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Trabajar, hablar y luchar


Compartimos el capítulo "Trabajar, hablar, luchar" del libro Masas y mujeres. Sobre el psicoanálisis y las luchas políticas, de Manuel Murillo.

Manuel se pregunta ¿qué tiene que ver el psicoanálisis con las resistencias y luchas de la cultura? Y en ese marco realiza una revisión sobre el criterio de salud psíquica freudiano, interpretado como una recuperación de las capacidades de amar y trabajar. Por otro lado, se articulan también con el mismo criterio las capacidades de jugar, resistir y luchar, de la mano de aportes de D. Winnicott y J. Butler.





por Manuel Murillo *



Entonces, ¿las luchas forman parte de la cultura? Si así lo fuera, ¿qué otras cosas forman parte de ella, y de la vida en general? ¿En qué consiste vivir? Algo que hacemos y es propio de lo humano es hablar. Por eso Lacan lo llamó –antes que ser humano– ser-hablante. También jugar, cuestión que es indisociable de la palabra y constitutiva de este ser. Entre el lenguaje y el juego nace también el amor y el arte. Son diferentes y sin embargo difíciles de separar. Pero otras cosas que también hacemos –y habrá que ver en qué medida es fácil o no separar de lo anterior– es trabajar y luchar. La necesidad de trabajar está impuesta por la cultura. Y las luchas en ella surgen también como una necesidad, pulsional y cultural, de diferentes actores y por diferentes motivos.


Se ha dicho que la salud consiste en la capacidad de amar y trabajar. Es una traducción e interpretación del texto freudiano, no del todo inexacta, no del todo precisa. Freud se refiere a dos capacidades particulares: la capacidad de hacer (Leistungsfähigkeit), actuar, en el sentido de la performance de una competencia que se tiene. También se podría decir rendir o lograr. Y el trabajo entra aquí como un campo semántico posible a que esto aplica. Pero antes que el trabajo está pensando más bien en la inhibición, es decir una función que no se puede desplegar. Por otro lado la capacidad de disfrutar (Genussfähigkeit), de gozar o sentir placer. Naturalmente se articula al amor, pero antes que en la relación amorosa está pensando más bien en el trastorno del afecto en la histeria, que es precisamente sentir dolor donde una coordenada del aparato psíquico señala como placentera (Freud, 1904). Una traducción winnicottiana de este criterio podría rezar: la salud –o mejor aun el sentimiento de estar vivo– supone la capacidad de jugar. Crearla, recuperarla, o desarrollarla. Cabe preguntarse entonces, ¿cómo se articula la salud y/o la vida con la capacidad de luchar?


El psicoanálisis mismo ha sido pensado a la luz de estas prácticas o modelos. Como una manera de formalizar su experiencia o referirse metafóricamente a ella. Tal vez quien con mayor pregnancia concibió al análisis como una lucha fue Freud. Lucha, combate, campo de batalla. El lenguaje bélico está siempre presente. Fuerzas y cantidades en disputa y tensión dinámicas. Mociones anímicas y resistencias. Tanto al interior del aparato psíquico, como en su relación con el cuerpo, y en la transferencia misma con el analista. Sin duda no es el único modelo o la única metáfora freudiana, pero tal vez sea en él y en ningún otro psicoanalista, donde mayor protagonismo tenga el hecho de que el análisis es una lucha, y que el paciente está luchando. En Winnicott en cambio se trata de un juego. El análisis es un juego y en él el paciente está jugando. Una zona intermedia que pone en suspenso la realidad exterior e interior, y conecta dos zonas de juego, aquella del analista y paciente. En Lacan lo que resalta en primer plano es una experiencia de lenguaje. En el análisis no se lucha ni se juega, se habla. Pero además, se trabaja. Lacan incluso dijo “sudar la gota”, ganar el saber con el “sudor de la verdad”. El análisis es un trabajo, y el inconsciente es un trabajador ideal, toda vez que trabaja día y noche, produciendo sueños. La transferencia es sensible a toda esta fenomenología y el paciente puede cansarse, sentir que lo están estafando, esperar algo a cambio, divertirse, aburrirse, hacer juegos de palabras o historias, o preguntarse de qué lado está el analista.


Permítasenos la siguiente reducción, sólo a los fines a plantear el problema. Si el marxismo lucha contra el capitalismo y el feminismo contra el patriarcado. ¿Es que el psicoanálisis lucha contra algo, o en su defecto apoya o acompaña alguna lucha, marxista, feminista u otra? Es posible analizar y desplegar esta pregunta, considerando que el psicoanálisis no solo es una práctica, un método y una teoría, sino también una causa o un movimiento. Pero quisiéramos aquí hacer un aporte en la temática a partir de cambiar el ángulo de la pregunta. Entiéndase: no sustituir, sino aportar a este campo complejo de análisis desde otra arista, acaso menos explorada.

¿Los pacientes luchan? En cada caso, ¿cómo se articula en relación con el hecho de que existen luchas, un texto? ¿Cómo se articula en dicho texto el sujeto psicoanalítico con las luchas? Además de la noción de lucha política interviene aquí un tipo particular de sujeto que es el sujeto de lucha. Diferente al sujeto psicoanalítico, incluso al sujeto jurídico o político a secas. Si el sujeto psicoanalítico es el sujeto del inconsciente, que se articula a un deseo, la pulsión, un objeto, ¿qué son las luchas políticas y cuál es el sujeto de ellas?


Es una pregunta que –en su propio campo– se ha hecho el feminismo al advertir que el sujeto de su movimiento no son solamente las mujeres, sino más bien todo lo que es no-hombre; incluido el hombre mismo, que se sustrae de esa forma en que se construye la masculinidad a partir del binario –unipolar– hombre-mujer. Pero a la vez se ha reclamado, desde dentro y fuera del feminismo, que se meta a todos los sujetos dentro de un mismo sujeto. Así por ejemplo algunas mujeres esperan que haya movimientos de hombres anti-patriarcales, o existen mujeres indígenas que reclaman ser mujeres anti-patriarcales no feministas.

Se podría tomar múltiples vías para definir estas dos nociones. Optaremos aquí por una referencia de Freud, ya tratada en capítulos anteriores, y otra de Butler, que introduciremos aquí. En Vidas en lucha (2011), tanto como en Cuerpos aliados y lucha política (2017), Butler se pregunta: ¿qué hace que una vida sea vivible? ¿En qué momento para vivir se vuelve necesario luchar, al extremo que no habría vida sin lucha? La lucha como una condición para la vida. “Lucha política” no se refiere en un sentido restringido al derecho, sino al campo común de vida en la polis moderna. Incluye al derecho pero no se reduce a él. Tampoco supone necesariamente la violencia o la destrucción como herramienta.


Luchar es esforzarse, concentrar y dirigir fuerzas por algo o con algún propósito. Estas fuerzas pueden ser físicas y materiales tanto como psíquicas, emocionales, simbólicas o culturales. En Freud significa que hay una dinámica irreductible de fuerzas en tensión. Las cualidades se dirimirán en la fuerza de las cantidades, pero ninguna cantidad como tal terminará por desaparecer.


El sujeto de lucha es colectivo. Aun cuando sea uno solo, no se piensa aislado, fuera de la relación con otros. El paradigma freudiano –el suyo y a la vez el único en su obra– son los hermanos de la horda que se unen para matar al padre. La matriz psíquica de este sujeto está signada por la relación con el hermano en calidad no de rival sino de auxiliar[1]. De aquí extrajo Federn la idea de una psicología de la revolución y una sociedad sin padre[2]. Tradicionalmente en la literatura sobre las masas el sujeto de lucha se articula por la fuerza que adquiere en ella el valor del número. No se trata naturalmente de cualquier tipo de masa. Tal como hemos visto, existen masas de lucha pero también masas de dominación. No toda ni cualquier masa lucha. La diferencia y separación es sin embargo compleja. Existen luchas que son dominadas. Pueden tener la apariencia de la lucha pero la estructura de la dominación. O masas que luchan por su dominación. ¿Será una ilusión pensar que exista una masa de lucha donde no se ponga en juego ninguna forma de dominación? En términos freudianos, sí. Pero esto no anula la necesidad ni la legitimidad de las luchas. Por otro lado sería tan ingenuo como pensar una cultura sin luchas o donde para luchar se articulen solamente sujetos libres.


En la obra de Freud luchas y masas permanecen en términos generales separadas. Con la única excepción de aquello que nombra como una masa triunfante de hermanos.

El sujeto del psicoanálisis es singular y se localiza caso por caso. Esto podría sugerir que está en disyunción con las masas o las luchas, donde intervienen grupos más o menos numerosos y –como se dice tradicionalmente–, las características individuales pueden perderse. Pero es precisamente la diferencia de sujetos lo que permite la pregunta: ¿cómo se articula el sujeto del psicoanálisis con el sujeto de lucha política? No en términos generales, ni con el propósito de extraer una regla, sino en cada caso. ¿Cómo se articula en cada caso, en transferencia un sujeto con otro? ¿Cuál es en cada caso el texto de esta articulación?


En la hipótesis fantástica freudiana los hermanos de la horda amaban y admiraban al padre, a la vez que lo envidiaban y odiaban. Querían ocupar su lugar. Se unieron, acaso no tanto por ninguna pulsión fraterna sino por el odio al padre. Luego de matarlo y devorarlo sintieron culpa. He aquí un texto, por lo menos de la psicología de este grupo o masa. No es un relato romántico o heroico. Antes bien marcado por divisiones y afectos.


De esta manera se entiende también que Freud diga: toda psicología individual es a la vez colectiva y viceversa. El sujeto establece con el otro relaciones de objeto, modelo, rival o auxiliar. Vínculos, relaciones, grupos y masas. ¿Cómo se articula en ellas? No se trata de un caso especial, cuando hablamos de las luchas políticas. Es que el sujeto psicoanalítico nunca es un sujeto puro, o un puro sujeto. Sino entre, o en relación con: el cuerpo, el otro, la demanda, la forclusión, la medicación, los grupos, las instituciones. Ningún motivo de consulta, como ninguna demanda de análisis, o trabajo analítico transcurren en una pura cadena significante o un puro objeto. Cada vez que el analista pregunta ¿y a usted qué le pasa con esto? está localizando esta relación. No hay sujeto psicoanalítico por fuera de ella.


En relación con las masas, la literatura clásica desde el psicoanálisis ha cerrado y endurecido unas pocas relaciones: la identificación histérica y la identificación narcisista. ¿Pero es esto lo único que hace el sujeto con la masa o en ella? Además, ¿cómo saberlo a priori y no en cada caso?


Rudé hizo un análisis semejante en el campo de la historia, al señalar que los estudios en el campo de la psicología y sociología habían derivado en formulaciones abstractas y estereotipadas acerca de las masas; demonizaciones de las masas criminales, por parte de la derecha e idealizaciones románticas de las masas heroicas, por parte de la izquierda. Pasando por alto el necesario ejercicio de analizar en cada caso, cada pueblo, qué tipo de masas han intervenido y en qué tipo de sucesos.

Las masas son un caso paradigmático –aunque no único– de relación entre el sujeto psicoanalítico y el sujeto de lucha política. En ellas, y entre estos dos sujetos, no sólo se arman identificaciones histéricas o narcisistas sino también deseos, fantasmas, erotizaciones, ilusiones, frustraciones, formaciones reactivas, inhibiciones, procastinaciones, goces, actos, etc.


Al cerrar la relación entre la masa y la histeria o el narcisismo el psicoanálisis está participando, lo sepa o no, lo quiera o no, de un movimiento más general, que nació con la obra de Le Bon y Sighele, de denostación de la lucha política. Y de manera más específica de psicologización y criminalización del sujeto de dicha lucha.

El movimiento de mujeres, y los fenómenos de masas que pueden recorrerlo, está conformado por sujetos de lucha política que no son a priori neuróticos, primitivos o criminales. En el plano de su estructuración subjetiva bien podrían ser histéricos pero también obsesivos, fóbicos, psicóticos. En el plano civil o jurídico acaso criminales pero también locos, trabajadores, pobres, burgueses. Formar parte de una masa o mantenerse alejado de ella no vuelve a nadie más ni menos neurótico o criminal. Las mujeres no son más ni menos histéricas o femeninas por luchar. Acaso sean aun –siguiendo la hipótesis freudiana– menos neuróticas que si no lo hicieran.

Los sujetos de lucha política existen; así como las luchas que despliegan. Para Freud, la cultura no habría nacido ni podría sostenerse sin ellos. Si ha llegado a decirse que las masas son salvajes, animales, infantiles y femeninas, tal vez esto no sea azaroso. Hay en ellas, en sus mezclas de dominación y lucha, algo que pone en tensión lo civilizado, humano, adulto y masculino.


Si el sujeto psicoanalítico no es en sí mismo un sujeto de lucha política, no hay razón para aplastar un sujeto con otro. Ni a la inversa. Antes bien, articularlos en los textos singulares que constituyen cada caso. Como de hecho se lo hace con cualquier motivo de consulta y demanda analítica. Muchos pacientes no sólo trabajan y hablan fuera y dentro de sesión, sino que también luchan. Y en relación con eso les pasan un montón de cosas.



*Manuel Murillo: Psicólogo / psicoanalista: manuelmurillo@psi.uba.ar



[1] Desarrollamos esta idea en otro lugar: El complejo fraterno: odiar al hermano para amar al padre. En: Huellas. Psicoanálisis y territorio #2. Brueghel. Buenos Aires, 2018.


[2] Por lo tanto, la escucha analítica puede dar en este punto una atención flotante en cuanto se dice no solo del padre sino también del hermano.

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