O el peligro de dejarnos llevar por el “GPS” de lo hegemónico.
En esta nota se utiliza como material de análisis la película “Lars y la chica real” (Gillespie, 2007) para pensar cómo el psicoanálisis hegemónico ha contribuido a construir esa subjetivación propia de la modernidad capitalista. “El psicoanálisis” no se cansa de repetir frases que, justamente a fuerza de repetición, terminan sacralizándose, no pudiendo ser cuestionadas. En este trabajo, se juega con la analogía de la carretera principal que nos legó Lacan y “la carretera principal” como vía rápida, que la masa sigue sin necesidad de reflexionar, encontrándole cierta similitud con lo que sucede en el ambiente psicoanalítico hegemónico.
por Mercedes Perullini*
El personaje principal de esta película, Lars, experimenta una profunda transformación subjetiva a lo largo del film. Al comienzo, nos presentan a un adulto joven que, si bien se sostiene económicamente y está integrado socialmente en su comunidad, atraviesa un periodo de absoluto retraimiento frente a un mundo exterior que le resulta ajeno y hostil. En particular, manifiesta gran dificultad para relacionarse sexo-afectivamente. Desde las primeras escenas, nos presentan al hermano mayor y a su mujer, quienes se muestran preocupados por esta situación que parece haberse acentuado con el embarazo de ella. Rápidamente nos enteramos de que Lars perdió a su madre durante el parto, y que el padre cumplió el rol de figura de sostén emocional mientras tramitaba el duelo por la pérdida de su esposa y transitaba una profunda depresión. Esta información permite comprender las dificultades de Lars para establecer contactos afectivos, por un lado, y el hecho de que estas dificultades se hayan exacerbado con el embarazo de su cuñada, que puede estar reeditando sus temores más profundos.
En este contexto, Lars puede realizar una primera movida: presenta a su familia una novia, pero no se trata de una chica “de carne y hueso”, sino de una muñeca de tamaño real, a quien él le asigna verdadera existencia. Se abre así un escenario que se presenta como dicotómico: o bien se esconde esta conducta de Lars y se le “permite” sostener este vínculo con la muñeca en su intimidad, o bien esta situación se hace pública, con lo cual Lars sería tratado como un enfermo mental, posiblemente internado, medicado, etc. La película revela una nueva posibilidad emergente, que nos obliga a preguntarnos por el lugar de la comunidad en las transiciones subjetivas. La pregunta que nos formulamos es la siguiente: ¿Es posible realizar transiciones que no pudieron completarse en su momento? Y si lo es, ¿cuáles serían las condiciones de posibilidad?
Análisis de fallas en la estructura
No son pocos los trabajos que toman esta película para analizar las transformaciones subjetivas de sus personajes. Levit, Fernández Fredez, Fogacci y Milito (2011) presentan en el trabajo Una mirada sobre lo real, como su título lo anticipa, una mirada de corte netamente lacaniano. Nos comparan la trama temporal lineal en que es relatada la película con lo que vivenciamos en la clínica como analistas: “leemos hoy lo que no se inscribió en el pasado. Podemos inferir la falta de inscripción”. Esto es lo que estos autores infieren en Lars: una falla en cierto proceso que tenía que ocurrir en determinado momento y que genera, indefectiblemente, una marca estructural. Tal como desarrollé más extensamente en la nota Composición, tema: “El sujeto”, recientemente publicada, cuando analizamos el corpus teórico del psicoanálisis lacaniano e intentamos desentramar la ontología del ser que sustenta a la noción de sujeto, hallamos que no se condice en nada con la teoría de la complejidad que daría lugar a matices, sutilezas, devenires y contradicciones. Por el contrario, se trata de un sujeto ahistórico, sin ningún tipo de diferenciaciones que, epistemológicamente hablando, responde a una ontología del ser propia de la filosofía platónica: estática, definida. En este punto, una cuestión clave a revisar es aquella concerniente a la reversibilidad. La teoría de la evolución, si bien ha constituido un hito fundamental en el pensamiento científico, también ha sentado las bases de un obstáculo epistemológico enorme. Suponer que existe una evolución natural, que conlleva cambios temporales que apuntan en cierta dirección y son irreversibles, nos conduce necesariamente a representarnos un inconsciente inicialmente plástico o maleable, con múltiples potencialidades, que se va rigidizando en el tiempo y adquiere una cierta estructura que queda cristalizada y fija. Ni Lacan ni los postlacanianos han logrado reestructurar (valga el juego de palabras) sus teorías psicoanalíticas de forma tal de incorporar otra concepción de inconsciente que diera lugar a una mayor plasticidad. Como dice Graeber [1]:
“A comienzos de la década de 1980, existía un consenso generalizado acerca de que el gran problema del momento era cómo llegar a una teoría ‘dinámica’ del estructuralismo que pudiera dar cuenta de los caprichos de la acción humana, la creatividad y el cambio” (Graeber, 2018 [2001]).
Volviendo al artículo Una mirada sobre lo real, ante esa falla en la inscripción que ubican en el personaje de Lars, buscan una interpretación lacaniana:
“al embotamiento afectivo, esto es, a la pérdida de todo interés hacia el mundo exterior, le continúa el surgimiento del delirio, como un modo tentativo de curación, de reconstrucción, una solución de continuidad, en la relación del yo con el mundo exterior. Así, Lars aparece acompañado de su muñeca, de su novia de plástico hecha a su escala […] Lo que Lars sabe acerca del embarazo es la muerte en el parto. Significantes pegados: embarazo y muerte. Un S1 y un S2 unidos en contigüidad y univocidad. Esa proximidad lo impulsa a Lars al agujero. Y el remiendo de ese agujero es Bianca.” [2]
De esta forma, si nos quedamos con el corpus teórico más clásico, corremos el riesgo de pensar la alucinación de Lars (otorgándole vida a esa muñeca) como un delirio psicótico. También dejándose llevar por esa carretera principal (si me permiten el chiste), se podría tomar a esa muñeca como un objeto sexual propio de cierta “perversión”, un objeto “fetiche”. Yendo por estas vías, ciertos enfoques en salud mental no pueden sino confinar a Lars al tratamiento que se le da a quien es diferente, no apto, anormal. De hecho, ubican como lugar de la analista que trata a Lars, la Dra. Dagmar: “[el] lugar de quien no sabe desde su docta ignorancia y habilita así el discurso del paciente […] decide intervenir, al modo de intervención en el psicoanálisis con niños, emparentado en su técnica a la clínica de la psicosis”, y a Lars lo piensan como un a niño en envase de adulto [2]:
“La expresión de Lars […] parece la de un niño pequeño, satisfecho en su juego. [La Dra. Dagmar] lo observa habitando el espacio transicional del juego en donde todo es posible. Y el derrotero de este tratamiento consistirá en acompañar a Lars como a un niño que juega con sus muñecos.” (Levit, Fernández Fredez, Fogacci y Milito, 2011).
Lo que resulta impactante es que este análisis que nos presentan de la película no pareciera ir en la línea de lo que se muestra en el film. Para empezar, en Lars y la chica real se otorga un lugar central a la familia y a la comunidad en el proceso subjetivante, que en el artículo se esfuerzan por volver a encasillar dentro del dispositivo terapéutico. Es en este sentido, muchas veces vemos en jornadas y demás actividades clínicas y/o académicas cómo se fuerza la realidad a entrar en el marco de la teoría, cuando tendríamos que adaptar las teorías para que resulten herramientas útiles. O bien, descartarlas (al menos para ese abordaje particular) si no nos es posible una adaptación que nos resulte satisfactoria. Siempre se puede recurrir a otrxs autorxs, a otras aproximaciones al tema que necesitamos abordar. Claro que para esto hay que estar dispuestxs a hacer camino al andar.
El despliegue subjetivo como posibilidad vincular
La presentación del personaje de Lars ya nos muestra su retraimiento absoluto frente a un mundo exterior que le resulta ajeno y hostil. La imagen habla mejor que mil palabras, presentándolo detrás de esa puerta de vidrio repartido, que invita a pensar que el mundo externo se le despliega algo fragmentado, borroso y oscuro, como la escena familiar que apenas se vislumbra en el fondo en esta toma (un auto que estaciona, una familia que desciende del vehículo, risas y conversaciones que Lars apenas oye a la distancia). Lars observa detrás del vidrio, ensimismado en su mundo interior, protegido en su casa y tapado con una manta que muy pronto sabremos que tejió su madre durante el embarazo y es el único objeto que le dejó antes de morir en el parto (Figura 1).
Es interesante como se emplea el recurso de mostrar una escena desde distintos ángulos para dar cuenta de las distintas posiciones subjetivas de Lars y de su cuñada, quien viene a invitarlo a compartir un momento familiar (Figura 2). Así transcurre una conversación que se muestra fragmentada en cuadros, representando el hecho de que no pueden habitar ambos la misma escena.
Por el contrario, cuando Lars presenta a su novia al hermano y a la cuñada, se da una situación en la cual, si bien continúa habiendo un desdoblamiento de la toma (una que representa el punto de vista de Lars y otra que representa la visión de su familia), son distintos puntos de vista de una misma escena cohabitada por todos los personajes (Figura 3). Otra diferencia sustancial que se evidencia en los fotogramas seleccionados es el cambio en los colores predominantes. Las primeras imágenes resaltan los colores fríos de la soledad y el aislamiento (Figuras 1 y 2). Luego, se abren los planos y los colores toman matices más cálidos (Figura 3), figurando una apertura de posibilidades en el vínculo familiar.
En la medida en que va progresando la trama, las tomas se van unificando, centralizando, hasta que en la visita a la Dra. Dagmar se alcanza una situación en la cual los cuatro (Bianca, Lars, su hermano y su cuñada) se encuentran en un mismo plano (Figura 4). Queda claro así que la transformación subjetiva que va transitando el personaje principal no es sin la participación de sus vínculos familiares. Podríamos decir incluso que se trata de una transformación subjetiva colectiva, no individual.
La potencia creadora necesaria para el desarrollo subjetivo
Para recibir esa jugada de Lars, reconociendo el esfuerzo subjetivo que hay allí donde se intenta una empresa mucho más ambiciosa que crear lo dado, que constituye justamente traer a la existencia lo no-dado, la referencia más directa que podemos trazar es con la teoría de Donnald Winnicott. Y me refiero a tomar su obra en toda su dimensión y no por lo más obvio y evidente de ver en la muñeca tamaño real ese objeto transicional, para luego hacer un esfuerzo desde nuestra conceptualización del tiempo cronológico vs. tiempo lógico, y postular que en Lars está ocurriendo un proceso que quedó suspendido en el tiempo. Esta forma de recurrir a Winnicott lo desvirtúa completamente. Necesitamos recurrir a él como lo entienden Daniel Ripesi o Eduardo Smalinsky, grandes psicoanalistas argentinos que han llevado la teoría y técnica winnicottiana a la clínica de adultos. Cuenta Daniel Ripesi en Quemar las naves una leyenda del litoral argentino: “El hombre y la mujer, impacientes por existir, advierten que Dios no tiene tiempo para crearlos; entonces, cansados de esperar a ese moroso, deciden soñar a Dios soñándolos.” [3] El juego produce sus propios límites, comparte legalidad con el soñar.
Podríamos plantearnos cómo se transita esa zona intermedia cuando no hay un horizonte, no existe un “hacia donde ir” muy definido ni hay tan claramente un “desde dónde” partir. La potencia creadora del juego se redobla en la participación colectiva. De hecho, podríamos incluso decir que si hay potencia creadora, hay (al menos en alguna medida) participación colectiva. Realidad y Juego quedan absolutamente entrecruzados. Y es en esa posibilidad de habitar una zona intermedia en la que se sostiene la paradoja y se sueltan las certezas, que se puede generar esta potencia creadora. No es la creación de Lars, ni su delirio individual; no se trata de una estructura psíquica determinada ya de antemano por ciertas inscripciones que no ocurrieron en el pasado. Si tomamos la historia de Lars y su chica real como nos es dada, solamente con un esfuerzo descomunal podemos reducirla al espacio del consultorio y suponer que se trata de procesos psíquicos mal llamados “individuales” (siempre hay al menos dos personas en cualquier dispositivo psicoterapéutico). En algún punto, el psicoanálisis lacaniano se permite pensar que el sujeto “es hablado por el lenguaje”, y que ese lenguaje/discurso conecta elementos heterogéneos que engloban marcas políticas, sociales y culturales, pero finalmente termina postulando que toda esa multiplicidad se “encarna” en un inconsciente individual y estructurado (no respondiendo esa estructura a una naturaleza dinámica, sino más bien estática o, al menos, direccionada). Justamente lo que nos relata esta película es un proceso de transformación que ocurre en una dimensión de lo creativo que queda por fuera del alcance individual.
En la Dra. Dagmar podemos ver la intención de quien es capaz de arriesgar esa realidad compartida, confiando plenamente en la capacidad de transformación subjetiva de su paciente y del entorno. Así como lo entiende Alain Badiou [4]:
“La enfermedad es una situación. La posición ética no renunciará jamás a buscar en esa situación una posibilidad hasta entonces inadvertida. Aunque esa posibilidad sea ínfima. Lo ético es movilizar, para activar esa posibilidad minúscula, todos los medios intelectuales y técnicos disponibles. Solo hay ética si el psiquiatra, día tras día, confrontado a las apariencias de lo imposible, no deja de ser un creador de posibilidades.” (Badiou, 2000).
O como lo dice Ripesi: “con cada paciente –en algún momento incierto y desconocido, ajeno a todo cálculo– quemamos las naves, ya no podemos regresar, quedamos en la otra orilla aceptando perder nuestras referencias familiares” [3]
Según lo entendemos, la Dra. Dagmar se decide pues a perder sus referencias familiares. No hay lugar para encasillar objetos o acciones: no hay muñeca, ni objeto transicional tardío, ni fetiche, ni delirio, lo que existe es una necesidad enorme de crear algo. Es esta necesidad la que la encuentra dispuesta a poner todo de sí, facilitando un espacio de juego compartido, para que entrame allí toda la comunidad. En otro análisis sobre esta película, Lars y una chica de verdad, Ferriz Gil, Hernández Vázquez y Vieta Pascual nos ofrecen una mirada más cercana a la de juego compartido: “Bianca puede transformarse así en una recién nacida en la comunidad: portadora de aire fresco, esperanza y reparación. De manera que toda la comunidad resulta beneficiada y Lars, sostenido y respetado, puede hacer frente [a su sufrimiento]”. Nos dicen también: “Lars parece tener muchos más recursos de los que nuestras mentes entrenadas y atrapadas en discursos cerrados imaginaban”. Es en este sentido que la Dra. Dagmar se deja llevar al juego, reconociendo toda esta potencia creadora en Lars, como quien acepta jugar con un maestro. Finalmente debo decir entonces que no puedo coincidir con estos autores en que:
“Desde el modelo del espacio-tiempo mental atendemos al paciente como una madre atiende a su bebé: no sólo por quién es, también y en especial por quién puede llegar a ser […] Ese diálogo entre madre y bebé va co-creando un nuevo contexto relacional. Pero lo primordial es que sólo desde la actitud implícitamente esperanzada de la madre que habla a su bebé como si éste pudiese entenderla (incluso verbalmente), es posible que ese bebé acabe comunicándose también a través del lenguaje.”
La Dra. Dagmar está lejos de pensar a Lars solamente en potencia, en tanto lo que puede llegar a ser. También sostenemos que no es posible entregarse al juego compartido desde esa posición tan asimétrica. Justamente, cuando estamos en presencia de un niño o niña y jugamos “siguiendo la corriente”, haciendo un “como si” de juego, no se produce la verdadera magia del jugar. No se genera una genuina posiblidad de co-creación. El lacanismo más ingenuo sigue pensando el lugar del analista como un estar ausente, mientras que aquí es necesario situarse dentro del espacio intermedio co-creado, habitar la misma incertidumbre de ese Devenir jugando, que nos relata Eduardo Smalinsky [5].
Tal vez la mayor imposibilidad para pensar esta situación terapéutica desde las coordenadas psicoanalíticas más hegemónicas lo constituye el hecho de que no se pueda pensar el sujeto en tanto tema o asunto a recortar en un análisis. Es interesante que en francés la palabra sujet refiere tanto a sujeto (principal acepción del termino tomada por el psicoanálisis lacaniano) como a tema, asunto, y no es en absoluto trivial delimitar sobre qué vamos a trabajar en el transcurso de un tratamiento, tal como expone Alfredo Eidelsztein en su artículo Diagnosticar el sujeto. Aquí no se trata de Lars y su “locura”, sino de ubicar una transición que “pide pista” y que no puede darse sin que algo sea creado previamente. También se trata de ubicar cuáles son las condiciones de posibilidad de esa creación, que evidentemente son colectivas, pero además requieren de una plasticidad que, si bien es propia de la niñez, no queda necesariamente circunscripta a los primeros años de vida. Lars no es un niño en envase adulto, sino un adulto que afortunadamente tiene ciertas posibilidades creadoras (esas que Winnicott ubica no del todo extinguidas en adultos que se dedican a ciertas profesiones, como en poetas y científicos). Es entonces, dejándose llevar por esta iniciativa de Lars, que la Dra. Dagmar, primero, pero seguida por la familia de Lars y luego por toda la comunidad de ese pequeño pueblo, reactivan esa capacidad creadora en el juego conjunto. Así, de lo que se trata es de un “asunto” (sujeto) que ya no está circunscripto a Lars.
La importancia de los lazos comunitarios
Podemos afirmar que cómo una persona se subjetiva es un proceso complejo que bajo ningún punto de vista se lleva a cabo de manera individual o en un vínculo binario. El psicoanálisis en su versión más hegemónica de alguna manera da cuenta de la importancia de los lazos comunitarios en los procesos de subjetivación. Por ejemplo, la abstinencia del analista se puede entender en términos de no satisfacer la demanda del paciente, permitiendo que éste busque aquello que demanda en sus lazos comunitarios y no dentro del dispositivo analítico. De todas formas, tomando a un autor como Alberto Fernández Liria, podemos ubicar el rol de la psiquiatría mercantilizando cuidados de la salud mental que antes estaban en manos de la comunidad, a partir de una necesidad del capitalismo, que requiere una expansión creciente (Fernández Liria, 2019). [6]
Es el mismo capitalismo el que se ha ocupado de disolver los lazos comunitarios, en un proceso mucho más amplio, que incluye la fragmentación de las ideas (en disciplinas ilusoriamente presentadas como independientes), la fragmentación del sistema de creencias y valores y la fragmentación de los lazos sociales. Podríamos agregar que El psicoanálisis ha sido funcional a esta disolución de lo comunitario, por ejemplo, realzando una gramática familiarista que centra y limita ciertos procesos subjetivantes en lo intrafamiliar edípico. En este sentido, la analogía con la carretera principal trazada por la inscripción del significante del Nombre del Padre, es reveladora. ¿Qué es una carretera principal sino el resultado y, a la vez, condición de posibilidad de los procesoos de urbanización de la modernidad capitalista? ¿No son estos procesos los que desarmaron las pequeñas comunidades de sostén económico-afectivo que funcionaban en ámbitos más rurales para centralizar a la población en grandes conglomerados urbanos en los que se habita el anonimato y el individualismo?
La Dra. Dagmar parece acordar con Fernández Liria en cuanto a que es la comunidad la principal generadora del cuidado que necesita Lars. Se encuentra alineada con el planteo de los sanitaristas que reclaman que psicólogos y psiquiatras no deben atender a las personas (o al menos, no solamente) sino formar a la comunidad, reconectando modos en los cuales los cuidados comunitarios operan. Este posicionamiento ético-político lo podemos observar en el tratamiento que ofrece: la familia llega buscando ayuda ante una situación que irrumpe como absolutamente desconcertante y la Dra. Dagmar toma con total naturalidad la situación que la familia trae: la enfermedad de Bianca, la novia de Lars. Con la excusa de brindar tratamiento a la muñeca, el hermano y la cuñada pretendían llevar a Lars a una psicoterapia. La Dra. Dagmar toma en cambio el pedido de cuidados para Bianca y se dispone a proporcionárselos, con la participación de Lars. Es ella la primera que genuinamente incluye a Bianca como alguien más de la comunidad, y no solamente eso, sino que insta a la familia a que activamente la incluyan en las actividades sociales (como en la misa y otros eventos comunitarios).
Algunas ideas para seguir pensando nuestra práctica
En un escenario en el que no se ha contado con las posibilidades de transitar ciertos procesos subjetivos intrafamiliarmente, ni en las etapas supuestas como normales, pareciera no haber hacia dónde avanzar. La película nos muestra que sí es posible recorrer esa transición (yo/no-yo, adentro/afuera), aun cuando no pudo hacerse en su momento. Pero si el “casillero” al cual se necesita avanzar no estuvo en el entorno primario de la familia, las condiciones de posibilidad deberán encontrarse en la escala de lo comunitario.
Mientras nuestros diagnósticos sigan ubicando fallas estructurales allí donde la normatividad muestra diferencias entre quienes se encuentran adaptados a la vida en la sociedad actual (esta de la que disponemos, fragmentada por el capitalismo tardío) y quienes no se adaptan del todo, seguiremos ofreciendo psicoterapias que se imponen por sobre el cuidado comunitario. Tanto el uso de sustancias como de tecnologías apropiadas por parte de expertos tendría que ser un modo, incluso drástico y de último recurso, de restablecer los lazos perdidos (no solo por quienes sufren padecimientos subjetivos, sino por todos) con la comunidad.
* Mercedes Perullini:
Investigadora (CONICET) y docente (UBA), mercedesp@qi.fcen.uba.ar
[1] Graeber, D. (2018 [2001]). Hacia una teoría antropológica del valor: la moneda falsa de nuestros sueños (J. Gaztañaga, Trad.), Fondo de la cultura económica de Argentina.
[2] Levit, E. D., Fernández Fredez, A., Fogacci, M. y Milito, G. (2011). Una mirada sobre lo real, desde el cine y el psicoanálisis. III Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología, XVIII Jornadas de Investigación, Séptimo Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.
[3] Ripesi, D. (2004). Quemar las naves. Ensayos winnicottianos. Letra Viva, Buenos Aires.
[4] Badiou, A. (2000). Reflexiones sobre nuestro tiempo, Ediciones del Cifrado, Buenos Aires.
[5] Smalinsky, E. (2020). Devenir jugando. Dispositivos transicionales, experiencias y micropsicoanálisis Brueghel, Buenos Aires.
[6] Fernández Liria, A. (2019) Historia de la psiquiatría. Apuntes para una crítica de la psiquiatría y la “salud mental”. Editorial Desclée de Brouwer, Bilbao.
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