Imagen: Santiago Hardoy
por Jorge N. Reitter *
Una clínica para todxs está encarada, en este breve escrito situado, pensando en una clínica que no patologice, que no normalice formas de amar y de coger. El erotismo tiene sus metáforas, los ignorantes las llaman perversiones, dijo Karl Kraus.
El texto transcribe aproximadamente mi intervención en el conversatorio del mismo título, que tuvo lugar el 27 de noviembre de 2021 en el marco del Congreso Psicoanálisis, géneros, feminismos & sexualidades disidentes, organizado por la Secretaría Académica de la Universidad Autónoma de Zacatecas.
En psicoanálisis, la teoría no es más que un índice apuntando a un enigma.
Thamy Ayouch
El título que nos propusimos, Una clínica para todxs, conlleva una pregunta, incluso una duda. ¿El psicoanálisis, no es para todxs? ¿Por qué esta pregunta debiera ser planteada? ¿No es acaso obvio que el psicoanálisis sería para todxs? Sin embargo, por poco que lo pensemos, veremos que la cuestión tiene sus matices en la historia del psicoanálisis. Por ejemplo, la distinción freudiana entre las neurosis de transferencia y las narcisistas, que quedarían por fuera de la posibilidad del análisis.
En otro sentido, totalmente diferente, la experiencia del análisis no sería para todxs: no se puede prescribir, como un medicamento o una operación, requiere contar con algo inmanejable pero necesario para que un análisis acontezca: el deseo, no sé si diría de analizarse (eso es más bien el efecto), sino con el deseo de interrogar y de interrogarse en transferencia. No todo el mundo tiene ganas. Además, un análisis arranca a partir de un trauma o de un síntoma, algo que, como Freud con toda razón dice en Análisis terminable e interminable, nadie provocaría adrede. No se puede hacer un psicoanálisis preventivo u obligatorio.
Todo esto es pertinente, pero no va al grano de lo que acá nos convoca, en este congreso que se propone pensar acerca de géneros, feminismos y sexualidades disidentes. En este campo la cuestión de una clínica para todxs adquiere modalidades particulares. Voy a citar a Thamy Ayouch, en su libro Psicoanálisis e hibridez: “Varios/as de mis analizantes que consultaron otros/as analistas o psicólogos/as frecuentemente relataban el maltrato que habían vivenciado cuando esos/as se obstinaban en saber lo que les había “convertido” en “homosexuales” y en donde había fracasado la “identidad sexual”. ¡Qué oportuna la elección del verbo “obstinarse”! Obstinarse en saber es amar más al maestro que a la verdad, y suponer que el saber sólo se profiere por la boca de los maestros consagrados. Nada más alejado del espíritu en el que nació el psicoanálisis, dándole crédito a lo que tenían para decir mujeres que habían sido dejadas de lado por la medicina como mentirosas o simuladoras, incapaces de producir algún saber verdadero.
Podría suscribir las palabras de Thamy por mi propia experiencia como analista. Pero agregaría otras experiencias, tal vez más peligrosas, en las que intervenciones sutilmente heteronormativas no toman la forma del maltrato, incluso al contrario, se presentan como un cuidado, un gesto amoroso, lo que resulta ser más confuso para el analizante. O peor, ilusionan al analizante con una supuesta “cura” haciendo alianza con la homofobia internalizada. También estas son intervenciones que se amparan en un saber, previo a la escucha, acerca de lo que debería haber sido, aunque no fue. Pero que tal vez se pueda corregir… En el libro que citaba más arriba, Thamy Ayouch habla de los “ortopedistas del género y la sexualidad”.
No se podría decir que este saber de ortopedistas no es para todos, ya que los ortopedistas mismos recibirán en sus consultorios a maricas, tortas o trans. Pero ciertamente no es para todxs, y, en los términos que lo pienso, no es psicoanálisis, aunque se ampare en palabras e ideas del psicoanálisis. Tal vez habría que precisar el título del conversatorio y reformularlo como Una clínica psicoanalítica para todxs.
Ya en la década de 1920 Sandor Ferenczi señalaba el peligro que representa el saber para los psicoanalistas. El saber como resistencia. Una vez que uno cree saber, deja de escuchar, y convierte a la clínica en un lecho de Procusto. O, en términos más foucaultianos, un dispositivo normalizador. El psicoanálisis, como yo lo entiendo, tal vez sea ante todo cierta posición respecto del saber. Por otra parte la adhesión al saber nunca es independiente de una postura de poder, incluida la política de las enunciaciones. ¿A quién se le va a conceder el derecho a no sólo hablar, sino a producir saber? Algo estuve planteando al respecto en la apertura de este Congreso a propósito de la reacción de la AMP a la intervención de Paul B. Preciado.
Entonces esta clínica menor, la clínica de los putos, las lesbianas, las personas travestis o trans, la clínica de quienes tantas veces han sido rechazados y patologizados por ciertos psicoanálisis, interpela a los psicoanálisis (si es que estos se dejan interpelar) acerca de la legitimidad y la operatividad de sus conceptos para abordar las nuevas sexualidades y los nuevos géneros. O mejor dicho, los nuevos discursos, modalidades vinculares, de filiación y de parentesco, las nuevas formas de sociabilidad, de sexualidades y géneros que siempre existieron, de formas ininteligibles. Y no sólo la clínica menor, sino la producción de saber de estos sujetos minorizados que ahora podemos hacernos escuchar desde los feminismos, los estudios de lesbianas y de gays, las teorías travestis y trans, las teorías queers, e incluso desde el interior mismo del discurso y las instituciones psicoanalíticas. ¿No somos varios, acaso, los psicoanalistas degenerados (tomando la expresión de Fernando Barrios) los que participamos, produciendo saber, en este congreso?
Preparando esta presentación tuve esta ocurrencia: ¿Es cierto psicoanálisis tan macho que no se puede dejar coger, que no se puede dejar fecundar, por el discurso y el deseo de putos, tortas, trans y otros raritos? Pues yo creo que, si al menos se relajara un poco, la pasaría mejor.
* Jorge N. Reitter
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