top of page

La juventud como territorio en disputa: La libertad como emblema político.



En el marco de la coyuntura política que nos atraviesa, Lucía González nos invita a recorrer y a explorar una zona afectiva como posibilidad política de “un entre” lo público y lo privado, desde una lectura sobre las causas [perdidas]: La amistad como medida y tratamiento hacia la Libertad.


*por Lucía González



Las elecciones de las PASO nos dejaron un país con una (en apariencia) representación predominante del discurso fascista.

¡Los jóvenes! ¡Hay que apuntar a la juventud! ¡El problema son los jóvenes libertarios! Se escucha sin parar desde entonces; me dispuse a escribir este texto a partir de algunas ideas, pero mayoritariamente a partir de algunas preguntas que me surgieron ante los mencionados acontecimientos, quizás a modo de bajar la fiebre que fui sintiendo y como intento de recuperar defensas.

¿Qué significa que frente al asombro y la sorpresa con la que nos encontramos (inclusive los mismos ganadores de dicha elección) tras los resultados electorales en las PASO se empiece a hablar de las juventudes? ¿De qué juventudes? ¿Dónde están esos jóvenes? ¿Quién habla? ¿Qué sienten?

¿Qué es lo que cautiva del discurso performático del candidato Milei?, ¿qué es lo que manifiesta? ¿A quién le habla? ¿Qué pone de relieve este tercio? ¿Qué quedó rechazado, excluido, desoído, vacante, para ser recogido por el discurso del neoliberalismo con tanto éxito?

Dentro del discurso que porta este candidato, están los jóvenes que quieren hacer la revolución, que quieren libertad, que quieren un lugar, y que [paradójicamente] suscriben a las propuestas de: Orden, seguridad, portación de armas, eliminación de los derechos conquistados, la vida privatizada, la baja de edad de imputabilidad.

Suena al empuje capitalista por codificar aquello que emerge como fragmentación social, a las causas perdidas, las voces que han quedado sueltas, prometiendo, una vez más, como solución, una ilusión moderna que incita al individualismo. Una embestida a la potencia del enlace con el otro.

¿A quién se le baja la edad de imputabilidad? ¿De qué libertad se habla? ¿En qué territorios se dan estos debates?

A penas aparecieron “los jóvenes” a secas, como foco del problema, inmediatamente pensé en los jóvenes con los cuales trabajo desde hace varios años y es ahí también donde me propongo poner a circular el debate y las preguntas acerca del tan mentado concepto de Libertad.

Un campo social en el cual intervengo y opero, el campo de “Los jóvenes en conflicto con la ley penal”, jóvenes de entre 16 y 18 años que poseen alguna causa penal por haber cometido algún delito, jóvenes que son a la vez agentes y síntoma; jóvenes pobres, marginados, jóvenes en los que cuesta encontrar rastros de infancia, donde algo parece haber quedado detenido, que vienen de familias que desde hace décadas atraviesan la falta: de accesibilidad, de recursos económicos, de calidad de vida, de escucha, de cobijo, de afecto; donde los lugares que conocen para pedir ayuda, para tratar estas problemáticas, son: Refugios para víctimas de violencia, manicomios, hogares convivenciales o instituciones penales. Una llamativa abundancia de instituciones que la sociedad moderna se ha encargado de compartimentar, una para cada integrante de la familia. Un orden impoluto.

¡No nos podemos quejar!

¿Qué es lo que estos jóvenes están manifestando al cometer algún tipo de delito?

A partir de las largas entrevistas con algunos de ellos, dentro del marco de las medidas alternativas a la privación de la libertad, es decir, una serie de medidas psico-socio-educativas que, como su nombre lo indica, son una alternativa al sistema de encierro, es que se tendría como horizonte no solo la reflexión de éstos sobre el acto delictivo, sino la posibilidad de integrarse al territorio social desde un proceso de reconocimiento. También (en el mejor de los casos), podría lograrse la articulación con efectores de su comunidad, es decir, la incorporación y construcción de sostenes y herramientas nuevas, estrategias de armado de redes sociales que, al parecer, se encuentran fragmentadas y en algunos casos inexistentes.

¿Qué lugar tiene o puede tener el psicoanálisis en dichas prácticas institucionales/sociales?

Hace tiempo que pienso en un diagnóstico frente a mi lectura sintomal[1] sobre este sector social y su problemática, sobre lo que insiste en ser omitido, silenciado, no alojado, denegado, una categoría indispensable dentro de la construcción del proceso de subjetivación: La amistad.

¿Qué hace una psicoanalista preguntando por la amistad a un pibe que cometió un delito en el marco de una medida psico-socio-educativa?

¿Qué pasaría si se empieza a incluir esta pregunta en los formularios estandarizados de las instituciones que se ocupan de las problemáticas sociales? Se pregunta la psicoanalista.

Me canso, pero insisto en plantear y problematizar entre colegas y compañeres de trabajo lo llamativo que me resulta que casi ninguno de estos jóvenes tenga vínculos de amistad. Diversos son los gestos con los que me encuentro, pero ninguno que preste cierta continuidad al trabajo que nos convoca. No hace eco, es anecdótico y se anota al margen.

“La amistad” es algo que evidentemente se da por hecho en la clase media: una salida exogámica que empieza a constituirse desde la infancia, algo que posee un valor elemental, que hace a la intimidad, y que en los últimos años ha sabido ocupar un lugar alternativo, digno, a la estructura familiar clásica.

Los jóvenes en conflicto con la ley, los pibes chorros, dicen no tener amigos ni mucho menos amigas, ni que hablar de amigues. A lo sumo tienen “compañeros de causas”, indudablemente tienen enemigos íntimos, pero no aparece la amistad como un terreno ni siquiera a explorar; “No confío en nadie” es la respuesta que aparece cuando rompo el silencio (y el formulario estándar) y pregunto.

Alguien que se acerca a las banditas de la esquina debe aunarse desde ahí, lazos frágiles donde, de compartir una coca, se pasa, en un instante, a desconocerse, inculparse, molerse a palos e inclusive matarse; ese instante es un enigma, pero aparece representado por la mirada. Quien ayer era tu compañero de esquina, mañana puede “mirarte mal” y desembocar en un trágico combate callejero, batiéndose a duelo. Los desquicia que los miren mal, les desata una furia incontrolable. ¿De dónde viene esa mirada?

Aparece una forma de enlazarse al Otro como ladrones, pero esconde el terror de encontrarse en un campo de batalla salvaje, donde el mismo otro te clave un puñal por la espalda o te delate con el tranza o con la yuta, siempre para salvar el propio pellejo.

No se escuchan consignas que operen como sostenes grupales, colectivos, comunitarios, no existe el nosotros. “Nos los representantes del pueblo…” Existe el “compañero de causa” y me es inevitable no leer ahí un mínimo gesto de lazo, unidos por una causa común, que los representa ante la sociedad desde un lugar, indeseable, de desecho, pero lugar al fin.

Lo mejor que se espera para este sector de jóvenes es que dejen de robarle a la clase media y alta, y si eso implica bajar la edad de imputabilidad, ¡adelante! A lo sumo le conceden una mujer que los rescate, porque lo mejor que se espera de las pibas pobres es que sigan haciéndose cargo de los pibes pobres, ofreciéndoles una “mirada bien” y un futuro familiar, único destino posible de imaginar. ¿Estos pibes no sueñan?

No es una opción la hospitalidad, la otredad, el afecto, la solidaridad, la amistad. Inclusive habitando la calle, están privados de esas libertades y para quién esté privado de esas libertades, estar encerrado en un penal puede resultar mucho menos problemático y violento que sobrevivir al enemigo que acecha en la calle, en las familias y en la sociedad.

¡Y en las cárceles, si tienen suerte de conservar algún hueso sano, logran hacer algún amigo!

¿Cómo es posible que no resulte llamativo a quienes operan sobre estas realidades que el lugar de la amistad no se nombre? ¿Qué es lo que se les priva a estas infancias devenidas en jóvenes? Dentro de tanta opresión, ¿qué lugar queda vacante? ¿Por qué la clase media/alta cuenta con esta alternativa afectiva pero no se la considera relevante en este sector? ¿Es acaso la amistad un privilegio de clase? Le pregunta la psicoanalista al psicoanálisis y a los agentes sociales.

Sigo e insisto en la propuesta de un tratamiento mediante la grupalidad y en su correlato con lo colectivo, parafraseo a Roustang en el texto “vínculo de Libertad” y bajo los efectos de su lectura pienso en la construcción de un cuerpo social con nuevas configuraciones, consignas en las que puedan reconocerse y encontrarse afectivamente, donde la fuerza que impulsa la rivalidad se transforme en la potencia de las diferencias significativas por las que luchar, es decir, el deseo de luchar por lxs amigxs; que les permita sostenerse en un proyecto sociopolítico que incluya como punto central, siguiendo con Roustang, “La amistad Civil”, es decir, el conocimiento del respeto y la justicia.

En suma, a partir de la coyuntura política que nos atraviesa pienso que hay una urgencia transversal en la recuperación de las voces de las juventudes, de las sueltas, las excluidas, de las rechazadas, no como territorio de disputa del poder político partidario, sino como protagonistas de la fragmentación que habrán habitado, logrando pronunciar: “El surgimiento de la libertad que convierte el destino en historia”[2].



Lucía M. González

[1] Ana María Fernández, “Psicoanálisis: de los lapsus fundacionales a los feminismos del Siglo xxi” [2] Francois Roustang, “vinculo de Libertad”

bottom of page