En este trabajo, Laura M. Martín busca descentrar la mirada del psicoanálisis en relación a la victimización y reflexiona sobre cuestiones que el sesgo de una clínica centrada en la responsabilidad subjetiva nos dificulta pensar.
por Laura M. Martín*
Yo me desquicié pero tú fuiste un volcán
Nunca imaginé llegar a tanto
Me levantaste la mano
Te gusta jugar al gato y al ratón
Tengo el cuerpo marcado
Tú me obligaste, no me digas que no
Como quisiera olvidarme de tí
Borrar las huellas de tu crueldad
Me levantaste la mano
Pimpinela, “Me levantaste la mano”
Mucho se habla acerca la victimización, ese modo neurótico de ubicarse en relación a lo que el otro hizo o no hizo, dijo o dejó de decir. Cuestión de incumbencia para el psicoanálisis, que pretende ubicarse y sostenerse como una disciplina que tiende en toda situación a señalar la responsabilidad subjetiva, que intenta que cada quien migre de la posición de víctima a la posición de agente de su existencia. La victimización es aquí leída como evasión: defensa evitativa. ¿Y qué se evita? Se evita el encuentro con aspectos propios y se hipertrofia la mirada sobre el otro: el otro es malo, el otro me jodió, me mintió, me manipuló, etc.
Lo que me motiva a hacer un alto y escribir acerca de esto es que, de un tiempo a esta parte, vengo escuchando a personas en la posición contraria a la victimización: personas que han sido objeto de malos tratos, manipulaciones y engaños, y sin embargo rehúsan reconocerse víctimas y emprenden un camino de exculpación del otro y forzamiento de la responsabilidad propia.
Dice el Diccionario etimológico de la lengua castellana Joan Corominas que la víctima está destinada a serlo (Víctima: 1490. Tom. del Lat. Victima “persona o animal destinado a un sacrificio religioso”.) La etimología de la palabra revela un significado original que deja a la víctima por fuera del lugar del agente; ella es más bien objeto de aquello que por destino le toca, y lo que le toca es ser sacrificada. Lo interesante en esta acepción es que no culpabiliza a la víctima, queda clara la reducción total a la posición de objeto frente a algo de una contundencia arrolladora: lo que por destino le toca. El sacrificio es una ofrenda a los dioses, ya sea para su homenaje o para obtener de ellos la expiación de los pecados.
La literatura psicoanalítica dedicó páginas y páginas a conceptualizar el masoquismo femenino o, mejor dicho, el masoquismo de las mujeres. Llegando prácticamente a plantear-con otras palabras- que la posición de víctima o masoquista es, no lo que por destino le toca a la mujer, pero sí su esencia. En “El problema económico del masoquismo” Freud distingue tres tipos de masoquismo: un masoquismo erógeno al que identifica con el placer de recibir dolor, un masoquismo femenino, vinculado a la naturaleza de la mujer, y el masoquismo moral (referido al sentimiento de culpa inconsciente, en el que no cuenta tanto quién produce el padecer como el sufrimiento como tal). Me interesa la segunda acepción del masoquismo femenino, el que Freud describe vinculado a la “naturaleza de la mujer”. Y sobra decir que hablar de naturaleza, si uno se pretende psicoanalista es ya todo un problema. En relación a esto, destaco el aporte de Xavier Campamá en su artículo “El maltrato a la mujer. El masoquismo femenino, un fantasma masculino”. (Clase 16 de mayo 2009 ACCEP Asociación catalana para la clínica y la enseñanza del psicoanálisis): Podría afirmarse que esta concepción durante un buen tramo de su investigación realizada en este terreno ha dejado su marca. Basta asistir a lo que, hoy en día, ha pasado a la cultura, en el terreno judicial… La idea de que las mujeres, en el fondo, pueden desear ser maltratadas, disfrutar de una violación… que son masoquistas, que disfrutan en el victimismo. Como señalaba Lacan, todo puede ser puesto a cuenta de la mujer.
En la misma línea, en su libro “Lo que lacan dijo de las mujeres” Colette Soler propone que decir que la mujer es masoquista es un error de aquellos analistas que confunden la posición femenina de ofrecerse como objeto del deseo de un hombre, con el caso específico de ofrecerse como objeto del deseo de un hombre como masoquista. Se confunde el ofrecerse como objeto de deseo con ofrecerse sacrificialmente a un hombre, para todos sus deseos, incluidos los sádicos.
Sumado a este problema teórico de suponer un masoquismo esencial en las mujeres -problema que se extiende al mundo práctico y genera y ha generado lecturas crueles en incontables situaciones de violencia contra las mujeres-, se agrega lo que llamo la dificultad para reconocerse víctima por parte de personas que efectivamente lo son o lo han sido.
Calcular al otro es imposible, saber acerca de su intencionalidad también. De hecho, suponer saber acerca de las intenciones ajenas es bastante parecido a la locura. Pero, ¿podemos aseverar que nunca se sabe acerca de lo que el otro quiere? Sobre todo cuando el otro habita una posición perversa, y sabe con exactitud lo que quiere y lo ejecuta. Lo curioso es que, en esos casos, el neurótico[1] no quiere saber. El neurótico se deshace en explicaciones, conjeturas, atenuantes. Apela a lo que sea, renuncia hasta a su alegría de vivir a fin de salvaguardar la moral del otro, de sostenerlo en un lugar de bondad y herida: El otro me dañó porque ha sido él mismo objeto de daños (se suele escuchar frecuentemente). Opera aquí con toda su fuerza la renegación, se le niega toda realidad a la percepción de un hecho traumático, tanto que es difícil para la víctima hacer un relato pormenorizado de lo sucedido sin ir y venir entre versiones. La víctima ensaya cover tras cover, en un intento de no llegar a la percepción de la cosa como tal o, incluso, en un intento de concluir que no paso lo que pasó. En la letra de su canción “Víctima”, Charly Garcia dice: “…quien te ama te hace daño, mi corazón se ha partido en dos…”. Y la partición aquí no es la del “corazón roto”, sino más bien la del corazón perplejo y confuso. Acompañar este ir y venir de versiones, que en general se realizan desde un estado de perplejidad y poder ubicar allí el punto doloroso que se evita- las malas intenciones del otro- es tarea de los analistas, si es que hemos sido convocados para un análisis en un caso como al que hago alusión.
En estos casos, acceder a la victimización, reconocerse en ese lugar, no puede leerse como la evitación del encuentro con lo propio; quizás sea más ajustado pensarlo como la evitación del encuentro con lo ajeno.
Devenir víctima es saberse un mortal más: nadie es inmune al engaño, a la manipulación, al abuso de poder. Que hay quienes ven, como dicen ahora, las “banderas rojas” y pueden en función de eso tomar decisiones, es cierto. Pero, sostengo, nadie tiene garantizado el lector de intenciones ajenas. Por eso todo ese contenido instagramero para advertir a posibles víctimas tiene poco valor. Tuve la oportunidad de escuchar a personas muy instruidas, que aún así entraron en situaciones abusivas, porque nunca notaron que lo eran. La pregunta en todos los casos es: ¿cómo yo no me di cuenta? Justamente podemos no darnos cuenta porque en tanto neuróticos no queremos saber, pero también porque existen personas que trabajan de eso: de que el otro no se dé cuenta. En ámbitos no académicos, son llamados, lisa y llanamente, hijos de puta. O, en narrativa lacaneana podemos llamarlos canallas: personas que pretenden existir por fuera de la ley y ser ellas mismas quienes ponen las reglas del juego.
Devenir víctima, entonces, no es lo mismo que victimizarse como vía de escape en relación a nuestros deseos. Reconocerse víctima es un trabajo arduo y doloroso para todo neurótico, sobre todo cuando el victimario es alguien a quien se ama y de quien se espera nos cuide o por lo menos no nos dañe. Las veces que he tenido que acompañar a personas en situación de abuso por parte de una pareja, padre, madre, hijo, etc., he podido apreciar cómo las personas van y vienen, zigzaguean entre justificar al otro y bañarlo de benevolencia y, por otro lado, sentimientos de ira que de tan intensos propician dolores corporales, contracturas, caídas. La ira conduce a fantasías de “matar”, “quemar casas”, “destruir autos”. Cuestiones, que por suerte, suelen quedar en el plano del fantasear. El trabajo del análisis (que intenta no ir tan en contra del contrato social[2]) aquí es acompañar al analizante no a sofocar la ira sino a conducirla por los mejores caminos para cada quien. La sublimación es aquí nuestro norte. Lo sublime es aquello elevado, lo que desde lo más bajo accede a lo alto, siendo “lo alto” metáfora de lo virtuoso. Grandes obras de arte, importantes investigaciones científicas, expansivas aventuras e interesantes colecciones han surgido de sublimar la ira luego de haberse reconocido víctima.
Me interesa separar la idea freudiana de sublimación[3] del concepto de resiliencia que refiere al desarrollo (yoico) de habilidades para afrontar situaciones difíciles. Será en el campo de las psicoterapias que cobren valor esas habilidades, o que sean ellas mismas perseguidas. En un psicoanálisis, en cambio, no se persigue la ganancia de habilidades, se trata más bien de salir del enloquecimiento que producen el odio y las ideas de venganza para que, vía la sublimación, cada quien se ocupe de sus asuntos, encuentre satisfacción en determinadas prácticas. No se trata aquí de un sentido utilitario, no se trata tampoco de un sentido preventivo, no es un traje que me calzo para protegerme de próximos sucesos. En palabras de Amador Fernández-Savater en No la culpa sino la responsabilidad hacia nuestro deseo (a propósito del "caso Errejón"): … no podemos borrar las pulsiones destructivas con ninguna goma de borrar mágica, pero sí inventar nuevas formas para darle paso a otro modo. Sublimar su empuje, desviarlas de su dirección original, ponerlas al servicio de Eros. Freud pone el ejemplo del cirujano que corta el cuerpo para salvar la vida.
*Laura M. Martín: psicoanalista y poeta.
Notas:
[1] Neurótico: (en la conceptualización psicoanalítica freudolacaniana) aquel que se angustia frente a la castración del Otro, frente a la falla, la impotencia, la vacilación de los otros significativos para sí.
[2] Concepto de Jean Jaques Rousseau. Para vivir en sociedad, los seres humanos acuerdan un contrato social implícito que les otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad de la que dispondrían en estado de naturaleza.
[3] “A lo largo de su obra Freud recurre al concepto de sublimación con el fin de explicar, desde el punto de vista económico y dinámico, ciertos tipos de actividades sostenidas por un deseo que no apunta, en forma manifiesta, hacia un fin sexual: por ejemplo, la creación artística y la investigación intelectual…” Del Diccionario de psicoanálisis de Laplanche y Pontalis. Editorial Paidós, 1997.
Bibliografía:
-Corominas, Joan, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Ed. Gredos 1998.
-Freud, Sigmund. El problema económico del masoquismo (1924). Ed. Amorrortu, 2002.
-Soler, Colette. Lo que Lacan dijo de las mujeres. Ed. Paidós, 2006.
- Campaná, Xavier. “El maltrato a la mujer. El masoquismo femenino, un fantasma masculino”. Clase 16 de mayo 2009 ACCEP Asociación catalana para la clínica y la enseñanza del psicoanálisis.
Comments