La paradoja en Winnicott (o la perturbación del orden establecido)
- Daniel Ripesi
- 6 ene 2022
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Actualizado: 20 abr 2023

CrƩdito de la imagen: "Horizonte anudado" - Daniel Ripesi.
Solo podemos jugar en tanto podamos perder nuestro nombre propio, por lo que jugar es una intervención sobre nuestra identidad. Por un momento, entonces, en ese jugar se interrumpe el hÔbito de ser nosotrxs mismxs, invitÔndonos a crear un nuevo mundo, alterando el orden del que encontramos. Esto mismo vale para los psicoanÔlisis que debemos re-crear con respecto a los que heredamos.
Por Daniel Ripesi*
PodrĆamos afirmar que Winnicott produce una ruptura epistemológica con el pensamiento psicoanalĆtico de M. Klein al sustituir una lógica binaria en la consideración de la experiencia subjetiva por otra basada en la noción de paradoja. Este singular y revolucionario aporte del pensamiento winnicottiano permite pensar cómo operan en la actualidad modalidades performativas de ordenamiento social basados en āno soportarlas paradojasā. De manera solidaria al binarismo kleiniano la categorĆa epistĆ©mica de "lĆmite" es una noción fundamental en el pensamiento de M. Klein, se trata de un supuesto bĆ”sico que para esta autora opera de manera muy temprana en el aparato psĆquico del bebĆ©. De ese modo, el sujeto puede establecer y diferenciar diversos pares de oposición que le permiten desarrollar una intensa actividad de simbolización: introyección-proyección, adentro-afuera, mundo interno-externo, bueno-malo, parcial-total, ideal-terrorĆfico, etc., etc. La matriz que subsume a todos estos binarismos y los inscribe en una lógica basada en diversas tensiones dialĆ©cticas son las posiciones esquizo-paranoide y depresiva. Con este esquema estructural en el proceso de simbolización M. Klein saca al desarrollo emocional de una perspectiva evolutiva que piensa a la constitución subjetiva como un proceso de carĆ”cter madurativo en el tiempo. De este modo, M. Klein despeja un fuerte sesgo normativo para pensar el desarrollo subjetivo, lo que permite -entre otras cosas- incluir al sufrimiento psĆquico de los niƱos en la consideración clĆnica del psicoanĆ”lisis al devolverles la dignidad de sujetos con derecho a la palabra (recordemos que los niƱos eran considerados āinmadurosā para la clĆnica psicoanalĆtica, objetos mĆ”s del quehacer psicopedagógico que interpretativo). De modo que M. Klein va a proponer un modelo (con su formulación de un Edipo temprano), ajeno a todo tipo de contingencias de carĆ”cter empĆrico-ambiental. El complejo de Edipo temprano opera como una categorĆa que ofrece la estructura fantasmĆ”tica (suerte de cogito eternitario) de toda manifestación subjetiva mĆ”s allĆ” de cualquier circunstancia de orden particular (como no sea el variable umbral de tolerancia a la frustración de cada cual). Winnicott rompe con este esquema considerando que el despliegue subjetivo encuentra su fundamento no en experiencias repartidas en órdenes de realidad de carĆ”cter binario sino basadas en experiencias fundamentales de paradoja. Si tomamos como punto de partida la noción de "campo de fenómenos transicionales", en la que, segĆŗn se nos comunica, la experiencia subjetiva no se desarrolla "ni adentro ni afuera, y adentro y afuera -al mismo tiempo-ā(tomando como referencia de dicha experiencia los polos subjetivo-objetivo), tenemos la evidencia de una lógica en total ruptura con la del pensamiento kleiniano. En el desarrollo subjetivo que tematiza Winnicott se trata, como queda dicho, de la capacidad de vivir experiencias de paradoja, ahora bien, ĀæquĆ© es una paradoja? Son experiencias que afirman dos sentidos a la vez, Deleuze lo desarrolla maravillosamente en āLógica del sentidoā, tomando como referencia el extraordinario libro āAlicia en el paĆs de las maravillasā de Lewis Caroll.
Hay tambiĆ©n en la consideración de Winnicott un punto de partida en la experiencia subjetiva que toma como referencia polos de oposición, sin embargo, la tensión que se genera entre los dos sentidos afirmados en ese punto de partida no configura necesariamente una contradicción que se deba resolver por elección de alguno de sus tĆ©rminos (lo cual es siempre la tentación mĆ”s firme), sino que es la propia tensión (si puede soportarse y sostenerse) la que produce una significación inĆ©dita y sorprendente (que no estaba contenida en alguno de los polos propuestos dogmĆ”ticamente). AsĆ, decir -por ejemplo- que la experiencia no se estĆ” desarrollando āni adentro ni afuera (y adentro y afuera al mismo tiempo)ā inaugura un campo de experiencia que no estĆ” atada a los rigores incuestionables de una realidad ajena a los propios propósitos, sujeta a sus regulaciones āobjetivasā, pero tampoco evaluadas desde cierto encierro subjetivo, es decir, conforme -en este caso- a los propios deseos⦠La paradoja abre entonces el campo de lo transicional, el de una incerteza fĆ©rtil, el de la ingenuidad y la vulnerabilidad que supone suspender el āsaberā. Como se ve, la paradoja conmueve al rigor sensato y ciego del sentido comĆŗn del āesto o aquelloā por āel esto y aquello, y -al mismo tiempo- ni esto ni aquelloā¦ā. Es evidente que las coordenadas de espacio y tiempo, es decir, de territorios existenciales y de compromiso con el devenir del despliegue subjetivo, tambiĆ©n se ven afectadas con el cambio de paradigma. Los territorios tienen fronteras móviles y el devenir momentos de suspensión, en esos puntos la experiencia cultural se torna intensa y significativa. Son los momentos mĆ”s comprometidos del ācrear lo dadoā. Las coordenadas temporales del āantesā y ādespuĆ©sā dejan de operar como pautas de orientación, y el āhasta aquĆā ya no delimita un campo de una acción especĆfica. Todo un orden de jerarquĆas que impregna de manera silenciosa y eficaz a los criterios que regulan y orientan comportamientos (arriba-abajo, superficial-profundo, claro-oscuro, etc.) de pronto quedan conmovidos, de modo que se abre otro dispositivo Ć©tico y prĆ”ctico para la acción. Es asĆ que como dice Valery, lo mĆ”s profundo puede ser la piel⦠En todo caso, como dirĆa Gastón Bachelard, se pone en juego para la caracterización de los espacios una āfunción de habitarā, de modo que la propia experiencia subjetiva inaugura recorridos (no determinados con anterioridad), enclaves mĆ”s privados o mĆ”s pĆŗblicos (que no coinciden necesariamente con un āadentroā o un āafueraā), zonas de intimidad y de exposición, etc. (y todo esto en resonancia con la constitución de un cuerpo propio). El espacio es el producto de una travesĆa y de sus efectos inesperados. Del mismo modo el devenir se expande en un āduranteā que no lleva las marcas de una nostalgia o de algĆŗn tipo de anhelo, no se trata del sentimiento de un cumplimiento de deseos sino de la realización de una potencia insospechada (pero no en el sentido de un pasaje de carĆ”cter aristotĆ©lico de la āpotencia al actoā, en el que se realiza una esencia, una virtud inmanente del ser, sino una verdadera producción como efecto de una tensión).
Ambos acontecimientos (suspensión de las coordenadas ordinarias espacio-temporales) son episodios efĆmeros y productivos. Es la experiencia de omnipotencia vivida en el campo de fenómenos transicionales. Por supuesto este tipo de experiencia -en tanto afecta a los criterios de orientación ordinarios-, afecta como consecuencia a las referencias identitarias que consolidan una identidad personal. Es una experiencia no regulada por el saber alguno (mĆ”s bien un āsaberā impedirĆa o perturbarĆa la experiencia), es el territorio del jugar, y las producciones creativas pierden la certeza del nombre propio. Es lo que hace decir a F. Pessoa: āĀæQuiĆ©n soy yo, finalmente cuando juegoā¦?ā Justamente, ese yo de las certezas cotidianas que consolida el hĆ”bito y la comodidad de la costumbre, que tan laboriosamente se reconstruye cada maƱana frente al espejo, de pronto se desdibuja para dar lugar a un episodio insólito: una sorpresa de uno mismo. Sucede de pronto un descubrimiento algo desconcertante -parafraseando a Spinoza- se toma cierta medida de ālo que uno puedeā, pero no por gobierno de la voluntad sino todo lo contrario, por desgobierno de toda intención y cĆ”lculo. Y uno puede -en definitiva- lo que no imaginaba llegar a ser, a posteriori habrĆ” que asumir los efectos de ese cambio (en uno mismo y en los demĆ”s).Es el movimiento de integración-no integración que describe Winnicott en ciertos momentos del despliegue subjetivo. Movimiento que va desde formas estables y reconocibles a lo mĆ”s o menos transitorio y móvil, desde los argumentos bien fundados a las conjeturas incomprobables (pero no dogmĆ”ticas), desde el saber establecido y la orientación reconocida al desconcierto y el extravĆo (para la reconstrucción de un mundo nuevo y nuevas formas de habitarlo). Todo esto es suficiente para āperder el nombre propioā (que como plantea Deleuze en Lógica del sentido)porque esa ficción de autonomĆa unitaria estĆ” garantizada por la permanencia de un saber. En este contexto teórico es que hay que leer el agradecimiento que abre āRealidad y juegoā: āA mis pacientes que pagaron por enseƱarmeā¦ā La frase tiene muchas aristas, por un lado, el lugar de no-saber al que invita Winnicott como posición del analista (que, en rigor, es un esforzado desaprender), pero por el otro la idea de que enseƱar (y recibir un saber) imponen un costo que solo es posible si se tiene la capacidad de jugar y, por lo tanto, de perder el nombre propio. La experiencia del jugar, como configuración simbólica de una interacción posible, tiene en Winnicott una especificidad que no podrĆa desarrollar en este contexto, pero es cierto, en el jugar es condición necesaria no aferrarse obstinadamente a lo que aquĆ se consigna como ānombre propioā, es decir, a los puntos de integración subjetiva que para Winnicott se articulan āen el tiempo y en el espacioā(como configuración de un territorio familiar -incluyendo sus mĆ”rgenes menos definidos y sus inevitables zonas de extraƱeza-, y una historia de filiación que comienza por elaborar la estructura -soporte de todo intento narrativo- de los elementales criterios de un āantesā y un ādespuĆ©sā).
En āEl poeta y los sueƱos diurnosā, Freud pone en equivalencia a la producción poĆ©tica con el jugar de los niƱos; en ambas experiencias se produce el deslumbramiento de una significación inĆ©dita como efecto de una particular alteración del orden convencional. Se trata de un acto que dispone un nuevo orden a partir de un viejo orden, dicho en tĆ©rminos de Freud: āAcaso sea lĆcito afirmar que todo niƱo que juega se conduce como un poeta, creĆ”ndose un mundo propio, o mĆ”s exactamente situando las cosas de su mundo en un nuevo ordenā. Es claro que ambos movimientos son necesariamente solidarios (ādisponer un nuevo ordenā y ācrear un mundo propioā), en la medida que la alteración de cierto orden establecido en el mundo -para disponerlo, repentina o laboriosamente, de una manera diferente- impone al mundo en ese movimiento una marca absolutamente personal en lo que podrĆamos considerar una "realidad genĆ©ricaā. Poeta y niƱo, entonces, conquistan al mundo y lo hacen propio impregnando en Ć©l una mirada que le es propia y singular. Sin duda, como lo afirma Winnicott: "sólo se puede ser original sobre la base de la tradición". Se trata en este caso de aceptar y transformar -al mismo tiempo-el orden establecido. En esa tensión entre un aceptar(que amenaza arrastrar al simple acatamiento de lo establecido) y una transformación (que no encierre en el delirio de la propia perspectiva como la Ćŗnica aceptable), se produce un estallido de creatividad y la producción de un mundo propio. Pero, ademĆ”s, se produce la posibilidad de un nuevo sujeto. Pues la novedad que ofrece el jugar y la poesĆa, que segĆŗn Freud āconmueve intensamenteā, ademĆ”s, y segĆŗn su propia reflexión, āproduce emociones de las que ni siquiera nos juzgĆ”bamos acaso capacesā¦", es decir, que suscitan y realizan a un ser potencial, un ser que nos habita pero que desconocĆamos (no todo parece sujeto a la compulsión a repetir, como dirĆa Borges: āDios acecha en los intervalosā). Por un momento, entonces, en el jugar y la poesĆa, se interrumpe el hĆ”bito de ser nosotros mismos. Sucede que la operación subversiva de efectuar una transformación en la realidad "exterior" se replica en nuestra propia intimidad y evita tanto la coagulación de una identidad de carĆ”cter pleno como una realidad de sentido absoluto. Finalmente, segĆŗn Freud que parece estar de acuerdo, "en cada hombre hay un poeta, y sólo con el Ćŗltimo hombre morirĆ” el Ćŗltimo poetaā¦" Evidentemente resulta bastante complicado y desafiante romper con una lógica de pensamiento binario, porque toda la teorĆa psicoanalĆtica parece estar sostenida y estructurada en función de dicho modelo. En su esencia no parece haber otra posibilidad que pensar al conflicto psĆquico mĆ”s que en el marco de una polaridad que enfrenta siempre a dos fuerzas de carĆ”cter antagónico. Nuestra hermenĆ©utica autoriza la interpretación, justamente, sobre la base de este supuesto, todo sĆntoma -por ejemplo- adquiere virtud simbólica como expresión del choque de dos tendencias opuestas, es decir, como producto de una transacción en la que podemos situar una cierta posición de goce. El punto es que no podemos leer con significación -en el despliegue subjetivo puesto en transferencia- mĆ”s que aquello que supone un binarismo conflictivo en su base, y esto abre, desde mi parecer, una serie de riesgos posibles:
Uno de ellos es que se pierde en la experiencia clĆnica la sensibilidad para registrar y tornar pensables producciones que no estĆ”n atadas necesariamente a ese registro conflictivo. Winnicott, por ejemplo, confrontó con un campo de experiencia clĆnica en donde se producĆan en el tratamiento una serie de acontecimientos, mĆ”s o menos disruptivos e inesperados que no podĆan ser articulados a un contexto historial o a una estructura que permitiera justificar su aparición, y que por lo tanto desbarataban todo intento hermenĆ©utico que presuma en ellos la confrontación de fuerzas antagónicas. Ahora bien, sucede que como estos acontecimientos (de marcada intensidad transferencial, como enojos muy violentos, largos perĆodos de mutismo extremo, desbordes del encuadre, etc.), como toda una serie de manifestaciones de este tipo escapan a la lógica que permite asimilarlos al código interpretativo, provocan la sensación en la experiencia clĆnica de que se ejerce sobre el analista una suerte de violencia transferencial, y se las tiende a considerar -entonces- como expresiones patológicas o resistenciales. Pero lo que sucede es que estos acontecimientos que no expresan un conflicto simbólico en transferencia, sino que buscan obtener ese carĆ”cter simbólico del que carecen en la propia experiencia transferencial, buscan una experiencia simbolizante -por asĆ decir- en el propio terreno clĆnico. De tal modo que son manifestaciones subjetivas que solicitan del modo mĆ”s exigente una posición basada en el no-saber del analista, porque su āsaberā estĆ” atado a la comprensión de manifestaciones subjetivas que estĆ”n ausentes en estos casos y operan como obstĆ”culo epistemológico en su sensibilidad clĆnica. El otro riesgo es que muchas veces en el marco de la lógica binaria se producen deslizamientos problemĆ”ticos en la selección de los pares de oposición con que se pretende definir un conflicto. Algunas veces en esa selección se hace muy difĆcil despejar pautas simplemente normativas. Por ejemplo, cuando Freud en su artĆculo āNeurosis y psicosisā hace de lo que Ć©l llama āmundo externoā (con todo lo complejo y arbitrario que supone definir el estatuto de su realidad, su alcance y sus lĆmites),uno de los polos del conflicto psĆquico en su enfrentamiento a la dinĆ”mica pulsional. Es famosa la fórmula de Freud en ese texto segĆŗn la cual la neurosis es un conflicto entre el yo y el superyó, y la psicosis, un conflicto entre el yo y el mundo exterior, conflicto en el que el yo no puede dominar ciertos desarrollos delirantes que trata de imponer la dinĆ”mica del funcionamiento primario y termina deformando la realidad. Sin duda, con esta fórmula, tenemos que tener a mano una pauta bien establecida que nos permita evaluar hasta donde la realidad de ese āmundo externoā sostiene su carĆ”cter de lo que se podrĆa considerar una realidad āobjetivaā, y hasta donde estĆ” siendo deformada por cierto desborde pulsional⦠El punto en este caso no es tanto el binarismo en sĆ mismo como el criterio a partir del cual se recortan y se presumen como antagónicos ādelirioā y ārealidadā, porque estos tĆ©rminos no tienen por quĆ© ser considerados obligatoriamente instancias opuestas o irreconciliables, bien pueden superponerse tranquilamente, como por otra parte dan testimonio tantos artistas, solo se las puede considerar antagónicas si se toma en cuenta para enfrentarlos un criterio basado en un ideal adaptativo (que es el que determina la oposición y no la naturaleza misma de los tĆ©rminos en juego).
Por otra parte, en los casos mĆ”s groseros casi no habrĆa mayores problemas para establecer esa diferencia, pero en los casos mĆ”s sutiles (pienso en Van Gogh, Galileo, Bretón, etc.), quiĆ©n podrĆa afirmar con total seguridad dónde termina la realidad y dónde empieza el delirio⦠Bueno, en el caso de Galileo sĆ sabemos quiĆ©n lo estableció y bajo quĆ© condiciones extremas y dogmĆ”ticas⦠Siempre estĆ” el riesgo de la Sagrada Inquisición.
Retomando la polaridad ādelirio-realidadā, Winnicott dirĆa que nuestra relación con el mundo y los demĆ”s no es necesario discernir si el otro es un dato inobjetable de la realidad o el resultado de una producción delirante, es necesario soportar que el otro es siempre ambas cosas a la vez, un dato inobjetable de una realidad compartida y consensuada en el orden cultural, y -al mismo tiempo-un delirio personalā¦
Finalmente, la cultura es la superposición no cuestionada de una duda que no tiene (salvo ciertos dogmatismos detestables) solución alguna: āĀæsomos sueƱo o realidad?ā. En todo caso, es una pregunta que ya no se comparte colectivamente para la producción creativa de una sociedad...
La modernidad ha diluido al extremo las experiencias que en otras Ć©pocas sólo era posible ser vividas en comunidad(como por ejemplo la crianza de los niƱos).Las responsabilidades se estrechan entonces cada vez mĆ”s al individuo concebido de manera aislada, de modo que, por poner otro ejemplo, se considera que cada quien sueƱa en la reserva y los lĆmites de su estricta soledad. Esto da la confusa sensación de que se es el propietario del sueƱo que se ha tenido (el psicoanĆ”lisis ratifica a menudo esta hipótesis, y cuando ese sueƱo impacta como una visita inesperada, es decir, como la extraƱeza de un otro usurpando la propia intimidad, el analista ayuda a reabsorber su extravagante mensaje en la propia y estricta responsabilidad subjetiva del soƱante en cuestiónā¦). No hay sueƱos colectivos, no en el sentido de cierto acuerdo onĆrico respecto de los propios deseos, sino como expresión de una multiplicidad de versiones simbólicas relacionadas con una experiencia vivida en comunidad, es decir, a partir de una Ć©tica colectiva del soƱar.
Y sin soƱar, no hay realidad (hay pesadillasā¦)
* Daniel Ripesi es Profesor Titular de "Escuela Inglesa de PsicoanĆ”lisis", Facultad de PsicologĆa (UCES)
