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Volver al trabajo

Actualizado: 18 sept 2023


"Murales de la industria de Detroit" - Diego Rivera


En este cuarto trabajo del dossier "Psicoanálisis y modernidad", Sebastián Plut nos propone un análisis histórico del trabajo en tanto articulador de la subjetividad y la intersubjetividad.


* por Sebastián Plut


El análisis del trabajo, en cualquiera de sus dimensiones, nos enfrenta con una peculiar sensación, a la que se le agrega un interrogante: ¿no estaremos atravesados por la nostalgia de un mundo que ya no es -ni será- lo que fue? Podemos preguntarlo de otro modo, ¿sigue siendo el trabajo un articulador central de la subjetividad y la intersubjetividad?

El mundo laboral siempre fue un terreno heterogéneo, una zona de complejidades que no se deja reducir a una unidad, a una fórmula capaz de englobar las múltiples variables en juego. Ya sea que abordemos las trayectorias singulares, el empuje incierto de las vocaciones, que nos ocupemos de la dimensión institucional y las vicisitudes organizacionales, o de su rol en el marco de la conflictividad social, estamos ante un universo difícil de abarcar con una perspectiva única. En efecto, todo ello se refleja no solo en la diversidad de disciplinas que participan de los debates (antropología, ciencias políticas, educación, historia, medicina, psicoanálisis, sociología, entre otras) sino, también, en los desacuerdos que podemos hallar al interior de cada una de las ciencias mencionadas.

En la foto del presente el paisaje resulta desolador: un número creciente de desocupados, más una cifra no menos inquietante de trabajadores que con sus ingresos no traspasan el umbral de la pobreza y, a su vez, numerosos jóvenes que no perciben el desarrollo laboral como una parte nuclear de sus vidas y sus futuros.

Pese al panorama descripto, sostendremos que la jerarquía del trabajo se encuentra vigente, que aun preserva su centralidad psicosocial. Tal vez solo sea una ilusión, la persistencia de una cosmovisión que no admite quedar atrapada en los anales de la historia, aunque, en rigor, no se trata de una posición arbitraria, ni del encierro en la añoranza melancólica del todo tiempo pasado fue mejor. Más bien, es una posición firme que responde a convicciones éticas, perspectivas políticas y, en nuestro caso específico, a hipótesis psicoanalíticas.


Algunas premisas y puntos de partida

a) Síntesis de un recorrido

Hace más de 30 años comencé a investigar lo que di en llamar la metapsicología de la vida laboral. Es decir, abordé los problemas del trabajo desde el punto de vista de la singularidad, para lo cual tuve en cuenta, sobre todo, lo que hallaba en la clínica. Entre otros temas, estudié la construcción vocacional en los adolescentes tardíos, la constitución psíquica del trabajo (cómo se compone el empuje subjetivo a trabajar), las diversas formas de significar el trabajo, las vivencias que se desarrollan durante los períodos de ocio (vacaciones, jubilación, etc.), así como la relación entre el trabajo y las afecciones psicosomáticas. Posteriormente, encaré el trabajo desde el punto de vista institucional, y desde allí investigué el estrés laboral, el burn out y la adicción al trabajo, etc. Por último, investigué el trabajo y sus nexos con la política y la economía, e incluí en este sector el desempleo, las consecuencias de la economía financiera (especulativa), así como diversas situaciones de injusticia.

Todo este recorrido quedó expresado en numerosos artículos y libros (Plut; 1995, 2000, 2005, 2007, 2013, 2015, 2021a, 2021b, 2022a, 2022b) y tiene un sentido que justifica el título del texto, “Volver al trabajo”: por un lado, volver al trabajo constituye un llamado a reducir las obscenas cifras de desempleo, precarización y pobreza. Por otro lado, expresa el propósito de revalorizar y recuperar la centralidad del trabajo en la acción política. La política, desde luego, no se agota en el mundo laboral, pero es allí donde encuentra su cemento. Es en las escenas laborales donde se despliega la vitalidad de la mayoría de los sujetos y donde se desarrolla el antagonismo fundamental entre control y resistencia, entre capital y trabajo. Luego, el trabajo irradia hacia la salud, la educación, la jubilación, la vida familiar, etc.

No por azar autores como Dejours, o incluso yo mismo, llegamos al análisis político partiendo de las investigaciones en el campo del trabajo. De hecho, fue allí que se consolidó el capitalismo y donde se inició lo que actualmente llamamos neoliberalismo, a través de la instalación de modos de gestión del trabajo despolitizados y desocializados. Esta historia es potente y sus albores habremos de buscarlos en las décadas del ’70 y del ’80 del siglo pasado.


b) Algunas hipótesis

Dejours (1980, 1998a, 1998b) parte del hallazgo de un desfasaje irreductible entre la tarea prescrita y la actividad real de trabajo. La organización del trabajo no sería estrictamente sufrida por los trabajadores, pues todas las prescripciones y consignas se interpretan y reconstruyen; esto es, los trabajadores no son pasivos ante las instrucciones que reciben. Desde esta perspectiva el trabajo es la actividad humana para enfrentar lo que no está dado por la organización prescrita del trabajo. Esta visión cuestiona la división tradicional entre trabajo de concepción y de ejecución, en tanto toda ejecución siempre posee una porción de concepción. Erróneamente diversos autores han superpuesto la antinomia entre trabajo de concepción y de ejecución con la correspondiente a trabajo intelectual y trabajo manual. En primer lugar, solo de un modo psíquicamente costoso podría implementarse una tarea que solo sea de ejecución. Por otro lado, corresponde a cierta ceguera considerar que la tarea manual carece del recurso a la inteligencia. En todo caso, será más adecuado oponer el trabajo intelectual al trabajo monótono. Probablemente, considerar el trabajo manual como diverso y opuesto al intelectual constituya una herencia de la división filosófica entre el alma y el cuerpo. Entre los argumentos que refutan la oposición manual-intelectual, podemos recordar que Freud (1905) sostuvo que la pulsión de saber es un derivado de las pulsiones de apoderamiento y de ver.

El trabajo, entonces, es el fragmento humano de la tarea, se requiere allí donde el orden tecnológico es insuficiente. Si para Dejours la brecha entre la consigna y lo real da lugar a la movilización de la inteligencia, agregaré que allí se inserta la significación del trabajo. Dicho de otro modo, la diferencia entre lo prescrito y lo real conduce a preguntarse por la eficacia de la subjetividad en el desempeño laboral. Puedo formularlo de forma invertida: dado que la actividad humana implica la subjetividad y la significación, la resultante es la producción de una brecha entre lo real y lo prescrito.

Para Freud el trabajo cumple importantes funciones en la economía libidinal del sujeto y en el desarrollo de la cultura. Respecto de lo primero, son conocidas sus referencias a la salud y las metas del tratamiento analítico (1904, 1916) y también describió la aversión que muchos seres humanos tienen frente al trabajo (1930). En relación con el trabajo y la cultura, Freud alude al apremio de la vida, al motivo económico de la sociedad, a la compulsión al trabajo y a la renuncia pulsional (1916, 1927a, 1930). También dice que el trabajo es una técnica de conducción de la vida que liga firmemente al individuo a la realidad, en especial a la comunidad humana. La actividad laboral (que incluye la tarea realizada y los vínculos que en ella se establecen) es para Freud un escenario donde desplazar componentes eróticos, narcisistas y agresivos. En síntesis, pensar la actividad laboral desde el punto de vista psicoanalítico supone considerar el valor del trabajo en la economía psíquica, la importancia de la actividad transformadora de la realidad y su función en las relaciones intersubjetivas.

Al examinar la oposición entre exigencias pulsionales y restricciones culturales, Freud (1930) distingue una triple fuente de sufrimientos: a) el cuerpo propio; b) el hiperpoder de la naturaleza; c) los vínculos con los otros. Refiere que dos de estas fuentes de sufrimiento (naturaleza y cuerpo) fácilmente las consideramos inevitables. Nuestros empeños siempre encuentran límites para dominarlas, no obstante nuestra actividad se orienta claramente. No podemos suprimir totalmente el padecimiento que proporcionan (el cuerpo perecerá y la naturaleza es escasamente gobernable) aunque podrá ser morigerado. La fuente social del sufrimiento, en cambio, es más difícil de entender y aceptar; por ello Freud se pregunta por qué las normas que creamos no sirven a la protección y beneficio de todos. He señalado (Plut, 2003) que de allí se derivan dos problemas. Por un lado, la transgresión de las normas, es decir, la situación de los sujetos que desafían la ley. Lógicamente, dentro de los desafíos hay diferentes alternativas, ya que no es lo mismo una producción creativa que una estafa. Por otro lado, la insuficiencia inherente a todo código normativo. Esto es, siempre habrá un resto no normativizable sobre el cual recae el trabajo de la cultura. En otro texto dice: “dada la lentitud de las personas que guían la sociedad no suele quedar otro remedio para corregir esas leyes inadecuadas que el de infringirlas a sabiendas” (Freud, 1926, p. 221). En las empresas Dejours (1980) detectó cuántas veces la transgresión de los trabajadores no revela la intención de un fraude sino la inevitable insuficiencia de lo prescrito.

Finalmente, Freud (1931) plantea una forma de categorizar los estilos individuales: a) narcisista, b) de acción, c) erótico; según predomine la libido narcisista, la pulsión de dominio o la pulsión sexual. La satisfacción en el trabajo podrá derivar a) del reconocimiento que se obtiene, b) del producto/resultado alcanzado y/o c) de la cooperación. El siguiente cuadro sintetiza lo expuesto:


En un libro previo (Plut; 2015) propuse el concepto de pulsión laboral para delimitar la constitución anímica de la significatividad del trabajo. Recordemos que para Freud (1915) la pulsión es una exigencia de trabajo para lo psíquico. Este trabajo consiste en que el yo establezca enlaces entre la pulsión y el mundo simbólico, enlace que conjuga tipos específicos de goce, desempeños motrices y percepción. De manera que si nos preguntamos qué es trabajo desde el punto de vista psíquico, la respuesta inicial aparece con la definición de pulsión. Asimismo, Freud caracteriza a la pulsión como motor del desarrollo. El atributo específico (laboral) conjuga mociones libidinales, egoístas y agresivas que se plasman en la actividad productiva. En rigor, considero la pulsión laboral como un derivado de otra pulsión compuesta, la pulsión social (Freud, 1921), en tanto se despliega en el mundo del trabajo.

La noción de pulsión social resulta de gran valor para pensar problemas clínicos referidos a la intersubjetividad, así como las vicisitudes institucionales y, en particular, relativas a la organización del trabajo. Freud (1911, 1921) se ocupó de la pulsión social para referirse a una inclinación descomponible en elementos egoístas (autoconservación), eróticos (libido homosexual) y agresivos. Este concepto es complementario de otros dos, ideal del yo y representación-grupo. La actividad laboral sostenida en la pulsión social, entonces, es un método apto para orientar la hostilidad en el sentido de lo útil. Sin embargo, esta formulación sólo da una visión global, ya que la composición erógena de cada quien (desplegada en los vínculos con los otros) conduce a dotar de una significatividad específica el mundo laboral.

El gráfico que sigue sintetiza algunas de las funciones intrapsíquicas e intersubjetivas del trabajo:


Desgaste pulsional

Uno de los temas frecuentes en la bibliografía es el de la motivación, ya sea para incentivarla en los miembros de una organización, ya sea para abordar sus perturbaciones. Si bien motivación no es un concepto psicoanalítico, sí contamos con nociones afines, tales como pulsión o deseo.

La arquitectura pulsional de cada sujeto se caracteriza por su heterogeneidad, lo cual implica considerar las tensiones entre las diversas incitaciones así como las hegemonías, complementariedades y subordinaciones. En cuanto a los determinantes de dicha arquitectura (así como de las prevalencias relativas) hallamos los desenlaces infantiles, pero también una u otra disposición pulsional puede tornarse dominante como respuesta a las incitaciones mundanas del presente. Este enfoque, por lo tanto, permite comprender la intersubjetividad como la convocatoria recíproca de los deseos presentes en el repertorio de cada quien (Maldavsky et al., 2007).

Las tensiones entre las diversas incitaciones comprenden un ordenamiento en el cual una de ellas (de forma duradera o transitoria) resulta hegemónica, otras quedan como subordinadas y, por último, alguna puede no quedar integrada en el conjunto (fragmento pulsional que queda excluido). La dominante impone al resto su tónica erógena, en tanto las restantes aportan los placeres preliminares, intensifican la tensión global. En cambio, las pulsiones no integradas al conjunto entorpecen esta constelación e interfieren en los propósitos generales.

Volvamos ahora a la problemática de las incitaciones mundanas en el presente, sobre todo en las ocasiones institucionales que afectan la economía pulsional. Podemos sintetizar dos alternativas posibles: el agotamiento pulsional y el empobrecimiento pulsional:


a) Agotamiento pulsional

Conflicto entre una ensambladura erógena preestablecida en la infancia y en la adolescencia y una incitación exógena que favorece el desarrollo de otro de los deseos en juego.

Ejemplos: 1. Una persona en la que predomina el deseo de lucimiento y el consiguiente deseo de ser amada sufre una injuria violenta e injusta. Es decir, la situación actual convoca el desarrollo del deseo justiciero; 2. Un investigador o científico que ha sublimado su deseo abstracto, su afán por la verdad, el cual es prevalente, se ve llevado a situaciones en las que debe desplegar su seducción y simpatía.

Efectos: En uno u otro caso puede ocurrir que tras un período en el que ambos sujetos logran adaptarse a las exigencias de la realidad, se agota la posibilidad erógena, probablemente porque los placeres obtenidos por estos otros caminos no resulten suficientes o ni siquiera aparezcan. En consecuencia, la prevalencia erógena preexistente retoma su lugar hegemónico.

Explicación: En las ocasiones mundanas en que insiste el requerimiento de un deseo no coincidente con las hegemonías presentes previamente, se produce un desorden en la vida pulsional que conduce a un desconcierto de las tensiones en juego. En tal caso, en lugar del incremento o conservación de la tensión voluptuosa (esencial para el mantenimiento de la vitalidad pulsional) sobreviene un decrecimiento, fatiga o agotamiento del conjunto, por una recíproca esterilización de sus componentes.


b) Empobrecimiento pulsional

Las situaciones actuales acentúan el predominio de un deseo de gran vigencia con anterioridad.

Ejemplos: 1. Supongamos el caso de una persona en la que prevalece el deseo de lucimiento y seducción y reiteradamente se ve convocada por situaciones en las que tiene que recurrir a sus encantos y su simpatía; 2. Una persona en quien predomina el deseo justiciero se ve enfrentada a situaciones en la que ocurren injusticias, ofensas o actitudes despóticas.

Efectos: En estos casos el empobrecimiento pulsional ocurre por la pérdida creciente de los matices aportados por los deseos que complementan el núcleo.

Explicación: La diversidad pulsional existente en cada sujeto enriquece el empuje de Eros y previene contra el riesgo de perder la elasticidad anímica así como interfiere en los procesos entrópicos.


La síntesis precedente muestra los efectos del enlace entre las incitaciones mundanas y las disposiciones erógenas en situaciones críticas. Ambas alternativas dejan inerme al sistema pulsional frente a la necesidad de tramitar otras incitaciones pulsionales.

Tomamos en cuenta, además, la hipótesis del triple vasallaje del yo: el yo tiene que procesar las exigencias del ello, del superyó y de la realidad. Si trasladamos esta hipótesis al ámbito institucional, entendemos que el líder tiene que darles cabida a las aspiraciones y deseos de grupos e individuos de la propia organización, a las tradiciones (valores, historias y liderazgos previos) y a la realidad intra y extra institucional (por ejemplo, los recursos con los que cuenta la institución).

En cada organización hay quienes representan a cada uno de estos sectores: mientras algunos, por ejemplo, dicen “queremos hacer tal proyecto”, otros responderán “nunca lo hicimos así”, mientras un tercero (supongamos el administrador) responde “no tenemos presupuesto”. Entre estos grupos se desarrollan diversas pugnas y el conductor (o grupo dirigente) deberá encontrar transacciones en las que cada sector tenga su lugar. El modo en que una organización (y en especial el grupo conductor) dé cabida a esta triple fuente de exigencias (aspiraciones, tradiciones y realidad) contiene la clave para la generación y continuidad de proyectos. Por ello, proponemos la siguiente fórmula: el grado de conflictividad de una organización es inversamente proporcional al grado de conciliación de las tres fuentes de exigencias.


Neoliberalismo, trabajo y subjetividad

En nuestras investigaciones sobre neoliberalismo, trabajo y subjetividad distinguimos cuatro dimensiones de análisis: la justicia (prácticas abusivas, persecutorias, etc.); el afecto (propósito de suprimir toda solidaridad y empatía); el pensamiento (discurso falso, simplificación de todo razonamiento, etc.) y el organismo (desvitalización y agotamiento de los cuerpos, vaciamiento económico, etc.). No en vano, en la distopía y neolengua orwellianas los cuatro ministerios (Minipax, Minimor, Miniver y Minindancia) se ocupaban, respectivamente, de la paz, el amor, la verdad y de los asuntos económicos.

Hemos estudiado cómo a través de amenazas, manipulación emocional, mentiras y precarización, el neoliberalismo instala una ideología y una práctica que se proponen robar la voluntad de los sujetos; es decir, buscan apropiarse de sus movimientos, sus sentimientos, sus pensamientos y su organismo.

Ya expuse la hipótesis del triple vasallaje, según el cual el yo de cada quien responde a tres amos: el ello, el superyó y la realidad. Dicho en un lenguaje más simplificado, el yo se ve en la tarea de conciliar lo que desea, lo que debe y lo que puede, y cualquier alternativa que suponga el exceso de una de tales interpelaciones en desmedro de las otras será una fuente de conflictos.

Sin embargo, la lógica neoliberal captura la dinámica del vasallaje al punto que ni siquiera opera uno u otro de los amos de modo excluyente. En efecto, el amo neoliberal constituye una realidad despótica que se introduce en el superyó como un deber ser que, no obstante, es adoptado por el sujeto cual si fuera un deseo propio. De este modo, los frecuentes programas de motivación no tendrán por función estimular los deseos sino reforzar (y encubrir) el deber ser.

Así, el sujeto ya no podrá oponerse a un mandato pues éste queda encubierto. Si en lugar de pensar “me obligan a”, desconozco el imperativo y pienso “yo quiero”, la única forma de oponerse al presunto deseo es el desgano. La apatía, pues, es la última resistencia que le queda al sujeto que creyó en lo no creíble. Sumemos otra consecuencia: el conflicto deja de ser intersubjetivo, deja de desplegarse en la escena social con ese otro que da una orden, y pasa a desarrollarse solo en el terreno intrapsíquico.

El neoliberalismo, pues, no explota tanto la culpa, sino sobre todo el sentimiento de inferioridad; hace sentir que uno es insuficiente, que no tuvo suficientes ganas, escapándose del registro el proceso que aconteció: el desgano que siente el sujeto no es sino el desenlace propio de haber cedido sus deseos y asumir un mandato ajeno como si fuera un anhelo propio. Al quedar invisibilizado el factor inductor tales estrategias empresariales producen un tipo particular de entrampamiento que dificulta la expresión del sentimiento de injusticia.

También me referí ya a la triple fuente de sufrimientos (el propio cuerpo, los vínculos y el mundo exterior) y planteamos que pensar la actividad laboral desde el psicoanálisis supone considerar la función e importancia del trabajo en la economía psíquica, en las relaciones intersubjetivas y de la actividad transformadora de la realidad.

Así se torna imperioso identificar cuándo la apelación a la potencialidad del sujeto, las estrategias para desarrollar un sentimiento de pertenencia y el estímulo para hacer, no cumplen con su objetivo sino que promueven un progresivo estado de desvitalización y desamparo. Dicho de otro modo, si la realidad no está disponible para transformarla y los vínculos se tornan amenazantes y falsos, poco a poco el sujeto encuentra que solo puede intervenir sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo cual si, con ello, transformara el mundo externo.


Notas sobre el individualismo

Dejours (2022) acierta cuando plantea que uno de los ejes de la transformación neoliberal del mundo del trabajo es la consideración excluyente de la individualidad. En rigor, subraya dos aspectos: la hegemonía del individuo (previamente mencioné la desocialización) y la evaluación/medición constante de su desempeño o performance. Esta mutación quiebra o perturba la identidad laboral, entendida como expresión del sentimiento de pertenencia o de la identificación comunitaria descripta por Freud.

Es posible poner en cuestión diferentes dimensiones de la medición: qué se elige medir, cuál es la validez de los instrumentos, qué aspectos subjetivos son desestimados por las escalas que se usan, cuáles son los propósitos de la medición y qué consecuencias tiene en el tejido laboral (por ejemplo, se utilizan para definir una parte de los salarios, para decidir quién asciende y quién no, para arrancar un sobresfuerzo al trabajador, para incentivar rivalidades, etc). Como bien afirma Dejours (Op. cit.), “en lugar de la solidaridad se instala la soledad… Lo que cambia la evaluación individualizada de la performance es que ella crea la soledad”.

Por ese camino, cuanto más rígido es el proceso de fragmentación, más afectadas quedan la cooperación y la coordinación, ya que la intersubjetividad plantea exigencias que no pueden reducirse a la eficiencia.

Recuerdo los términos con los que el gerente de una empresa tecnológica cuestionaba la dedicación que un colega ponía en las conversaciones con el grupo de trabajo: “No entiendo para qué pone energía en tareas que no se miden”. Otra derivación de los problemas señalados se advierte en las palabras de la directora de una escuela: “Esto no tiene nada que ver con los docentes, sino que se trata de la institución”. Era notable -e incomprensible- cómo suponía que los docentes no eran, también, la institución.


Comentarios finales

Durante la crisis económica argentina de fines de los ’90 me consultaron dos gerentes de una multinacional. El motivo por el cual me llamaron no era un tema sobre el cual yo pudiera ayudarlos (cómo vender más en la situación crítica) pero dijeron algo que aún recuerdo: “nuestros productos son los que más sufren porque son premium”. El sentido evidente (dificultad de vender productos de alta gama durante una crisis) no impedía notar que el sufrimiento estaba proyectado en los productos. Quizá por eso consultaban a un psicoanalista, pues se trataba de relocalizar el sufrimiento que, sin duda, no era propiedad de los productos.

Este ejemplo, de hace más de 20 años, exhibe el largo proceso durante el que se fue creando una grave y compleja situación para los trabajadores: así como se ha dañado la variable material (desempleo, precarización, etc.) se ha afectado la relación subjetiva con el trabajo (indiferencia con el otro, individualismo, desconexión emocional, etc.).

Hace poco solicité un vehículo para un traslado (Cabify, Uber, etc.) y quise saber cómo era la relación del trabajador con la empresa. Me llamó la atención que en ningún momento el conductor se refiriese a “la empresa”, sino que en todo momento aludió a “la aplicación”. El trabajo de los clásicos taxistas también tiene cierta independencia, no obstante hay varias diferencias: el taxista pertenece a un gremio, su actividad está regulada por el Estado y su desplazamiento es visible e identificable en la vía pública. En el otro caso, el conductor debe cumplir muchos menos requisitos, no forma parte de ningún colectivo, pasa inadvertido por las calles y, si bien suponemos que tiene algún nexo con una empresa, su percepción subjetiva es que solo se relaciona con una aplicación. Es decir, no solo queda oculta una relación de dependencia, sino que además de la precarización (por falta de seguridad, bajos ingresos, etc.) hay un paso más, consistente en la absoluta desmaterialización del vinculo laboral.

Freud decía que el trabajo inserta al sujeto en forma segura en la realidad, en la comunidad humana. Parte de lo que expusimos da cuenta de lo frágil que resulta hoy el aserto freudiano. La inserción ha perdido seguridad ya que, materialmente, existen numerosos empleos en que los salarios resultan insuficientes para la vida y, simbólicamente, hay cuantiosas actividades cuyo nexo con la comunidad es más que débil.

Como sostuve al comienzo, nuestras reflexiones no pretenden sostener la ilusión de pervivencia de aquello que ya no es, sino de reconstruir lo que debe seguir siendo. Al fin y al cabo, que el trabajo sea el terreno donde se juega el conflicto social supone que se constituye una zona de expectativas


* Doctor en Psicología. Psicoanalista. Miembro Fundador del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky (GPDM).



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