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Necroanálisis. Hacia una ético-política del suicidio


La pregunta que los dispositivos psi hacen al suicidio lleva casi siempre el sesgo de dar por hecho el deseo de vivir (preguntando por qué alguien se mata y, entonces, cómo evitarlo), pero en cierto giro metodológico acaso haya que preguntar a la pregunta: ¿cómo es que se logra desear vivir en un mundo -en concreto, el del capitalismo mundial integrado- tan logradamente mortificante? El psicoanálisis nos abrió una vía para formular la pregunta, pero la respuesta hubo de llevarnos más allá del diván, por lo que no es ningún capricho intelectual utilizar el vocablo necroanálisis.




por Raúl J. Betancourt


Parece que en la especie humana la vida es frágil y la muerte cierta. ¿Por qué es necesario que nos hagan de esta certeza un azar, que toma por su carácter repentino o inevitable el aspecto de un castigo?

M. Foucault, Un placer tan sencillo


Necroanálisis es un neologismo que busca trazar una perspectiva y no un corpus totalizante; una máquina de politización del cuerpo en su dimensión mortal y no así un extractivismo psi de la causa suicida. No hay dualismo cartesiano, la mente es la idea de un cuerpo (Spinoza, E2, P13). Lo que hay son cuerpos en composiciones diversas sobre un plano de inmanencia que es, a su vez, delineado por los procesos productivos del inconsciente. El suicida es, al mismo tiempo, suicidado por la sociedad, como decía Artaud, mas no por ello levanta menos la mano sobre sí. Es la paradoja del producto-producir en Deleuze y Guattari: el proceso productivo es producido socialmente, pero a la vez es productor de ese mismo sistema de producción. Lo que quiere decir, entre otras cosas, que no somos meramente pasivxs en el funcionamiento social.

Pensar al suicidio como pura pasividad ante condiciones adversas lo deja a merced de su patologización y su correspondiente asistencialismo bienhechor. Para empezar, muy limitado sería capturar al suicida bajo la categoría de alienación mental, cuyo correlato positivo serían las ideas claras y distintas. Suicidios de balance contra suicidios patológicos. De allí consideramos que nace cierta dicotomía psicoanalítica, que proviene de una tradición que siguió las enseñanzas de Lacan, entre suicidio como pasaje al acto (asociado al campo patológico, con la melancolía como paradigma) y como acto a secas. El necroanálisis, al apuntar hacia una ético-política del suicidio, nos advierte de la dificultad de abordarlo desde un tribunal -de raigambre cartesiana, pero en general, occidental- donde se pueda determinar cuáles son los suicidios que merecen la pena llevar a cabo, cuáles son las razones válidas y suficientes, etc. No es que el necroanálisis busque una validación de todo suicidio, mucho menos su promoción, sino que apunta a dinamitar los cimientos en los que se sostiene la máquina de interpretación moral que los valora. Rastreamos la enseñanza de autores como Jean Améry, que no hablan desde el saber psi, sino que prepararon su suicidio con su obra:

El suicida o suicidado -puesto que aquí no es determinante que la muerte haya sobrevenido o no- bate con su cabeza el frenético redoble de tambor contra las paredes que se le echan encima y atraviesa finalmente el muro con ese cráneo fino y ya herido. Puede haber planificado con gran serenidad la muerte voluntaria como un “suicidio de balance”, tal como lo llama la ciencia competente; puede haber sido arrastrado por la presión súbita de una situación externa insoportable para él a lo que se denomina “suicidio de cortocircuito”; el suicidado puede haber estado absorto durante mucho tiempo en un estado de tristeza y melancolía o, al contrario, haber estado, según los testigos, de buen ánimo pocas horas antes; el momento previo al salto convierte en irrelevantes todas las diferencias y produce una igualdad irracional. (p. 20).

Si seguimos la línea que va de Spinoza a Nietzsche, pasando por Schopenhauer, se puede decir que un suicidio no niega la vida, sino que, muy a su manera, la afirma. Pero las implicaciones son diferentes en cada autor. Sandra Baquedano Jer, a propósito de Schopenhauer, observa que “la condena de orden moral que surge de la metafísica del noúmeno volente se resumen en el hecho de que el suicida no puede dejar de querer” (p. 22). Para Schopenhauer, si uno se da muerte no extingue la voluntad de vivir, sino que la afirma en su afán de salir de una existencia desgraciada. “Y él cree arreglar su miseria. / A través de la muerte. / ¡Cómo se ha engañado! (…) (Schopenhauer). Esto le basta para condenar el suicidio. Si bien no pretendemos ser ciegxs ante la evidencia de que las más de las veces las personas se matan presas de un sufrimiento insoportable, una depresión profunda, la condena moral consiste en identificar el sufrimiento como causa necesaria, suprimiendo la posibilidad de una elección real. Matarse sería, en esta lógica, una suerte de error de perspectiva, de errar en el blanco, de confusión con respecto a la voluntad entendida como vida, “no sólo no eliges, sino que además eliges mal”, por lo que el genuino deseo de morir queda en entredicho. Un razonamiento similar, mutatis mutandis, se ha pretendido extraer de Spinoza, el crítico por excelencia del fantasma del libre albedrío. Nadie podría realmente elegir matarse, sino que es orillado por determinadas fuerzas exteriores. La pregunta que quisiéramos plantear es la siguiente: ¿se puede conjurar el peligro de una condena moral al suicidio sin necesidad de apelar a otra trampa, que es la de la libre elección de un individuo soberano, o de ese maldito yo y sus espejismos?

Judith Butler, en “El deseo de vivir. La ética de Spinoza bajo presión”, problematiza esa conclusión de corte spinozista en la que el deseo de morir sería un oxímoron pues nada podría ir propiamente en contra del conatus. “Uno se da muerte obligado por otro, que le desvía la mano en la que lleva casualmente una espada” (Spinoza, 4P20). Butler pone de relieve que la noción misma de perseverar en el ser no remite necesariamente a un ser entendido como entidad individual:

“El yo que se esfuerza por perseverar en su ser no es siempre un yo singular para Spinoza, y tampoco necesariamente tiene éxito en el aumento o la mejora de su vida si no mejora al mismo tiempo la vida de los demás. En efecto, en lo que sigue, espero establecer en Spinoza no sólo una perspectiva crítica del individualismo, sino también un reconocimiento de la posibilidad de auto-destrucción”.

El necroanálisis no quiere fundamentarse en el individuo, sino que admite, junto con Spinoza, Nietzsche, Deleuze y Guattari, que el suicidio es resultado de un conflicto de fuerzas transindividuales, moleculares, molares, en las que cabe establecer una lucha política, contra las míseras condiciones de vida en el capitalismo post-industrial que producen tales deseos de morir. Pero de Thomas Szasz aprendimos a no ser intrusivxs con el cuerpo suicida, labor más bien de la máquina jurídica y médica, a la que aconseja no rendir cuentas. Nuestra crítica a la psicología y al psicoanálisis no es por sus loables intenciones, sino por tener más un interés disciplinario para que los cuerpos no se maten, que uno en cambiar el sistema político-económico-subjetivo que hace que muchas veces la auto-aniquilación sea más vital que permanecer en semejante imperio de muerte perpetua.

El psicoanálisis ha tenido cierta participación, muy sobria y prudente, a decir verdad, en la patologización del suicidio. Y como sabemos desde Foucault, la patologización es una continuación de la moral. Si bien el psicoanálisis nos ha proporcionado armas invaluables para una crítica a la moral y su relación con el sufrimiento y con el suicidio mismo (¿no es verdad que unx se puede también matar por masoquismo moral?), ante la figura del suicida el psicoanalista siempre se encuentra con un impasse: un discurso no parece hablarse con el otro, como sí sucedería con el llamado discurso histérico, cuando sigue su respectiva rotación lógica (desde los cuatro discursos de Lacan). El analizante es una persona para quien aplica la regla del significante: A no es igual a A. Lx suicida, en cambio, funciona más bien como un escapista del diván, en el sentido de una prestigitación al significante. En un acto suicida A = A; quien queda barrado y, además, perplejo, es el Otro. Producción de significante de la falta en el Otro. De allí que la pregunta por la causa sea la que más impulsa las reflexiones PSI: “Dinos por qué lo hiciste, ¿dónde está el saber? Danos tu causa”. Autopsia psicológica. Y aunque unx pueda ensayar determinadas explicaciones, la pregunta por la causa no es la más que interesa al necroanálisis, sino: ¿cómo funcionaron esas máquinas deseantes? ¿Qué composiciones y descomposiciones, agenciamientos maquínicos y colectivos, se dan a partir de allí? ¿Qué régimen de opresión nos permite visibilizar?

En cambio, Freud nos dice que la joven homosexual, al lanzarse a las vías del tren, quería parir, en un éxtasis edípico, al hijo del padre. No parece tener problema con que haya abiertamente un régimen heteronormativo ni con que el padre lo encarne. El suicidio melancólico tiene que ver con un yo empobrecido y violentamente castigado y vilipendiado por su superyó, pero el superyó sigue siendo para el freudismo una resolución necesaria del complejo de Edipo, su secuela. Se mata o se intenta matar porque se identificó con mamá, con papá, siempre en una esfera psicológica e intransferible; y aunque asentimos ante el carácter intransferible de la muerte, se puede hablar de la transferencia de su intransferibilidad: no hay suicidio individual. El suicidio es siempre colectivo, una soledad poblada.

Jean Allouch (2011) cuestiona la formulación freudiana del suicidio que aparece en “Duelo y melancolía” señalando que, en su modelo del desdoblamiento psíquico, que puede entenderse como matar a otro dentro de unx mismx, no está explicando cabalmente el suicidio ni el carácter altruista que pudiese revestir en algunos casos. Claro que este modelo es anterior a la postulación de la célebre pulsión de muerte en 1920, pero su llegada no excluyó que la perspectiva metapsicológica del suicidio de “Duelo y melancolía” permaneciera. Y si bien hay elementos que funcionan, sigue ubicando al suicidio con un pie en la dimensión jurídica: crimen, culpa, castigo, asesinato; todas variables en juego. No es sorpresa viniendo de una teoría que pensó el poder, sobre todo, en términos represivos. Pero hay una deriva crítica que nos gustaría retomar de Freud: la pulsión de muerte pensada como insistencia en una muerte inmanente que evita cualquier forma de morir externa o fortuita (curiosamente esa idea la propone como una hipótesis en Más allá del principio del placer y allí mismo la descarta). Y nuestra propuesta es que la pulsión siempre es política. Ahí aparece el suicidio como un acto de insubordinación ante una muerte natural o impuesta como necesaria.

Luego, la freudiana división subjetiva en el suicidio (matarse es siempre matar(se)) también es recuperada por Lacan con las herramientas de la lingüística, la lógica y la matemática. La problemática del agente del suicidio (¿suicida o suicidado?) se resuelve parcialmente acudiendo al modelo topológico de una cinta moebiana en la que lo social y lo individual se pondrían en continuidad, sin caer en una indistinción absoluta. Decimos parcialmente porque el psicoanálisis utiliza sus herramientas conceptuales siempre en función de una práctica mercantil, mayoritariamente privada en la que, al ser profesionales de la salud (o semblantes de…, como quieran llamarlo) tampoco pueden evitar tener cierta aproximación cautelosa con respecto al suicidio. Así como Deleuze y Guattari dijeron que lxs psicoanalistas prefieren “antes un pueblo de neuróticos que un solo esquizofrénico logrado, no autistizado”, así podemos decir que prefieren un pueblo de obsesivos, Hamlets preguntándose si ser o no ser, que un solo suicida logrado. Por otra parte, es sin duda mucho más rentable. Y menos angustiante. Como dijo Robert Castel, no se le puede reclamar a una piedra su caída, ni a un psicoanalisita hacer su trabajo. No pretendemos en ningún momento desvalorizar sus alcances. El problema es que para abordar el suicidio más allá de una teoría firmemente enraizada en una práctica nacida del biopoder, tendríamos que ir más allá de un sujeto del significante. Quizá sería conveniente invocar, construir, crear otro modo de relación con la suicidalidad y el suicidio: he allí el proyecto del necroanálisis.


Améry, J. (2005). Levantar la mano sobre uno mismo (1976). España: Pre-Textos.

Allouch, J. (2011). Erótica de duelo en tiempos de la muerte seca. (2006). Argentina: El cuenco de plata.

Baquedano Jer, S. (2011). “Estudio preliminar”. En P. Mainlander, Filosofía de la redención. Antología (p. 9-45). Chile: FCE.

Butler, J. El deseo de vivir: La ética de Spinoza bajo presión. Publicado originalmente en 2006 como “The desire to live: Spinoza’s Ethics under pressure” en Kahn, V., Saccamano, N. y Coli, D. (eds.). Politics and the Passions, 1500-1850. Princeton, Princeton University Press.

Deleuze, G. y Guattari, F. (2018). El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia (1972). España: Paidós.

Spinoza, B. (2019). Ética demostrada según el orden geométrico. Argentina: Alianza.

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