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¿Vos a quién votás?



¿Qué puede hacer un analista cuando un paciente le pregunta a quién va a votar? ¿Existe analizabilidad posible cuando analista y analizante se ponen a hablar de política?




por Pablo Tajman*



Iván, un paciente joven, me cuenta de sus preocupaciones por el futuro del país, de su fuerte sensación de que no tiene un porvenir esperanzador, no solo en Argentina sino en el mundo.


Si bien todo esto entrama con aquello que nos junta en trabajo analítico (para decirlo rápido, una exigencia de éxito absoluto le impide desarrollarse), es necesario para llevar adelante dicho trabajo. Se trata de lograr un registro compartido del mundo en el que vivimos, que requiere no hacer pasar todo por las redes de la psicopatología individualizante y que será una versión posible entre otras, aunque no todas tengan la complejidad para la apertura que sería deseable, es decir, no da lo mismo cuál produzcamos.


Me da una serie de atendibles razones económicas por las cuales le cuesta entender que haya tanta gente dispuesta a votar al kirchnerismo nuevamente y compara estas elecciones con las de 2019 donde también hubo muchos votos para la fórmula Fernández-Fernández. Me cuenta que votó a Milei en las PASO y que piensa votarlo nuevamente. Agrega las cuestiones que le parecen mal de Milei, que no alcanzan a cambiar su voto. Me pregunta por mi parecer sobre esa continuidad en el voto al kirchnerismo. Le digo que si bien entiendo lo que dice sobre el hecho de que pareciera que nada aprendió “la gente” de estos cuatro años del gobierno actual, que haya números cercanos de votantes al kirchnerismo[1] en ambas elecciones podría ocultar una diferencia: en la elección en curso hay muchos más votos “en contra de”. Es decir, en 2019 mucha más gente votó a los Fernández convencida, formulando un voto por la positiva, que quienes votan hoy a Massa.


Seguimos conversando y va tomando forma frente a nosotros la idea de que finalmente es mucha la gente que vota algo que le parece malo en contra de algo que le parece peor. Con cierta sorpresa, nos quedan bastante más cerca muchos votantes de Milei con una gran porción de los de Massa y, esto no se dice pero se siente, quedamos mucho más cerca él y yo, ambos preocupados, muy preocupados, por el futuro de todxs, ambos votando a quien consideramos el mal menor, aunque ese voto sea a un candidato distinto. Creo que porque logramos un terreno en común[2] y porque él también sabe cuidar un lugar que es nuestro, recién ahora se anima y me pregunta qué pienso de Milei. También colaboró para que pueda hacer esa pregunta el ir enterándonos, siendo que es la primera vez que hablamos tan directamente de política, que compartimos varias apreciaciones sobre el gobierno de los Fernández, que “colaboró” con las fuerzas del capital financiero en la producción de la catástrofe actual de este nivel de pobreza, en la desintegración de los lazos de solidaridad social y en la destrucción de la capacidad compartida de soñar con un futuro.


Le contesto que entiendo y simpatizo con el camino por el que define su voto, pero que lo que me sucede es que fui joven (como él es ahora) durante el Menemismo y sufrí en carne propia el resultado de las políticas de rematar los recursos nacionales y de las políticas “dolorizantes” que fueron consustanciales a las primeras (siempre me gustó el título “Dolorización” del disco de Oconnor del año 2002) y que me era muy difícil definir, en respuesta a su siguiente pregunta, si a fines de los noventa fue peor que en la actualidad[3]. Le cuento brevemente lo que recuerdo, lo que quedó registrado en mí de un modo especialmente vívido, lo que pude pensar de esa época, comparamos, me dice que se siente desesperanzado. Hablamos de esa desesperanza (yo decido no excluir del todo la mía, porque siento que estamos en el mismo barco).


Siento, pienso, pero no digo, que sin un lugar tercero que permita ver desde afuera a los partidos del ajuste[4] no hay horizonte de construcción política posible, ni lugar de encuentro en común. Es decir, para ejercer como ciudadanos lo político hay que tener, cuanto menos, una identificación parcial a lo político partidario, caso contrario no es posible darle existencia a ese espacio tan particular que aparece en esta sesión[5].


Considero que después de estos cuarenta años, estamos en condiciones de decir que no hay terreno en común “partidizado”, pero que sí hay terreno en común cuando personas que apoyan a distintos partidos acuerdan trasversalmente en la lucha por, tomando algunos ejemplos, las políticas de Memoria, Verdad y Justicia, a favor de la diversidad, los derechos de los pueblos originarios, la toma de acciones inmediatas con respecto al ecocidio en curso, la no expropiación de los ingresos de lxs laburantes, la necesidad de sentir un futuro como posibilidad y la lista ha de seguir.


Me alegra entonces que Iván y yo, que votamos a los supuestos contrarios[6] pero con preocupaciones en común, nos hayamos podido encontrar hoy. La sesión continua con el trabajo que venimos haciendo sobre las exigencias desmedidas que lo colonizan y le impiden, en demasiadas ocasiones, poder hacer pequeños pero significativos pasos, cada vez, en relación al crecimiento que busca. Pequeños pasos como el que hoy dimos juntos, siendo que está todo dispuesto para que creamos que estamos en veredas opuestas. Al despedirnos nos demoramos un segundo más de lo habitual en el saludo, expresándonos afecto más allá de la buena educación usual en ambos.


Termino mi jornada laboral muy cansado, hace ya bastante tiempo que tengo que atender más horas de las que siento que me hacen bien y al límite de las que me son posibles, pero feliz de sentir que hay puentes potenciales a efectivizar entre las generaciones, puentes que no dependen exclusivamente de a quien se vote.



*Pablo Tajman

Trabajador de la salud mental pública y de la docencia universitaria pública.

pablotajman@gmail.com

[1] No entro en el asunto de si efectivamente correspondería llamar así a la coalición que encabeza Massa. [2] Sin admitir un terreno en común, sin hacerlo existir, sin permitir que sea parte del dispositivo (por lo cual como analistas no podemos habitarlo solo como función) un análisis técnicamente “correcto” se convierte en instrumento de desconexión, bien acorde a los tiempos. Por el otro lado, hablar demasiado desde mi lugar de persona, permitiría que aparezca ese terreno en común, pero podría extraviarnos con respecto a nuestra tarea. Por eso cuando hace falta, ponemos en juego lo propio/común al mismo tiempo que nos observamos haciendo eso y podemos comentarlo y darle una medida que nos parezca conveniente, conectada y sin perder -o mejor, reencontrando periódicamente- el hilo del asunto de ese análisis. [3] Pienso que se acerca peligrosamente en materia de producción de pobreza a través de la expropiación de los ingresos de lxs trabajadorxs y la exclusión de los pobladores originarios, entre otras cuestiones, y se aleja en política de derechos humanos con respecto a la dictadura y en relación a los derechos de las personas LGTBQI+ (aunque en estas dos últimas cuestiones tiendan a quedar borradas las luchas transversales que crearon el terreno propicio para los logros citados), entre otras cuestiones también. Esto dicho en una primera caracterización, sin lugar a dudas insuficiente. [4] Pueden considerarse “partidos del ajuste” a todos los que se sucedieron de 1983 hasta la fecha, que continuaron la política económica del último genocidio que vivimos en la dictadura de 1976. De 1945 a 1975 la relación de distribución económica entre capital y trabajo era de entre 42 y 47 % a favor de lxs trabajadorxs. De 1976 a la actualidad ronda el 23%, es decir, que fuimos expropiadxs de la mitad de nuestros ingresos reales. En la actualidad llevamos entre siete y ocho años ininterrumpidos de destrucción del salario (y de los ingresos de monotributristes y precarizadxs) por lo que tener un trabajo ya no garantiza estar por arriba de la línea de la pobreza. Esto nunca había ocurrido y por supuesto es parte de una situación global, lo que no excluye las responsabilidades nacionales. El kirchnerismo en sus primeros años logró comenzar a ser una excepción a esto, pero se comenzó a desplomar (y ya no repuntó, desaprovechando valiosas oportunidades durante la pandemia) luego del mal llevado conflicto con el campo. Para lxs lectorxs interesadxs, ver “El Kirchnerismo desarmado” de Alejandro Horowicz (editado en 2023 por Editorial Ariel). [5] Pienso que cualquiera que considere que su posición política partidaria representa todo lo que “es” en materia política está preso de un modelo identitario empobrecedor. Esto no resuelve el hecho de que la política en ciertos momentos requiere de nuestras pasiones. El tema es cuáles y puestas en juego cómo. [6] Contrariamente a lo que parece considerar el psicoanálisis hegemónico individualista-solipsista, lo importante no es si Milei está loco, sino qué locura hace falta para tener esperanzas de algo distinto y por qué en este momento en ese lugar solo cuadra la locura de derecha y no la que puede soñar con solidaridades en común que impidan, como punto de partida posible, admitir como estructuralmente necesaria el hambre de grandes masas de la población. Agradezco a mis compañerxs Natalia Maldonado y Juan Pablo Pulleiro por sus observaciones.

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