Una madre, que también es psicoanalista, a partir de una experiencia personal se pregunta acerca del aislamiento en sentido amplio, la presencia de otres cuando sólo se da de forma virtual y del hacer creativo en este contexto.
Cumpleaños de cinco de Emi (mi hija) en cuarentena. Había estado todo el verano preguntando si faltaba mucho para ese momento.
Se me ocurre una idea que le encanta (y a mí también)… Una pijamada que comenzaría la noche anterior a su cumple. Mamá, Papá, Mer (la novia de papá) Pachi (la hija de la novia de Papá) y ella –todos tenemos contacto en esta cuarentena porque Emi pasa tiempo en ambas casas- durmiendo en colchones en el living mirando la pelis que ella eligiera.
Llegó la noche. Era el sábado pre-cumple. Estamos cenando, ella está un poco “pasada”, yo empiezo a sentir que me duele la garganta cuando trago. Toda la cuarentena me dolió la garganta, tener todas las conversaciones a través de dispositivos móviles no es gratuito. Pero éste dolor no es el de las semanas pasadas.
Al rato empiezo a sentir distinta mi temperatura corporal, me la tomo, 37.5. Aconsejada por amigues médiques decido volver a dormir a casa y esperar hasta la mañana. Se lo trasmito a Emi después de llorar mucho en la cocina (yo), se va corriendo trágicamente, llora como hace mucho no la veía llorar, me grita “Mamá maaaaaalaaaa”, yo la miro a Mer buscando en su cara alguna respuesta. Vuelve al living a llorarme gritando, yo contesto a la altura de una adulta que sabe manejar la situación “Te juro que yo no me quiero irrrrrrrrrrrr”, llorando, obvio.
Vuelvo a casa creyendo que me iba a morir, de Coronavirus y de tristeza. Me duermo en el sillón del living con la tele prendida para sentirme acompañada. Pablo me manda videos de Emi (tomados un rato después de que me fuera) donde no para de saltar riéndose a carcajadas.
Al otro día me voy a hacer hisopar, le aviso a Pablo que la única forma de llevar adelante el día era haciendo de cuenta de que ese diecinueve de abril era un día cualquiera, sin participar de ninguna videollamada cumpleañil familiar, con excepción de una solita con ella para que me cuente lo que ella quisiera.
El lunes a la tarde nos conectamos por videollamada de vuelta. Para mi sorpresa estuvimos dos horas. Primero me contó cuentos cómo vio que me estaba dormitando un poco (todavía no me sentía bien) me preguntó si quería dormir un poquito, que mientras ella se iba a poner a trabajar, sorprendida accedí, ella trajo su cuaderno y birome y se puso a hacer cosas de oficina al tiempo que yo dormía frente a mi teléfono. Cuando me desperté me pidió que le contara un cuento yo.
Al otro día Pablo me pidió si podía “quedarme un rato con ella” porque Mer y él tenían trabajos que hacer. La dinámica fue similar, sin dormir (creo que no soy tan mala mamá al final). Ella me contó cuentos, yo también a ella y luego pasamos otro rato haciendo cada una algo distinto pero haciéndonos compañía virtual. Ella varias veces me preguntaba cuándo íbamos a poder vernos y si ya tenía el resultado. Empecé a pensar en el concepto de Winnicot sobre jugar solo en presencia del otro, en nosotras habitando cierta soledad pero sabiéndonos conectadas.
No la estaba pasando bien con esto de estar encerrada sin verla, pero el miércoles me empecé a inquietar, el resultado tardaba más de lo que esperado.
El Jueves empecé a sentir retorcijones en el cuerpo, la extrañaba físicamente, necesitaba meter mi nariz en su pelo y olerla, abrazarla fuerte. Ni siquiera podía pensar en cuánto ella me extrañaría a mí. Y cuando estaba llegando al pico de mi desesperación (por la separación acompañada de incertidumbre) me avisan que mi muestra nunca había “entrado”, que me tenía que volver a hisopar. Me sometí a que me revuelvan el cerebro nuevamente, con la desesperación vuelta sequedad afectiva.
El sábado a la noche recibo la confirmación del resultado negativo. Emoción, llanto, correr a la casa del papá para buscarla y darle la sorpresa, “¿Qué hacés acá?” con cara de nada, no corre ni me abraza… supongo que ella también había empezado a usar el recurso de la sequedad. En ese mismo momento concretamos el postergado pijama party, a mí nunca una película de Disney/Pixar me gustó tanto. Las siguientes fueron las 24hs en las que menos me quejé de la maternidad en mi vida de madre.
Cuando empecé a escribir esto estaba en pleno aislamiento y separación de mi hija, pensé que tenía la intención de hablar de esa posibilidad de hacer cosas a solas (jugar) cuando estamos en presencia de otres. Pensando puntualmente en mi hija y en la modalidad virtual. Luego me sucedieron dos cosas, Por un lado, nos dimos cuenta con Pablo que esta modalidad sirvió en un momento de emergencia e incertidumbre, porque en la actualidad, los días que no está conmigo prefiere no hacer videollamadas porque –según sus propias palabras- me extraña más.
Lo segundo que sucedió es que esta cuarentena me confrontó con lo que más miedo tuve en mi vida, la soledad, que casualmente elegí en algún momento. Me hace preguntarme todo el tiempo cosas en relación a esa soledad, sobre todo a mi soledad, porque veo que cada persona la vive de modo muy singular.
Winnicot también escribió sobre la capacidad para estar a solas, se me viene a la cabeza la idea de que a mí no me ha resultado muy sencillo (o me cuesta, incluso en la actualidad) el estar a solas y que las veces que lo pude o lo puedo disfrutar es cuando estoy jugando a algo (cuándo hablo de jugar no me refiero a juegos, como se entiende habitualmente, si no a cualquier actividad creativa que implique estar metida en algo que me conecta con lo más profundo de mi).
Estar con una nena no es estar completamente sola, pero no es lo mismo la compañía de une adulte que de una hija a la que hay que cuidar, acompañar y entretener.
Entiendo que esa semana fue posible estar físicamente aislada y separada de Emi también por la confianza absoluta que tengo en el papá de mi hija y su pareja, en su capacidad para contener la angustia de Emi -transmitiéndome sólo lo indispensable- y sabiendo que mi hija iba a tener ternura y cuerpo amoroso presente. No puedo ni imaginarme la misma situación que atraviesan mujeres cuyo relevo es un padre que funciona sólo a modo de reemplazo circunstancial y en quien se confía poco o nada.
Había pensado escribir sobre necesidades de una nena de 5 años y creo que en realidad estoy hablando de la soledad de una adulta. La soledad de las personas que vivimos la cuarentena solas o con niñes, la soledad que implica depender exclusivamente de redes sociales (a las cuales cada vez más personas le huyen por saturación). Soportar y sobrevivir a una soledad por la certeza de saber que contamos (quienes contamos) con redes de sostén emocional, con afectos sólidos en otros lados, aunque no sea en el mismo espacio físico. Me di cuenta que siempre me costó dedicarle tiempo a mis cosas (jugar) en mi propia casa (más allá de esta cuarentena) y ahora me ví en la necesidad de ser para mí misma algo de lo que siento que soy para otras personas: buena compañía. Quizás tratándome un poco a mí como a une otre. Y empecé a jugar un poquito.
En “La capacidad para estar a solas” (1958) Winnicot dice “Probablemente puede afirmarse que la literatura psicoanalítica ha dedicado mayor atención al temor y al deseo de estar a solas que a la aptitud para ello”.
Quizás éste sea un buen momento para repensar la idea de poder estar a solas en “presencia” del otro, cuáles son esas “presencias”, de qué forma y de qué otros/es estamos hablando. Sobre todo de la necesidad de cuerpos presentes, que son irreemplazables. Y de cómo será que estamos pudiendo sobrevivir a esa falta.
* Psicóloga con orientación psicoanalítica y perspectiva de género, mamá de Emilia y más o menos artista.
Nota publicada originalmente en Notas Periodismo Popular.
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