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Estar en guardia

Actualizado: 4 may 2023

Ser trabajador de la salud pública, en un hospital general y en plena pandemia, implica un espectro enorme de sentimientos, malestares y angustias; por momentos se hace difícil identificar cuáles son y qué es lo mínimo necesario para hacer soportable el contexto actual.




Muchas veces, cuando hablo con alguien en relación al hecho de trabajar en la guardia de un hospital general, suelo minimizar su mirada de espanto afirmando que prefiero –sin dudar- estar expuesta a estar encerrada.

Trabajar en la guardia de un hospital público no fue fácil nunca (24 hs. de corrido en atención de urgencias sin los recursos necesarios, estrés, precarización laboral, violencia institucional, etc.). Imaginarán que en este momento ninguno de esos factores ha mejorado.

Con mi equipo de guardia hemos armado un muy buen grupo de trabajo y de amistad desde hace un tiempo ya. Ahora el grupo quedó más chiquito porque una compañera está con licencia por pertenecer a un grupo de riesgo y los practicantes no están autorizados a seguir viniendo. Con la cuarentena, los Miércoles se convirtieron en nuestro día “social”. El día en que nos podemos ver con, al menos, uno de nuestros grupos de pertenencia, con todos los cuidados correspondientes -por supuesto- y estando en un contexto de trabajo y, bueno, con bastantes riesgos… Ah. ¡Re que no se parecía tanto a una salida con amigues!

Compartimos bastante, cual grupo de apoyo, sobre nuestros malestares, cansancios, tristezas y enojos. También la pasamos bien. Nos reímos mucho de nosotres mismes, manejamos un gran sentido de la ironía y del sarcasmo y hablamos -cual clima de convivencia campamentil- de cosas muy íntimas. A medida que se complejiza la situación pandémica, en cada nueva etapa, aparece un nuevo nivel de “acomodamiento” a la situación, lo que pone a jugar nuevas estrategias de supervivencia, algunas conscientes, muchas otras no.

Toda la vida me consideré un poco hipocondríaca, no en sentido estricto, no de manual de psiquiatría, pero no me es nada ajeno el miedo a la muerte o a enfermarme. De hecho, a veces puedo ser un poco exagerada. Me he sorprendido a mí misma (y también a quienes me conocen desde hace mucho) por lo poco temerosa que estoy con la posibilidad de contagiarme. Y no tiene que ver con adherir a ninguna teoría que desacredite la peligrosidad del virus. Simplemente me encontré diciéndome “¡Que suerte que esta situación no me agarró en mi versión más temerosa!”.

Por más que vayamos a trabajar y nos “veamos” ahí con personas queridas, también tenemos muchos de los “síntomas” de aislamiento que tienen varias personas (hablo de gente con necesidades básicas satisfechas, no? Lo cual no es poco): Sensación de soledad, angustia, necesidad de contacto físico con nuestros afectos, insomnio, exceso de sueño, pesadillas, falta de ganas de hacer cosas productivas, hartazgo, y muchos etcéteras.

Hace unos días pasó algo, si lo cuento a nadie le parecerá motivo para ponerse mal entre tanta cosa. Fue una (no la primera) de esas secuencias en las que alguien del hospital dio positivo y hubo que ver si tuvimos contacto estrecho, por cuánto tiempo y a cuántos días de la aparición de síntomas. Teníamos que esperar a que nos confirmaran si teníamos o no que aislarnos, y esperamos unas cuantas horas. Todes coincidíamos en que -si nos teníamos que aislar- “nos moríamos”, así se enunciaba. Yo no sabía qué iba a hacer con la torta que estaba preparando para la próxima guardia (lo único que cocino con placer en cuarentena) mucho menos podía pensar en lo que iba a hacer con mi hija en caso de que me aislaran, me agotaba de sólo pensarlo. Nos confirman que no, que no había riesgo, “bien” diría une. Toda la angustia que acechaba enrarecida, explotó de golpe. Y a todes nos pasó lo mismo, lo que quedó de ese día y el siguiente nos sentíamos como si nos hubiera pasado un camión por encima. Lo único que queríamos era que sea Miércoles para vernos.

Yo ya empezaba con ganas de escribir algo, no porque lo tuviera claro, pero para ver si podía entender un poco más. Los días que siguieron para mí fueron agotadores, algo estaba tomando mi cuerpo, o mejor dicho, estaría reteniendo menos. No quería hacer nada, hubiera querido no tener el más mínimo motivo para levantarme de la cama. Por momentos oscilaba entre una tensión física y mental enorme y una falta total de energía hasta para estar parada. Sin entender mucho cómo es que me estaban sucediendo las cosas, todavía me daba el cuero para ser medianamente cuidadosa y activa con mi hija, para conservar mis otros trabajos, y ahora parecía que incluso quería escribir.

Posteriormente tuve una sesión con mi analista, no tenía ganas, obvio. Pero hablé de todo esto. Me preguntó: “¿a vos no te llama la atención que no tengan miedo?”, yo insistí con que es lo mejor que me podría pasar y que no por falta de miedo reducimos los cuidados. Me resaltó qué dije “nos vamos adaptando”, yo ni lo había registrado. Me preguntó “¿y qué hacen con eso? ¿A dónde va a parar?”, “No tengo idea” le dije y le conté de algo que empezamos a hacer con mi compañera psiquiatra para ver si eso “alivia un poco a nuestres compañeres de clínica que están completamente sobrepasades”, “Y no te parece que eso no es de la competencia de Uds?”. Yo le dije que no lo hacía para resolver nada, no lo hacía por el pueblo, no me siento altruista al hacer eso, “lo hago pura y exclusivamente porque quiero que Manu se pueda sentar a tomar un café, no quiero que llegue la noche y se quiera matar” (Manu es uno de los clínicos de la guardia). Ahí me vino a la mente, como si fuese tan fácil olvidarlo, de todos los maltratos que recibimos las personas que trabajamos en Salud, incluso en pandemia, de las veces que por falta de recursos nos sobrepasamos o vivimos situaciones de mucha ansiedad. Seguimos teniendo que aguantar que muchas veces, quienes detentan poder, no sólo no nos cuiden más que antes (aunque a veces hagan como que sí), sino que nos sigan violentando incluso más. Como siempre, todos los huecos del sistema terminan recayendo en nuestra salud. Por si no es sabido, una persona que trabaja bajo estrés no sólo padece las consecuencias en su salud emocional, sino que también es más propenso a exponerse a riesgos o a ejercitar menos las medidas de autocuidado. La verdad, aunque nos quejemos, todas éstas son violencias a las que nos terminamos adaptando.

Al conversar con mi grupo sobre esto, se suman en la charla otras cuestiones que nos suceden en este contexto: La estigmatización social por ser personal de salud expuesto, la preocupación de nuestras familias por nuestra salud, la revisión diaria y constante de síntomas corporales (y no en sentido obsesivo o paranoico). Cuando un compañero da positivo, a la obvia preocupación por la salud de éste, se le agrega el repaso mental de distancia física, hora de los primeros síntomas, protecciones que se usaron, para calcular si nos podemos haber contagiado o si nos tenemos que aislar. Un compañero dice que una de las cosas que más difícil se le hace es: “Esa mezcla de incertidumbre, ansiedad e indefensión ante la posibilidad de tener que aislarnos. Y cómo esa incertidumbre se repite cada vez que terminás una guardia, cada vez!” «Como que tienes que empezar a revivir las 24hs de trabajo y tienes que empezar a escuchar los días siguientes la lista de infectados de la semana y los pacientes que atendiste y resultaron positivos, es de lo más feo” “Nunca lográs salir del hospital, antes uno desconectaba con más facilidad”. Otras compañeras agregan: “Aunque uno a veces se piensa invencible, la facilidad con que algunas personas desmejoran con esta enfermedad, el rápido deterioro del cuadro físico -así sea alguien joven- da bastante miedo”, “Por momentos me gustaría escapar un poco de mi cuerpo y ser otra persona, poder abrazar a la familia y amigues sin que ellos tengan miedo”.

También hablamos del vínculo que se formó entre nosotres, de la sensación de familia y de la posibilidad de quedarnos sin ese espacio ante la amenaza de aislamiento.

Siempre me molestó la figura del médico como héroe, y cuando digo “médico” me incluyo. Porque siento que en la representación del común de la gente, la persona que trabaja en salud es “médica”, así que me voy a resignar y todes seremos mencionades como médicos (también sin lenguaje inclusivo). Acá no hay ningún héroe o heroína, no elegimos esto. Ni tampoco las condiciones en las que trabajamos, ningune de nosotres puede tomarse vacaciones en este momento si quisiera. Nada de lo que nos gusta de nuestras profesiones tiene que ver con el sacrificio (salvo que alguien disfrute particularmente de la adrenalina, que en ese caso tampoco sería algo altruista). Considerarnos héroes es parte de la romantización de la profesión “médica”, lo que es bastante funcional a una tradición de explotación laboral en salud y a la posterior cadena de poderes mal utilizados que termina resultando en que, lo que menos somos -hagámonos cargo- es quienes le hacen “bien” a la gente.

En este contexto de pandemia, las personas que trabajamos en salud, aunque vayamos a trabajar, sentimos un tipo diferente de aislamiento, por sentirnos más expuestas al virus que otras personas. Por otro lado, la cultura institucional en salud, nos deja más expuestos de lo realmente necesario en un momento donde el fantasma de la muerte sobrevuela por doquier. Y, como si fuera poco, tenemos que sostener nuestros otros trabajos y la vida de nuestros hogares (hijes incluides, quienes tenemos). En esta experiencia en particular, y con las personas que tengo la suerte de compartir, destaco el enorme valor que implica el grupo de trabajo, ese grupo con el que se hace un cuerpo. A tal punto que, ante la mínima posibilidad de tener que separarse, se viene al cuerpo propio todo ese peso de lo recién descripto.

Entre tanta soledad, peligro y desprotección ante la amenaza de muerte, sigue siendo el sostén (precario, porque lamentablemente no es lo único que hace falta) hacer grupo e inventarse estrategias artesanales para no quedarse soportando en soledad. Y aun así, el impacto permanente en nuestros cuerpos y nuestras emociones.



*Psicóloga. Trabajadora de la Salud Pública. Madre y más o menos artista


Nota publicada originalmente en Notas Periodismo Popular.

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