Primera parte
En esta primera parte del texto, en las salas y pasillos de un hospital público acontece y se desarrolla un encuentro: entre el entusiasmo de Joven Psi -un psicólogo recién recibido-, y el mundo institucional de las residencias y concurrencias del sistema de Salud de la Ciudad de Buenos Aires.
por Ariel Antar Lerner*
I. JovenPsi
JovenPsi está muy, pero muy nervioso. Se recibió de psicólogo hace unos meses y dentro de unas horas rendirá el examen para la residencia de Psicología Clínica. Después de tres meses de lectura ininterrumpida, hace una semana que no para de practicar con exámenes de años anteriores.
El Ministerio de Salud define a las residencias y concurrencias como sistemas de formación de posgrado insertas dentro del Sistema de Salud del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Consisten en una práctica intensiva y supervisada en alguno de los 13 hospitales generales de agudos, de los 19 hospitales especializados, de los Centros de Salud Mental o de los Centros de Salud y Acción Comunitaria correspondientes a un área programática.
Las residencias duran cuatro años y son remuneradas, de tiempo completo y con dedicación exclusiva. Las concurrencias duran cinco años, corresponden a un sistema honorario (no rentado) a tiempo parcial. Ambas tienen como objetivo formar en el ámbito intra y extrahospitalario profesionales capacitados en beneficio de la comunidad.
JovenPsi se enteró de que algunos jóvenes profesionales realizan una crítica a esta definición oficial. ¿No se vela, bajo los eufemismos de “capacitación”, “práctica”, “formación”, que las residencias y concurrencias son trabajos como cualquier otro? ¿Acaso en un trabajo se deja de aprender, de ganar experiencia, de formarse?
Para lograr un cargo como residente o concurrente, el profesional debe rendir un examen que consta de preguntas multiple choice. A partir de la cantidad de respuestas correctas, se define un ranking llamado “Orden de mérito”. Aproximadamente, de unos 600 postulantes, los primeros 40 del ranking habrán logrado la residencia, y los siguientes 150 la concurrencia. Por políticas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, cada año decrece la cantidad de vacantes tanto para residentes como para concurrentes.
JovenPsi escuchó que la disminución de cargos está asociada a una política de vaciamiento de la salud pública, de desfinanciación y desmantelamiento que se viene profundizando cada vez más.
Las fotocopias apiladas de la bibliografía obligatoria juntan altura que da miedo. Algunos de los temas: leyes nacionales e internacionales, consejos y tratados de la OMS, metodología de la investigación, familias y terapia familiar, infancia y violencia, realidad y juego, deprivación y delincuencia, la liberación de los pacientes psiquiátricos, notas para pensar lo grupal, el análisis institucional, atención primaria en salud, toxicomanías y psicoanálisis, las formaciones del inconsciente, la demencia precoz, envidia y gratitud, identidad y envejecimiento, psicofármacos y salud mental, duelo y melancolía, la femineidad, tratado de psiquiatría, perfil epidemiológico del suicidio en Argentina, terapia sistémica individual, terapia cognitiva para la superación de retos.
El objetivo de JovenPsi es quedar entre los primeros 40, lograr un cargo rentado y embarcarse en un viaje muy deseado... Este año dejó ese trabajo gris de oficina para intentar vivir de la profesión: lograr la residencia sería un golazo... JovenPsi duda: si en lugar de una residencia adjudicara una concurrencia, ¿la haría o no la haría? Encima que está difícil vivir de la profesión durante los primeros años de recibido, ¿sumarse además un trabajo sin salario? Es que JovenPsi se paga el alquiler, las expensas, los viáticos, la comida, los remedios, algún libro, alguna entrada de cine, el espacio de análisis.
Pecho y garganta se le revuelven de rabia cada vez que JovenPsi se pone a pensar sobre lo absurdo del examen. Responder correctamente una pregunta tiene más que ver con recordar una palabra exacta dentro del mar bibliográfico que con comprender, deducir, intuir, deliberar, argumentar o cualquier otra cualidad del pensamiento clínico. Mientras practica con un examen del año pasado, JovenPsi estalla de bronca: ¿qué carajo se evalúa en estas preguntas?
En el texto "Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente", Freud señala que en el breve trabajo de un autor están contenidos casi todos los puntos de vista esenciales expuestos en el estudio del caso de Schreber. ¿A qué autor se refiere?
a) A Jung.
b) A Ferenczi.
c) A Abraham.
d) A Rank.
En la caracterización de los modelos de atención custodial y comunitario, ¿qué dimensiones son tomadas para dicha caracterización, según De Lellis y Sosa?
a) El régimen de internaciones; la modalidad de prescripción de psicofármacos; la estrategia de altas, egresos y derivaciones; el tipo de vínculos interinstitucionales que existen; y la lógica de trabajo interdisciplinario.
b) El modo de implementación del consentimiento informado; la estrategia de altas, egresos y derivaciones; el tipo de dispositivos asistenciales; la lógica de trabajo interdisciplinario; y el régimen de internaciones.
c) La modalidad de prescripción de psicofármacos; la estrategia de altas, egresos y derivaciones; el tipo de dispositivos asistenciales; la lógica de trabajo interdisciplinario; y el régimen de internaciones.
d) El tipo de vínculos interinstitucionales que existen; la estrategia de altas, egresos y derivaciones; el tipo de dispositivos asistenciales; la lógica de trabajo interdisciplinario; y la modalidad de prescripción de psicofármacos.
Según el texto "Modelos de atención: un análisis comparado de la legislación provincial y la ley nacional de Salud Mental", ¿Cuántas jurisdicciones contaban con leyes específicas de Salud Mental, al momento de la publicación del artículo?
a) Tres.
b) Ocho.
c) Dieciséis.
d) Veinte.
Según la experiencia de Mastandrea referida en "Hospital de día y Salud Mental", ¿Cuáles son las características más relevantes de los grupos terapéuticos?
a) Que son abiertos, heterogéneos, mixtos, entre 10 y 12 pacientes, de 1 hora y media de duración y frecuencia según evolución y criterio terapéutico.
b) Que son cerrados, hasta 10 pacientes como máximo, de 2 horas de duración y frecuencia quincenal.
c) Que son abiertos, con patologías similares, del mismo sexo, hasta 10 pacientes, frecuencia según criterio médico y de 1 hora y media cada encuentro.
d) Que son cerrados, con pacientes con patologías similares, conformados por ambos sexos, hasta 15 pacientes, de frecuencia quincenal y de 2 horas de duración.
A JovenPsi le contaron que antes del sistema actual de selección no había un examen , sino largas entrevistas, donde cada postulante se presentaba a conocer el servicio en el que quería trabajar, y donde seguramente en esas citas y diálogos algo del deseo de trabajar en las instituciones públicas podía jugarse distinto. Cuando se calma, JovenPsi razona: entiendo que ahora que el sistema es más masivo en cantidad de postulantes, quizá no sean viables tantas entrevistas individuales, y tal vez sí haga falta evaluar a cada aspirante de algún modo, incluso mediante un examen... Pero –y acá vuelve a engranarse–: ¿Cómo puede ser que la evaluación sea de tipo multiple choice? No tienen ganas de encontrarse con la escritura de un otro, prefieren ahorrarse tiempo de corrección a mancharse con ideas y formas de pensar. Suponen que para que queden “los más inteligentes”, el examen choice es la mejor alternativa, porque poner a los 600 en una isla desierta y pasar a buscar a los 40 más adaptados una semana después sería muy costoso. Quizá no sería la solución ideal, pero, ¿no podría ser, por ejemplo, un examen con preguntas a desarrollar, con la presentación problemática de situaciones cotidianas de lo hospitalario que muevan a pensar, en lugar de preguntas capciosas con cuatro opciones posibles que se aferran casi todas a la suerte de poseer una memoria fotográfica? ¿Así se evalúa la capacidad, idoneidad y predisposición de una psicóloga o psicólogo para trabajar en un hospital público, por un salario o gratis?
II. Concurrente
Pasaron más de dos años. JovenPsi aspiraba a ser residente, pero no logró quedar entre los primeros 40. Decidió tomar la concurrencia que obtuvo, y se convirtió en Concurrente. Concurrente había escuchado casos de residencias obtenidas con un mes de furia estudiantil. O de quienes habían empezado a leer el material seis meses o incluso un año antes. Concurrente ahora se pregunta si hizo bien en oponerse ideológicamente al curso privado especializado para residencias, ese que salía $5600. Según decían, daba más chances de obtener un puntaje alto.
III. El servicio
6:30am, suena el despertador. Concurrente se levanta para ducharse, tomar algo y viajar al Hospital Borda, donde transita su tercer año de la concurrencia como psicólogo. Se hace tarde y no hay tiempo para desayunar: cambia las tostadas con queso untable y el café por galletitas dulces y un vaso de Tang de manzana.
Concurrente a veces se pregunta por qué va a trabajar gratis al hospital. Un día se contesta: porque aprendo mucho.
Concurrente trabaja en un servicio del Hospital Borda donde se atienden pacientes ambulatorios. Las paredes descascaradas, vidrios rotos, en invierno mucho frío, en verano mucho calor; falta jabón, biromes, papel, a veces lavandina; las puertas de los consultorios se abren cada cinco minutos para evacuar dudas de pacientes desorientados; las paredes, que no llegan hasta el techo, obligan a escuchar las historias del de al lado; el baño quizá hoy sin agua, la puerta sin traba.
Los enfermeros y los médicos escasean, la demanda de atención excede y desborda a todos los trabajadores. Se atiende a gente sin recursos, humilde, pobre o indigente, que viene de lejos, que espera horas para el primer turno, y meses –si tiene suerte– para tener una entrevista de admisión. Hay cinco médicos rentados para cuatro mil pacientes. Sí: cinco médicos rentados para cuatro mil pacientes...
Concurrente asiste al hospital tres mañanas semanales de cuatro horas cada una. Para viajar combina el subte a Constitución con un bondi al hospital.
El subte es la lata de sardinas, la violencia instituida del maltrato en el viaje, el empujar/ser empujado para llegar, los cuerpos vomitados de las pibas y los pibes fisurados durmiendo tirados en la galería de la salida de la estación Pellegrini. En la entrada de la boca de subte unas chicas reparten un panfleto que explica que se viaja mal porque faltan vagones y para colmo se abrieron nuevas estaciones, y asegura que la culpa no es de los trabajadores; mientras tanto, por la furia de los usuarios ante las demoras, reparan y blindan el box de atención y carga de tarjetas.
Constitución es el hormiguero frenético, los manteros, los sánguches de salame y queso, las prostitutas, los linyeras locos, el frío y las frazadas con cartón, los ciruja, las voces roncas, las caras desencajadas.
El bondi es la locura ensordecedora del ejército de metal a paso lento, los cortes y desvíos, las llegadas tarde.
Una mañana de invierno, mientras se baja en Constitución, Concurrente recuerda una pregunta del examen:
Según plantean De Lellis, M. y colaboradores, ¿a qué problemas vino a responder la ley de "Creación de Hospitales y Asilos Regionales" promulgada el 28 de Julio de 1906?
a) La inmigración y los trastornos mentales.
b) La indigencia y la marginalidad.
c) La pobreza y la inmigración.
d) Vulnerabilidad y trastornos mentales.
IV. Ad honorem
Concurrente a veces se pregunta por qué va a trabajar gratis al hospital. Un día se contesta: ¡por el honor!
Fue uno de sus primeros días en el hospital y Concurrente aprendió que hay distintos tipos de trabajadores: el personal de planta, los residentes, los concurrentes, los becarios y los visitantes. El personal de planta trabaja por un salario. Los residentes trabajan por un salario durante cuatro años. Los concurrentes trabajan gratis por cinco años. Los becarios son ex-concurrentes a los que se les permite trabajar algunos años más en las mismas condiciones. Los visitantes son profesionales invitados a trabajar gratis, pero sin siquiera tener una inscripción simbólica en el registro de la institución; pueden quedarse lo que gusten.
Concurrentes, becarios y visitantes son muchos más que los residentes y que el personal de planta, encargándose y sosteniendo así de modo precarizado un porcentaje elevado de la atención de la salud de la comunidad. Ellos trabajan por el honor.
Esa tarde, cuando Concurrente llegó a su casa, googleó la definición de “honor” según la
Real Academia Española:
honor:
1. m. Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo.
¡Ah, con que trabajar gratis es un deber de hombre de bien!
2. m. Gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas de quien se la granjea.
¡Ajá, con que trabajar gratis es un acto heroico de un psicólogo virtuoso!
3. m. Obsequio, aplauso o agasajo que se tributa a alguien.
¡Así que trabajar gratis es un premio!
V. Pre-Admisión [1]
Concurrente a veces se pregunta por qué va a trabajar gratis al hospital. Un día se contesta: porque soy masoquista.
El viejo entra al consultorio cuando llaman a su número. Está sucio, habla mal el castellano, habla gritando. Está indignado por el precio de la lechuga, dice que no se puede vivir con estos precios. Le cobran $1200 de alquiler. Se pregunta si trabajó en su país natal más de treinta años para esto. Dice que sus compatriotas, inmigrantes como él, acá lo abandonaron, no le dan casa, le pagan miserablemente y en negro. Tiene un problema en el tobillo y del Argerich lo mandaron al Alemán y le quisieron cobrar $900. El psiquiatra le pregunta si tiene obra social. “¿¡Qué obra social!?”. Enojado, pide una pastilla, vino a tomar una pastilla para terminar con su vida. “¡¡¡Así no poder más!!!”. “Esto es absurdo. ¡Absurdo! Quiero morir”.
Concurrente participó por un año de lo que en el servicio llaman dispositivo de Pre-Admisión: diez entrevistas diarias que realizan dos o tres profesionales para evaluar y tramitar la admisión al servicio (admisión que implica el inicio de un seguimiento médico farmacológico y un eventual tratamiento psicológico), o para derivar hacia otros efectores de salud o instituciones idóneas, según la necesidad del consultante. Se llama a las primeras diez personas que sacaron número esa mañana. Aunque las entrevistas comienzan 8:30, para asegurarse el lugar hay gente que va desde las 6. El último número es atendido al mediodía.
Ella viene a la consulta por su hermano que se tira del pelo y de las orejas y se pega con el cinturón en la cara para que se le vayan “los espíritus”. Vive, además, con otro hermano que se alcoholiza, con su marido golpeador, con su madre anciana y con su hijo de 4 años que le dice al padre que si vuelve a tocar a su mamá entonces va a llamar a la Gendarmería. Ella cuenta que aunque no sepa leer, para poder seguir, a veces se queda mirando la Biblia.
Los primeros tiempos fueron chocantes. Cuando se iba del hospital, en el bondi de vuelta, Concurrente necesitaba escribir sobre lo que había presenciado. Para su oído poco acostumbrado esas diez ocasiones de escuchar el sufrimiento ajeno eran a veces demasiado.
Hay gente que es derivada a otros servicios del hospital o a otras instituciones, por ejemplo cuando es necesaria una internación, o cuando el consultante busca un psicodiagnóstico que el servicio no realiza, o cuando se quiere tramitar un certificado que el servicio no otorga, o si se busca una asistencia que otros programas de salud abordan con mayor especificidad, como el programa para personas que estuvieron alojadas en establecimientos penitenciarios, o los programas para personas con uso problemático de drogas.
Es un joven de veintipocos. Dice que se quiere internar, total no se va a contagiar de los locos, ¿no? Consume cocaína y paco. El otro día le tiraron un tiro. Dice que si no tiene droga se saca y sale a robar; ya robó dos autos. Vendió faso y merca. Una vez fue al CENARESO. Dice que fue a otro hospital y se lo quisieron sacar de encima. Su madre no lo quiere, ella es re careta y el padre es re limado, lo está volviendo loco. Dice que va a terminar en el cementerio, en la cárcel o en el manicomio.
Otro joven. Tras la consulta relacionada con la temática del consumo de drogas, los profesionales lo derivan a la SEDRONAR. Él pregunta si puede ir al CENARESO en vez de a SEDRONAR. Los profesionales le preguntan por qué. Explica que al CENARESO sí puede llegar porque es más cerca y puede ir caminando, pero a SEDRONAR no porque no le alcanzan las monedas para el bondi.
Después de la segunda entrevista y yendo al baño del servicio, Concurrente recordó una pregunta del examen:
A partir de lo planteado por Bleichmar en "La construcción de legalidades como principio educativo", ¿cuáles son los factores que producen la violencia?
a) La frustración por la falta de trabajo y vivienda, así como elevado consumo de alcohol y otras drogas.
b) La falta de educación y acceso a un trabajo digno y el gran número de gente que vive en la pobreza y la indigencia.
c) La falta de perspectiva de futuro y el resentimiento por las promesas incumplidas.
d) La falta de ética de la sociedad que perdió de vista las responsabilidades que tiene frente al semejante.
A pesar de que muchas entrevistas resultaban en derivaciones hechas por razones legítimas, Concurrente advirtió que la mayor parte de las consultas trataba del pedido de un inicio de tratamiento psicofarmacológico y/o psicológico en el servicio. Muchos de los consultantes estaban o se sentían solos, no sabían qué hacer, querían terminar con lo que les pasaba, algunos con su vida. Algunos llegaban al Borda expulsados de otros hospitales donde se les dijo “no hay turnos”, “no hay médicos”, “usted vive lejos, fíjese en su área programática”, “usted tiene obra social y no importa que le den turno para dentro de cuatro meses porque acá priorizamos la atención de quienes no tienen obra social”. Concurrente anotó: el Borda es a veces la última institución pública donde puede ir a parar alguien que está sufriendo y no tiene recursos.
El joven vive en un auto abandonado. No puede ir a su casa porque se peleó con la familia. Cuida coches “en una calle de un paseo donde va gente que anda bien económicamente”. Él cobra a voluntad, no dice “son diez pesos”. Consume drogas desde los seis años. Ayer consumió paco. También consume marihuana y cocaína. “Alcohol por suerte no”, le da asco. Estuvo preso, después internado dos años en una comunidad terapéutica, después vivió seis años en un servicio del hospital de donde lo echaron porque lo acusaron de haberse robado una almohada y yerba. Busca medicación; ahora se la dan por guardia, pero tiene que venir todas las semanas desde zona oeste. Necesita la medicación porque él sabe que no puede sacarle de golpe al cuerpito los remedios. Trabaja todo el día, hasta que a las doce o una ve que se rajaron todos: “trabajo hasta donde me da el cuerpito”. No puede ir a SEDRONAR porque no tiene plata para viajar, pero le va a mentir al chofer del bondi diciéndole que le dieron recién el alta del hospital, así le dice “bueno, subite”.
Las leyes de salud mental que fueron bibliografía obligatoria para el examen enuncian que cualquier persona, de cualquier nacionalidad, viva donde viva, tenga o no obra social, tiene derecho a ser atendida en cualquier hospital público. Pero el problema –grave– es que el servicio adolece de los mismos problemas estructurales, político-sanitarios-económicos-éticos-institucionales que el resto de los efectores públicos de salud: casi no hay turnos para dar.
Durante los primeros meses de Concurrente en Pre-Admisión, los profesionales volvían a citar al paciente cada dos semanas durante uno, dos o tres meses. Se los recitaba para evaluar la “adhesión al tratamiento”, para ir definiendo el motivo de consulta, también para alojar el malestar sabiendo que de momento no había disponibilidad de turnos en el servicio. Si al cabo de ese tiempo los pacientes seguían volviendo sin haberse ausentado, se les terminaba dando (casi como premio) un turno para dentro de uno o dos meses.
Concurrente se indignaba: ¿el derecho a ser atendido, un lujo asiático? No se trataba de que sus compañeros de Pre-Admisión fuesen malos o mezquinos. Tampoco de que el jefe de servicio hubiese emitido la orden de hacérsela difícil al paciente. La dificultad era admitir nuevos ingresantes con cinco médicos rentados para cuatro mil pacientes...
Para Rovere, ¿en qué tres equidades se sostiene el derecho a la salud?
a) En la atención, en la calidad de vida, y en la educación.
b) En la atención, en la distribución de los riesgos y en la seguridad social.
c) En la atención, en la calidad de vida y en la distribución de la rique za y la morbimortalidad.
d) En la atención, en la distribución de los riesgos y en la distribución del saber y del poder en salud.
El hombre pide ayuda. “Tengo ganas de claudicar”. Cuenta del golpe que le significó tener amigos que murieron de SIDA, dice que consume cocaína o sino marihuana, pero el porro le da ansiedad, que a veces compra psicofármacos que consigue en la calle por gente que conoce, que tiene una ansiedad incontrolable, muchísima angustia, que habla solo después de una conversación, habla de ser gay y de tener el diablo adentro. Dice que el otro día no daba más y fue con una soga a colgarse a un cementerio. Dice que tiene unas ganas incontrolables de darse un saque de cocaína. Cuando el paciente se retira, luego de que le dijeran que hay pocos turnos y que vuelva en dos semanas, el psicólogo dice: “Me quedé con el pelo, parecía Curly”.
¿Parecía Curly? Concurrente se preguntaba cómo podía ser, después de semejante relato, que su colega rentado, que trabajaba desde hacía años en el servicio, se hubiese “quedado” con el pelo de Curly. ¿Quizá porque el paciente estaba chiflado? ¿Tal vez porque hay una indolencia clínica, una anestesia necesaria que se dosifica sola para poder soportar el trabajo en el manicomio?
El tipo que casi mata a su mujer vino recitado por séptima vez. Dice que está podrido de tener entrevistas, quiere que le den un turno. Le cuesta pasar los días sin mensajearse con ella, trabaja y trabaja para no pensar. Quiere salir de esta situación, tiene miedo de lastimarse. Parece un castigo: como la semana pasada no vino, los profesionales deciden volver a citarlo una vez más para dentro de dos semanas y, aunque en realidad ya registraron en el sistema un turno para darle para el mes que viene, hoy no se lo dicen y le insinúan que la próxima vez seguro que habrá novedades. Un psicólogo le sugiere que no intercambie más mensajes con su mujer. El tipo se va, rendido. Dice: “al menos me dieron un consejo...”.
El hombre cuenta que se peleó sin motivos con un policía, que había empezado a hacer quilombos y no sabe por qué. Antes era así, pero sólo puteaba, no se iba a las manos. Cuenta con mucho dolor que dejó su casa para que la hijita no lo viera así de mal. La extraña mucho, y a su mujer, pero así no puede volver. Se siente muy solo, se angustia, dice que la medicación lo duerme. Le dan un turno para dentro de un mes y medio.
Concurrente no entiende cómo puede ser que algunas personas aguantaran no ser atendidas, cómo podrían esperar tanto tiempo con tanto dolor a cuestas. En una reunión de equipo, un día el jefe de servicio comentó que era llamativo que nadie o casi nadie armara revuelo por no haber recibido un turno de admisión.
Son dos hermanos, el cuerdo y el loco, que vinieron desde Santa Fe, están yirando por hospitales de la ciudad desde febrero: vienen del Álvarez que los mandó al Alvear que los mandó al Borda. Trabajan en una chacra. El loco dice que le transformaron el cuerpo en una computadora, tiene un cuerpo robótico y le está agarrando electricidad. El psicólogo les comunica que en este momento no hay turnos para dar. El cuerdo dice: “si yo fuera mi hermano estaría todavía más loco”.
Pasado un tiempo, Concurrente se debate. Es cierto que el dispositivo de Pre-Admisión pensaba en una estrategia de contención que fuese lo menos expulsiva posible. Pero a medida que pasaban los meses se fueron cerrando aún más los turnos por el trabajo a destajo de los pocos médicos del servicio, y la misión de Pre-Admisión devino en buena medida en poder decir del mejor modo posible que en el Borda tampoco hay lugar.
Los profesionales lo derivan a Morón porque le queda más cerca al consultante. El hombre se queja: en Morón dan cuatro entrevistas por mes, no diez por día como acá. “En provincia todo es mucho peor”.
El hombre entra a la segunda entrevista, dice que sigue mal, cuenta que hubo problemas en la casa tomada donde vive, se queja de que en los hospitales lo mandan de acá para allá, dice que acá en el país hubo una guerra sucia, nos pregunta a los profesionales si sabíamos eso, dice que nosotros somos demasiado jóvenes para saber, se pone a llorar, dice que está deprimido, está tomando diazepam, tiene lagunas neurológicas, dice que en esa época le daban picanazos en los huevos, que era como si un nene de 4 años pidiera para comer y se le preguntara hace cuántos días no comés y se le dijera “no te voy a ayudar porque tengo la panza llena”. “Es como si fuera una canilla que gotea a la noche con recuerdos horribles que no te dejan dormir”.
Las personas que no consiguen turno de admisión y necesitan medicación pasan por la Guardia, donde se les da los medicamentos que necesitan según el criterio de un médico. Las pastillas alcanzan para tres o cuatro días, y como no tienen un psiquiatra que los trate y les haga un seguimiento en el servicio, deben volver pocos días después para volver a pedir las pastillas. La mayoría tiene horas de viaje al hospital, y hay gente que no puede sostener ese ritmo porque pierde el trabajo.
Pide dejar de ir a la guardia y ser atendido por un médico que lo siga quincenal o mensualmente. Lo externaron hace dos semanas, “tuve veinte años de loquero”. No puede creer lo bien que está. Ver a la novia, a la hija, a los amigos. Está laburando como pintor. Cita frases del Indio, de Hermética, de Almafuerte. Cuando los pensamientos oscuros le hablan en voces, él les dice “está bien, está bien, dale, sí, sí, ¿Qué más? Un aplauso para el asador“ y chau, se van. Ahora viene porque se está durmiendo en el trabajo y no es por cansancio; se duerme de rodillas, sentado, de pie. “Hablando en serio, no puedo creer lo bien que estoy”.
Estos son algunos de los derechos que, según Concurrente leyó en la bibliografía del examen, el Estado reconoce a las personas con padecimiento mental desde Ley Nacional de Salud Mental N° 26.657:
a) Derecho a recibir atención sanitaria y social integral y humanizada, a partir del acceso gratuito, igualitario y equitativo a las prestaciones e insumos necesarios, con el objeto de asegurar la recuperación y preservación de su salud;
d) Derecho a recibir tratamiento y a ser tratado con la alternativa terapéutica más conveniente, que menos restrinja sus derechos y libertades, promoviendo la integración familiar, laboral y comunitaria;
l) Derecho a recibir un tratamiento personalizado en un ambiente apto con resguardo de su intimidad, siendo reconocido siempre como sujeto de derecho, con el pleno respeto de su vida privada y libertad de comunicación;
En un ateneo del servicio, donde se hizo una presentación sobre el dispositivo de Pre-Admisión, el psicoanalista encargado del mismo explicó: “en el servicio no podemos incluir a todas las personas que consultan. Operamos desde el ‘no-todo’ lacaniano, tenemos un límite, no somos completos ni totales”. Era el colmo, y Concurrente tiró la toalla... Gritaba para adentro: ¿Cómo puede ser que se haga un uso tan ilegítimo de la teoría para abordar los problemas político-institucionales? ¿Cómo se puede justificar así lo injustificable? Decidió dejar de participar de lo que consideró un modo más de exclusión, y prefirió dedicarle energías a otros espacios de la concurrencia.
[1] En este parágrafo y el siguiente nos servimos de varios fragmentos de situaciones clínicas, cuyos datos modificamos con el fin de respetar el dolor que en ellos se dice y la identidad de quienes padecen ese dolor. ¿Por qué incluirlos, y por qué tantos? Porque sin ellos nos costaría transmitir la experiencia de algunos enredos del pensamiento, de algunos estados afectivos, de algunas espesuras existenciales. Porque presentan la crudeza de la angustia, del sufrimiento, de la demasía sin rodeos ni eufemismos. Porque necesitamos de la fuerza de esas imágenes para poder pensar algo distinto.
* Psicólogo, trabajador de la salud pública. ariel.antar.lerner@gmail.com
** La publicación de este texto se realizó originalmente en la revista Transversales en 2015. http://revistatransversales.blogspot.com.ar/
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