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La negada dimensión política del sufrimiento mental


Históricamente el psicoanálisis hizo anclaje en la máxima singularidad subjetiva, basando su intervención en el “caso a caso”. En este trabajo, Melina Ceccato y Laura Martín intentan traccionar en el sentido contrario, aquel que sin desconocer lo singular puede leer que el sufrimiento mental es gestado por el paradigma imperante de nuestra época: el sistema neoliberal.


 

*por Melina Ceccato y Laura María Martín


  

 

                     La negada dimensión política del sufrimiento mental

 Vamos, repriman la mierda, Que tienen guardada en el pecho

Traguen y callen hasta estar desechos. Párense siempre derechos.

Cállenlo, sépanlo. Que haga lo que quiera, pero sáquenme.

 No para de toser, trabajando doce horas

Cobra dos monedas al mes, pa' mantener cuatro personas

Y no hables de meritocracia, me da gracia, no me jodas

Que sin oportunidades esa mierda no funciona.

Wos



¿Qué sufrimientos están al alcance de quién y qué modos de abordarlos, analizarlos o extirparlos nos damos en función de la condición de clase en la que nos encontramos?

Cada época tiene sus malestares. No siempre sufrimos igual, no siempre lo que “no anda” se presenta del mismo modo. Lo que sí es una constante es que la adaptación a los imperativos de época nos deja en déficit: nunca llegamos a aquello a lo que “deberíamos”. El exceso aparece en el padecimiento psíquico que en algunos casos busca resolverse en instituciones que ofrecen “servicios de salud mental”. Lamentablemente- aunque hay una razón histórica-  en Argentina se ha priorizado la modalidad individual de abordaje, dejando a lo político y lo social como cuestiones ajenas al campo psíquico. Un hecho histórico que da cuenta de esta división es la ruptura que un grupo de psicoanalistas pertenecientes a la Asociación Psicoanalítica Argentina llevó a cabo en 1969, al decidir separarse de la institución y formar el grupo Plataforma, dejando en claro su posicionamiento: incluir lo social y lo político en la institución y modificar la estructura verticalista y poco representativa de la misma. Siguiendo esa tradición iniciada por Plataforma (formada por pioneros como Bauleo, Ulloa, Langer y otros) queremos retomar la pregunta: ¿A síntomas “individuales”, respuestas individuales?

El psicoanálisis intenta mantener su especificidad, no convertirse en una sociología, y ajusta su herramienta para apuntar a nuestra máxima singularidad y soledad: nuestra responsabilidad subjetiva. Al mismo tiempo que este abordaje permite que ubiquemos nuestros márgenes de acción en situaciones oprimentes, peca- salvo contadas excepciones-  de no jerarquizar esas coerciones y dejar por fuera a la lectura epocal y a su socio histórico político. Los malestares, aparentemente individuales, son hijos de una trama de representaciones, un sistema económico y una idea de sujeto imperante ¿Qué sujeto propone el neoliberalismo[1] y qué padecimientos se desprenden de esa propuesta? ¿No hay acaso una producción en serie de subjetividad? Podemos forzar las cosas en un intento de graficar contundentemente lo que queremos visibilizar y decir: somos todes le misme paciente. Vemos en nuestros consultorios presentaciones subjetivas tan similares unas a otras que se nos hace imposible no pensar en el hilo que las une. Habiéndonos formado en el caso a caso, habiendo entrenado nuestra escucha para percibir la máxima singularidad, hoy nos encontramos en los espacios de intercambio hablando de cada paciente pero también de todes les pacientes y de ese malestar resonante que atraviesa transversalmente a las subjetividades.

  ¿Qué política atraviesa los malestares actuales? ¿Qué sueños son posibles de ser soñados? Se pregunta Mark Fisher: ¿Qué es la ideología sino una forma de soñar el tiempo que vivimos? Y el sueño en que vivimos hoy es el sueño de una ansiedad constante dominado por las urgencias y las soluciones individuales.

Filósofos como Byung Chul Han y Mark Fisher han atendido especialmente a esta cuestión. Cada uno a su manera plantea que el modelo capitalista ha logrado que los individuos sean ellos mismos les que se explotan, ya no se trata de quejarse o rebelarse y organizarse gremialmente para poner límites a “la patronal” que pide más y más, ahora son los propios individuos los que se exigen incesantemente a sí mismos. Este es un triunfo del sistema, dado que aumenta su eficiencia, gracias a esta introyección de la instancia explotadora. Hoy es habitual escuchar a personas que naturalizan situaciones de pluriempleo, de flexibilización laboral y que leen como privilegios lo que en rigor son derechos, como por ejemplo tener un trabajo en condiciones formales con ajustes salariales acordes a la inflación, con licencias, etc. Una frase repetida en la pandemia, en pleno ASPO, fue "no puedo quejarme porque tengo el privilegio de tener un techo". Convirtiendo el derecho a una vivienda en cuestión de privilegios, obturando la manifestación del malestar y designando a la queja individual como única respuesta afectiva y de acción posible.

Otra forma de la introyección de la instancia explotadora es devenir una misma una marca, ya no se trata de ser una empleada que trabaja para una marca, sino que una misma deviene un producto consumible que debe promocionarse y generar “contenidos” para tener más “seguidores” -consumidores. Siguiendo la misma lógica, en el Número 1 de la revista española Espai e blanc en el artículo “El malestar social en una sociedad terapéutica”, los autores plantean: “Hoy la vida es el campo de batalla. La vida, en este sentido, no consiste más que en una actividad privada cuya finalidad es producir una vida privada. No somos más que vidas (privatizadas) movilizadas para reproducir esta realidad hecha una con el capitalismo. Esta movilización global reserva un destino diferente a cada vida. A unas las convierte en vidas hipotecadas, a otras en residuales, a otras en emprendedores de sí mismos. El resultado es, sin embargo, común por cuanto en todas ellas el estado que prima es el del «estar solo».” Continúan agregando que este malestar, es inutilizado políticamente, para ello toda dimensión colectiva del sufrimiento tiene que ser borrada y el malestar es una y otra vez reconducido a una cuestión personal. Las diferentes propuestas terapéuticas para paliar el malestar refuerzan la concepción de las mismas como individuales-personales, se trata cada caso como particular (el caso a caso).

El sistema neoliberal propone que los individuos tienen la libertad de elegir lo que quieren y esforzarse por conseguirlo. ¿Pero cómo leer desde aquí la proliferación de padecimientos psíquicos? ¿No serán los síntomas llamados psíquicos o mentales un último bastión, último dique de resistencia para hacer frente a la demanda permanente de productividad? Cuestiones como tener tiempo para reflexionar, crear, meditar, hacer una pausa quedan totalmente elididas del modelo neoliberal. Todo tiempo debe ser productivo, generando cual bumerang el colapso de esa productividad cuando surgen los mencionados síntomas.  “Paren el mundo, me quiero bajar” decimos. En una primera consulta F. de 23 años relata que dejó la carrera de medicina porque se dio cuenta luego de varios años de estudiar que no era lo que quería. Estuvo dos años dudando hasta animarse a dejarla porque temía estar un tiempo sin saber qué hacer. En este período vivido como improductivo, período que ella no pudo connotar como de búsqueda, de descanso o de pausa, empezaron los síntomas que ella nombró como “ansiedad”: sensación de encierro, presión en el pecho y un no saber qué hacer con el tiempo. El tiempo libre para ella no tenía nada de libre, era más bien amenazante.

Abrir la trama de las condiciones de producción del padecimiento actual y desentrañarlo no es posible si no incluimos en su análisis a la invisibilización social e individual de la condición de clase que nos atraviesa. Y a la producción socio histórica de una subjetividad singular: la subjetividad capitalista neoliberal.

¿Podemos pensar les psicoanalistas que para un consultante desconocer su condición de clase es un problema, en tanto este desconocimiento individualiza un sufrimiento cuya gestación es social? ¿Podemos entonces pensar intervenciones en este sentido?

La cuestión de clase no es mencionada en el relato de les pacientes. Se menciona el no llegar a fin de mes, el desalojo, el pedido de subsidio habitacional, el taller de costura con jornadas de doce horas y el padre abandónico que decidió dejar de cuidar a sus hijes al irse del hogar familiar. Pero la clase no, la clase no se percibe por eso no se nombra. M. se acerca a un Cesac para pedir turno con psicología, su motivo de consulta es que tiene “ansiedad”, le cuesta dormirse, dolores de cabeza recurrentes, contracturas e irritabilidad. En una de las entrevistas dice: «esta semana me di un lujito y le compré fruta a los chicos». M. habla una y otra vez de su preocupación porque si no trabaja un día, no ingresa dinero. Es una mujer que cuida sola a tres hijes, uno de ellos con una discapacidad. Trabaja de peluquera, hace las uñas y vende ropa por internet. No hay vínculo para M. entre sus mal-estares y su condición de clase. Hay un imperativo de sentirse bien o al menos de que eso deje de pasarle. ¿Y si efectivamente conectara su padecimiento con su condición social? ¿Cómo alojamos esa condición desde el campo de la salud mental? ¿Por qué hay tanta resistencia en nuestro campo a interrogar la relación existente entre la producción sintomática y el poder, es decir con las formas de relaciones sociales/laborales de vida? Creemos que interpelarnos nos da la posibilidad de construir herramientas terapéuticas como por ejemplo dispositivos grupales que nos permitan redimensionar el aspecto transversal y político de ese malestar, y reformular nuevas formas de habitar el tiempo y el placer. Dice Peter Beresfor, activista de salud mental en su manual de “Estudios Locos y Psicopolítica”: “Parece haber una alianza informal cada vez mayor entre la psiquiatría, las disciplinas psi y el neoliberalismo. Estos dispositivos son cada vez más poderosos: individualizan los problemas sociales y patologizan a las personas.”

En la misma línea dice Carpintero: “Los laboratorios medicinales se han convertido en uno de los mejores negocios, lo cual llevó a entronizar a la medicación como la forma privilegiada del abordaje en Salud y Salud Mental. Su administrador, el psiquiatra, de nuevo aparece hegemonizando este campo, que más que un campo político se convirtió en un shopping de la Salud Mental, a tono con la época.” Continúa: “Por eso es necesario diferenciar los sentidos de Salud Mental, recuperando su sentido como un campo científico, interdisciplinario, intersectorial y político que se opone al sistema manicomial y sus retoños actuales. De allí la importancia de desenmascarar estos usos.”

Si en los orígenes de la sociedad moderna el sistema manicomial surgió como herramienta para extraer, aislar y encerrar a quienes no se encontraban en la “normalidad”, es decir con capacidad de producir y reproducir bienes y personas; hoy, en plena amenaza neoliberal, nos encontramos con que el sentido manicomial atraviesa a todas las personas, convirtiéndose en una subjetividad manicomial: todes tenemos una identidad psi (ansiosa, depresiva, autista, etc.) y estamos  atravesados por el fármaco para que nos mantenga funcionando y produciendo encerrados al aire libre, todes somos libres de “hacer lo que queramos”. Si algo no se ajusta, se medicaliza y por ende se despolitiza: el insomnio, la angustia, la gastritis, las dermatitis, las cefaleas. Entonces, parafraseando a Fisher nos preguntamos, ¿los llamados pacientes son usuarios del sistema o son su producto?

Dice Fisher en su libro Los orígenes de la infelicidad: “Desde hace algún tiempo, una de las tácticas más exitosas de la clase dominante ha sido la responsabilización. Cada uno de los miembros de la clase subordinada es empujado a creer que la pobreza, las faltas de oportunidades o el desempleo son solo culpa suya, y de nadie más. Los individuos se culparán a sí mismos más que a las estructuras sociales, que igualmente han sido inducidos a creer que realmente no existen”.

¿Podemos seguir pensando junto con Freud que la salud de una persona tiene que ver con la capacidad de ella para “amar y trabajar”? ¿Podemos seguir concibiendo el amar y el trabajar inequívocamente? Creemos que no, que es necesario preguntarnos ¿amar cómo? ¿a quién?; y trabajar ¿de qué manera? ¿En qué sistema de producción? Habrá que tomarse el trabajo de definir el contexto en el que surgió el sistema de pensamiento freudiano, victoriano, capitalista y cis hetero patriarcal y pensar en el actual.


Notas:

[1] Teoría económica y política que tiende a reducir la intervención del Estado, sus pilares básicos son la privatización y la desregulación. Se opone al Keynesianismo que propone un Estado interviniente y regulador del mercado.


Bibliografía:

-Fisher, Mark. Realismo capitalista: ¿No hay alternativa?: Editorial Caja Negra, 2016.

-Fisher, Mark. Los fantasmas de mi vida.Editorial caja negra, 2018.

-Han, Byung Chul,  La sociedad del cansancio. Editorial Herder. Buenos Aires, 2022.


*Autoras:

Lic. Melina Ceccato y Lic. Laura Martín. Psicoanalistas y trabajadoras de la salud mental.






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