top of page

Técnica e intersaberes: Un posicionamiento ético para el abordaje de situaciones complejas.

Recorte de El grito de Munch
Recorte de El grito de Munch

En este trabajo, Nadina M. Goldwaser, Rebeca Faur y Pablo Tajman proponen repensar la interdisciplina como un lugar posible para desarmar el hiperindividualismo desde el que pensamos, más allá de nuestra voluntad, porque es uno de los parámetros más importantes de nuestra subjetivación y también una de las fuentes sociales de producción de malestar.



por Nadina M. Goldwaser*, Rebeca Faur** y Pablo Tajman***


Empecemos por un hecho que se repite. Existe una brecha entre lo que se escribe sobre interdisciplina y las prácticas que desarrollamos. La mayoría de las veces cuando se habla de que un equipo trabaja desde la interdisciplina nos encontramos con interconsultas o con equipos multidisciplinarios en las que cada quien hace un recorte y focaliza en lo que considera su campo, dejando por fuera los determinantes que operan desde el “contexto” [1] y las conexiones entre lo que aborda cada profesional. Dentro del campo del psicoanálisis y la psiquiatría, disciplinas fuertemente influenciadas por el capitalismo liberal, algunos aspectos de los modelos predominantes parecen ser intocables, especialmente aquellos que desarticulan los padecimientos de sus condiciones de producción. Tendemos a reproducir disociaciones que individualizan los padecimientos, fragmentando las distintas violencias que operan, que entonces ya no podrán ser vistas como tales. En muchos casos, las personas que consultan deben relatar una y otra vez sus vivencias y padecimientos a diversos profesionales que pareciera que trabajan en lugares estancos y tabicados. ¿De qué modo podemos trabajar juntxs para desarrollar una práctica emplazada en un contexto y situada y al mismo tiempo mantener la especificidad de nuestros propios saberes?

No es extraño que lxs trabajadores de la salud mental que estamos interesadxs en el trabajo interdisciplinario tengamos búsquedas bibliográficas (que incluyen lo que antiguamente se llamaba teoría de la técnica) que tienen un rasgo en común: integrar, hacer puentes, conexiones entre distintas teorías (también entre distintos dispositivos de abordaje, diversos activismos y otras disciplinas). Durante nuestra formación nos enseñan consistentemente a reducir la complejidad hacia lo más simple, a aislar los objetos de su contexto, a diferenciar y desligar problemas que se presentan juntos. El enfoque suele estar basado en poder separar las disciplinas, reconocer las competencias de cada unx, para poder diferenciarnos, más que reconocer las posibilidades de solidaridad entre ellas. Los conocimientos producidos a partir de esa fragmentación de la realidad pueden ser muy sofisticados, y cuando se trata de problemas específicos, traen soluciones pertinentes. Pero los problemas de salud mental son, por su propia estructura,  complejos. Se trata de cuestiones donde no es posible separar los diferentes componentes como si habláramos de una máquina. Lo social, lo psicológico, lo económico, lo político, lo histórico, constituyen un todo entramado donde los distintos aspectos interactúan y se definen recíprocamente. El recorte disciplinario no permite captar esa complejidad, y como plantea Morin (2002): “(…) los conocimientos fragmentarios no sirven para otra cosa que no sean usos técnicos. No llegan a conjugarse para alimentar un pensamiento que pueda considerar la situación humana, en la vida, en la tierra, en el mundo” (p.17). Lo “técnico” de la cita de Morin y la “técnica” como la posibilidad de visibilizar y cuestionar los modos en que trabajamos usan el mismo nombre para cuestiones casi opuestas, poniendo de manifiesto la relevancia de la articulación entre la técnica y nuestra posición ética. La posibilidad de descontextualizar y compartimentar en las sociedades modernas es tal, que pueden suceder situaciones tan inverosímiles como esta: 

En un hospital, un adolescente es llevado al espacio terapéutico por diversas situaciones de impulsividad que se producían en el ámbito escolar. Su psicóloga identifica situaciones familiares en donde la violencia por parte del padre queda invisibilizada ante las crisis de ira y angustia que tenía este joven en ciertos momentos. Al avanzar en las entrevistas, el adolescente (quien es llevado semanalmente por la madre a la consulta ya que esta familia vive en la provincia y el hospital está en una zona céntrica de la ciudad de Buenos Aires) comienza a faltar a las sesiones. La profesional se contacta con la madre, y esta señala que no han podido asistir porque “tenían que decidir entre pagar un boleto o comprar leche”. Esta respuesta exaspera a la psicóloga, quien lee la situación como “resistencia de esta familia para que el adolescente pueda elaborar las situaciones de violencia que vive en esa casa”. Ante esta situación, una trabajadora social que es parte del equipo, relata el estado de  precariedad socio-económica en la que vive esta familia, desbaratando la interpretación unívoca que traía esta profesional, muy tomada quizás por el sufrimiento que portaba este joven y sus ansias de ayudarlo. 

La posibilidad de pensar las situaciones determinadas en grados variables por su “contexto” parece una precondición para el trabajo interdisciplinario. Un motivo es, tal vez, que las situaciones que se nos presentan en el ámbito clínico son complejas, difíciles de delimitar o hacer encajar del todo en los modelos desde los que pensamos nuestra práctica. 


Si de abordajes clínicos se trata… 

En términos de abordajes clínicos, las teorías disciplinares nos resultan siempre parciales, más apropiadas para ciertos tipos de situaciones clínicas que para otras. No hay ninguna teoría disciplinar que logre abarcar a todas las situaciones clínicas posibles. Sin embargo, sí hay teorías disciplinares que tienen la capacidad de proveernos de una identidad profesional englobante, totalizante. Para su uso clínico, estas teorías no pueden componerse así nomás unas con otras: hay un plano “metateórico” a trabajar ahí. Este plano implica una reflexión crítica sobre las teorías y cómo se relacionan entre sí, lo que requiere de una identidad profesional compleja que pueda integrar y navegar entre los diferentes enfoques teóricos y pensar su lugar en la práctica clínica, pero esta identidad compleja tiene la “dificultad” de perder las propiedades totalizantes provistas por una teoría disciplinar única. Esta diferencia entre las identidades profesionales totalizantes centradas en la provisión de un ser para quien las porta y las identidades profesionales complejas al servicio de la tarea clínica, son tendencias en pugna que tironean en cada profesional.

 El trabajo interdisciplinario, entonces, puede entenderse como un modo de intentar integrar y contextualizar, de volver a armar una complejidad. Eso no significa de ninguna manera acoplar las distintas miradas disciplinarias para tratar de restaurar una especie de totalidad, ya no identitaria pero sí clínica -como si juntando las partes pudiésemos recomponer un todo-. Reunir un equipo formado por personas de distintas disciplinas y sumar sus actuaciones no garantiza que el trabajo sea “inter”disciplinario. Teniendo en cuenta las limitaciones de cada profesión, podríamos apoyarnos en la idea de que no existe un saber separado de sus condiciones de producción, y que ese “inter” implica un diálogo: la producción de un saber nuevo y situado. La posibilidad de no sólo dividir tareas y demarcar competencias, sino de poder pensar y construir el problema clínico en equipo (con nuestras perspectivas disciplinarias y también con aquellos saberes que no suelen ser valorados por los saberes disciplinarios) podría permitirnos producir una práctica situada y, sostenemos, ética. Es por esto que quizás convenga referirse a intersaberes más que a interdisciplina y a lo “inter” más que a un saber determinado. Lo “inter” puede darse entre distintos campos de la experiencia, inclusive en una misma persona. Y ese “inter” facilita correrse del sentido común y de lo que nos lleva a significar en automático, como ser, por ejemplo, que alguien que no se baña, no habla y no se levanta de la cama es porque padece de una depresión. 

¿Es posible pensar las situaciones clínicas como construcciones que armamos entre quienes participamos? ¿Con qué herramientas contamos para construir un lenguaje en común? Las ciencias ancladas en la modernidad y las prácticas que en ellas se sostienen y validan, (de modo más parcial o más total, como las versiones hegemónicas del psicoanálisis y la psiquiatría biológica) sostienen una distinción entre el sujeto y lo que éste puede observar, manteniendo la idea de que es posible tener un conocimiento objetivo de la realidad siempre que tengamos un lenguaje que pueda describirla con “objetividad”. Wittgenstein propone que no es posible un metalenguaje y que no existe un pensamiento universal con lenguaje propio, sino que el lenguaje es inmanente a nuestras prácticas y no puede ser entendido fuera de esos contextos (Shotter, 1991). En el mismo sentido, en distintos textos de Winnicott podemos observar el enorme esfuerzo que realiza este autor a fin de salirse de una perspectiva binaria diferenciando lo externo, no en el sentido de una objetividad científica que el “sujeto” brega por conocer, sino más bien respecto de la existencia de una alteridad más allá del “self”. En las primeras etapas del desarrollo de un bebé, -que en un desarrollo saludable tendrá un ambiente que le permitirá sentir que es él mismo quien lo crea-, se irá dando existencia a una zona intermedia que permitirá que se vaya produciendo una diferenciación interpersonal creativa, no sobreadaptada. Esta zona intermedia, que estará  presente en todas las demás etapas (si es que se dan las condiciones para que esto suceda), hace necesario reconsiderar la perspectiva tradicional que sostiene, como única posibilidad la oposición sujeto / objeto para darle lugar a la idea de condiciones ambientales productoras de subjetividad (Winnicott, 2010).  

Podemos decir entonces que las teorías que fundamentan nuestras disciplinas proponen distintos modos de conocer la realidad, distintas racionalidades. Son modelos de la realidad, no la realidad misma. ¿Cómo establecer un diálogo entre las diferentes formas de conocer que habilite la convivencia de distintos discursos y sentidos? White y Epston (1993) (terapeutas que desarrollan la terapia narrativa siguiendo a Foucault y a Derrida) plantean posicionarnos como no expertos, entendiendo que no tenemos un sentido de la realidad único, permitiendo así construir distintas narrativas y visibilizar las relaciones de poder de las narrativas dominantes. En este sentido, es notable cómo inciden las jerarquías establecidas entre las disciplinas que intervienen en el campo de la salud mental, con su correlato en la desigualdad de poder de lxs profesionales a la hora de formular los problemas y tomar decisiones clínicas. En particular, psiquiatras y psicólogxs nos solemos situar en el centro de la escena (con diferencias de poder, usualmente), llegando a pensar al resto del equipo como una colaboración secundaria y optativa.


El sujeto como asunto 

Hay distintas vertientes del psicoanálisis que, con distintos nombres teóricos, coinciden técnica y éticamente en que el trabajo terapéutico debe centrarse en un asunto clínico común entre pacientes y terapeutas que sirva de referencia para producir una dirección en el tratamiento. Tomamos la propuesta de Lacan de entender el sujeto como un asunto clínico (Eidelsztein, 2019), como punto de partida para reordenar las herramientas técnicas del psicoanálisis en torno a esta idea, lo que implica una tarea en común entre, al menos, consultante y terapeuta, pero también entre otrxs actores posibles. Desde esta perspectiva, por ejemplo, la asociación libre queda subordinada al asunto clínico en cuestión. Ya no se tratará de un “Diga lo que sea”, sino de un “Diga lo que sea con respecto a lo que lo trae acá”. Esto implica que la asociación libre del paciente está al servicio de la exploración de un asunto en común siempre en co-construcción, que guiará la co-investigación que se lleva a cabo entre consultante/s, su terapeuta o terapeutas y otrxs participantes del equipo tratante, del entorno familiar, vecinal o de amistades de lxs consultantes. Eso conlleva, a nuestro entender, una transformación radical en la práctica del psicoanálisis que no se ha terminado de realizar y que le permitiría acercarse a otras psicoterapias y a otras disciplinas, que también orbitan en su quehacer alrededor de un tema que se consensúa entre quienes participan de la situación desde lugares diferenciados trabajando en una dirección clínica, cuyo camino se va revisando en el andar.

Si trabajamos guiadxs por el asunto clínico en construcción, encontramos que partimos del planteo de un límite a nuestra tarea. No somos legisladores del alma, no podemos opinar sobre todos los aspectos de la vida de una persona ni sabemos cómo hay que hacer pareja, familia, ni ninguna otra cosa. Del mismo modo que la idea de sujeto como asunto clínico es un ordenador del trabajo terapéutico, el asunto clínico será el marco de referencia desde el que pensar con pertinencia clínica en los distintos aspectos de la vida de lxs consultantes, de tal modo de poder diferenciar con cuáles es necesario trabajar y desde dónde. Pensemos otra situación:

Un equipo de profesionales de salud mental en formación interrumpe en una entrevista de admisión y pide ayuda urgente al resto del equipo para pensar una situación mientras las consultantes aguardan en la sala de espera. Refieren que llega a la admisión una abuela (a quien llamaremos Alicia), quien relata muy preocupada que su nieta, Yanina de 16 años, no se baña desde hace tiempo, no se levanta de la cama y ha dejado de hablar. Alicia cuenta que una de sus hijas, la mamá de Yanina, con dos de sus hijas más chicas (es decir, dos de las hermanas menores de Yanina), se han ido a vivir y a trabajar al sur del país. El equipo de admisión siente que está frente a una situación de urgencia, y considera que la adolescente atraviesa probablemente una depresión grave, por lo que necesita un abordaje inmediato con psicofármacos y psicoterapia, en principio con técnicas no verbales dada la condición actual de la potencial paciente. 

Al escuchar el relato, unx referente del equipo siente una incomodidad corporal, un rechazo a pensar la situación como una depresión en la adolescencia y a arrancar tratamiento sin más. Para ganar tiempo (y quizás poder seguir entendiendo de qué se trata esa incomodidad) sigue preguntando acerca del contexto e historia de esta familia. Una residente recuerda que algunxs médicxs de la sala venían trabajando con esta familia desde hacía ya un tiempo, y se lxs convoca para intentar entender un poco más de la situación.

¿Cuál es el asunto clínico en cuestión? ¿Una adolescente deprimida? Si tomamos su presentación clínica en la guardia del hospital como una imagen total de aquello que trae a su familia a consultar, podríamos decir que efectivamente es una adolescente con depresión y por lo tanto necesita del tratamiento apropiado para ese padecimiento. Pero ¿cuál es la participación de la consultante en la delimitación de este asunto clínico? No puede hablarnos, pero podemos intentar comprender mejor su contexto antes de decidir qué es lo que nos comunica con su padecimiento sobre el asunto clínico que necesitamos construir. 

Además, lo que nos llega de una situación no es siempre inteligible. Sumar a la escucha estos modos corporales de recibir la realidad, es decir, aquellos que suponen que lo que registramos corporalmente como afectos, climas e incomodidades al ponernos en contacto con una situación clínica son un primer modo de puesta en figurabilidad [2] de lo importante que allí ocurre. Esta incomodidad sentida por una de las personas involucradas podría hablarnos sobre la delimitación arbitraria del asunto clínico (una adolescente deprimida) sin considerar qué sucede en un determinado contexto y en un determinado tiempo. Algo no es aún comprensible pero “no cierra”. 


Los límites como posicionamiento ético 

Nosotrxs también tenemos un límite en nuestra escucha frente a situaciones que, en muchos casos revisten enorme gravedad, como son las violencias o ciertos traumatismos que llevan a desamparos extremos. Paradójicamente -o no-, cuando pensamos que trabajamos con quien consulta como “totalidad”, sin limitarnos al asunto en cuestión, terminamos en el lugar endiosado de quien puede decir (o pensar, poco cambia nuestra corrección política de no comunicarlo) si algo es o no sano, y, sobre todo, perdemos los límites de nuestra práctica. 

Si podemos pensar que no estamos exentxs de lo que nos ocurre afectivamente con aquello que sucede frente a nosotrxs, (revisando nuestras propias “zonas ciegas”, es decir, atravesadxs por nuestrxs propixs fantasmas, prejuicios, pactos inconscientes de obediencia), entonces podremos situarnos en esta posición tan particular. ¿A qué tipo de posición nos referimos? A una caracterizada por un modo de estar con ese otrx dentro de un mismo campo, el de una ética en común. Una ética pensada bajo los parámetros de lo que Silvia Bleichmar (2016) sostiene como un emplazamiento del sujeto logrando poner coto a la propia necesidad de apropiación, pudiendo postergar la perentoriedad del propio deseo como base del reconocimiento de ese otrx. Consideramos que es desde ese reconocimiento que se funda toda posibilidad de constitución de un sujeto ético.  Retomando el ejemplo: 

Lxs médicxs que habían tomado contacto con la familia de la adolescente relatan (generando una sensación de horror en el equipo) que la abuela que trae a su nieta a la consulta “dirige”, en arreglo con la policía local, un prostíbulo familiar en el que “trabajan” todas sus hijas y nietas. Incluso tiene “sucursales” en otros lugares del país (la mamá de esta adolescente habría viajado con dos de sus hijas a “inaugurar” una de tales sucursales).  

El equipo reflexiona sobre si no podría ser una posibilidad el hecho de que esta “piba” lograse, por medio de no bañarse, que no la violen. (¡Bien por Yanina!, agregaríamos). A partir de esa idea, trabajan en las estrategias más convenientes respecto de con qué referentes e instancias de la justicia y del ámbito escolar se puede articular a fin de acompañar esta compleja situación que se presenta. Una de las residentes recuerda que una vecina se había preocupado también por esta joven y así se comienza a armar una senda por donde ir transitando en el trabajo que se ha puesto en marcha a partir de esta polifonía de voces.  

Algo fundamental de la función de un equipo es hacer asimilable una clínica con características altamente traumáticas y complejas a la que se enfrentan profesionales que recién están empezando su práctica, pero que afecta también a quienes tienen más experiencia. Toda situación que conlleva estas características de crueldad en las vivencias necesita ser trabajada en equipo dado lo desbordante de la situación en sí misma. Se trata de hacer pensable lo que se está comenzando a transferir para que esto no sea rechazado de antemano. Además, en las residencias, así como en otros espacios institucionales, se intenta pasar por alto las violencias que venían aparejadas en muchos de los casos trabajados en las mismas (incluso las situaciones de violencia al interior de los equipos), lo que supone un obstáculo mayor aún, ya que visibilizar violencias en el propio contexto de trabajo nunca viene sin un costo. 

Reflexionando sobre la situación clínica, entendemos que una mirada ética en la clínica implica necesariamente conocer los contextos, haciendo un camino que va desde el “ambiente”[3] a lo individual y de vuelta, transformándose mutuamente. Es notable cómo nuestros sistemas psicopatológicos de diagnóstico, cuanto menos los hegemónicos, (sean propios de la psicología, el psicoanálisis o la psiquiatría) parecen hechos para pasar por alto estas cuestiones. Y quizás, justamente por eso, este movimiento suele ser unidireccional desde lo individual a lo ambiental o ecológico. En el trabajo con situaciones como las relatadas queda más claro lo que se expresa previamente, en cuanto a la articulación entre técnica y ética: solo cuando podemos dar por suficientemente relevado lo contextual como para que el diagnóstico sea situacional y no “individual”, es posible centrarse en la presentación particularizada de la consulta sin tergiversar de forma grave lo que allí ocurre. 

¿Cómo hacer para que las situaciones clínicas no se nos armen “por default” desde los modelos de subjetivación individual solipsista propios de la sociedad en la que participamos? ¿Qué herramientas permiten desnaturalizar el sentido común sin imponer una mirada disciplinar? 

Si quien consulta no se levanta de la cama, no se baña o no habla, nada tenemos para decir per se sobre si eso es patológico o no; quizá se trate de algo bastante distinto a aquello que la escenografía de la consulta y la preocupación del familiar que acompaña parece significar. Poder pensarlo en equipo en relación con un asunto clínico es lo que nos da un terreno en común de trabajo y desde allí ver cómo se ve, qué significa. 

La forma de trabajo que describimos casi espacialmente, que va desde lo contextual hacia lo individualizado, supone un llamado hacia lo “inter”. Desde este modelo de pensamiento y trabajo, las fronteras disciplinarias quedan menos definidas porque los saberes necesarios para abordar ese recorrido están menos unificados y diferenciados, y es bastante fácil que muestren su incompletitud. Pensar priorizando lo ambiental, produce condiciones de posibilidad para la construcción de un problema en común, que incluye la perspectiva de cada profesional, de lxs consultantes, define las tareas que cada unx deberá abordar y las ordena en torno a ese problema, cuya construcción será puesta a prueba con los resultados (no siempre soluciones), que el recorrido clínico vaya produciendo.

Hacer orbitar nuestro trabajo en torno a distintos aspectos de los límites definidos por el asunto clínico en cuestión es un planteo ético: en qué condiciones podemos participar de una situación clínica sin determinar de antemano lo que podemos ver y lo que puede acontecer. Esta posición genera una incertidumbre, a veces,  difícil de tolerar: la de no trabajar con pacientes o demandas como totalidades, sino con situaciones configuradas por un asunto clínico en construcción. Nuestras disciplinas nos aportan mapa y brújula para un territorio que es desconocido, y la seguridad que eso produce, aunque ficticia, nos permite avanzar en nuestra tarea. Tal vez se trate de entender de qué modo “perderse" dentro de esta clínica. Tal como expresa Solnit (2020): “No perderte nunca es no vivir, no saber cómo perderte acaba contigo, y en algún lugar de la terra incognita que hay en el medio se extiende una vida de descubrimientos” (p.18). Soportar no diagnosticar rápidamente, sostener la escucha desanudada de un deseo totalizador que tranquilice, no apurarse a circunscribir la escucha a lo que es “políticamente correcto”, son enunciados que, lejos de erigirse como mandatos, más bien pretenden evitar la fragmentación de los padecimientos que afectan a quienes vienen en busca de ayuda. Quizá pueda decirse también de otro modo: no orientarse apresuradamente tiene más chances de encontrar otros modos de orientarse que no repitan la inercia de individualizar situaciones por default, que “transforman”, por ejemplo, a una situación de violencia en la que participan varios actores en una persona enferma.

Generar un lenguaje común puede dar lugar a la incertidumbre. Un acuerdo apoyado en las conexiones, en el cómo, en el para qué. Es decir, no necesitamos un acuerdo sobre el diagnóstico psicopatológico o la estructura de quien consulta, eso ya armaría un recorrido determinado de antemano del que no somos creadorxs. Es así como se abordan cuestiones de forma unívoca y desde una hegemonía que no da lugar a una posición ética y habilitante de otras prácticas e identidades profesionales que podrían enriquecer el trabajo. 


Construir con otrxs como punto de llegada 

Si pensamos a la interdisciplina como un modo de trabajar juntxs y construir un lenguaje y un quehacer en común, resulta importante entender las determinaciones que mueven a nuestras disciplinas hacia la reproducción de la subjetividad hegemónica, que es un recorte individualizante que invisibiliza las violencias sistemáticas que, de esa manera, convalida y que, además, excluye saberes que no entran dentro de lo validado por lo disciplinar. Vale la pena recuperar una entrevista realizada a León Rozitchner, incluida en su libro Retratos filosóficos (2015), en la que hace referencia a cómo la profesionalización delimita lo pensable, y a los efectos que tuvo sobre las prácticas el privilegiar la “singularidad” de la historia personal por sobre toda determinación histórica:

(…) podían pensar la subjetividad, acotada por el terror [de la última dictadura militar], sin miedo (...). Habían excluido la realidad histórica que los amenazaba. Han encontrado un modo de excluir los peligros como para que la clientela no tema: han excluido la determinación actual histórica vivida en la subjetividad, para privilegiar el momento personal como absoluto… Creo que todo esto es producto del terror vivido o, si querés, de la castración segunda, la militar, ratificada y traumática, no de la primera que es la única que al parecer tienen en cuenta en los pacientes. Muestra el extremo límite de lo que no debe ser pensado, de lo reprimido. La teoría siempre sirvió para eso: la angustia de muerte la delimita… no quieren saber nada de la historia de sus propios modelos (p. 52). 

Su respuesta habla sobre el establecimiento del psicoanálisis lacaniano hegemónico como profesión liberal institucionalizada en nuestro país, pero bien puede decirse de otras psicoterapias o de la psiquiatría local. Si consideramos que hay un objeto de nuestras prácticas que está producido exclusivamente por el lenguaje o por determinaciones biológicas, entonces las determinaciones históricas quedan descartadas, y no hay mucho para hacer. Pero todas estas determinaciones “internas” refieren a una interioridad previamente producida por medios sociales de reproducción de las subjetividades hegemónicas como lo son las prácticas más prestigiosas en salud mental, entre muchos otros tipos de prácticas que hacen a la reproducción de las subjetividades parcialmente -pero de un modo determinante- fundadas sobre el terror. La ruptura de los lazos sociales de solidaridad y de lucha que la dictadura genocida produjo, entrama bien con estas perspectivas disciplinares ahistóricas, que terminan acoplándose a la propuesta de individualismo solipsista de la modernidad, lo que implica que se “pierda” eso que se pasará a llamar contexto, perdiéndose también, consecuentemente, la importancia del trabajo con otrxs. Entonces, así como es necesario situar el contexto (está vez en un sentido fuerte, determinante) de una situación clínica, es necesario para lxs profesionales tener presente nuestra posición en el mundo en que vivimos y donde somos agentes de su reproducción, entendiendo que nuestra mirada nunca puede ser neutra, solo puede reproducir o hacer una propuesta alternativa.

En definitiva, estamos planteando que para poder trabajar con otrxs, sean consultantes o colegas de la misma o de distintas profesiones o prácticas, necesitamos que nuestro rol (y nuestra disciplina) no intente abarcarlo todo. Consideramos que es necesario poder dar cuenta de qué perspectiva tomamos para pensar una situación y por qué no otra, entendiendo las limitaciones intrínsecas a los modelos. Y si bien la contextualización de las situaciones es una condición para la producción de interdisciplina, es la delimitación conjunta del asunto clínico la que genera un recorte de la complejidad desde donde partir. Proponemos que la construcción de lo que vamos a trabajar sea algo a elaborar entre todas las partes involucradas, y que lo que se vaya construyendo de esta manera se vuelva provisorio y dinámico, con una dirección que se ajuste según los resultados que el recorrido genere. De este modo, la legitimación de una situación terapéutica es el punto de llegada de toda una trayectoria en común, muy contrario a un inicio de tratamiento que “por default” piensa que lo que le sucede a una persona es debido a una determinación interior de distintos órdenes. Esto implica un movimiento desde la ética liberal individualista y competitiva que nutre a nuestras disciplinas hacia una ética de colaboración y solidaridad. Lo antedicho es una propuesta de cómo circunscribirlo para, desde allí, desde el asunto clínico en cuestión, poder componer con otrxs.




* Nadina M. Goldwaser. Psicoanalista, especializada en el abordaje psicojurídico de víctimas de violencias, co autora del libro: La tenue luz de las luciérnagas. Cartografías de una experiencia: intervenciones frente al abuso sexual intrafamiliar contra infancias y adolescencias. Ed. Letra Viva. nadinagold@gmail.com

** Rebeca Faur. Psiquiatra. Trabajadora del Centro de Salud Mental "Dr. Arturo Ameghino" en la Ciudad de Buenos Aires. Miembro de Revista Froi. rebecafaur@gmail.com

*** Pablo Tajman. Psicólogo clínico trabajador de la salud pública. Docente, supervisor y analista institucional. Miembro de Revista Froi (www.revistafroi.com). pablotajman@gmail.com



Notas

 [1] Usamos el término “contexto” como un modo de referirnos a las condiciones de producción de un determinado padecimiento.

 [2] Tomamos este concepto de C. y S. Botella (2001) quienes hacen referencia a un tipo de puesta en figurabilidad a través del analista quien establece nuevos lazos al servicio de lo no posible de ser representado o, de modo similar, las simbolizaciones de transición, conceptualizadas por Bleichmar (2010) como formas de darle lugar a lo real vivido, legitimarlo,  para luego poder avanzar en el terreno de la interpretación

 [3] “Ambiente” hace referencia a lo social inmediato entendido de un modo complejo, en todos los aspectos que sea posible pensar, con un especial énfasis en las situaciones de crianza, sean familiares, escolares o culturales (Winnicott, 2007).



Referencias bibliográficas 

Bleichmar, S. (2010). El desmantelamiento de la subjetividad: estallido del yo. Ed. Topía. 

___________  (2016). La construcción del sujeto ético. Ed. Paidós

Botella, C. y Botella, S. (2003). La figurabilidad psíquica. Ed. Amorrortu. 

Winnicott, D.W. (2010).  La naturaleza humana , Ed. Paidós. 

____________ (2007). Los procesos de maduración y el ambiente facilitador: estudios para una teoría de desarrollo emocional. Ed. Paidós. 

Eidelsztein, A (2019). Diagnosticar el sujeto.

Rozitchner, L. (2015) , Retratos filosóficos. Ediciones Biblioteca Nacional.

Shotter, J. (1991). Wittgenstein and Psychology: On our ‘Hook Up’ to Reality. Royal Institute of Philosophy Lecture Series, 28, 193-208.

White, M., & Epston, D. (1993). Medios narrativos para fines terapéuticos. Barcelona, España: Paidós.

Comments


© 2023 by FROI

bottom of page