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Sobre extravíos conceptuales y pretendidas “incorrecciones políticas”.

Actualizado: 18 abr 2023

Una respuesta teórica y política a la canallada.



Crédito de la imagen: Tu vanidad - Paloma Pallero @pal.tatoo.ilustra



La autora responde a la nota de LucianoLutereau, recientemente publicada, en la que, usando de excusa de reseñar la nueva publicación de la historiadora y psicoanalista Élisabeth Roudinesco, expresó ideas que exceden lo cuestionable en sentido teórico y político, abonando posiciones renegatorias de los DDHH, lo estudios interdisciplinarios de género y los marcos legales y éticos del ejercicio profesional de les psicólogues



*por Dulce Ma. Pallero



El concepto de narcisismo al interior del psicoanálisis continúa en disputa, así como el concepto mismo de sujeto y la tensión entre la hipótesis endogenista y exogenista de la constitución del aparato psíquico; es una de tantas dicotomías que no están saldadas. Como ya varies autores han situado, el peligro de que el psicoanálisis pierda su potencialidad explicativa de la dramática humana y su fuerza revolucionaria en lo político, se encuentra al interior mismo de la comunidad científica que construye conocimiento dentro de este paradigma.

Que Lutereau afirme —escudándose en lo que desarrolla en su libro Roudinesco— que es equivalente “autopercibirse perro dálmata” —o que no se tolere al semejante en la otredad sostenido de insignias identificatorias como “ser alérgico”, “irse a dormir temprano” o “comer a tal o cual hora”— con la identidad de género autopercibida o un posicionamiento ético y político como “ser vegetariano” (o vegano, agregaría yo), habla no solo de un extravío teórico al interior de las coordenadas freudianas, sino de una ignorancia intolerable de los desarrollos filosóficos de la teoría queer, los feminismos, la teoría trava/ trans, y desarrollos del propio psicoanálisis del último siglo.

Esto ya en sí mismo es suficientemente reprochable, pero falta señalar la profunda y activa ignorancia sobre cuestiones relacionadas con otros desarrollos filosóficos tales como el especismo, el antropocentrismo y todos los análisis de los feminismos negros y marrones que —lejos de afirmarse en planteos que no admiten el tratamiento de la alteridad—, iluminan las relaciones sistémicas que proveen los dispositivos de opresión, segregación, reducción a la abyección y extermino de quien se construye como aquello que no es un semejante: es decir, todo aquello que puede (y debe) ser tratado como “no humano”. Equiparar desarrollos teóricos a supuestas degradaciones en “sentido común” de los mismos, es una falacia peligrosa cuando de artículos de opinión autorizada se trata.

En nombre de un rescate de “aquello que hace lazo”, desconocen la doble vía que instituye la configuración de la subjetividad: lo histórico social y lo histórico singular; y que, a su vez, lo histórico singular se instituye de la metabolización de lo simbólico cultural cedido por los otros a cargo de la humanización y de lo pulsional de cada quien, y los derroteros que ello vaya configurando. Se llenan la boca hablando del deseo y la sexualidad, llenan páginas y páginas hablando de ello y recaen una y otra vez en el más burdo idealismo, donde el imperativo categórico es el más pueril vasallaje teórico al reino de “lo simbólico” y “el significante” en abstracto.

Y no conforme con todo esto, amplifica el horror apelando sensacionalistamente a expresiones como “terrorismo de la identidad” para degradar luchas históricas que implican la ampliación de derechos y reconocimiento de la dignidad humana de muches existentes que históricamente fueron degradades a lo abyecto. Renegar la conquista que significa que desde las instituciones se admitan pluralidad de identidades que rebalsen el binarismo cis sexista: una ampliación de derechos y reconocimiento de existencias, es la real operación terrorista. Y reducir este hecho a una arbitrariedad de narcisismos precarizados, es no entender que la sexualidad también es parte de lo identitario. Eso no significa que todo lo que concierne a la sexualidad sea potestad de la conciencia o que incluso no escape a lo simbólico y lo imaginario —que de hecho lo hace y los psicoanálisis se han encargado de desarrollarlo y profundizarlo—. La inconsistencia metapsicológica que manejan alarmaría hasta al mismísimo vienés decimonónico que tenía serias dificultades en pensar por afuera de la lógica falocéntrica de la sexuación. Que degraden todo esto a la falacia de que solo se trata de una declaración de principios sobre “modos de vida”, alarmaría hasta a cierto francés que supo maravillarse con los trabajos del estructuralismo y nos permitió pensar que era posible una salida al endogenismo de lastre biologista que también acompañaba la teoría freudiana.

Afirmar tan sueltos de cuerpo que “… la identidad dinámica no tiene un ser previo, sino que busca en efectos de actos imprevistos…”, es hablar, como lo hacen, desconociendo el campo teórico que discute esto, y la cantidad de privilegios que se deben tener para enunciar en nombre propio y de les otres. Es invisibilizar las profundas desigualdades y violencias que padecemos las existencias humanas. Es sostenerse en la ilusión de que los derechos humanos están descontados, que las condiciones de vida están garantizadas para todes por igual. Porque, por si se les pierde de vista, para que un psiquismo funcione en la dialéctica del deseo, deben darse las condiciones materiales para salir de la dialéctica de la necesidad. Para poder soportar lo otro de nosotres mismes —el esfuerzo y la inversión de investidura psíquica que eso requiere—, es necesario que nuestras condiciones de existencia no se encuentren amenazadas. Y por esto me refiero a todo lo que está entre la garantía de vida y la posibilidad de que “el yo” (o sea cualquier persona) pueda pronunciarse como sujeto de enunciación de… cualquier cosa.

Esto no es una discusión filosófica, ni de “modos sintomáticos de la identidad” de quien se enuncia desde lo que Freud señalaba como la incorporación a la personalidad del síntoma. Eso, así planteado, es mezclar peras con bananas. Es redoblar todas y cada una de las opresiones sistémicas del capitalismo, el patriarcado y el colonialismo. Es un gran ejemplo de cómo puede ejercerse violencia simbólica en nombre de la elucidación teórica y la no conformidad con los discursos políticamente correctos, cosas con la que todas las personas que no queremos renunciar al humanismo —pero que no abandonamos la vigilancia epistemológica sobre los lastres filosóficos de doble o triple filo—, acordamos.

Y ya que tenemos que hacer ingresar la dimensión ética y legal a la ecuación —elementos que esta calaña de colegas insiste en expulsar en todos sus lugares de enunciación—, debo agregar que es alarmante cómo el Doctor Lutereau habla como si desconociera el código de ética profesional, la ley de ejercicio profesional, la ley de derechos de los pacientes, la ley de salud mental, la de identidad de género, la de educación sexual integral… solo por nombrar algunas. Marcos regulatorios que rigen nuestras prácticas como psicólogues y que ¡no son opcionales!

Es muy cómodo plantearse crítico de las construcciones de la alteridad en términos de enemigos, cuando ni siquiera se es capaz de llevar hasta el final los desarrollos de grandes pensadoras como Arendt. Cuando se desconoce la materialidad sobre la que se funda o no la condición de las existencias, es decir, las relaciones de poder que se ponen en juego dentro de los sistemas que arman las dinámicas de la producción y reproducción de la humanización. Cuando no se comprende el concepto de abyección que desarrolla Kristeva y la relevancia que tiene para el campo del psicoanálisis cuando nos ponemos a pensar en las condiciones para la génesis del psiquismo y sus avatares. Porque aquí, no solo se adolece de faltas graves en la formación con “perspectiva humanista”, sino que también se sufre de severas fallas en el razonamiento crítico y deliberante de las teorías a las que se dice adscribir dentro del campo mismo de la psicología… porque sí, señoras y señores, el psicoanálisis también es parte de ello.

Y a todo esto se agrega el agravante de que a lo largo de todo su artículo se dedica a hacer citas de autoridad con falacias de todo tipo, como por ejemplo mencionar a Money como autor relevante en los estudios de géneros y sexualidades, cuando el único valor que tiene es histórico, y está relacionado con haber inventado el concepto moderno de género desde una perspectiva constructivista —pero desde el modelo médico hegemónico, patologizante—: una canallada mayúscula. Así como también sugerir por contigüidad a otros pseudoargumentos, que todes les psicólogues que sostenemos la necesidad de incluir la perspectiva de géneros, diversidades y disidencias en nuestros marcos teóricos y dispositivos clínicos somos abonades del individualismo narcisista neoliberal y defendemos el mito del “self made man”. Esto es entregar carne podrida para quienes no están formades en estas discusiones ni en los desarrollos de los campos teóricos a los que refiere. Lisa y llanamente, apela al recurso de la desinformación para la población que se interesa por acceder a divulgación científica.

¿Entenderá el Doctor que faltar a la precisión conceptual —para ser más exacta, falsear conceptos—, no solo es desinformar, sino que además tiene efectos lesivos, consecuencias reales en las personas que lo leen como autoridad experta en un campo del conocimiento humano? ¿Entenderá que el recurso a la cita de autoridad para elaborar una falacia, cuando hablamos de la salud mental de las personas, del acceso a derechos, de la dignidad humana, es violencia simbólica agravada por el poder de su investidura? La identidad, ya sea de género o sexual, se localiza tópicamente en el yo. Por lo tanto, tiene una ubicación metapsicológica específica; y es deuda y trabajo de les psicoanalistas desarrollar la articulación pertinente entre estos conceptos y el modelo teórico desde donde pensamos nuestras prácticas. El yo tiene estatuto metapsicológico, por lo tanto, no es mera espuma imaginaria. Las razones para no desestimarlo no son solamente metapsicológicas, también las hay políticas. Es necesario que apostemos a una articulación entre el psicoanálisis y la categoría de género que no atente contra las reivindicaciones de grupos sociales vulnerados, ni contra el espesor metapsicológico de la propia teoría.

Es muy probable que, si todes estuviéramos en igualdad de condiciones en sentido de ser reconocides como verdaderos semejantes, podríamos abocarnos solo a buscar y encontrar lo sintomático de nuestras identidades. Pero lamentablemente vivimos en un mundo donde la constitución del semejante no siempre está garantizada, y por eso existe el racismo, el lesbo odio, el trans odio, el homo odio; los femicidios, travesticidios, el abuso sexual infantil. Y es obligación de quienes nos dedicamos a tratar de dar respuestas a los problemas que conciernen al psiquismo humano, no equiparar cosas que no tienen relación alguna, no falsear información o incluso plantear una falacia tal como que una infancia o adolescencia no debe ser escuchada cuando manifiesta su expresión de género y/u orientación sexo-afectiva cuando ésta se escapa a la cis norma, solo porque está probado que no hay modo de que otorgue su consentimiento para mantener un “intercambio sexual” con un adulto. La sexualidad adulta irrumpiendo como imposición del propio autoerotismo en el psiquismo del otro es lo que tiene carácter traumático y altamente lesivo; no las producciones subjetivas propias, metábolas estructurantes de cada sujeto —sin importar su edad cronológica—.

Poder respetar, promover y proteger el desarrollo psíquico en los parámetros de la salud mental es potestad de les psicólogues. No abonemos a versiones canallas que solo refuerzan la violencia de nuestras sociedades. Ante los discursos de odio y la violencia, la única respuesta que vale es la que se pronuncia y explícitamente denuncia. La omisión es complicidad.



* Lic. en Psicología (UNLP); dulcemariapallero@gmail.com


Sobre extravíos conceptuales y pretendidas “incorrecciones políticas”
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