Por Alfredo Grande
“si no se trata de política, sino de guerra, no hablemos de paz, sino de tregua” (aforismo implicado A.G.)
“la neutralidad es la negación maníaca de la implicación” (aforismo implicado A.G.)
Por eso propongo no seguir pensando en el porqué de la guerra, sino en el para que de la guerra. Este texto intenta una respuesta entre tantas posibles. En todo caso, es el para que de este texto. Poder pensar a la guerra más allá del pretendido mal.
Antes de escribir, quisiera decir unas palabras...
Hace muchos años, en realidad hace varias décadas, leí un libro de Konrad Lorenz. Etólogo que, entre otros hallazgos, describió el aprendizaje por imprinting. Siempre me fascinaron los títulos, porque pienso que un buen título es una condensación de las ideas principales del autor. En uno de mis unipersonales recomendaba empezar siempre con el título cuando se pretende escribir un trabajo. Incluso señalaba que al título no hay que buscarlo, sino que solamente hay que esperar que el titulo nos encuentre. Al modo de una asociación libre, un fallido, un chiste. “Sobre la agresión, el pretendido mal” es el título que vino a mi recuerdo al empezar a pensar en este texto. Mi intento es pensar en qué medida la guerra no será otro “pretendido mal” y considerarla como el absoluto mal, un recurso de la cultura represora para encubrir o impedir ciertos actos. Y ciertas ideas. Si bien no todo es psicoanálisis, el psicoanálisis está en todo. Siendo una teoría del sujeto, no hay actividad de la cultura en la cual el sujeto individual, vincular, social y político no esté implicado. El denominado análisis de la implicación no solo abarca mucho, sino que aprieta mucho. La contratransferencia tal como se la describe podemos denominarla la implicación libidinal del terapeuta. Pero más allá y más acá de lo libidinal, otros registros son necesarios. En el psicoanálisis tradicional, casi diría en la ortodoxia inercial de las asociaciones oficiales, la ideología explicita era panfletaria. Incluso pornográfica. El psicoanalista y la psicoanalista debían ser, mantenerse, establecerse como pantalla virtual. Y no había plataformas digitales. Un sociólogo francés, Roberto Castel, escribió en el año 1972, un libro necesario: “El psicoanalismo: el orden psicoanalítico y el poder”. En la clave simbólica de este texto, mi título hubiera sido: “Sobre el psicoanálisis: el pretendido bien”. Psicoanalismo es un significante que alude al vaciamiento ideológico y político de la teoría. Lamentablemente, el psicoanalismo sigue vigente con sus afeites estructurales. El solo hecho de plantearse una reflexión psicoanalítica sobre la guerra, tiene a mi criterio, el exquisito perfume de lo revolucionario. Que no es la revolución, pero que es algo así como el primario para el ciclo universitario. Desde la película “La guerra de los Roses” sabemos que la guerra no es solamente un tema de los Estados. Desde ya, la familia en su formato sagrado y patriarcal, es análoga al Estado. Sigmund Freud, que en cierto sentido fue mas post freudiano que muchos psicoanalistas actuales, se interesó muy temprano por la ideología, la política y la sociedad. Su texto “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”, es un análisis institucional de la cultura victoriana. Aquella en la cual la represión sexual era tan hegemónica como encubierta. Breuer fue el primero que se dio cuenta, y por lo tanto prefirió estacionarse en la comunicación preliminar. Considero que la represión sexual es apenas una de las formas aparente de la represión política. Entonces es necesario una puesta en común ya que hablamos con palabras, pero pensamos con conceptos. Gregorio Baremblitt, un sabio del cual fue amigo y discípulo, decía que era necesario crear un “mínimo común múltiplo” para poder intercambiar desde ciertos sentidos compartidos. Creo que hay dos cuestiones importantes. Decir lo mismo con distintas palabras, lo que habilita la transdisciplina. El riesgo sin embargo es utilizar las mismas palabras, pero con sentidos no solo diferentes, sino totalmente incompatibles. Sin ir más cerca: cuando decimos psicoanálisis los sentidos pueden ser totalmente incompatibles. Tengo la convicción de que esa es la razón por la cual la mayoría de los congresos son los arreglos propios de la misma melodía. Y la diferente entonación de las mismas letras. Porque solo se intercambia con los muy parecidos. Y las discusiones intensas, las peleas, las guerras conceptuales, son rápidamente desalentadas. Me han dicho hasta el hartazgo, o al menos hasta mi hartazgo, que soy muy provocativo. Una vez pregunté: “¿es un elogio o un reproche?”. La respuesta me inquietó: “¿ves que sos provocativo?”. Creo que un texto que no provoca tampoco evoca. Lo peor es matar con la indiferencia. Y es posible que mi capacidad de espadachín conceptual haya disminuido ostensiblemente. Pero la ocasión amerita un esfuerzo donde las armas teóricas vuelvan a tener brillo y estilo. Para intentar pensar porque la guerra es, a mi criterio, un pretendido mal.
Las armas de construcción masiva
Según el filósofo León Rozitchner, que apareó para siempre el marxismo con el psicoanálisis, el concepto tiene forma racional, contenido racional y se apoya en una definición. Por lo tanto, ese “mínimo común múltiplo” que proponía Gregorio Baremblitt, es una puesta en común conceptual. Acepto que tiene cierta aridez, y prometer una futura abundancia de bienes, no puede ser creíble. Al menos no propondré ni sangre, ni sudor y mucho menos lágrimas. La letra con sangre entra. Ese es el santo grial de la cultura represora. Pero esa letra que entra lacerando, es letra que más temprano que tarde, muere. O sea: no fecunda al pensamiento crítico. Que es lo opuesto al pensamiento único. El pensamiento crítico es un pensamiento diverso sobre la diversidad y la complejidad. La realidad no es complicada, pero si es compleja. La complicación es una estrategia del poder sin saber. Esa complejidad nos obliga a tener firme rechazo a todo reduccionismo. Ilustro con un concepto muy afirmado: el tabú del incesto. Desde nuestro propio esquema conceptual referencial y operativo (el conocido ECRO acuñado por Enrique Pichon Riviere) decimos que en el marco de la cultura represora el tabú no es del incesto, sino del deseo. Y para fundamentarlo, tengo que compartir mi concepto de cultura represora. La primera afirmación es que toda cultura es represora a menos que se demuestre lo contrario, y raramente se demuestra. La segunda afirmación es que la cultura represora nos atraviesa a todes, pero no de la misma manera. Los 4 registros de la cultura represora son: mandato, amenaza, culpa y castigo. El mandato de todos los mandatos es la moral. La amenaza siempre ordena el devenir pronosticando multiplicidad de castigos. La culpa es un artificio que legitima ese castigo. Y el castigo siempre es necesario por la acción, la omisión o el pensamiento. Definimos al enculpamiento como la producción constante de culpas por parte de la cultura represora. Incluso hay personas que se sienten culpables porque no sienten culpa. No hacen las cosas porque las desean y porque les da placer. Sino para evitar el displacer y la culpa que tendrían sino las hicieran. Toda similitud con almuerzos domingueros, fiestas de amor y paz, visitas a familiares deteriorados, no es simple coincidencia. Desde ya se puede estudiar por culpa. Pero obviamente no se aprende nada. La letra con sangre entró y se quedó. La cultura represora odia la alegría, odia el placer, odia el deseo, odia el orgullo y la autoestima. Pero como dice un aforismo implicado: “si en casa de herrero los cuchillos son de palo, algo debe ser subvertido”. Así es. La cultura represora debe ser subvertida y eso solamente es posible si hay deseo de subvertirla. Los catequistas de la cultura represora dirán: toda cultura es represora. Sin represión reina el caos. Y prefieren la impunidad a la justicia por mano propia. Como escribió el poeta en “Reir llorando”: tomad como receta este consejo. Hay que animarse a hacer todo lo que la cultura represora prohíbe. Los modos yoicos de producción de subjetividad, cuya única brújula es el placer, no deben ser colonizados por los modos superyoicos de producción de subjetividad. En estos la brújula es la culpa. El sentido común que es el más reaccionario de los sentidos, señala con la certeza de los delirantes que no es posible una sociedad sin estado ni una subjetividad sin superyó. No es mentira, pero tampoco es verdad. Es una falsedad, que es el territorio preferido de la cultura represora. Estado colonizador de la sociedad, superyó colonizador de la subjetividad, son lo mismo es escalas diferentes. Un desarrollo amplificado de estos conceptos, y de algunos otros, se encuentra en mis libros sobre psicoanálisis implicado. Pensado como un analizador del fundante represor de la cultura. Sin ese intento de mutar el psicoanálisis individual en un psicoanálisis de la cultura represora, solo nos queda hacer la plancha en los sentires y pensares del hombre y la mujer mediocre. Siempre me preocupó la cultura represora que germina en las organizaciones que luchan contra la cultura represora. Tengo algunas experiencias de militancia y trabajo en diversas instituciones, incluidas algunas psicoanalistas, que son lamentable evidencia. Un solo ejemplo, al menos por ahora. Las diatribas seudo teóricas sobre el travestismo y la transexualidad. No me dan vergüenza ajena porque con la propia tengo bastante. Los psicoanálisis necesitan inventar y cargar armas de construcción conceptual masiva, para arrasar los cientificismos de la cultura represora.
Sobre el pretendido mal
Sería digno de un episodio delirante cuestionar a la obra maestra de Juan Bautista Alberdi “El crimen de la guerra”. Pero como creo que pensar es delirar un poco, apenas deseo que ese poco sea condición necesaria y suficiente para fundamentar las siguientes reflexiones. ¿Cuál es el concepto que tenemos de guerra? Los trabajos de Freud y de la mayoría de sus continuadores, hacen palanca en el concepto de pulsión de muerte. Recordamos que en un momento de la teoría la pulsión de muerte tenía una energía propia que Freud denominó “destrudo”. Horrible palabra, pero apropiada para designar la siniestra energía que George Lucas inmortalizaría como “el lado oscuro de la fuerza”. El lado brillante de la fuerza sería el Eros. Concesión tardía que Freud le hizo a Jung, sin reconocerlo obviamente. Lo erótico era una forma desexualizada de la pulsión, en un formato que pretendía no modificar en su fundamento la teoría de la sexualidad. El paradigma de la absoluta des erotización de la vida sería la guerra. Violencia pura. Pero de la misma forma que la agresión es un pretendido mal, pienso que la violencia es también un pretendido mal. Pero para la cultura represora es absolutamente necesario demonizar la violencia, porque es la única forma de enfrentar la crueldad. La cultura represora es agresiva y violenta. Pero su marca registrada es la crueldad, a la que definimos como la planificación sistemática del sufrimiento. A la crueldad se le opone lo que denominamos “ternura primaria”. La pulsión de muerte de meta inhibida. La meta inhibida de la pulsión sexual es la ternura secundaria. Si la guerra es un crimen, entonces no hay ternura primaria porque la pulsión de muerte se descarga en su totalidad. Lo interesante es que a la guerra se le opone la paz. La guerra y la paz, título de la memorable obra de León Tolstoi. Pero como dicotomía, como toda antítesis entre dos elementos, tenemos el derecho de suponer que hay un tercer concepto en discordia. Oculto. Como hijo guacho de la cultura occidental. Y es la denominada “pax romana”. Si todos los caminos conducen a Roma, hay que destruir a Roma. Y a su legado conceptual y político. La “pax romana” será romana, pero no es paz. Es sometimiento, rendición, esclavitud, aniquilación. Es una falsa paz con el solo objetivo que la subjetividad y la corporalidad esclavizada no tengan la menor hendija de una lucha libertaria. Entonces el porqué de la guerra, como todo origen, es especulativo. Un mito científico, al decir de Freud. El para que de la guerra no es especulativo, sino verificable en conductas individuales, vinculares, grupales y colectivas. Ante la invasión, el saqueo, la masacre, la anexión territorial, ante todas las políticas y economías de sometimiento, los traidores sostienen pactos perversos y los guerreros y combatientes luchan. Por eso prefiero hablar de guerras culturales que de batallas culturales. Freud le declaró la guerra a la cultura victoriana, que había sometido, invadido, anexado, masacrado, la sexualidad de las mujeres. Y no solamente. La guerra es una evidencia de los sentidos. Las políticas de invasión y masacre no tanto. Por eso se acuñó el concepto de “guerra preventiva”. Otra máscara realizada por el mismo fabricante de la “pax romana”. No es guerra: es masacre. La guerra en su sentido fundante siempre es guerra de liberación. Es violenta pero no cruel. Es pulsión de autoconservación, pero no es pulsión de muerte. Por eso propongo no seguir pensando en el porqué de la guerra, sino en el para que de la guerra. Este texto intenta una respuesta entre tantas posibles. En todo caso, es el para que de este texto. Poder pensar a la guerra más allá del pretendido mal.
Referencias bibliográficas:
Freud, S. (1930). Malestar en la cultura.
(1933). La descomposición de la personalidad psíquica.
Grande, G. Psicoanálisis Implicado (I, II y III. Editorial Topía). Disponible en www.alfredogrande.com
Cultura represora y análisis del Superyó. Editorial SubVersiones. Disponible en www.alfredogrande.com
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