En este séptimo trabajo del dossier "Psicoanálisis y modernidad", Emiliano Exposto nos acerca ideas de su libro "Las máquinas psíquicas" de reciente reedición haciendo foco en la acción de hacer de nuestros síntomas un campo de investigación y agencia. También introduce, entre otras cosas, la noción de huelga psíquica como modo de sublevación.
*Por Emiliano Exposto
Si paramos nuestras mentes y cuerpos paramos el mundo . El capital expande la frontera afectiva de manera cada vez más insoportable y agresiva. Nuestro inconsciente está siendo colonizado con desaforo como respuesta a la catástrofe del realismo capitalista. La precarización anímica de las multitudes produce una crisis de la salud mental: anorexia, contracturas, ansiedades, bruxismo, depresión, suicidios.
Desde el punto de vista del capital, los síntomas conforman una dinámica emocional que mantiene a las personas apegadas a prácticas, imágenes de vida y deseos estereotipados, los cuales producen tristezas al disminuir nuestra potencia de actuar. Desde el punto de vista de las luchas, al contrario, el malestar contiene potencias ambiguas. El psicopoder anestesia los sentimientos a través de diversos dispositivos narcóticos y terapéuticos (coaching, terapias, psiquiatrías, pastillas, auto-ayuda). Los movimientos politizan los afectos a partir de distintas estrategias psicopolíticas que ensayan una salud mental desde abajo.
Nuestros síntomas son un campo de investigación y agencia. En las emociones se elaboran fuerzas del mundo, se hacen carne los problemas colectivos. En nuestros estados de ánimo se gestan saberes sensibles sobre las formas de vida. Habitamos ansiedades, angustias, desesperaciones, contracturas y apatías porque no cuajamos en este mundo. Los síntomas demuestran que no cabemos en la realidad del capital. Los malestares son respuestas ante injusticias sociales. No se trata de estados psicológicos individuales o patologías clínicas. El estrés, la bulimia o las ideaciones suicidas constituyen categorías críticas. Puntos de vista sobre el mundo. Fuerzas ambivalentes.
Los síntomas son el reverso de una desobediencia. Al reapropiarnos de las fuerzas del dolor, es posible explorar un contrapoder de las emociones. Una alianza entre sintomáticos que cuestione las estructuras sociales productoras de daño psíquico y somático. En este sentido, las nuevas luchas expresan menos una toma de conciencia que la emergencia de una nueva sensibilidad. Generan una mutación perceptiva. Desarrollan nuevas relaciones con el cuerpo, las calles, la muerte, la sexualidad, el tiempo y el trabajo. Los movimientos inventan saberes y afectos que superan los límites psíquicos del capitalismo. Construyen prácticas dirigidas a liberar nuestros poderes sensoriales. Los enfrentamientos que vienen se orientarán hacia una toma de la inconsciencia de clase.
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Asistimos al nacimiento histórico de un cuarto inconsciente. Se caracteriza por el pánico, el trauma y la ansiedad depresiva. Franco “Bifo” Berardi, en su libro El tercer inconsciente (Caja Negra, 2022), sostiene que la pandemia significó una ruptura del psiquismo. La afectividad social ha mutado. Hay un corte. Hemos atravesado un umbral: una ruptura metabólica en la historia política del inconsciente. 2020 es la fecha de un acontecimiento: una nueva formación psíquica
En un contexto viral de atrofia de los placeres, derechización, deseos consumistas y ansiedad competitiva, el cerebro social es gobernado por los automatismos del capital. Por este motivo, luego del inconsciente freudiano (represión), el lacaniano (castración), el guattariano (presión), adviene el inconsciente 4.0 (depresión). Este se define por la precariedad de las máquinas psíquicas en el contexto de la catástrofe.
El primer inconsciente es analizado por Freud en términos de represión. El principio de realidad del capital se impone sobre el principio de placer del cuerpo, en la medida en que el acceso a la cultura implica la renuncia pulsional. La máquina abstracta del dinero aplasta a los cuerpos concretos. La Revolución Francesa es aquí el acontecimiento del primer inconsciente. El malestar edípico de la época se expresa como neurosis, agresión y sentimientos de culpa. El segundo inconsciente es teorizado por Lacan, en el desfiladero del significante y de la castración como la otra cara del juego entre el goce y el saber, el deseo y la verdad. La Revolución Rusa es el umbral de emergencia del segundo inconsciente. La prioridad lacaniana otorgada a la psicosis abre un nuevo campo de problemas para comprender los malestares de la época. Deleuze y Guattari, por último, piensan el tercer inconsciente bajo el signo de la presión libidinal a raíz de los procesos de revolución (molecular, obrera y popular) de los sesenta y setenta. El nacimiento violento del neoliberalismo captura las fuerzas desatadas por esos procesos de rebelión e insurgencia. El malestar esquizo, por lo tanto, se manifiesta luego en la pulsión al placer y el rendimiento, al consumo y a la comunicación, a la expresión.
El cuarto inconsciente nace con la catástrofe. Es propio de una época de depresión ansiosa. Los malestares van desde ataques de nervios, bipolaridad, problemas alimentarios, apagón libidinal, cansancio y apatía, hasta las sensaciones de fin, de no tener tiempo, de no dar la talla . Una oscilación entre la euforia maníaca y el bajón depresivo, en una etapa histórica de colapso psíquico, desastre ecológico y crisis social.
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Hacemos la historia en condiciones inconscientes no elegidas por nosotros mismos. En la sociedad disciplinaria, las neurosis obreras se politizan en la fábrica como huelga, rechazo del trabajo y sabotaje. En la sociedad de control, los malestares se politizan en las calles, plazas e instituciones, como fugas o deserciones del orden. La liberación del deseo es aquí la estrategia de politización del sufrimiento de una sociedad vigilada. En la sociedad de la precariedad, la insumisión afectiva se produce en múltiples territorios: hogares, barrios, cerebros, consumos, redes sociales, etc. Hoy la disputa anímica es la hipótesis de un nuevo activismo existencial, que hace de las políticas del malestar y las poéticas del disfrute el campo para descolonizar el inconsciente.
La crisis anímica colectiva del presente es una crisis en la producción de subjetividad. El programa capitalista de subsumir la vida a los mandatos neoliberales de felicidad, éxito y productivismo, hace síntoma en cuerpos rotos. Agobiados. Desbordados. El capital no puede subordinarnos sin síntomas ni resistencias a las figuras subjetivas del empresario, el deudor o el consumidor. Las vidas dañadas pueden ser gobernadas mediante pastillas o terapias, las cuales pacifican el potencial rebelde del malestar. O, en cambio, el dolor puede devenir una energía para la creación de nuevos mundos y relaciones sociales.
Ambivalencia y multiplicidad son dos términos que definen nuestros síntomas. Multiplicidad de vectores: biográficos, biológicos, vegetales, económicos, climáticos, urbanos, tecnológicos, animales, cósmicos, etc. Ambivalencia de fuerzas: fuerzas negativas de inconformidad, repudio, insatisfacción o desacuerdo con el estado de cosas. Y fuerzas afirmativas que condensan el enigma de otras vidas más vivibles.
En los síntomas se encarna la sobreadaptación a los imperativos y modelos capitalistas, como también expresan nuestra inadecuación con esta vidita de mierda. En los malestares se elabora el componente anímico de la revuelta, ya que el cambio social nace del modo en que cada cuerpo vive su incompatibilidad con el mundo del capital. La politización del inconsciente es el resorte sensible de las rebeldías.
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Los psicoanalistas no han hecho más que interpretar el inconsciente, pero de lo que se trata es de politizarlo. Cuando la subjetividad no se reduce al interés, la razón, la voluntad o la conciencia, lo inconsciente es arena de una lucha de clases ampliada. En este sentido, la política es irreductible a la propaganda, la moral, la denuncia, la ideología, la pedagogía o la articulación discursiva de demandas. No podemos prescindir de la invención más fecunda de Freud: la lucha de clases inconsciente como índice de verdad histórica, que por la forma que nos impuso el individualismo capitalista, ignoramos en nosotros mismos.
La producción de las subjetividades ocurre sobre un campo afectivo antagónico. Una lucha de clases a nivel subjetivo: un polo normativo (estandarizado, reactivo, neoliberal) que subordina nuestras vidas bajo los automatismos del capital; y un polo disidente (minoritario, activo, comunizante) que construye estrategias de autonomía existencial.
Hay inconsciente (analítico) porque hay capitalismo. La historia del psiquismo puede ser comprendida como la historia de una explotación del trabajo de los deseos, fantasías y malestares. Las capacidades lingüísticas, las habilitades cognitivas y las facultades emocionales de la subjetividad son puestas a trabajar por el capital. Pero la historia capitalista del inconsciente es tanto la historia moderna de su colonización como también la historia de los antagonismos y luchas que desgarran la conciencia histórica. Los verdaderos problemas de la subjetividad no son neutrales. En nuestros síntomas, delirios y emociones hay conflicto y enfrentamiento: hay vencedores y vencidos.
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La política del inconsciente sitúa el antagonismo en los modos de vida. La emancipación no pasa solo a nivel de los intereses conscientes, sino a nivel de los deseos inconscientes. Las personas no somos engañadas o manipuladas, participamos en la reproducción del sistema. Los oprimidos podemos desear contra nuestros intereses y reivindicaciones. La lucha de clases recorre nuestros cuerpos y mentes; los conflictos atraviesan nuestros actos fallidos, chistes y sueños. La política emancipatoria del inconsciente moviliza fuerzas oníricas: experimenta con la potencia opaca de las fantasías, el delirio, la imaginación y los mitos a partir de los saberes creados en las situaciones de resistencia.
Cada deseo es un campo de fuerzas. Un juego de intensidades en conflicto. Como dice León Rozitchner, somos un “nido de víboras” donde se cruzan sujeciones y desobediencias. Por este motivo, el deseo es la materia prima de un análisis militante desarrollado un poco por todos lados. No existe ni una sola formación del inconsciente que no implique una investigación situada de las emociones cotidianas. Una clínica política a nivel del barrio, de la escuela, de los lugares de trabajo, del movimiento popular, del hospital o del grupo activista. Hay que introducir el antagonismo en el deseo y el deseo en el antagonismo.
La politización de los vectores inconscientes de los malestares, deseos o fantasías supone tres tareas. La tarea instituyente requiere construir espacios de socialización, escucha y cuidado colectivo. La tarea destituyente implica deshacer la colonización subjetiva para acceder a los problemas políticos y sociales de los disfrutes, heridas, delirios y felicidades. Desprivatizar, despatologizar y desfamiliarizar las subjetividades, liberando nuestras prácticas de las capturas patriarcales, neoliberales, cuerdistas, capacitistas o racistas. La tarea constituyente consiste en detectar las posibilidades de autonomía en un grupo, institución o persona. Se trata de armar situaciones a partir de las cuales desplazarnos desde un patrón normativo (automatismos) hacia una práctica disidente (creación de contrapoderes, saberes y afectos).
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Somos el lugar del tránsito emancipatorio y el obstáculo del mismo. Las contradicciones y conflictos anidan en los cuerpos que luchan por el cambio social. Si fracasa una y otra vez el tránsito desde las vidas capitalistas hacia otros modos de vida, el obstáculo también somos nosotros mismos. Puede suceder que una persona o un grupo sean revolucionarios desde el punto de vista de su conciencia o autopercepción, pero que sus prácticas estén recorridas por dinámicas inconscientes patriarcales, neoliberales, conservadores o fascistas.
Somos enemigos de nosotros mismos como agentes psíquicos del capital. La conciencia de los intereses de clase, raza o género puede convivir con un deseo inconsciente que atente contra las demandas y necesidades de los propios subalternos. Las violencias sexistas, capacitistas o racistas habitan nuestros colectivos, movimientos sociales y organizaciones políticas. Las fuerzas inconscientes opresivas pueden coexistir con las representaciones conscientes liberadoras.
El enemigo habita en cada uno de nosotros. Estamos desgarrados por una distancia entre lo que hacemos y decimos, entre lo que pensamos y sentimos. Cuando el capitalismo deviene gobierno de las conductas, ideas y afectos, la producción de subjetividad es el reverso de la política. Es por esto que lo subjetivo se convierte en un escenario crucial de las luchas. Como señala Suely Rolnik, necesitamos prácticas analíticas libertarias para descolonizar nuestras mentes. En lugar de ser una propiedad del psicoanálisis, lo inconsciente es un laboratorio clandestino donde se fabrican las imaginaciones, disfrutes y deseos insurgentes.
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Eso que llaman inconsciente es trabajo no pago. Las economías feministas y las economías populares complejizan la noción de trabajo y de clase trabajadora, mapeando nuevas figuras de extracción de valor y conflictividad social. Detectan el carácter diferencial y desigual en la explotación de las vidas. Captan la heterogeneidad de la composición actual de las relaciones de clase. Rastrean una multiplicidad de formas de trabajo, como los trabajos domésticos, afectivos o de cuidados .
Hasta cuando soñamos, soñamos capitalismo. Hay que luchar contra el capital y contra nosotros mismos como subjetividad capitalista. Las tareas sexualizadas y racializadas de la reproducción social son explotadas, pero no se reconocen como trabajo. Son desvalorizadas, no retribuidas o invisibilizadas. El trabajo psíquico es la “morada subjetiva oculta” que subyace a todos los trabajos. Necesitamos una huelga psíquica general para revertir la explotación de nuestras mentes.
El trabajo psíquico es un trabajo ilegal, sin compensación económica ni reconocimiento jurídico. No trabajamos psíquicamente porque nos gusta, sino porque estamos obligados por el capital. Este trabajo invisible subyace al trabajo comunicacional, emocional, asalariado o cognitivo. La explotación capitalista del inconsciente reside en la extracción de riquezas a partir del trabajo de los deseos, sueños, lenguajes, malestares o disfrutes. Si frenamos nuestras máquinas psíquicas el mundo podría detenerse . Necesitamos coordinar un paro existencial en virtud de interrumpir el tiempo de la explotación y, de este modo, reapropiarnos de nuestros tiempos de ocio y espacios de vida.
El capitalismo es un sistema productor de subjetividad. Gobierna los modos de actuar y sentir, en la medida en que la economía política y la economía libidinal son una y la misma economía. La confusión entre vida y trabajo hace necesario expandir la huelga más allá del empleo. Una ruptura existencial con el capital requiere rechazar la captura capitalista del trabajo realizado por nuestros deseos, placeres y conocimientos. La huelga psíquica ataca las condiciones sexuales, afectivas y cognitivas que nos oprimen. Debemos traicionarnos, porque para sublevarse también hay que luchar contra nosotros mismos.
*Emiliano Exposto es investigador y activista.
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