En este sexto trabajo del dossier "Psicoanálisis y modernidad", Sofía Guggiari realiza una reflexión en torno a las potencias del afecto en tanto fantasma incodificable. Códigos normativos modernos de un lado y del otro, un dispositivo experimental abierto a potenciar los afectos como vía regía a la desobediencia y la creatividad.
por Sofía Guggiari
Un fantasma recorre el campo de la salud mental, el fantasma del afecto como vibración incodificable. Aquello que se enuncia como potencia, hay que poder escuchar
Del afecto como mala palabra . . .
A comienzos del siglo XVII, los discursos médicos todavía incipientes comienzan a despegarse de los discursos religiosos, para así los dos ordenarse bajo las lógicas de los nacientes estado-nación: la revolución burguesa como la promesa de los hombres iguales frente a los a las monarquías absolutas, la caza de brujas como punto crucial de disciplinamiento, la colonización de las américa como el proyecto occidental ilustrado, civilizatorio y racional (Federicci, 2021).
Un nuevo tiempo de redefinición del cuerpo, de la vinculación y composición con el medio y el estado de las cosas. Una nueva redefinición de la vida. La naturaleza, las formas no humanas de lo vivo y el cuerpo en su dimensión afectiva, opaca a los ojos de la razón y el intelecto serán algo a controlar, gobernar. La biopolítica, ese arte de gobernar los cuerpos libres, como dirá Foucault, será propuesta fundamental de la modernidad.
El conjunto de enunciados, aparatos de verificación de lo verdadero y no verdadero (lo normal, lo normal, lo sano, lo inadecuado) de la ciencia positiva, dejarán a la emotividad, a las pasiones y los afectos como efecto de lo vivo en sospecha absoluta. Menos capaces del pensamiento, de voluntad y buen juicio. Del lado de lo pasivo, lo sucio, lo mentiroso, lo inferior, lo terrorífico, desprestigiado, desorden, desequilibrio y claro, del lado de lo femenino. El nacimiento de la clínica en este punto no es inocente ni se separa de sus condiciones de existencia. Los dispositivos disciplinarios se encargaran de producir y reproducir al hombre blanco, seminal, heterosexual, sano y productivo (P. B. Preciado, 2014). La cura se tratará de la normalidad.
El psicoanálisis que nace a finales del siglo XIX como reverso del discurso y práctica de la medicina hegemónica, la inversión del saber no sabido que reside en el síntoma y divide al sujeto, se configurará ambiguamente como aparato disciplinador. El trabajo de análisis se tratará del trabajo de la gobernanza de estas fuerzas (ello) por el yo, trabajo de domeñamiento de ese factor cuantitativo pulsional. (Freud, 1937) La capacidad de controlar y experimentar correctamente las emociones y los afectos se convertirá en una cuestión evolutiva y política.
Ya no son los tiempos de las instituciones disciplinarias garantes del funcionamiento de la vida, y sin embargo todavía insiste una ética de la cura y del trabajo terapéutico alejada de su erótica, de lo lúdico y la creatividad: el campo de la obediencia es el campo de la moralización de las fuerzas afectivas. Pero existe un archivo histórico de una práctica terapéutica ligada a procesos artísticos, políticos de insumisión y desobediencia, que no buscó domeñar, si no liberar, las fuerzas pulsionales, involucrando sus cuerpos, sus afectos, sus deseos más profundos. Allí la posibilidad de repensar nuestras práctica en la actualidad: del Reich de La moral sexual, al esquizoanálisis de Guattari, o los movimiento de los grupalistas en la Argentina de los '80. ¿ Y hoy? Por un lado, los feminismos de la 4ta ola volvieron a poner en cuestión que la opresión ante todo es algo que se siente. El sentir como brújula política. Entraron a los hogares, los vínculos, pero también al mundo de las ciencias produciendo por ejemplo, el giro afectivo en la filosofía y los temblores epistemológicos en el psicoanálisis estructuralista. Y por otro, el suceso de transformación histórica: la pandemia del Covid19; que nos recordó sin pausa nuestras composiciones con lo no humano, devolviéndonos con urgencia la pregunta por lo vivo.
Por eso no se trata de moralizar ni demonizar el mundo ilustrado. Tampoco de tener una mirada inocente sobre los procesos ambiguos de cada época. Si no de entender el lugar del afecto como saber legítimo para la producción de ciertas prácticas, producción de relaciones, acciones y enunciados. Confiarle al afecto un saber sobre el mundo, una tarea de revitalización
…al afecto como modo de escucha, intervención y lectura clínica
Trabajar, pensar, confiarle al afecto un saber; abre a la dimensión múltiple del modo en el que concebimos y producimos los mundos. El modo en que habitamos y usamos nuestros cuerpos. Los modos en los que producimos un modo de clínica y de salud. Pero creo, esta dimensión múltiple, la experiencia de la multiplicidad, no es el hecho de cambiar una teoría por otra. Una disciplina tal por otra. Separación disciplinar moderna de la vida. La multiplicidad está en la danza de combinación de las distintas materialidades. Materia afectiva, significante, escénica, narrativa que conviven en la misma respiración.
El afecto como vibración, como efecto de la presencia viva incodificable, innombrable entre todo tipo de cuerpos; no es un sentimiento personalista. No es de nadie, no tiene propiedad. Es fuerza libidinal y vital. Devenir no humano, devenir animal, vegetal, molecular (Deleuze, Guattari, 1991) En el afecto se codifica un saber sobre los modos de hacer mundo. Sobre la historia, la política, el cosmos, las conexiones neuronales, la propia biografía. Por eso es territorio de investigación y producción. Permite cartografiar. Distribuye sensiblemente una situación. La escena terapéutica.
Los roles encarnados desde el saber y la razón, se destrozan en la escena terapéutica
del entre el paciente y el terapeuta. No hay que domeñar, ni controlar. El afecto circula entre las cosas, sonidos, recuerdos, temperaturas, texturas. No pre-existe por que es efecto de un encuentro entre múltiples formas de vida.
El afecto entonces puede funcionar como brújula para la tarea de escucha, intervención: lectura clínica. En tanto tengamos en cuenta el trabajo de producción semiótica y material de los cuerpos implicados. Otras disposiciones de las fuerzas intuitivas, los músculos, palpitaciones, cognición, pensamientos, palabras, emociones. Otras epistemologías, otras historias no oficiales, no colonizadas. El cuerpo como resonancia de lo vivo.
Así la clínica de la modernidad, que proscribe y deja afuera de lo legítimo y verdadero, el saber de lo vivo; se convierte en la clínica de la mutua afectación. El terapeuta está totalmente implicado (afectado). Los roles que se encarnan y las resonancias que vibran paciente(s)-terapeuta(s) suscitan en ese espacio en particular. Entre las historias flujos, intensidades que están participando. Y la tarea del terapeuta es la escritura de ese afecto. Usarlo para inscribir una marca. Convertirlo en lengua común.
La invitación: que aquella clínica dispuesta a curar el cuerpo afectado-desbordado-deficiente para normalizar, devenga en un dispositivo experimental en su sentido lúdico, inventivo, clínico, artístico y político. Porque allí reside la salud como capacidad de mutación y no de sobreadaptación. Una clínica que hable en términos de fuerzas vitales, intensidades, composiciones y descomposiciones, devenires, despliegues, territorio y planos de consistencia. Una clínica de la insurgencia de estas fuerzas. Que no busca una posible cura. Entendiendo que lo que pulsa debe encontrar un destino ético y no moral. (Suely Rolnik, 2019) Que se deje afectar por los movimientos de transformación social, política, cultural y epistémica de los pueblos que resisten. Pero también por los cambios en la vida de la materia, el agua, los ríos, las nubes, la tierra, las moléculas, los virus, el aire. Conexión múltiple que requiere pensar y componer con otros modos del conocimiento y la experiencia.
El uso del afecto en dispositivo experimental es ética y procedimiento. Toda ética de salud es política. Trabajar, pensar, confiarle al afecto un saber; también lo es.
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