétera.

De este modo el o los psicoanálisis hegemónicos, quedan en una relación de compromiso con el dispositivo de la sexualidad foucaultiano, que incitaba o aún incita a hablar del sexo y de modos de vida hetero-normados, vidas aisladas o masificadas, buscando una verdad sobre lo que llenaría esas propias vidas. Y las verdades permitidas por ese dispositivo son las de la significación fálica, las supuestas verdades hetero-normadas, falocráticas, familiarista tradicionales, solipsistas o masificadas, colonialistas y también muy antropocéntricas. Son las falsas alegrías o las alegrías compensatorias y sus modos de vida que ofrece el capitalismo tardío. Y nuevamente insistimos que esto ocurre porque la teoría de los psicoanálisis hegemónicos, no ha pasado por el filtro del cuestionamiento crítico, respecto a revisar en qué orden epistemológico y político están presos, qué límites y qué exclusiones están practicando.

Una teoría entonces debe plantearse que el objeto, en este caso la subjetividad, no es el único criterio de validez de un concepto, sino que falta hacer veredicción de las condiciones contextuales, políticas, históricas que motivan cada conceptualización de esos objetos de estudio. Y la ontología que se halla detrás de psicoanálisis freudiano y también lacaniano hegemónicos, es aún la ontología de corte esencialista cartesiano-kantiana del sujeto que conoce el objeto, a pesar de los intentos de desmarque lacanianos del último período -lógica del no-todo, “a” y nudos- que abren un poco el juego de la correlación kanteana, con esas formalizaciones y el uso de lógicas menos aristotélicas. Pero inevitablemente, la viscosidad del humanismo modernista siempre lo re-atrapa, aunque el mismo Lacan haga sacrificados intentos de fuga –lo cual muestra cómo nos determinan los poderes y las situaciones en nuestros saberes.

En “Las redes del poder”, Foucault establece una diferencia entre la concepción de instinto, pulsión y deseo que llevan adelante Freud, Winnicott y Lacan, pero si bien acepta como más convincentes los planteos winicotteanos y lacanianos, aun así, no le parecen suficientes, pues si bien cambian el concepto de pulsión y deseo, no cambian en absoluto el concepto de poder. Continúan proponiendo un concepto de poder como prohibición, Ley, “tu no debes” y esta es una concepción jurídico-contractual, representativa, negativa y también muy empobrecida del poder. Una concepción jurídica del poder como sistema de reglas que implica considerar: dónde está el poder, quién lo detenta y cuáles son las reglas y leyes que el poder establece sobre el cuerpo social. Es un poder considerado como esencia que se posee y en torno al cual se organiza la sociedad. El Contrato Social modernista entonces establece una relación de representación indirecta, donde el individuo cede su derecho a una autoridad “superior” que lo representa. Esta autoridad se ubica en un nivel mayor de saber y poder. Esta lógica relacional de poder jurídico contractual supone acríticamente la relación de dominación y obediencia. Quedamos así capturados jurídicamente en una relación de poder saber disimétrica.

La visión del poder foucaultiana se basa en una concepción positiva de la tecnología de poder que deja de lado el aspecto representativo de delegación y el aspecto esencialista que piensa al poder como algo que se tiene. En contraposición, toma el poder como ejercicio relacional y no desde lo esencial- representacional, es decir, concibe el poder desde el aspecto del funcionamiento. El poder no es, no se tiene, se ejerce, se vive.

En función de esta modalidad foucaultiana de considerar el poder, es fácil aceptar que toda producción teórica y que toda subjetividad, toda sexualidad y todas las grupalidades se hallan atravesadas por estos entramados relacionales de poder.

Y podemos agregar aún un aspecto más. Y es que este Contrato Social -o aparato de captura en lenguaje deleuziano guattariano- que abre las puertas a la instauración del capitalismo, según varias teóricas del feminismo -como Carol Pateman, Carla Lonzi, Monique Wittig, entre otres- no puede pensarse si no es apoyado en otro contrato previo, que es el Contrato Sexual. El patriarcado, en tanto modo de organización, es anterior a las formaciones de los Estados y al surgimiento del capitalismo -según algunos se llamaría patriarcado de baja intensidad. Aún más, el patriarcado es propiciador del capitalismo y de los Estados, que son dos conceptos y dos modos de funcionamiento especialmente falogocéntricos, androcéntricos y hetero-normativos, que legitiman y reproducen permanentemente las dominaciones, las opresiones y las violencias que padece el par inferior del binario desigualado. Ese par inferior es lo femenino- que en el psicoanálisis es lo castrado, lo que no entra al significante - lo gobernado, lo pobre, lo no occidental, lo no europeo, lo negro, lo primitivo, lo salvaje, lo discapacitado, etc, etc. El o los psicoanálisis hegemónicos con sus modelos de poder basados en una terceridad externa que se introduce en un vínculo de dos, es entonces heredero de los dos contratos modernos, el Contrato sexual y el Contrato social.

Las filosofías modernas de la época en que nace el psicoanálisis apoyan estas lógicas patriarcales, andro-falogo-céntricas y hetero-normativas. No las cuestionan, negando así toda posibilidad de existencia de otros modos de vida, en función de sus poderes e intereses epistemológicos. Esos modos de vivir son naturalizados, universalizados y en esas conceptualizaciones sin historia, queda entrampada la teoría psicoanalítica junto a otras ciencias sociales nacidas en esa modernidad ilustrada y racionalista. El sujeto de deseo pasa por la lente juridificadora, de la ley vertical y contractual y discursivo-lenguajera, que incita y a la vez reprime los goces falicizados apoyados en los cuerpos objetos feminizados. Es así que se explica por qué el psicoanálisis genitaliza y faliciza toda la corporalidad del humane, binariza y faliciza no solo a la corporalidad, sino a todos sus modos de vida y a toda la realidad y demás existentes que nos rodean. Y siguiendo la lógica del binario desigualado, se reproducen al infinito situaciones de opresión, injusticias varias hasta límites de gran violencia llegando a los feminicidios. Al humane que está en la posición superior y activa, que usualmente es el existente portador del falo, le falta el objeto que obtura su deseo como falta, en un mundo de significación fálica. Esa falta persigue solamente el objeto pasivo que está exclusivamente para la satisfacción en la modalidad oficial fálica, que se caracteriza por lo eréctil-penetrativo-genital. A su vez el polo pasivo del binario, que también padece la falta, encuentra modos sumisos de relacionamiento con los polos activos superiores. Se trata de un mundo de circuitos repetitivos de carencias, satisfacciones, descargas, que en última instancia empobrecen las posibilidades de los cuerpos y generan un daño de las potencias del otre y por lo tanto disminución de las potencias de cada une. ¿Dónde quedan entonces el cuidado de sí y el cuidado de les otres? ¿Dónde queda el apoyo entre existentes para construir un mundo de corporalidades de intensidades alegres, de posibilidades espectrales fuera de los binarios que aprisionan, en un entre todes, que enriquezca al amplio colectivo de existencias tanto humanas como animales vegetales, materialidades vibrantes?

Porque sabemos del peligro que significa la aplicación de los conceptos nacidos en esta lógica binaria, falogocéntrica, patriarcal y hetero-normativa de la modernidad racionalista y gracias a todas estas lecturas que nos brindan los campos del saber de la filosofía, antropología, estudios críticos en general, es que comienza a hacerse más que necesaria para un grupo de pensadores y trabajadores de las ciencias sociales, la inclusión de los aspectos referidos una teoría del poder, en los corpus teóricos y en el ámbito de las prácticas situadas.

Es imperiosa la necesidad de terminar con una concepción falo-andro-antropo-mórfica del sexo y de la vida. Y es urgente la inclusión de los poderes relacionales y productivos, que más que reprimir y negativizar el deseo mediante una concepción de la falta y la carencia, habiliten a nuevos agenciamientos y encuentros con existentes múltiples en lazos creativos, rizomáticos y espectrales. Se apuntaría a terminar con la visión y concepción andro-centrada de la vitalidad que cuadricula los cuerpos y la vitalidad, para abrir a una experiencia ampliada en otros modos de vida. Esta captura de las subjetividades en los axiomas de la hetero-norma patriarcal, falocrática, etc., lleva a que vivamos en la servidumbre voluntaria. Les existentes viven una vida sin potencia, contrariando su deseo, con tal de ser visibilizados socialmente, de tener un rostro significantizado por la hegemonía, creyendo que esa es la única manera de existir.

No queremos trabajar de ese modo, queremos acompañar a quiénes nos consultan a encontrar modos de vivir críticos, sin formatos impuestos cultural y políticamente. Y también porque nosotres no queremos ser técnicos de la ley binaria desigualada, ni del deseo como falta, es que consideramos e incluimos la riquísima impureza conceptual de adjuntar a una teoría del sujeto una teoría del poder relacional. Consideramos que ésta constituye una herramienta útil para abordar las consultas sobre los padeceres del vivir, desde un enfoque amplio que aspira a ser trans-disciplinario y comprometido con las potencias para una vida de múltiples existencias, en una convivencia cosmo-política que es la que siempre nos ha atravesado y que hoy en este antropoceno, aun más, sentimos que nos atraviesa a todes.



* Psicoanalista con orientación en Género, disidencias de la heteronorma y parentescos ampliados. Lic en Psicología y Magister en Psicoanálisis.



Bibliografía


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